Salud
Blefaroplastia mal hechas: por qué puede pasar y qué hacer

Qué pasa cuando una blefaroplastia sale mal, señales de alerta, recuperación y soluciones reales con oculoplástica experta, revisión y láser
Una blefaroplastia mal hecha no es un titular alarmista: ocurre, y cuando sucede hay que actuar con método. Lo inmediato es identificar si el problema es estético, funcional o ambas cosas. Si aparecen asimetrías notorias, pliegues mal posicionados, cicatrices retraídas, “ojo redondeado” en el párpado inferior, dificultad para cerrar o sequedad ocular que no tenías, el protocolo es claro: documentar con fotos, pedir revisión con quien operó, consultar a un oculoplástico independiente para una segunda opinión y proteger la superficie ocular con lágrimas artificiales y pomadas nocturnas si hay exposición. Salvo urgencias, conviene respetar los tiempos de cicatrización antes de plantear una cirugía de revisión.
Hay margen de maniobra y eso importa. Gran parte de los resultados “feos” a corto plazo mejoran en semanas, cuando la inflamación cede y los tejidos se relajan. Lo que compromete la función —ectropión, retractación del párpado, lagofalmos— requiere una hoja de ruta más activa. El calendario razonable para valorar una corrección estable se sitúa entre los seis y los doce meses tras la primera intervención, aunque si hay dolor marcado, cambios bruscos de visión o signos de compresión orbitaria, la atención debe ser inmediata. La clave es diagnosticar bien por qué se torció el resultado, no solo “qué se ve”.
Qué está pasando cuando la blefaroplastia sale mal
La blefaroplastia, superior o inferior, actúa en milímetros. Milímetros que cambian la expresión y la función. El párpado es un sistema delicado de piel, músculo orbicular, septo, grasa y ligamentos que debe cerrar, lubricar y proteger la córnea a cada parpadeo. Un exceso de resección cutánea en el párpado superior puede alzar en exceso el pliegue, “vaciar” la mirada o dificultar el cierre nocturno. En el párpado inferior, una maniobra agresiva sobre el septo o una mala tensión del canto lateral se traducen en ojos que lagrimean, exposición de la conjuntiva o esa curvatura que redondea el ojo y delata la cirugía.
No siempre se trata de “mala técnica”. A veces la indicación estaba mal enfocada. Hay blefaroplastías realizadas en pacientes con ptosis (debilidad del elevador) no diagnosticada, en quienes el descenso del borde palpebral simulaba exceso de piel. Se corrige piel cuando el problema era muscular y el resultado queda raro: pliegue alto, ojo abierto, mirada triste. Otros casos pasan por alto una ceja caída: si no se valora la posición de la ceja, se quita piel de más y se empeora el soporte natural. También interfieren factores previos poco valorados: ojo seco de base, meibomitis, cirugías previas, cicatrices antiguas o un globo ocular prominente (exoftalmos leve) que estira el párpado inferior.
Cuando la cirugía se complica, el abanico de consecuencias va de lo transitorio —hematomas, edema, quemosis— a lo estructural —malposiciones— y, en escenarios raros y graves, a problemas que comprometen la visión si hay hemorragias profundas. Entre esos extremos está el territorio cotidiano de la insatisfacción: bolsas residuales, asimetrías del pliegue, cicatrices visibles o ese “hueco” cuando se retiró grasa en exceso. Todo tiene su explicación anatómica. Y, en la mayoría de situaciones, salida.
Cómo identificar un resultado problemático y cuándo actuar
Los primeros 10 a 14 días son una fase ruidosa: morados, hinchazón, visión borrosa por pomadas, tirantez. Lo esperable. A partir de la segunda semana todo baja de tono y, en torno al mes, ya se reconoce la línea general. Si en ese momento persisten molestias intensas, dolor ocular que no cede, descenso del párpado inferior con borde evertido, imposibilidad de cerrar con comodidad o fotofobia marcada, no conviene resignarse. Si lo que predomina es el aspecto —un pliegue demasiado alto en un lado, una bolsa que sigue ahí, una cicatriz pigmentada— merece evaluación, pero con paciencia: las cicatrices se remodelan durante meses y pueden mejorar con láser fraccionado, silicona en gel y masajes programados.
Hay señales de alarma que activan el plan de urgencia: dolor periocular progresivo, pérdida de visión, visión doble intensa, proptosis súbita (ojo “salido”), vómitos asociados al dolor. Son signos compatibles con hemorragia retrobulbar o aumento brusco de la presión orbitaria. No abundan, pero cuando ocurren, cada minuto cuenta. En un plano menos dramático, los ojos excesivamente secos que no toleran la luz y se quedan rojos todo el día pueden indicar que el parpadeo no protege bien la córnea. La superficie ocular es un tejido noble pero frágil, y si el párpado no sella, se inflama. Aquí la prioridad es “cuidar la córnea” por encima de la estética.
Un capítulo aparte son las asimetrías. Todos tenemos asimetrías naturales. La cirugía las reordena, a veces las delata. Si las fotos preoperatorias ya mostraban diferencias de pliegue, musculatura o posición de ceja, es probable que el resultado final conserve parte de esa huella. Cuando la asimetría aparece nueva —pliegue alto a un lado, bajo al otro; exceso de piel visible solo en un párpado— conviene revisar la técnica: cantidad de piel retirada, anclajes del pliegue, manipulación de la grasa. Se corrige; pero suele requerir tiempo y manos con experiencia.
Errores habituales: técnica, indicación y postoperatorio
El exceso de resección cutánea es el gran clásico en el párpado superior. Levanta un pliegue antinatural y deja sensación de tirantez. Si el paciente ya venía con ojo seco o usa pantallas a jornada completa, el impacto se nota más. Se suma el error de picar demasiado profundo en la grasa medial, lo que vacía el canto interno y da un aspecto “cóncavo”, envejecido. En el párpado inferior, los problemas pivotan en torno a dos ejes: soporte y tensión lateral. Cuando se debilita el soporte (septoplastia orbitaria vigilada mal, resección de grasa sin reposición) o se descuida la tensión del canto, el borde palpebral pierde contacto con el globo, aparece el epífora (lagrimeo continuo) y la mirada se redondea.
La fijación del pliegue demasiado alta es otro error común. El pliegue palpebral no es un adorno, es la cicatriz interna donde se ancla la piel al elevador. Si se fija muy arriba, el párpado parece hueco y la sombra palpebral se invierte. Cuesta maquillarlo. En el inferior, la retracción posterior por cicatrización interna tracciona hacia abajo. La sensación es de “ojo abierto” permanente. Para prevenirlo, la técnica transconjuntival con reposición de bolsas grasas (en lugar de resección amplia) y la cantopexia o cantoplastia selectiva han demostrado ser aliadas, especialmente en ojos con laxitud o en anatomías con poca proyección malar.
El postoperatorio mal guiado también pesa. Volver pronto a esfuerzos, no proteger del sol, saltarse los masajes cuando están indicados, fumar, o descuidar las lágrimas si el ojo molesta. Son factores que modulan la cicatriz y la respuesta inflamatoria. La comunicación fallida suma: expectativas poco realistas, promesas de “párpado perfecto” o subestimar la asimetría basal acaban en choque. Es periodístico, sí, pero también clínico: el resultado se cocina antes de entrar a quirófano con diagnóstico y plan.
Otro punto sensible: indicación en pacientes con laxitud general de tejidos, grandes cambios de peso, trastornos tiroideos con repercusión ocular, piel muy fina por fotodaño. La misma técnica en dos personas distintas no arroja el mismo cuadro. Un exceso de confianza —o de estándar— genera blefaroplastias mal hechas que podrían haberse evitado con un ajuste técnico: menos resección cutánea, más redistribución grasa, fijaciones discretas y, cuando la ceja cae, combinar con elevación de ceja o frontoplastia endoscópica.
Qué opciones reales hay: del manejo conservador a la revisión
La cronología manda. En el primer mes, el terreno es inflamatorio. El tratamiento se focaliza en control del edema, higiene palpebral, lágrimas de alta viscosidad, pomada nocturna si el cierre no es perfecto, paradas breves para pantallas, dormir con la cabeza discretamente elevada. Los masajes guiados por el cirujano, cuando se indican, ayudan a suavizar nodulitos y “cordones” de cicatriz. A partir del segundo mes, si persiste una irregularidad cutánea o la cicatriz se ve gruesa, entran en juego las infiltraciones de corticoide en microdosis, la silicona tópica o protocolos de láser fraccionado para aplanar y difuminar.
Cuando el problema es funcional —ectropión, retracción, lagofalmos— el manejo se divide en dos fases. La primera, proteger la córnea y mejorar el confort: lágrimas, geles nocturnos, taping suave para dormir, pequeños pesos temporales en el párpado superior si no cierra, y tratamiento de la blefaritis o meibomitis si la hay. La segunda, planificar la revisión. La revisión no es un “deshacer lo hecho” a ciegas: es cirugía reconstructiva con objetivos muy precisos. En el párpado inferior se valora la cantopexia/cantoplastia para reposicionar el canto lateral, la colocación de injertos de soporte (cartílago alar, mucosa, materiales espaciadores) cuando falta altura, y la reposición de grasa propia para rellenar depresiones o suavizar transiciones que quedaron duras.
En el párpado superior, la revisión busca descender pliegues altos, liberar adherencias internas y, si el párpado quedó “corto”, avanzar piel mediante pequeñas plastias locales o injertos finos. No es frecuente, pero existe. Cuando el problema en realidad era una ptosis no tratada, la corrección se centra en el elevador o en el músculo de Müller con técnicas de ptosis que ajustan la altura y simetrizan la apertura palpebral. Aquí la experiencia en oculoplástica marca la diferencia, porque cada milímetro cambia la película.
Para quienes quedaron con el contorno hueco por resección grasa generosa, hay dos vías. El lipofilling microestructurado —injertos de grasa propia muy purificados— devuelve volumen con una curva de aprendizaje: algo se reabsorbe, se suelen necesitar retoques. La alternativa es la reposición de las bolsas remanentes, cuando es posible, o el uso de matrices dérmicas finas. En la piel visible, los láseres modernos, la radiofrecuencia fraccionada y el peeling controlado afinan cicatriz y color. Ninguna de estas herramientas funciona aislada; suman cuando se usan con indicación precisa y tiempos adecuados.
El calendario orientativo, sin convertirlo en dogma, suele seguir esta secuencia: hasta tres meses, conservador y modulador de cicatriz; de tres a seis, reevaluar y empezar tratamientos de superficie (láser, infiltraciones) si procede; a partir de seis, si persiste malposición o asimetría relevante, plantear revisión quirúrgica. Antes, solo si hay urgencia funcional o una cicatriz que colapsa el borde y daña la córnea.
Prevención y elección del especialista
Una forma de evitar blefaroplastias mal hechas es colocar el caso en el servicio correcto. El área quirúrgica que mejor conjuga estética y función palpebral es la oculoplástica —oftalmología con subespecialidad en párpados y órbita—. También hay cirujanos plásticos cualificados con experiencia específica en párpados; lo importante es comprobar trayectoria documentada, casuística, fotografías de antes y después tomadas en condiciones homogéneas, y transparencia sobre las complicaciones. Los títulos y sociedades científicas avalan, pero la experiencia en casos como el tuyo es el filtro que decide.
El preoperatorio serio incluye una anamnesis que pregunte por ojo seco, alergias, uso de lentes de contacto, cirugías oculares, enfermedades tiroideas, hábitos de pantalla, medicación anticoagulante y tabaco. Exige fotografías en varios ángulos, mediciones (altura palpebral, pliegue, laxitud lateral), valoración de la ceja y del maloar. Debe explicar qué es normal en el postoperatorio y qué no, cuánto tiempo tardarán en asentarse los tejidos, cuáles son las limitaciones y si habrá o no cicatriz visible. Y debe hablar del plan B: qué se hará si el pliegue queda alto, si aparecen irregularidades, si la piel pide un pulido con láser. Esa conversación —a dos voces— previene choques y, si las cosas no van como se esperaba, facilita una solución.
La expectativa también se cuida. No todo ojo “cansado” mejora solo con blefaroplastia. Si hay una ceja baja, quizá haga falta un lifting de ceja. Si la proyección malar es plana, el párpado inferior agradecerá volumen en la unión palpebromalar. Y si el ojo seco es severo, es prudente ser conservadores con la resección de piel y grasa, combinando la cirugía con tratamiento intensivo de la superficie ocular. Tomarse tiempo en indicar menos suele traducirse en resultados más naturales.
En la recuperación, el protocolo cuidado marca diferencias: frío local intermitente las primeras 48 horas, higiene palpebral suave, lágrimas desde el primer día si pican o queman, evitar esfuerzos y exposición intensa al sol, protección UV y, cuando el cirujano lo paute, masajes. El maquillaje se retoma cuando la herida lo permite, y el retorno a pantallas largas conviene espaciarlo las primeras jornadas. Detalles que parecen pequeños; no lo son.
Mirada recuperada: criterios para decidir el siguiente paso
A la hora de cerrar el círculo —recuperar una mirada funcional y natural tras una blefaroplastia fallida— conviene ordenar prioridades. Primero, la salud ocular. Un ojo que no cierra o que sufre una película lagrimal inestable no admite espera. Las medidas conservadoras —lágrimas de alta densidad, oclusión nocturna con ungüento, tratamientos de borde palpebral— se inician ya, en paralelo al diagnóstico de la malposición. Si el problema empeora o amenaza la córnea, la revisión quirúrgica se adelanta a ese intervalo de seis a doce meses. La estética, por importante que sea, va detrás de la función.
Segundo, la causa. No hay tratamiento sin explicación. Un ectropión por falta de tensión lateral pide cantoplastia; una retracción posterior con cicatriz interna, injerto espaciador; un pliegue alto, descenso y liberación. Un vacío por resección grasa generosa se compensa con volumen —mejor autólogo—; una cicatriz hipertrófica se palía con láser y corticoide dosificado. La hoja de ruta ganadora no amontona procedimientos: elige los necesarios y los ejecuta con precisión.
Tercero, el tiempo. La impaciencia es comprensible, la cicatriz no entiende de redes sociales ni de agendas. Entre lo que se ve a los quince días y lo que se establece a los seis meses hay un mundo. A veces, esperar es el mejor tratamiento. No para resignarse, sino para decidir con datos: cómo se comporta el pliegue al abrir y cerrar, si baja el edema, si el ojo tolera el día sin llorar ni picar, si los masajes han “domado” el cordón. Cuarto, la elección de manos. La revisión del párpado no es una “segunda oportunidad” genérica, es una cirugía con menos margen de error y más necesidad de criterio. Buscar oculoplástica con experiencia en revisiones —o plástica con dedicación real a párpados— no es un capricho: es una póliza de calidad.
Quinto, la documentación. Guardar consentimientos informados, informes quirúrgicos, fotografías pre y postoperatorias en condiciones comparables, comunicaciones con el equipo, ayuda en dos frentes: el médico —entender qué se hizo y cuándo— y el legal, si hay que reclamar. En España, existen vías civil y administrativa según el centro sea privado o público; los plazos son limitados y conviene asesorarse con un abogado especializado en derecho sanitario si la negociación con la clínica no prospera. No se trata de judicializar nada “por reflejo”, sino de contar con garantías si el diálogo se agota.
Por último, la expectativa tras la revisión. Un buen resultado de cirugía secundaria restituye función —parpadeo que protege, ojo cómodo— y devuelve naturalidad. A veces no persigue la “perfección fotográfica” sino la simetría razonable y un contorno que ya no llama la atención. Queda alguna línea fina, una ligera diferencia de pliegue. La mayoría de personas lo asumen con alivio cuando el ojo deja de molestar y la expresión se normaliza. Y sí, hay casos muy complejos; se resuelven por etapas, con la vista bien protegida en cada paso.
El fenómeno de las blefaroplastias mal hechas sirve de recordatorio: los párpados no son un simple recorte estético, son un mecanismo funcional que se nota cuando falla. La mejor estrategia combina diagnóstico minucioso, técnica cuidadosa que respete los tejidos, prevención en quienes tienen ojo seco u otros factores de riesgo, e información franca sobre límites y tiempos. Si el resultado se tuerce, hay camino: proteger, reevaluar, modular la cicatriz y, si toca, reconstruir con precisión. La noticia no está en el miedo, sino en la capacidad de resolver con criterio y experiencia.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: SECPRE, Clínica Universidad de Navarra, IMO Grupo Miranza, Hospital Clínic de Barcelona.

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