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Cultura y sociedad

12 de octubre: cómo fue el desfile entre abucheos y ausencias

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12 de octubre cómo fue el desfile

Foto de Barcex, en Wikimedia Commons, bajo licencia CC BY-SA 3.0

12 de octubre: desfile acortado, abucheos a Sánchez, ausencias autonómicas y calle menos densa. Datos y claves para entender bien la jornada.

El Día de la Fiesta Nacional de 2025 deja una imagen nítida: el desfile de Madrid se celebró sin incidentes de orden público y con el arrope de miles de personas, pero el clima político lo empujó hacia una lectura en clave interna. Los abucheos al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, volvieron a escucharse —ya son parte del paisaje— y la foto de la tribuna exhibió huecos simbólicos: sillas vacías de varios presidentes autonómicos y bajas en el banco ministerial. El cielo encapotado obligó a recortar la parte aérea y la sensación de una calle menos compacta que otros años alimentó el comentario de que había menos gente de lo habitual en algunos tramos. No fue una jornada bronca, aunque sí áspera, con mensajes cruzados y con un ojo puesto en la política territorial.

Los Reyes presidieron el acto, la parada marchó por el eje Atocha–Colón y se cumplió el guion esencial de la ceremonia, centrada en el homenaje a las Fuerzas Armadas. Participaron 3.847 militares524 mujeres— y el recorrido de 1.540 metros se cubrió en algo más de hora y media. Hubo novedades: conmemoración del 20.º aniversario de la UME, ausencia de la clásica Patrulla Águila —sustituida por la Formación Mirlo— y un desfile aéreo acortado por la nubosidad. Sobre ese lienzo, la política hizo el resto. El Gobierno acudió casi en pleno, con ausencias relevantes, y la oposición aprovechó el escaparate institucional para reforzar sus marcos. Las reacciones autonómicas oscilaron entre la apelación a la unidad y la distancia crítica. Y, en paralelo, se registraron incidentes periféricos: disturbios en Vitoria con detenciones y una acción de protesta en el Museo Naval.

Un 12 de octubre con ruido político y una calle sin agobios

La llegada de Sánchez activó los pitos y abucheos de costumbre. No fueron la nota dominante —el acto transcurrió en calma—, pero invadieron la banda sonora del arranque y sirvieron de munición para quienes querían subrayar la fractura política. El presidente respondió con institucionalidad y un mensaje de orgullo nacional: reivindicó la diversidad y la solidaridad del país. La escena es conocida, sí, pero el contexto le añadió capas: un año con debates abiertos sobre financiación, alianzas parlamentarias y una agenda territorial que colea.

En el asfalto, un detalle menos comentado en años anteriores: el público ocupó buena parte del trazado, aunque sin la sensación de aglomeración compacta de otros 12 de octubre. Se notaron huecos por tramos, más espacios entre corrillos y familias con margen para moverse. ¿Por qué? Varias claves: la previsión meteorológica —cielos grises, amenaza de chaparrón—, el recorte del segmento aéreo y el cansancio político que algunos operadores vinculan al clima nacional. Aun así, el arropo a las Fuerzas Armadas fue evidente, con aplausos sostenidos a la UME en su aniversario y curiosidad por el relevo de exhibición aérea.

El guion del desfile: foco en la UME, recorte en el aire

El esquema militar se ajustó al patrón clásico y puso a la UME en el centro del reconocimiento. Su despliegue, con énfasis en capacidades de respuesta ante emergencias, funcionó como recordatorio de un servicio valorado en todo el territorio. La Formación Mirlo tomó el relevo de la Patrulla Águila en la parte aérea, que se acortó por la nubosidad. No hubo virguerías cromáticas sobre el cielo de Madrid; sí un paso sobrio, más técnico que espectacular. La liturgia institucional —izado de bandera, homenaje a los caídos, saludo a las unidades— se desarrolló con precisión.

El recorrido volvió a dibujar la postal madrileña que va de la Glorieta de Carlos V a Colón, con el sutil cambio de ritmo que impone una participación de casi cuatro mil militares y una duración contenida en noventa minutos largos. El material rodado exhibió músculo, sin alardes excesivos. La recepción posterior en el Palacio Real mantuvo el formato habitual, con un detalle generacional: la infanta Sofía acudió por primera vez tras cumplir la mayoría de edad y la princesa Leonor vistió, como alférez, el uniforme de gala del Ejército del Aire y del Espacio.

La foto del poder, decantada por los huecos

La tribuna mostró presencias y ausencias que cuentan. Estuvieron los líderes institucionales principales y buena parte del Consejo de Ministros. No se sentaron, en cambio, varias caras del Ejecutivo por viajes o agenda: Mónica García (Sanidad), Sira Rego (Juventud e Infancia), Ana Redondo (Igualdad), Pablo Bustinduy (Derechos Sociales) y Carlos Cuerpo (Economía). Son bajas justificadas, pero visualmente sumaron a la narrativa del día. Santiago Abascal no subió a la tribuna y siguió el desfile desde la calle, una decisión que subraya su estrategia de marcar distancias con el Gobierno en escenarios de alta carga simbólica. Otra ausencia que trascendió: la del fiscal general del Estado, que excusó su asistencia por un asunto personal.

Ausencias autonómicas y lectura en clave territorial

El recuento autonómico alimentó la interpretación política. Hubo presidentes que declinaron acudir por agenda o por la situación meteorológica en sus comunidades —la dana Alice afectaba a varios territorios— y otros que tradicionalmente no participan. Entre las ausencias más notorias figuraron el lehendakari Imanol Pradales, Fernando Clavijo (Canarias) y Gonzalo Capellán (La Rioja). También excusaron asistencia por la dana la presidenta Marga Prohens (Baleares), Carlos Mazón (Comunitat Valenciana) y Fernando López Miras (Murcia). No es un bloque uniforme, ni todos responden al mismo motivo, pero la suma construyó una imagen de sillas vacías que la oposición al gobierno central interpretó como síntoma de falta de consenso.

La respuesta autonómica que sí habló acudió por otros canales. Salvador Illa apeló a proteger una España plural y de todos; Isabel Díaz Ayuso ligó la efeméride al “proyecto común”; Emiliano García-Page pidió recuperar el espíritu constitucional de pacto; Juanma Moreno se refirió a “la España serena que se entiende”; Jorge Azcón reivindicó unidad frente a la polarización; Alfonso Fernández Mañueco destacó el papel de Castilla y León en el encuentro entre dos mundos; y el canario Fernando Clavijo —aunque ausente— habló de una fecha para reflexionar sobre lo que une y la riqueza de la diversidad. Son mensajes de unidad con matices, perfilados para audiencias autonómicas que leen el 12 de octubre como celebración y, a la vez, como oportunidad de posicionamiento.

Barcelona, capital simbólica por un día

En Barcelona, 3.700 personas —según la Guardia Urbana— se manifestaron bajo el lema “Barcelona, capital de la Hispanidad”. Convocaron Espanya i Catalans y Cataluña Suma por España. La marcha tuvo un tono nítidamente político: críticas a Sánchez y al independentismo, bandera como identidad compartida y reivindicación de la Hispanidad como patrimonio cultural. No es el centro del acto institucional de Madrid, pero contribuye a explicar el estado de ánimo de una parte del país en una jornada cargada de símbolos.

Gobierno y oposición: mensajes cruzados en la recepción

La recepción en el Palacio Real dejó titulares. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, contestó al “Ánimo, Alberto” que Sánchez le lanzó en el Congreso días atrás con una frase de trazo grueso: “Estoy animado porque mi pareja no está en el juzgado, mi hermana tampoco y mi número dos no está en la cárcel”. El golpe, con referencias implícitas a polémicas judiciales que rodean a cargos del PSOE, buscó fijar agenda en un día institucional. La frase tuvo réplica inmediata en tertulias y redes, donde se debatió si era oportuno introducir ese tono en la Fiesta Nacional.

El presidente del Gobierno optó por el marco contrario: “orgullo de ser español”, orgullo de la gente, de su solidaridad y diversidad, de su patrimonio natural y de su cultura. Mensaje breve y clásico, alineado con el tono de la Casa Real, que difundió un saludo institucional acompañado de la bandera ondeando. La imagen que dejaron ambos en el Palacio fue de dos relatos que no se tocan: uno que eleva el tono de la crítica política y otro que lo baja al terreno de la simbología cívica. Sucedió, además, con la princesa Leonor en uniforme de gala y con Sofía debutando en la recepción tras la mayoría de edad —signos de continuidad que el tablero institucional cuida.

Vox, EH Bildu y los márgenes del tablero

Santiago Abascal, ausente de la tribuna y de la recepción, justificó su decisión con un argumento calculado: no quiere coincidir con Sánchez fuera del Parlamento. Movimiento coherente con la estrategia de su partido de subrayar la ilegimitación política del presidente, al menos en los gestos. EH Bildu, por su parte, marcó distancia total con la fecha: su secretario general, Arkaitz Rodríguez, defendió que “los vascos no tienen nada que celebrar”, caracterizando el 12 de octubre como día de opresión, colonialismo y negación de los pueblos. En los extremos del arco, en definitiva, se fijaron posiciones de rechazo frontal que también contribuyen a explicar el ambiente del día.

Menos densidad en las aceras: clima, recorte aéreo y percepción

Más allá del ruido, la densidad del público fue el otro tema de conversación. Las crónicas describieron una asistencia notable pero menos apretada que en ediciones recientes. Es cierto que el término “menos gente” es resbaladizo —no hay conteo oficial homogéneo—, pero sí se apreciaron tramos con huecos, más movilidad y un tono más relajado en la ribera del recorrido. El tiempo nublado jugó su papel: cuando el cielo amenaza, muchas familias apuran la llegada o directamente renuncian si el tramo elegido no ofrece buena visibilidad. El recorte del desfile aéreo también influye: parte del atractivo popular de la mañana reside en mirar hacia arriba y, cuando esa porción se reduce, el reclamo se enfría.

El aplauso a la UME y a unidades especialmente visibles —paracaidistas, unidades caninas, equipos de zapadores— sí mantuvo la complicidad. Hubo curiosidad por la Formación Mirlo, con comentarios de “echar de menos a la Águila” entre los habituales, algo lógico por pura costumbre. Y se detectó el fenómeno sociológico que se repite desde hace años: familias con niños que ven el desfile como plan de domingo más que como acto político; público veterano que vincula la parada a la memoria del servicio; y turismo ocasional que se topa con la ceremonia al final de un puente. El conjunto no fue ni mucho menos desangelado, aunque tampoco masivo hasta el agobio.

Incidentes periféricos: Vitoria tensa, protesta en el Museo Naval

Lejos de la Castellana, Vitoria vivió el episodio más feo del día: al menos 17 detenciones y una veintena de ertzainas heridos durante los enfrentamientos provocados por una concentración de Falange Española y la contramanifestación que intentó impedirla. La Ertzaintza contuvo a los grupos, pero la imagen del choque y los partes de lesiones devolvieron un reflejo que el 12 de octubre no desea: la violencia como subtexto. En Madrid, el Museo Naval registró otra sacudida simbólica: dos activistas de Futuro Vegetal arrojaron pintura roja biodegradable sobre el cuadro “Primer homenaje a Cristóbal Colón”, de José Garnelo, y fueron detenidas por un presunto delito contra el patrimonio. La acción buscaba denunciar la fiesta y amplificar el discurso climático desde la confrontación performativa.

Estos episodios quedaron fuera del corazón del acto —no afectaron al desfile—, pero contaminaron la conversación con el eco habitual: ¿cómo gestionar protestas antagonistas en días de alta carga simbólica?, ¿qué límites tiene la acción directa en espacios museísticos? Preguntas que volverán, porque el calendario cívico y la agenda activista se cruzan de forma previsible.

El detalle institucional que sí importa: continuidad, protocolo y mensaje

Hubo gestos cuidados en el protocolo. La foto de la familia real antes del desfile subrayó continuidad generacional y servicio. La posterior recepción funcionó como la gran aula política del día: saludos, corrillos, declaraciones al paso, comentarios off the record que ordenan jerarquías. La ministra de Defensa, Margarita Robles, felicitó a las unidades desplegadas en el exterior y puso en valor su generosidad, profesionalidad y entrega. Es un mensaje clásico, pero no por ello menos relevante: recuerda que la seguridad y la cooperación internacional son, también, parte de la identidad de la jornada.

En paralelo, el liderazgo del PP trabajó su relato con esa frase de Feijóo; Vox reforzó su distancia con el presidente y buscó la calle; PSOE y socios evitaron la bronca en el marco de la celebración y enfatizaron la normalidad institucional del día. En esa mirada de conjunto, el 12 de octubre no resolvió nada, pero dejó pistas: quién quiere disputar el centro simbólico del país, quién prefiere hablar a los propios y quién entiende la jornada como una pausa en la contienda.

El asiento vacío y sus mensajes

En la política española, una silla vacía pesa como un editorial. Las ausencias autonómicas no son inéditas, y cada año se registran excusas plausibles —agenda, viajes, emergencias—; sin embargo, cuando se encadenan varias en una misma edición, el efecto óptico es inevitable. La lectura rápida habla de división; la más matizada recuerda que la Fiesta Nacional convive con una arquitectura territorial compleja, en la que no todos los ejecutivos regionales sienten el mismo compromiso con la liturgia de Madrid. Con la dana Alice golpeando Baleares, Comunitat Valenciana y Murcia, la justificación de varios presidentes estuvo a la vista.

La otra silla que contó fue la de Santiago Abascal, no por quién la ocupaba, sino porque no se ocupó. Vox halló en esa ausencia un gesto programático: marcar frontera con Sánchez en el gran marco institucional del año. Son políticas del símbolo: no son neutras, tampoco lo pretenden.

La disputa del marco: unidad, orgullo y la sombra de la polarización

El 12 de octubre es muchas cosas a la vez y el malabarismo retórico es inevitable. Unidad es la palabra más repetida. Orgullo también. Lo es en el mensaje del Gobierno y en la felicitación de la Casa Real, y lo es en la oposición cuando apela a una España “de todos” y no de bandos. El contraste aparece en la práctica política, donde la mañana dejó imágenes que hablan de distancia: críticas al presidente, frase dura del líder de la oposición, ausencias calculadas y declaraciones en el perímetro que niegan a la propia fecha cualquier valor inclusivo. Es decir, la polarización no se detuvo por ser festivo. Se contuvo, que ya es algo.

¿Dónde encaja la ciudadanía en todo esto? En el aplauso a la UME, en el orgullo discreto de ver marchar a una hija que hace la mili, en el vecino que saca la bandera del balcón y se va a la comida del Pilar, en la pareja que recorta el paseo cuando ve que el cielo no abre. Miles de personas salieron y no hubo incidentes en el corazón del acto. La política se expresó en los márgenes, con el eco habitual, pero sin invadir la seguridad del desfile.

Cifras, símbolos y una pregunta de fondo

El conteo —3.847 militares, 524 mujeres, 1.540 metros de recorrido, 90 minutos— importa porque ordena el hecho. Los símbolos —bandera, formación aérea, homenaje a los caídos— importan porque conectan con la memoria. Y las palabras —unidad, orgullo, pluralidad— importan porque dibujan el marco. Lo que cambia de un año a otro es la onda política que atraviesa esa estructura. En 2025, la onda deja claro que la coexistencia entre la liturgia militar y el ring partidista se sostiene, pero cruje cuando el tablero sube de temperatura.

Lo que queda de este 12 de octubre en la política doméstica

El balance es reconocible: un desfile correcto, un público presente pero menos denso en algunos tramos, una parte aérea recortada por el clima y una tribuna donde se volvió a jugar la política por otros medios. El Gobierno quiso proyectar normalidad institucional y orgullo cívico; la oposición, contrastar con un golpe de efecto verbal y subrayar ausencias; los partidos a los márgenes, reafirmar sus posiciones de rechazo o distancia; y las comunidades, reivindicar su acento propio, unas asistiendo y otras quedándose en casa o ocupadas por el temporal.

¿Qué se lee para adelante? Que el 12 de octubre sigue siendo un termómetro de la cohesión simbólica del país. Que la UME ocupa un lugar unánimemente reconocido y que la institucionalidad del acto aguanta incluso cuando el ruido aprieta. Que la foto de las ausencias va a regresar a los argumentarios cada vez que el clima político se caliente. Y que el debate identitario —qué celebramos, cómo lo contamos, quién se reconoce en la fecha— no va a desaparecer. Este año se expresó con abucheos puntuales a Sánchez, frases duras desde la oposición, sillas vacías autonómicas, manifestaciones en Barcelona y protestas que rozaron el patrimonio o la convivencia en Vitoria. La democracia española metaboliza esos choques con rutinas de seguridad y protocolo. No es poco.

La España que marchó entre Atocha y Colón —con Mirlo en lugar de Águila, con la UME en portada, con un cielo que mandó— convivió con otra España que discute su relato en la tribuna, en los pasillos del Palacio y en la calle. Dos planos que no se anulan; se superponen. El 12 de octubre de 2025, entre abucheos y ausencias, lo confirmó con un retrato nítido: la liturgia resiste, la política no afloja y la ciudadanía se mueve entre ambos con una naturalidad que quizá explique por qué, pese al ruido, el desfile volvió a salir.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y medios españoles de referencia. Fuentes consultadas: EFE, RTVE, El Confidencial, Europa Press, Telemadrid, 20 Minutos, El País.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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