Historia
¿Cuáles son las religiones más sanguinarias de la historia?

Historia y cifras de la violencia religiosa: guerras, terrorismo y sacrificios de Estado, de aztecas a yihadistas, con datos y periodos clave
Las tradiciones que acumulan más episodios de violencia no lo son por una “esencia” homicida, sino por su alianza con el poder. Allí donde una fe se convirtió en ley del Estado o en bandera militar, la sangre corrió. En términos comparativos, los ciclos más letales documentados corresponden al cristianismo europeo cuando gobernó y guerreó (cruzadas, guerras de religión, inquisiciones), al islam en fases de expansión política y en su derivada terrorista contemporánea, y a varias religiones estatales de la Antigüedad —de Mesoamérica y los Andes al Próximo Oriente— que hicieron del sacrificio humano una institución. Los números, aun con márgenes de incertidumbre, son contundentes: la Guerra de los Treinta Años dejó más de 8 millones de muertos; las cazas de brujas europeas, 40.000–60.000 ejecuciones; la Inquisición española, miles; el califato yihadista perdió su territorio pero sus franquicias suman miles de víctimas anuales; el Templo Mayor de Tenochtitlan ha revelado centenares de cráneos empotrados en su tzompantli; los incas practicaron la capacocha con decenas de sacrificios infantiles documentados en cumbres andinas; el Cementerio Real de Ur ofrece fosas con decenas de servidores sacrificados; los faraones de la I dinastía enterraron cientos de acompañantes; y en Cartago se han hallado miles de urnas infantiles en el tophet, interpretadas mayoritariamente como sacrificios, aunque sigue el debate.
Para responder sin rodeos, dos claves operativas: violencia “hacia dentro” y violencia “hacia fuera”. Hacia dentro, son las leyes sagradas que castigan al propio fiel —blasfemia, apostasía, herejía— y las penas ejemplares que disciplinan a la comunidad. Hacia fuera, las guerras sacralizadas, los pogromos y el terrorismo. El patrón se repite en credos muy distintos: cuando la religión legisla, castiga; cuando manda, conquista. Y cuando no manda, hay sectas o milicias que sacralizan la violencia para imponer su verdad.
Cómo medir la violencia religiosa sin hacer trampa
El archivo histórico no ofrece una “tabla de goleadores” cerrada. No todas las épocas dejaron cifras comparables y abundan las crónicas hiperbólicas. Aun así, hay indicadores sólidos. Uno, la letalidad en conflictos con componente confesional claro y aparato de Estado: guerras de religión europeas, cruzadas, expansión de califatos. Dos, la institucionalización del sacrificio: cuando el ritual exige víctimas humanas y el poder lo organiza, el recuento se vuelve arqueológico. Tres, la represión penal inspirada en dogma: registros judiciales, edictos, ejecuciones por “delitos de conciencia”. Cuatro, el terrorismo que invoca la fe: balances anuales verificables.
En este marco, no hay una religión que “mata más” por naturaleza, sino ciclos de poder religioso que habilitaron violencia. Lo veremos por tradiciones y periodos, con números verificables y cautelas cuando las cifras dan de sí lo que dan.
Cristianismo con poder de Estado
Cruzadas, inquisiciones y guerras de religión
Cruzadas. Entre finales del siglo XI y el XIII, los ejércitos cruzados combinaron expedición militar, peregrinación y conquista. La toma de Jerusalén en 1099 culminó con una matanza ampliamente descrita por fuentes de ambos bandos; las cifras exactas son imposibles, pero hubo miles de víctimas en pocos días. En la ruta, pogromos contra judíos en Renania dejaron miles de muertos en 1096. En las cruzadas posteriores se sucedieron asedios y represalias con saldos variables, siempre altos para poblaciones civiles.
Inquisiciones. La Inquisición española (1478–1834) fue aparato de control con tres engranajes: tribunal, censura y confiscaciones. Ejecuciones: los recuentos archivísticos más aceptados hablan de entre 3.000 y 5.000 a lo largo de más de tres siglos, dentro de decenas de miles de procesos. La letalidad directa es muy inferior a la que la leyenda negra difundió, pero su capacidad de miedo y silenciamiento resultó inmensa. En otras coronas europeas hubo variantes inquisitoriales con saldo desigual.
Cazas de brujas. Entre los siglos XV y XVII, Europa ejecutó entre 40.000 y 60.000 personas —en su mayoría mujeres— por delitos de brujería. Alemania y Escocia fueron epicentros. En el célebre episodio de Salem (1692–1693), ya en Massachusetts, hubo 19 ajusticiados. El fenómeno combina teología, pánico moral, misoginia y crisis sociales.
Guerras de religión. El caso más mortífero es la Guerra de los Treinta Años (1618–1648). Más de 8 millones de muertos por combates, hambre y epidemias en el Sacro Imperio y sus aledaños, con participación de potencias católicas y protestantes. La religión fue bandera, pero la lógica de guerra total —saqueos sistemáticos, mercenarismo, “vivir sobre el país”— multiplicó la mortandad. Hubo otros episodios relevantes: las guerras de religión francesas del siglo XVI, con decenas de miles de muertos y episodios como la Noche de San Bartolomé (1572), y los conflictos en las Islas Británicas en el siglo XVII, con masacres sectarias.
En siglos posteriores, el cristianismo dejó de ser máquina de guerra estatal en Europa occidental, pero persistieron violencias religiosas locales o coloniales: misiones forzadas, represión de cultos nativos, pogromos antijudíos en el este del continente. En el siglo XX, minorías extremistas han cometido atentados con retórica cristiana, pero sin despliegue territorial ni letalidad sostenida comparable a las guerras confesionales clásicas o a redes yihadistas modernas.
Islam
Expansión política, derecho penal religioso y terrorismo contemporáneo
Califatos y sultanatos. Desde el siglo VII, el islam se configuró como religión de Estado. Las conquistas árabes integraron vastos territorios en décadas; a lo largo de siglos, la coexistencia con “gentes del Libro” alternó tolerancia fiscal con fases de coerción. La violencia religiosa hacia fuera adoptó formas de guerra y conversión bajo presión; hacia dentro, escuelas jurídicas tipificaron delitos como blasfemia, apostasía o sacrílego con penas severas, incluida la muerte en algunas interpretaciones.
Códigos penales de inspiración religiosa. En la actualidad, varios Estados mantienen delitos de blasfemia y apostasía, con condenas a muerte y largas penas de cárcel documentadas. En contextos como Pakistán o Irán, estas figuras han llevado a ejecuciones y linchamientos. Son datos judiciales, no retórica.
Terrorismo yihadista. Tras la caída territorial del “califato” en Siria e Irak, Estado Islámico fragmentó su estructura pero mantuvo capacidad de matar: miles de víctimas anuales en Oriente Medio, África y Asia, con el Sahel como epicentro reciente. Al Shabaab en Somalia o grupos afines en el Sahel occidental se disputan el triste liderazgo de letalidad. Su discurso se apoya en una lectura teocrática y apocalíptica que declara enemigo a quien discrepa, también a musulmanes.
Mesoamérica y Andes
Cuando el sacrificio fue política de Estado
Mexicas (aztecas). En Tenochtitlan, el Templo Mayor ha devuelto pruebas arqueológicas incontestables: el Huey Tzompantli, torres y muros construidos con centenares de cráneos humanos; altares con marcas de desollamiento; restos con señales de extracción de corazón. Las cifras gigantescas de algunas crónicas coloniales (decenas de miles en una sola ceremonia) son hiperbólicas, pero los hallazgos confirman sacrificios regulares y a gran escala. La guerra ritual —las llamadas “guerras floridas”— alimentaba ese ciclo: cautivos de batalla convertidos en ofrenda para sostener el orden cósmico.
Mayas. En ciudades como Chichén Itzá se han recuperado restos humanos en el Cenote Sagrado que evidencian sacrificios a lo largo de siglos. El registro antropológico muestra decapitaciones, extracción de corazón y —en ocasiones— sacrificios infantiles. No hay cifras exactas totales, pero hablamos de centenares de individuos documentados en distintos enclaves y periodos, con picos rituales en temporadas de sequía o crisis políticas.
Moche y Chimú (costa norte del Perú). En Huaca de la Luna se excavaron plazas con decenas de varones sacrificados —al menos 70 en uno de los niveles mejor estudiados— durante episodios de El Niño. Más tarde, ya bajo los chimúes, el sitio de Huanchaquito–Las Llamas reveló el mayor sacrificio infantil conocido en América: más de 140 niños y 200 llamas, ca. 1450 d. C., en un ritual para “apaciguar” el clima.
Incas. La capacocha llevó a sacrificios infantiles en alta montaña: mommias perfectamente preservadas en Llullaillaco, Ampato o Chañi muestran una liturgia protocolizada. El número total es desconocido, pero los hallazgos arqueológicos hablan de decenas de casos y fuentes coloniales apuntan a una práctica extendida en el Tawantinsuyo.
Balance regional. En Mesoamérica y los Andes, la violencia religiosa fue institucional: códigos cosmológicos que exigían sangre para mantener el mundo en marcha. No fue terrorismo —no pretendía sembrar miedo fuera del orden—; fue razón de Estado ritual. De ahí la densidad arqueológica de huesos, cráneos y ofrendas.
Egipto, Mesopotamia y el Mediterráneo
Sacrificios de corte, deportaciones sagradas y niños ante el altar
Egipto faraónico. En la I dinastía (ca. 3000 a. C.), entierros reales en Abydos aparecen rodeados de sepulturas subsidiarias: decenas en tiempos de Aha y cientos con Dyer (Djer), interpretadas como sacrificios de acompañamiento. Con el tiempo, la práctica desapareció y fue sustituida por figuras ushebti (sirvientes simbólicos). Ejecuciones de prisioneros y exhibición de cabezas existen en relieves, pero el sacrificio humano como política regular no sobrevivió al período arcaico. El Egipto clásico prefirió castigos corporales, trabajos forzados y pena de muerte en casos de alta traición o sacrilegio.
Mesopotamia. En la Mesopotamia histórica, Asiria y Babilonia fusionaron trono y culto. La violencia fue instrumento de dominación: deportaciones masivas (cientos de miles a lo largo de siglos), empalamientos, desollamientos exhibidos en relieves y masacres de ciudades rebeldes. Todo bajo legitimación religiosa: el rey actuaba “por mandato” de Aššur (Asiria) o de Marduk (Babilonia). En el Cementerio Real de Ur (sumerio), las “fosas de la muerte” contienen séquitos completos: una de las más célebres reúne 68 víctimas acompañando a la reina Puabi; otras, decenas de cuerpos con instrumentos musicales y objetos de lujo, señal de sacrificios de corte.
Fenicia–Cartago. El tophet de Cartago (y otros en el ámbito púnico) ha proporcionado miles de urnas con restos cremados de infantes y animales; estelas votivas aluden a ofertas a Baal Hammon y Tanit. La interpretación mayoritaria entiende que se trató de sacrificios infantiles institucionales a lo largo de siglos; una corriente minoritaria lo discute y propone que fueran cementerios de neonatos. Sea cual sea la proporción exacta, el volumen arqueológico indica miles de muertes rituales.
Judá y el Levante. La Biblia y otras fuentes denuncian sacrificios infantiles a Moloch en el valle de Hinnom (Géhenna) practicados por corrientes sincréticas; la arqueología en Jerusalén no ha encontrado un “tophet” equivalente al cartaginés, pero sí evidencias de prácticas severas en periodos de crisis. En todo caso, el marco mental que admitía la sangre como ofrenda existía en la región.
Asia y Europa ancestral
Shang, druidas, vikingos y otros cultos que no eran de terciopelo
Dinastía Shang y Zhou (China). En Anyang (Yinxu), capital tardía Shang, se han excavado miles de fosas con víctimas humanas: cautivos de guerra, sirvientes y ofrendas. Los huesos oraculares registran ceremonias en las que se sacrificaban docenas o centenares de individuos, a veces enterrados vivos o decapitados. Con los Zhou, la práctica se redujo pero no desapareció de golpe; persistieron entierros acompañados y ejecuciones rituales en cortes regionales.
Celtas. La evidencia es mixta. Las fuentes romanas —hostiles— describen ahorcamientos, decapitaciones y el célebre “hombre de mimbre”; la arqueología ha documentado cabezas trofeo y “bog bodies” (cuerpos en turberas) con marcas de sacrificio y “triple muerte” (golpe, estrangulamiento y corte), lo que sugiere rituales complejos. No hay cifras cerradas, pero docenas de casos están verificados.
Escandinavos. Crónicas medievales mencionan sacrificios en Uppsala cada nueve años, con animales y seres humanos. La arqueología respalda sacrificios de esclavos y cautivos en contextos funerarios de la Era vikinga y del periodo anterior, con individuos estrangulados, decapitados o enterrados como sirvientes. Las cifras globales son modestas frente a Mesoamérica o Shang, pero la práctica existió.
Eslavos, germanos y otros. En áreas eslavas y germánicas, registros y hallazgos dispersos apuntan a sacrificios ocasionales y a castigos rituales asociados al culto. No fueron sistemas masivos, pero sí recurrentes en enclaves y periodos concretos.
Judaísmo antiguo y extremos contemporáneos
De zelotes y sicarios a terror marginal
En el periodo del Segundo Templo, grupos como los zelotes —y su facción sicaria— practicaron asesinato político y insurrecciones contra Roma y élites locales. La Gran Revuelta (66–73) y la rebelión de Bar Kojba (132–135) se saldaron con decenas o cientos de miles de muertes por guerra y represión.
En la era moderna, la violencia judía de motivación religiosa aparece en márgenes minoritarios, con atentados puntuales —como la matanza de Hebrón de 1994— perseguidos por la justicia israelí. No existe una maquinaria de guerra religiosa judía contemporánea equiparable a redes yihadistas o a Estados teocráticos.
Hinduismo y budismo
Cuando se funden con el Estado: mayorías que muerden
India ha registrado violencia comunal dramática, como Gujarat 2002 (más de 1.000 muertos según cifras oficiales) o Delhi 2020 (53 fallecidos). Son pogromos y disturbios en los que organizaciones nacionalistas hindúes influyeron en el clima y, en ocasiones, en la impunidad.
En Sri Lanka, el grupo Bodu Bala Sena avivó oleadas antimusulmanas en 2014 con muertos y miles de desplazados. En Myanmar, el nacionalismo budista coció un caldo de cultivo para la persecución de los rohinyás: centenares de miles de personas expulsadas y denuncias de crímenes que una parte de la comunidad internacional tipifica como limpieza étnica.
El budismo no es intrínsecamente pacifista; depende de sus instituciones y del uso político que se haga del credo.
Nuevos cultos y violencia técnica
Del sarín al milenarismo armado
El siglo XX dejó casos de laboratorio. En Japón, la secta Aum Shinrikyō perpetró en 1995 un ataque con gas sarín en el metro de Tokio: 13–14 fallecidos y miles de afectados.
En África oriental, el Ejército de Resistencia del Señor secuestró a miles de menores, practicó masacres y esclavitud sexual durante décadas. También hubo atentados de extrema derecha envueltos en simbología cristiana o de sectores sijs en los años 80. La constante: milenarismo, líderes carismáticos y sacralización del enemigo.
¿Y dónde quedan Egipto, Babilonia, mayas o cartagineses en el “ranking”?
Si el lector exigiera una escala, habría que ordenarla por capacidad de administrar violencia. En el extremo están los Estados y civilizaciones que institucionalizaron el sacrificio o las guerras santas con aparato administrativo: mexicas, Shang, califatos en expansión, monarquías europeas confesionales, imperios mesopotámicos.
Un escalón debajo, sistemas donde la violencia religiosa fue episódica o disminuyó con el tiempo: Egipto tras su fase arcaica, nórdicos, celtas. En la franja contemporánea, la mayor letalidad se asocia a redes yihadistas y a Estados con derecho penal teocrático.
Números para fijar ideas (siempre en órdenes de magnitud fiables):
– 8+ millones de muertos en la Guerra de los Treinta Años.
– 40.000–60.000 ejecuciones por brujería en Europa.
– 3.000–5.000 ejecuciones por la Inquisición española.
– Miles de víctimas anuales por terrorismo yihadista desde 2014, con picos en el Sahel.
– Centenares de cráneos en el tzompantli de Tenochtitlan; más de 140 niños en Huanchaquito–Las Llamas; decenas de niños incas en cumbres andinas.
– 68 víctimas en una sola fosa del Cementerio Real de Ur; cientos de entierros subsidiarios en Abydos en tiempos de Dyer.
– Miles de urnas en el tophet cartaginés, con una lectura mayoritaria de sacrificio infantil.
– Miles (y a veces decenas de miles) de deportados en campañas neoasirias, repetidas durante siglos.
Estos números no son intercambiables: unos provienen de catástrofes bélicas (más muertos por enfermedad y hambre que por espada), otros de rituales estatales o de códigos penales que castigan creer “mal”. En conjunto, pintan un mapa: cuando la fe legisla o conquista, la estadística se vuelve roja.
Religión y poder: el umbral que dispara la sangre
La evidencia acumulada permite responder con precisión a la pregunta del título. Las religiones más sanguinarias de la historia son aquellas que, en su ciclo de hegemonía, se fundieron con el poder hasta convertir el dogma en ley y la guerra en mandato.
Eso explica por qué el cristianismo europeo produjo cruzadas, inquisiciones y guerras confesionales con millones de muertos; por qué el islam político dio códigos penales de blasfemia y apostasía y, en su vertiente insurgente, redes terroristas con miles de víctimas al año; y por qué civilizaciones precolombinas o dinastías chinas erigieron sistemas rituales que consumían vidas como razón de Estado. Egipto empezó con sacrificios de corte y los abandonó; Cartago dejó un campo de urnas que todavía discutimos pero que, por volumen, apunta a miles de infantes; Asiria y Babilonia convirtieron la destrucción y la deportación en un acto devocional hacia sus dioses tutelares.
En resumidas cuentas: no existe una “religión asesina” por esencia, sí arreglos institucionales que multiplican el riesgo. Cuanto más cerca está el altar del BOE o del cuartel, más suben los cadáveres. Donde el poder protege la libertad de conciencia, limita delitos de opinión y separa culto y ley, la violencia cae en todas las tradiciones. Donde el dogma se convierte en código penal o plan de guerra, regresan los cifros duros: miles en rituales de Estado antiguos; miles por año en terrorismo moderno; millones cuando la religión se fusiona con imperios y estados confesionales. Esa, con datos y sin adornos, es la respuesta.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: EL PAÍS, RTVE, ABC, La Vanguardia, EL PAÍS, El Confidencial, Museo Arqueológico Nacional.

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