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BJJ que es: historia, reglas, cinturones y cómo se puntúa

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BJJ que es

BJJ explicado: qué es, reglas básicas, gi y no-gi, posiciones, puntos, lesiones comunes y pautas de entrenamiento útiles y realistas, salud.

El BJJ —jiu-jitsu brasileño— es un arte marcial y un deporte de combate que gira en torno al control y la sumisión, con un enfoque técnico que privilegia la palanca, el posicionamiento y la gestión del peso por encima de la fuerza bruta. En términos simples y directos, es un sistema diseñado para neutralizar a un oponente mediante derribos, transiciones al suelo y finalizaciones seguras, ya sea mediante estrangulamientos o llaves articulares. En competición se gana por sumisión o por puntos derivados de posiciones de dominio; en el día a día de un tatami, se aprende a controlar sin dañar, a resolver situaciones reales y a moverse con eficiencia en espacios reducidos y bajo presión.

Hoy conviven dos escenarios principales: con kimono (gi), donde los agarres a la tela ralentizan, complejizan y abren un menú de estrangulaciones y controles; y sin kimono (no-gi), más veloz, con agarres al cuerpo, derribos de lucha y un peso notable del juego de piernas. Ambos comparten la misma matriz técnica —guardias, pasajes, montada, control de espalda—, pero cada uno desarrolla una “música” distinta. En uno, la tela multiplica palancas; en el otro, la fricción baja y crece la importancia del clinch, la postura y la línea de la rodilla. La esencia, sin embargo, no cambia: posicionarse, estabilizar, progresar y someter. Ese es el resumen más honesto del BJJ.

Un retrato fiel del BJJ actual

El jiu-jitsu brasileño es, al mismo tiempo, defensa personal, deporte reglado y laboratorio táctico. Se entrena como si fuera un ajedrez corporal donde cada gesto condiciona el siguiente, con decisiones que suceden a ritmo de segundos y donde la respiración manda tanto como la técnica. No exige un físico excepcional, aunque premia la constancia, el cuidado del detalle y la paciencia para repetir patrones hasta que salen sin pensar. Una sesión estándar enseña a cerrar distancias, derribar con seguridad y mantener el control en el suelo sin recurrir a golpes. Es también un mapa de riesgos y soluciones: qué pasa si te derriban, cómo evitar que te pasen la guardia, de qué manera escapar cuando te toman la espalda. La progresión se nota en cosas pequeñas —respirar mejor bajo presión, elegir el ángulo correcto, sentir dónde pesa la cadera— y en otras grandes —entender el ritmo del combate, cuándo acelerar y cuándo dejar que el rival se desgaste—.

El vocabulario del BJJ se ha consolidado y viaja sin acento por los gimnasios. Guardia cerrada, media guardia, mariposa, de la Riva, lazo, posiciones de control como side control, montada y espalda, y un repertorio de sumisiones que suena a inventario: triángulo, armbar, kimura, americana, guillotina. En no-gi se ha instalado un ecosistema tecnificado alrededor del control de piernas (talón, rodilla, tobillo, cadera) que exige precisión y una ética de seguridad muy clara: tapar a tiempo. El resultado de ese cruce entre tradición y adaptación continua es un deporte vivo, en expansión, con más academias, más torneos y mejores entrenadores que hace una década.

De Japón a Brasil: el hilo que lo explica

La genealogía del BJJ parte del jūjutsu clásico y del judo de Jigoro Kano, que ordenó métodos de proyección, control y rendición con un enfoque pedagógico moderno. La exportación de ese conocimiento a principios del siglo XX, y su adaptación en Brasil, desembocó en un refinamiento del trabajo de suelo que se transformó en identidad. Del desafío entre academias a la competición reglada, el proceso es largo y, a veces, polémico en matices; el balance final, sin embargo, es claro: Brasil elevó el suelo a categoría de arte y lo difundió de forma global.

La explosión internacional llegó con la televisión y los primeros eventos de artes marciales mixtas, donde la eficacia del control en el suelo quedó expuesta, en directo, ante audiencias masivas. A partir de ahí, el BJJ pasó de secreto de especialistas a asignatura obligatoria en MMA. Ese salto cambió hábitos de entrenamiento y aceleró la innovación técnica: más análisis de combates, más estudio de posiciones híbridas, más integración con la lucha olímpica y la lucha libre para mejorar entradas a derribo y defensas.

Reglas, puntos y seguridad sobre el tatami

El ecosistema competitivo del BJJ deportivo está bien definido. El sistema de puntuación premia acciones que reflejan control real: derribar y estabilizar, pasar la guardia, conseguir montada o tomar la espalda. Un pasaje limpio otorga tres puntos; montada y espalda, cuatro; la rodilla sobre el vientre, dos; derribos y barridos, dos. Para que cuente, hay que estabilizar la posición el tiempo mínimo establecido. Existen también ventajas —premios menores por acciones muy cercanas a puntuar— que actúan como desempates cuando no hay sumisión ni diferencia clara.

Las sanciones corrigen la inactividad, las salidas voluntarias del área o conductas antideportivas. La seguridad es un eje central: técnicas con riesgo elevado se limitan por cinturón, modalidad y edad. Un hito reciente que ordenó debates fue la legalización de los heel hooks y el knee reaping en no-gi para divisiones adultas de cinturón marrón y negro, acompañada de controles más estrictos y un énfasis explícito en la formación de árbitros. En gi esos ataques a la rodilla siguen prohibidos. Es una fotografía del equilibrio actual: permitir la evolución técnica y, al mismo tiempo, proteger la integridad de las articulaciones con reglas claras y protocolos de detención rápida cuando algo se tuerce.

La uniformidad también cuenta. En gi, el kimono debe ajustarse a medidas, resistencias y colores concretos; las mangas y los bajos no pueden facilitar agarres imposibles ni impedirlos de manera antirreglamentaria, y los parches tienen zonas autorizadas y prohibidas. En no-gi, el rashguard y el pantalón corto no pueden tener cremalleras ni bolsillos, y la codificación de colores por cinturón ayuda a ordenar categorías. Todo se revisa en la cámara de llamadas antes de competir y forma parte del aprendizaje competitivo del atleta, junto a la gestión del peso, la hidratación o los tiempos de calentamiento.

Cinturones y progreso real

El ascenso de cinturón en BJJ no es un trámite estético, sino el reconocimiento de una capacidad aplicada. En adultos, la escala estándar es blanco, azul, morado, marrón y negro; a partir de ahí, grados y cinturones especiales reconocen décadas de dedicación. En categorías infantiles existe un sistema más granular para acompasar crecimiento físico y carga técnica. La mayoría de academias combinan criterios de tiempo mínimo, rendimiento en combate y aportación al grupo, con gran peso de lo que sucede al rodar: si la técnica aparece bajo presión, si se mantiene la calma en posiciones malas, si se encadenan soluciones sin pausas innecesarias.

La promoción no depende de memorizar un catálogo infinito, sino de transferir lo aprendido a situaciones imprevistas. Un practicante que controla la guardia cerrada con ganchos activos, que pasará con un knee cut limpio cuando se abre la ventana, que no pierde la paciencia cuando está atrapado en media guardia y que remata un armbar cuidando cadera, pulgar y ángulo, está preparado para el siguiente escalón. Se evalúa la comprensión global: postura, presión, balance, agarres, timing, respiración. También el criterio para saber cuándo parar, cómo cuidarse y cómo cuidar al compañero. Esa ética del tatami es parte inseparable del progreso.

Posiciones clave y sumisiones que funcionan

Entender el BJJ como mapa ayuda a no perderse. Debajo está el mundo de la guardia; encima, el del paso y el control. Entre ambos, un río de transiciones que decide si se suman puntos, si se somete o si se sobrevive sin recibir daño. En guardia, el cuerpo trabaja como un arnés: las piernas crean ángulos, el tronco gestiona distancias y las manos manejan mangas, solapas o muñecas. La guardia cerrada enseña los fundamentos —romper postura, abrir codos, subir cadera, cerrar triángulo, atacar kimura— y sirve de base para guardias abiertas como mariposa, de la Riva, lazo o araña. Cada una tiene sus tres detalles de oro: el punto exacto del empeine, el bloqueo de cadera, la mano que nunca suelta. Cuando algo se atasca, el practicante con oficio encadena: de mariposa a X, de X a single-leg X, de ahí a derribo o a barrido, según el soporte del rival.

Por encima, el paso de guardia es un arte dentro del arte. Un knee cut bien estructurado —pie de apoyo, rodilla que corta en diagonal, cadera que sella y cabeza que niega el encuadre— se vuelve casi inevitable. El torreado exige ritmo y sensibilidad con las manos para sortear piernas como aspas. Una vez superadas las piernas, side control da serenidad: hombro pesado que dirige la cara, cadera que aísla, brazo que impide marcos. Desde ahí aparece rodilla sobre el vientre para puntuar y abrir transiciones a montada, donde se decide mucho: control de cadera, presión, equilibrio, mirada, y la elección entre estrangulaciones con solapa, armbar o americana. La espalda es la cima: ganchos, cinturón de seguridad en el pecho, gestión de muñecas y paciencia hasta cerrar el mataleón.

Las sumisiones de alto porcentaje comparten rasgos: encadenan el control con la finalización sin huecos. Un triángulo eficiente se fabrica con un giro de cadera que alinea hombros, una pierna que bloquea la arteria y un tobillo bajo la rodilla contraria; un armbar se gana sujetando el pulgar y cruzando la cadera para romper la línea del codo; una guillotina crece cuando la columna del rival queda alineada y el antebrazo cierra el triángulo con la caja torácica. En no-gi, el control del talón exige dominar la “línea de la rodilla”; sin esa línea, el heel hook no es una amenaza real. Todo eso se entrena con una regla simple: primero la posición, luego la sumisión. Forzar sin control es receta segura de errores, pérdidas de posición… y lesiones.

Entrenar con cabeza: método, salud y lesiones

Una clase de BJJ suele organizarse en movilidad y calentamiento, técnica con repeticiones, situacionales —por ejemplo, empezar con alguien montado o con ganchos puestos— y rodajes a distintos ritmos. La intensidad es un acuerdo tácito: se sube o se baja en función de la experiencia, la forma física y el objetivo del día. En academias consolidadas se enseña un higiénico “tap early, tap often”: tapar a tiempo y sin ego preserva articulaciones, amistades y ganas de entrenar. También se cuida la etiqueta: higiene impecable, uñas cortas, chanclas fuera del tatami, avisar si algo molesta, preguntar si se permite subir el ritmo. Todo eso crea un clima en el que un cinturón blanco pueda aprender sin miedo y un cinturón alto pueda pulir sin necesidad de “ganar el entreno”.

Los riesgos existen, como en cualquier deporte de contacto. La casuística es conocida: rodilla (ligamentos, menisco) y hombro concentran buena parte de las lesiones; dedos y costillas sufren por la fricción y las palancas; los cuellos se cargan si se insiste en resistir estrangulaciones cerradas. La incidencia general es moderada si se respetan técnicas y protocolos, y menor en traumatismos craneales que en disciplinas de impacto. El mejor seguro es el método: calentar en serio, reforzar cadera y glúteo para estabilizar rodillas, estirar con cabeza, repartir cargas semanales y gestionar descansos. A la mínima señal rara, parar. No hay medalla al dolor.

El no-gi requiere atención extra en el tren inferior por la popularidad de los controles de pierna. Si se trabaja con heel hooks, la educación es obligatoria: entender dónde está el dolor “que avisa” y dónde empieza el daño real; acordar intensidad y avisos claros; entrenar con compañeros de fiar. En gi, cuidar agarres de dedos y no pelear rotaciones imposibles en media guardia ahorra molestias crónicas. Más allá del físico, el BJJ aporta un orden mental particular: enseña a respirar cuando todo va mal, a aceptar errores, a volver a empezar desde una posición mala sin ansiedad. No es terapia, pero se le parece.

Competición y presencia en MMA

El calendario deportivo del BJJ con kimono orbita los grandes campeonatos anuales y continentales, con ranking por temporadas, reglamentos estables y un arbitraje que se profesionaliza a base de cursos, exámenes y actualizaciones periódicas. El circuito no-gi vive una edad de oro: más opens, más superluchas, más eventos profesionales con bolsas y formatos que premian la sumisión. Ese empuje no-gi ha importado, además, hábitos de la lucha —entradas a pierna, defensas contra la jaula en eventos mixtos, cambios de nivel— y ha sofisticado el juego de piernas hasta convertirlo en una asignatura estratégica.

El BJJ y las MMA ya no se entienden por separado. Cualquier peleador serio aprende a cerrar triángulos, a negar guillotinas, a escapar de dorsales y a levantarse desde la jaula con técnica limpia. El BJJ aporta control posicional y finalizaciones; la lucha ofrece derribos y defensas; el boxeo y el muay thai, gestión de distancia y daño en pie. El peleador moderno combina esas capas sin ruptura y obliga al grappler deportivo a ser más completo: saber derribar, saber ponerse de pie, saber luchar contra la pared y, si toca, sumar puntos. Lo mismo ocurre a la inversa: el especialista en no-gi que compite bajo reglamentos que penalizan la pasividad aprende a forzar ritmos que antes no tenía.

No todo sucede en la élite. La realidad de los gimnasios —en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao o A Coruña— explica de verdad el crecimiento: más clases, más grupos por edad, más horarios, más variedad entre gi y no-gi, más entrenadores con formación específica y mejor preparación física aplicada al grappling. Se ven competidores de fin de semana que ajustan su calendario para cuadrar con estudio o trabajo, y veteranos que encuentran en el tatami una rutina de salud y comunidad. El tejido deportivo se alimenta de eso: salas llenas, eventos locales, oficiales formados y una cultura de respeto que evita que la popularidad diluya el estándar técnico.

Lo que perdura cuando se apaga el cronómetro

El BJJ, a estas alturas, se ha ganado una reputación doble: es un sistema eficaz para resolver conflictos físicos con control y es, al mismo tiempo, un deporte apasionante que engancha por su profundidad técnica. Aporta algo poco frecuente: democratiza el combate. Personas con perfiles físicos muy distintos pueden practicar juntas, progresar y competir con dignidad porque la técnica —la palanca, el ángulo, la presión— reduce las diferencias. Con kimono se abre un universo de agarres que invita a pensar despacio; en no-gi se acelera el intercambio, con scrambles y derribos que exigen reflejos templados. Elija cada uno su camino, o combine ambos. El idioma es el mismo.

Queda claro qué ofrece: defensa personal realista, condición física sin artificios, una ética de cuidado mutuo que sostiene el entrenamiento y una hoja de ruta para aprender a aprender con el cuerpo. No hay atajos milagrosos, sí métodos probados, entrenadores que conocen los atascos habituales y compañeros que hacen de sparring y de espejo. El BJJ no presume de épica ni de frases huecas: muestra resultados en el tatami. Se nota cuando una montada se estabiliza en tres segundos exactos; cuando un pasaje llega sin levantar la voz; cuando una sumisión se cierra sin prisas, con control, con ese punto de elegancia que separa lo bruto de lo bueno. A partir de ahí, todo encaja: el que entra por curiosidad se queda por utilidad, y el que llega por deporte entiende pronto que también es una herramienta de vida.

Para quienes buscan una definición limpia y actual, vale esta: BJJ es el arte de convertir la técnica en ventaja tangible. Se practica con normas claras, se compite con criterios medibles y se entrena con una cultura que favorece la seguridad y el progreso. La promesa no es otra que ésta: con tiempo, con práctica deliberada y con un grupo sano, cualquiera puede aprender a gestionar el caos del combate y a imponer orden bajo presión. Es un viaje exigente, sí. También, uno de los más adictivos que existen sobre un tatami.


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Este artículo se ha redactado con información contrastada y actualizada procedente de fuentes españolas fiables. Fuentes consultadas: Universidad Politécnica de Madrid, Federación Madrileña de Lucha, Federación Cántabra de Lucha, Consejo Superior de Deportes, NKL Budo Shop.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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