Síguenos

Salud

¿Se puede andar con el peroné roto sin empeorar la situación?

Publicado

el

chico intenta andar con el peroné roto

Caminar con el peroné roto es posible en casos estables. Explicamos riesgos, señales de alarma y cuándo la bota y la carga parcial ayudan ya.

El “sí” o el “no” dependen del tipo de fractura, su estabilidad y el tejido que la rodea. En una fractura estable del maléolo lateral (extremo distal del peroné), muchas unidades de trauma permiten apoyo progresivo con bota y según dolor, porque el tobillo conserva la congruencia y el riesgo de desplazamiento es bajo. En una fractura inestable —desplazada, con lesión de la sindesmosis o con afectación de más maleolos—, el apoyo temprano puede comprometer la alineación y la recuperación funcional; en esos casos la carga suele reservarse, y a menudo hay tratamiento quirúrgico. Las fracturas por estrés del peroné y algunas fracturas diafisarias o proximales se sitúan entre medias: la recomendación de caminar varía con la localización, la estabilidad y la intensidad del dolor.

La respuesta corta, entonces, es esta: sí, se puede andar con el peroné roto en escenarios concretos —sobre todo cuando la fractura es estable y está inmovilizada con bota—, pero no en todos los casos. Importa el diagnóstico exacto, la estabilidad radiológica, la presencia de lesiones ligamentosas y el plan de control (revisiones y radiografías). Forzar el apoyo sin ese encuadre puede aumentar el riesgo de desplazamiento, retardo de consolidación o dolor crónico. Lo sensato es situar cada caso en su mapa clínico: qué hueso se ha roto, dónde, cuánto, y qué más se ha lesionado alrededor.

No todas las fracturas de peroné son iguales: por qué la localización y la estabilidad cambian el “sí” o el “no” al apoyo

El término “peroné roto” abarca realidades distintas. A grandes rasgos, el maléolo lateral —la porción distal del peroné, en el tobillo— es el punto más frecuente. Aquí, la clave es la estabilidad del tobillo. Si el fragmento está en su sitio o apenas desplazado, la mortaja tibioperoneoastragalina conserva la congruencia y el tobillo no “cede”; en ese marco, el apoyo protegido y progresivo suele ser compatible con la consolidación. Cuando hay lesión de la sindesmosis (los ligamentos que unen tibia y peroné) o fractura combinada con el maléolo medial o posterior, el comportamiento biomecánico cambia y el apoyo temprano puede abrir la mortaja y desalinear.

En la diáfisis del peroné —el “tubo” del hueso—, el problema no es tanto el tobillo como el eje y la lesión de partes blandas. Si la fractura es aislada y estable, el apoyo funcional con bota y muletas puede contemplarse de forma escalonada; si coexiste lesión de la tibia, el escenario es otro: la pierna se vuelve biomecánicamente inestable y el no apoyo inicial es lo más frecuente. En el extremo proximal (cabeza del peroné), hay un caso particular: la fractura de Maisonneuve, que ocurre arriba pero por un mecanismo que lesiona la sindesmosis y el tobillo. Aquí, aunque el peroné proximal no cargue tanto peso, caminar sin control puede agravar la inestabilidad del tobillo.

Las fracturas por estrés del peroné se originan por sobrecarga repetitiva. Suelen ser no desplazadas y, con una bota para controlar el dolor, en muchos protocolos se admite apoyo según tolerancia. La ⁠modificación de la actividad y la progresión graduada son el eje; el dolor es un termómetro útil, pero no el único: las revisiones guían cuándo subir peldaños.

Qué suele permitir caminar y qué lo desaconseja: escenarios típicos y sus matices clínicos

En una fractura estable del maléolo lateral (en muchas clasificaciones, Weber A o algunas Weber B no desplazadas), la tendencia actual es más funcional: bota tipo “walker”, movilización temprana y apoyo progresivo “según dolor”. El objetivo es controlar la inflamación, evitar la rigidez y estimular la carga mecánica que favorece la consolidación. Esta estrategia no es “barra libre”: pide radiografías de control, un tobillo estable y seguimiento de síntomas.

Si la fractura es inestable —desplazada, bimaleolar, trimaleolar, con ensanchamiento de la mortaja o lesión franca de la sindesmosis—, el péndulo cambia. La prioridad pasa a restaurar y proteger la alineación. En muchos casos, se fija con placas y tornillos y se pauta una ventana de descarga más o menos amplia antes de permitir el apoyo. El tiempo exacto varía según el patrón de fractura y la calidad de la fijación, pero, incluso tras cirugía, cada vez hay más ensayos y series que avalan programas de carga más tempranos en pacientes seleccionados, bajo control clínico y radiológico.

En la fractura diafisaria aislada del peroné, si el foco es estable y la tibia está intacta, el apoyo protegido con bota y muletas puede estar en la hoja de ruta. El dolor, la hinchazón y la estabilidad guían los plazos. Cuando hay fractura de tibia asociada, el guion cambia: la tibia es el “pilar” principal de carga y suele necesitar protección estricta de la carga y, a menudo, fijación.

En la fractura proximal o “cabeza del peroné”, el hueso en sí soporta poca carga en bipedestación, pero la biomecánica del tobillo manda si la lesión es un Maisonneuve. La línea roja no es tanto la molestia arriba, sino la inestabilidad abajo: un tobillo que se abre en radiografías o con pruebas de estrés no tolera apoyo libre al principio sin asumir riesgos.

Por último, en fracturas por estrés del peroné, la mayoría consolidan con manejo conservador. Suele utilizarse bota para sortear el dolor y se permite apoyo según tolerancia desde fases tempranas, con una progresión pautada de actividad. Aquí, la técnica (cómo se camina), la frecuencia y el volumen importan tanto como la masa ósea y el descanso.

Qué dicen los hospitales y las guías: hacia protocolos funcionales, pero con condiciones claras

Los protocolos hospitalarios más recientes tienden a una movilización precoz y a permitir carga en fracturas de peroné estables, incluso desde las primeras semanas, a menudo con bota y muletas. En documentos de alta de clínicas de fracturas de Reino Unido, por ejemplo, se explica que el apoyo temprano puede acelerar la recuperación en fracturas de peroné no desplazadas o por estrés, siempre que se mantenga la protección y se avance según dolor. Estos folletos incluyen escalones temporales (0-2 semanas, 2-4 semanas, etc.) para disminuir el uso de muletas y retirar la bota de forma gradual cuando la clínica y las radiografías acompañan.

En cambio, cuando el tobillo es inestable —por ejemplo, tras una fractura bimaleolar, trimaleolar o una lesión significativa de la sindesmosis—, el plan de carga se hace más conservador tras la cirugía o durante el tratamiento ortopédico. Aun así, la literatura de los últimos años desafía algunos dogmas: series y revisiones tras fijación interna sugieren que la carga temprana puede ser segura en pacientes seleccionados, sin aumentar complicaciones, siempre que exista reducción anatómica, fijación estable y seguimiento estrecho. Esta no es una carta blanca: los resultados dependen del tipo de fractura, la técnica y la calidad ósea.

En fractura por estrés del peroné, los hospitales combinan modificación de actividad, bota y apoyo según tolerancia, con énfasis en educación de carga (andar “normal”, pasos cortos, evitar cojeras mantenidas) y revisión de factores de riesgo (volumen de entrenamiento, calzado, estado nutricional, tabaquismo). La progresión a carrera o saltos se pospone hasta que desaparecen el dolor a la palpación y la sensibilidad con la carga, y, si hace falta, con pruebas de imagen de control.

Riesgos reales de andar demasiado pronto: de la hinchazón persistente al retardo de consolidación

Caminar puede ser parte de la solución o de un problema, según el caso. El apoyo precoz en un patrón inadecuado —inestable, desplazado o mal protegido— puede desplazar el foco y obligar a reintervenciones. Existe el retardo de consolidación y la seudoartrosis como riesgos si el foco se micromueve de forma repetida o si el entorno biológico no acompaña (tabaquismo, comorbilidades). La malalineación de la mortaja en el tobillo puede derivar en dolor crónico y artrosis secundaria.

El dolor desproporcionado, el aumento de volumen tenso y el empeoramiento súbito son banderas rojas: aparte de complicaciones conocidas como el síndrome compartimental en fracturas de pierna de alta energía, un tobillo que no “aguanta” el apoyo tras una fractura supuestamente estable exige reevaluación. También preocupan los síntomas neurológicos (hormigueo, adormecimiento) y los signos vasculares anómalos (palidez, frialdad), así como la fiebre o el eritema en heridas quirúrgicas.

Sin necesidad de dramatismos, conviene reconocer los límites de lo que resiste cada fractura. La bota no es un salvoconducto si debajo hay un patrón inestable; y unas radiografías “tranquilas” de la primera semana no garantizan que el tobillo siga igual tras un tropezón o un aumento súbito de actividad.

Un calendario razonable (y flexible) de recuperación: plazos orientativos y por qué rara vez son matemáticos

La consolidación ósea del peroné, en términos generales, se mueve en el entorno de 6 a 8 semanas en fracturas no complicadas. Eso no equivale a volver automáticamente a la actividad previa sin molestias. El retorno completo a gestos exigentes (carrera, giros, saltos) suele desplazarse varias semanas más, y la progresión de carga se calibra con la clínica, la radiología y el control del edema. Hay variabilidad individual: edad biológica, nivel de actividad, calidad ósea y adherencia a los cuidados.

En fractura estable del maléolo lateral, muchos servicios plantean bota y apoyo según tolerancia desde el inicio, con retirada progresiva entre la segunda y quinta semana, si el dolor baja y la marcha se normaliza. La movilización temprana —flexo-extensión, círculos— favorece el retorno de la movilidad y reduce rigidez. En fracturas por estrés, el foco está en caminar sin dolor y subir volumen de forma gradual; la bota acompaña al andar y se retira cuando la marcha ya es fluida.

Tras cirugía por fractura de tobillo inestable, el guion cambia con la técnica y la fijación. Hay equipos que permiten carga parcial precoz (a las 2-3 semanas), mientras otros reservan el apoyo más allá de la cuarta o sexta si la estabilidad es dudosa o el dolor manda. Lo constante es la vigilancia: curas, control de la herida, valoración de la movilidad y la fuerza, y radiografías en los hitos.

En fracturas diafisarias aisladas del peroné, la carga funcional puede llegar antes si el eje está alineado y el dolor lo permite; con tibia asociada, el calendario lo marca el “pilar” principal de carga (la tibia). En fracturas proximales tipo Maisonneuve, el calendario lo dicta el tobillo y la sindesmosis: aunque arriba duela poco, el apoyo sin protección se retrasa si abajo hay inestabilidad o fijación reciente.

Cómo se anda cuando se puede andar: técnica, ayudas y pequeños detalles que marcan diferencia

No basta con un “puedes caminar”. Cómo se realiza el apoyo importa. Los primeros pasos se hacen con bota y, a menudo, muletas para distribuir carga. La consigna “andar lo más normal posible” no es un eslogan: la cojera mantenida altera la mecánica y puede cronificar dolor en tobillo, rodilla o cadera. Los pasos cortos y rítmicos, el contacto talón-punta dentro de lo tolerable y el tiempo de apoyo simétrico son objetivos básicos que aceleran la transición a la marcha sin ayudas.

La bota se usa de pie y caminando en la fase inicial, y se retira en reposo para movilizar, airear la piel e higienizar. El ajuste correcto —ni flojo ni lacerante— evita rozaduras y edema persistente. La elevación intermitente de la pierna ayuda a controlar la hinchazón, y la movilización temprana del tobillo (dentro de lo que permita la fractura) previene rigidez. El mensaje de fondo es mecánico: buena técnica + progresión gradual rinden más que sumar “pasos heroicos” con mala marcha.

En deportistas y trabajos físicos, la progresión no añade solo metros; añade intensidad y complejidad. Antes de correr, hay que caminar sin dolor, tolerar pendientes suaves, y sumar propiocepción y fuerza del tríceps sural y peroneos. La vuelta al impacto llega con criterios: sin dolor a la palpación, sin dolor al apoyo continuado y con una prueba funcional limpia (saltos bajos, cambios de dirección suaves).

Señales de que el plan de marcha no va bien: cuándo cambiar el paso y revisar el caso

Hay síntomas que piden revisar el plan: dolor que aumenta con los días pese a bajar la actividad; edema que no cede o empeora; sensación de “falla” del tobillo en cada apoyo; crujidos nuevos con dolor; y cualquier deformidad o enrojecimiento de la herida quirúrgica. La fiebre, el dolor nocturno progresivo o la hipersensibilidad que impide cualquier carga tras semanas de evolución también merecen nueva valoración.

En fracturas con fijación (placas, tornillos, tornillos transindesmal), hay que vigilar signos de aflojamiento y dolor localizado sugerente de irritación del material. En fracturas por estrés, que cursan con una clínica más sutil, el “dolor de fatiga” que reaparece al subir volumen puede indicar que la consolidación aún no tolera la siguiente marcha. En adolescentes, mujeres con baja disponibilidad energética, deportistas con picos de carga súbitos o personas con osteopenia/osteoporosis, la tolerancia a la carga puede ser distinta, y conviene integrar nutrición y programación del entrenamiento.

Palabras y etiquetas importan: “peroné” y “fíbula”, “maleolo” y “sindesmosis” (y por qué conviene ser preciso)

En informes y artículos puede aparecer “fíbula” como sinónimo anatómico de “peroné”. Tener claro el punto exacto de la rotura —maléolo lateral distal, diáfisis, cabeza del peroné— da pistas sobre qué se puede hacer de pie. El término “sindesmosis” no es un tecnicismo gratuito: que esté intacta o no decide, en gran parte, si la articulación “aguanta” la carga. También la palabra “estable” tiene contenido: significa que la mortaja no se abre al apoyar ni a las pruebas de estrés, y que la línea de fractura se mantiene alineada entre un control radiológico y el siguiente. En ese marco, andar con protección y sin dolor llamativo no solo es posible; ayuda.

Frente a ello, colocar la etiqueta “peroné roto” sin apellidos lleva a errores prácticos: nada tiene que ver caminar con una Weber A estable que con una bimaleolar o con una Maisonneuve. Comprender el apellido de la lesión evita decisiones binarias y permite planes realistas que se adaptan a la evolución.

Caminar sí, pero cuando el contexto lo permite

Caminar con un peroné roto no es una temeridad per se; tampoco un derecho automático. En fracturas estables del maléolo lateral y fracturas por estrés, andar con bota y progresar según tolerancia encaja con lo que muchos equipos consideran hoy buena práctica, porque la carga estimula la consolidación, reduce rigidez y acelera la vuelta a la función.

En lesiones inestables —por el patrón óseo o por la sindesmosis—, el apoyo sin protección no encaja al principio y la prioridad es proteger la alineación para no hipotecar el futuro del tobillo. Entre ambos extremos, hay matices: diafisisarias aisladas, postquirúrgicas bien fijadas, proximales con tobillo estable… Todas tienen su sitio en una escala más que en un interruptor.

La brújula, al final, no son las ganas de moverse —legítimas y útiles—, sino la estabilidad biomecánica comprobada y un seguimiento ordenado. Con eso, andar deja de ser una apuesta y se convierte en una herramienta.


🔎​ Contenido Verificado ✔️

Este artículo se ha elaborado con información contrastada de entidades sanitarias y publicaciones especializadas de España. Fuentes consultadas: SECOT, Revista Española de Cirugía Ortopédica y Traumatología, SERGAS, Hospital Universitario Sant Joan d’Alacant.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

Lo más leído