Ciencia
Quién es Michaela Benthaus, primera astronauta discapacitada

Foto: profilo Linkedin de Michaela Benthaus
Perfil de Michaela Benthaus, ingeniera de ESA que volará con Blue Origin y será la primera astronauta en silla de ruedas en el espacio real.
Michaela “Michi” Benthaus es ingeniera espacial alemana y especialista en radio-ocultación marciana en la Agencia Espacial Europea (ESA). Ha anunciado que volará al espacio en un futuro vuelo suborbital de Blue Origin (New Shepard). Si se materializa tal como está previsto, será la primera persona que utiliza silla de ruedas en cruzar la línea de Kármán, el límite internacional del espacio. No hay una fecha pública cerrada: la compañía comunicará el manifiesto cuando corresponda. El dato relevante hoy es su perfil técnico y la confirmación de su próxima participación en una misión suborbital comercial, un movimiento que abre la puerta de la microgravedad a la discapacidad motora con un caso real y visibles adaptaciones de cabina.
El interés no se explica solo por el hito simbólico. Benthaus trabaja día a día en ciencia planetaria aplicada y formó parte de campañas de microgravedad en vuelos parabólicos para evaluar cómo deben diseñarse arneses, asideros, señalización y procedimientos cuando una tripulante no puede usar las piernas. Esa experiencia previa, sumada a su rol actual en la ESA y a su colaboración con AstroAccess, convierte su viaje en algo más que una foto: un ensayo general de accesibilidad espacial con impacto técnico. Hablar de “primera astronauta discapacitada en el espacio” no es, en su caso, una etiqueta hueca; es la descripción de una trayectoria que ha ido encajando piezas técnicas, médicas y operativas hasta que la microgravedad deje de ser un club exclusivo.
Una carrera de ingeniería con Marte en el horizonte
Benthaus, nacida en Alemania, se formó primero en Mecatrónica y más tarde se especializó en ingeniería aeroespacial. Tras pasar por laboratorios universitarios, centros de pruebas y proyectos de instrumentación, dio el salto a la ESA como Young Graduate Trainee en Leiden (Países Bajos). Su trabajo se centra en radio-ocultación para estudiar atmósferas, con un objetivo claro: extraer perfiles de presión y temperatura de Marte a partir de cómo se curva una señal de radio cuando atraviesa sus capas gaseosas.
La radio-ocultación, una técnica veterana y a la vez muy actual, consiste en medir minúsculas variaciones de frecuencia cuando una señal —generalmente entre un orbitador y una antena en la Tierra o entre dos naves— roza el borde del planeta y se refracta por su atmósfera. A partir de esas variaciones se reconstruyen perfiles verticales que ayudan a entender vientos, ondas, polvo en suspensión y el comportamiento estacional del CO₂. La ESA explota hoy dos plataformas clave —Mars Express y Trace Gas Orbiter (TGO)— y empuja nuevas geometrías de enlace para multiplicar las oportunidades de medida. Ahí, en esa intersección entre telecomunicaciones espaciales, dinámica orbital y procesamiento de señal, se mueve Benthaus.
El interés de sus tareas no es solo académico. Un perfil térmico bien resuelto apoya desde simulaciones de entrada, descenso y aterrizaje hasta la predicción de tormentas y la planificación de ventanas de observación. Además, la propia comunidad de radio-ciencia trabaja en cruzar datos de radio-ocultación con imágenes, espectros IR y mediciones in situ para reconstruir ciclos de polvo y eventos de escala regional que condicionan misiones. En esa cocina de datos, código, calibración y validación son el pan de cada día. Es el trabajo silencioso que sostiene titulares como el que hoy la sitúa en el centro de la conversación.
De la mecatrónica a la radio-ciencia: un paso natural
Quien mira su currículum detecta una continuidad técnica: sensores, control, electrónica, tratamiento de señal y luego su aplicación a misiones espaciales. La mecatrónica aporta músculo para entender límites de hardware, latencias, presupuestos de potencia, compatibilidad electromagnética. La ingeniería aeroespacial suma mecánica orbital, aerotermodinámica, comunicaciones de espacio profundo. Juntas explican por qué su transición a la radio-ocultación marciana no es un salto vacío, sino un paso natural para alguien que, además, está entrenada en experimentación en microgravedad.
Publicaciones, congresos y una agenda de datos marcianos
En los últimos meses, su nombre aparece asociado a resúmenes de congreso y comunicaciones técnicas sobre nuevas fuentes de radio-ocultación que involucrarían a TGO y estaciones terrestres para muestrear regiones y estaciones marcianas poco cubiertas. En paralelo, avanza la automatización del pipeline de ingestión, filtrado y perfilado, con la vista puesta en series largas y comparables que permitan estudiar tendencias interanuales. No es literatura menor: son los ladrillos que, apilados, construyen climatologías útiles para la próxima década de exploración marciana.
El antes y el después: un accidente, la rehabilitación y el primer “cero-G”
El 30 de septiembre de 2018, una caída practicando mountain bike le causó una lesión medular y la dejó parapléjica. Con 26 años, toda la energía se fue a rehabilitación y reconstrucción de rutina: reaprender movimientos, fortalecer tronco y brazos, probar deportes adaptados. La ingeniería no desapareció; quedó en pausa. Volvió más adelante, con más foco, cuando entró en contacto con AstroAccess, una iniciativa que reúne a personas con discapacidad para testear en vuelos parabólicos —los famosos “cero-G” terrestres— qué hay que cambiar en cabinas, procedimientos y señalética para que viajar sin gravedad sea seguro y efectivo para todos.
En diciembre de 2022, Benthaus participó en una campaña de parabolizados en Estados Unidos. No fue un paseo. Un vuelo parabólico encadena trayectorias en arco que generan períodos cortos de ingravidez (20–25 segundos) y otros de hipergravedad. Se documentan protocolos, se cronometra, se graba vídeo, se anotan errores y aciertos. Para quien no puede usar las piernas, el hallazgo es inmediato: hay que reubicar asideros, reforzar anclajes de tronco, aumentar redundancias sensoriales (luz y sonido) en alertas y pensar el “egress” —salida rápida— desde una posición sentada. Ingeniería aplicada, no teoría.
A partir de esa campaña, su rol en AstroAccess se consolidó como embajadora. De ahí a su anuncio de que volará en New Shepard hay una línea recta: probar, ajustar, llevar la accesibilidad a una cápsula real. Y sí, hay emoción. Pero lo que marca la diferencia es que este proyecto no se agota en una experiencia personal: deja documentación, protocolos, métricas. Eso es lo que cambia industria y cultura.
Qué implica viajar en microgravedad cuando se usa silla de ruedas
Los vuelos suborbitales plantean fases muy definidas: acceso a la torre, strap-in (arneses de cinco puntos), despegue, separación, ingravidez, reentrada y aterrizaje. Para una tripulante en silla, lo crítico es la interfaz entre el cuerpo y la cabina.
Primero, el asiento. Debe permitir anclajes suplementarios en cadera y tronco, que se sueltan de forma coordinada para los minutos de microgravedad y se abrochan con rapidez antes del retorno atmosférico. Segundo, puntos de agarre. La cápsula estándar incluye asideros; la diferencia está en dónde y a qué distancia. Cuando el control de piernas no existe, los brazos y la distribución del peso lo son todo. Tercero, señalización. En ingravidez, una alarma que exige girar el tronco o localizar un interruptor dentro de un cono de visión muy concreto no es accesible; hay que introducir pictogramas de alto contraste, instrucciones breves y aviso sonoro. Cuarto, procedimientos de emergencia. El tiempo real para un egress en desierto —Blue Origin aterriza en el oeste de Texas— debe medirse con equipos de rescate que sepan asistir a una persona en silla sin retrasos ni improvisación.
Estas medidas no son “accesibilidad estética”. Aumentan la seguridad global. Lo que funciona con una tripulante con discapacidad suele ser robusto para el resto. Es el diseño universal trasladado a una cápsula.
Qué es New Shepard y qué se sabe del vuelo
New Shepard es el sistema suborbital de Blue Origin. Un cohete reutilizable que despega y aterriza en vertical desde Launch Site One (Texas), y una cápsula autónoma que ofrece 10–12 minutos de misión: ascenso supersónico, cruce de la línea de Kármán —100 kilómetros—, varios minutos de microgravedad y regreso bajo paracaídas con un toque de retrocohetes a pocos metros del suelo. No hay piloto: la cápsula se controla por software y la tripulación viaja como astronautas comerciales con entrenamiento específico.
Lo que se sabe hoy del vuelo de Benthaus es claro y finito. Está prevista su participación en una misión futura de New Shepard; la fecha y el número de misión se comunicarán más adelante. En 2024 y 2025, el programa encadenó de nuevo vuelos tripulados tras su regreso al servicio, con perfiles estables y una operación cada vez más procedimentada. La colaboración entre Blue Origin y AstroAccess ha ido a más, con talleres de trabajo dedicados a estandarizar mejores prácticas de accesibilidad en vuelo. Ese es el ecosistema en el que aterriza —y despega— su historia.
Por qué importa el matiz: “primera en silla de ruedas” frente a otros “primeros”
Cuando se habla de “primera astronauta discapacitada en el espacio”, conviene aclarar el campo semántico. En 2021, la estadounidense Hayley Arceneaux, con una prótesis interna por un cáncer de infancia, voló a órbita con SpaceX. Fue un precedente poderoso que demostró que una condición médica relevante no impedía participar en una misión en condiciones de seguridad. Pero no era usuaria de silla de ruedas ni tenía paraplejía. En el plano institucional, el británico John McFall, amputado de miembro inferior, es el primer astronauta con discapacidad que ha recibido certificación médica para misiones de larga duración en la Estación Espacial Internacional. No ha volado todavía, aunque su avance marca una barrera superada. La novedad de Benthaus es concreta: la primera persona en silla de ruedas que alcanzará el espacio en un vuelo suborbital comercial.
Ese contexto evita confusiones y pone cada hito en su sitio: Arceneaux abrió camino en órbita con prótesis interna; McFall normaliza el acceso institucional a misiones largas con prótesis; Benthaus lleva una silla a microgravedad real y a la definición internacional de espacio. Tres movimientos diferentes, complementarios, que apuntan a una misma dirección: capacidad demostrada por encima de prejuicios.
Lo que ya está confirmado y lo que falta por saber
Hoy hay hechos firmes. Benthaus trabaja en la ESA como YGT en radio-ocultación marciana y tiene actividad científica visible. Es parapléjica desde 2018 tras un accidente practicando mountain bike. Ha participado en vuelos parabólicos como embajadora de AstroAccess y probado soluciones de accesibilidad en microgravedad terrestre. Ha anunciado que volará en New Shepard. Y Blue Origin mantiene operativo y tripulado su sistema, con misiones recientes que siguen el perfil estándar de 10–12 minutos.
Faltan dos datos públicos: la fecha concreta y el manifiesto oficial con la tripulación. No es extraño. Blue Origin acostumbra a anunciar nombres con poca antelación y, en ocasiones, reserva detalles hasta que la campaña de lanzamiento está en marcha. La operación es comercial y el entrenamiento —trajes, comunicaciones, checklist, briefings de emergencia— discurre en privado hasta el anuncio.
Mientras tanto, lo importante es que el valor técnico del vuelo está bien definido: no requiere un perfil de esfuerzo prolongado, la cápsula es espaciosa, el strap-in se puede adaptar y hay margen para introducir asideros y señalética específicos sin alterar la seguridad del conjunto. Precisamente por eso New Shepard es una plataforma adecuada para validar accesibilidad en microgravedad.
Ingeniería de la accesibilidad
Del diseño universal a la cabina
La accesibilidad espacial no se reduce a colocar un asidero extra. Es una ingeniería de sistemas. Empieza con una evaluación de riesgos realista (¿qué puede fallar en cada fase del vuelo para una persona con paraplejía?) y continúa con soluciones concretas:
Interfaz asiento-cuerpo. Arnés principal de cinco puntos con acoples laterales en tronco, introducción de cinchas de liberación rápida y puntos de sujeción para estabilizar rotación involuntaria en microgravedad. En la práctica, evitar que el cuerpo gire cuando se suelta el arnés es tan importante como flotar.
Asideros y movilidad en cabina. Diseño de una “ruta de manos” que conecte asiento, ventanales y zona de experimentos. Distancias y ángulos medidos para brazos de distinta envergadura. Recomendación de guantes con agarre y muñequeras para proteger articulaciones en fases de hipergravedad.
Señalización y comunicación. Doble canal luminoso y sonoro para avisos (ingravidez, “strap-in”, turbulencia) con pictogramas claros a altura visual desde posición sentada. Evitar textos largos. Evitar ubicaciones que obliguen a torsiones.
Procedimientos de emergencia. Desarrollo de un egress cronometrado que contemple asistencia externa con silla a pie de cápsula y coordinación con equipos médicos sobre terreno árido. Checklists de redundancia para casos de fatiga de brazos tras la fase de ingravidez.
Entrenamiento previo. Simulación de ingravidez en parabolizados con escenarios de fallo: una hebilla que cuesta abrir, una desorientación al flotar, una alarma que coincide con un giro de cabina. Nada improvisado.
Este enfoque no resta epicidad. Aumenta la seguridad y reduce la incertidumbre operativa. Lo que se aprende aquí sirve para órbita baja mañana. Toda esa documentación se comparte en talleres y foros sectoriales, el camino que transforma un ajuste ad hoc en estándar de industria.
Precedentes, comparaciones útiles y un cambio cultural medido
El vuelo de Hayley Arceneaux en 2021 fue orbital y de tres días alrededor de la Tierra. Su participación demostró que una prótesis interna no es una barrera para entrenar, vivir y trabajar en microgravedad. El caso de John McFall es institucional: la ESA ha certificado que un amputado de miembro inferior con prótesis es apto para larga duración en la EEI. Ese aval médico marca una línea de salida para su asignación de vuelo.
El de Michaela Benthaus es comercial y suborbital, con una cápsula pensada para pasajeros y experimentos breves. Pero su singularidad —silla de ruedas— exige diseños específicos que, una vez probados, subirán de nivel a órbita. Es el modo habitual en la industria: probar en entornos controlados, ajustar y normalizar.
Todo esto no es solo cultura o narrativa. Tiene efecto regulatorio. Los manuales de operaciones y requisitos de certificación de compañías suborbitales y, a su tiempo, de vehículos orbitales comerciales, incorporarán parámetros de accesibilidad: ubicación de asideros, fuerza de hebillas, tiempos reales de egress asistido, gestión de medicación y dispositivos médicos en microgravedad, protocolos de rescate en superficies poco transitables para sillas convencionales. Traducido: más mercado y más seguridad para todos.
El día-D de una misión suborbital: fases y procedimientos
Horas antes del despegue, la tripulación recibe briefings de seguridad, se cambia a mono de vuelo, realiza chequeos de comunicaciones y practica gestos técnicos que deben salir de memoria muscular. El traslado a la torre culmina en un ascensor hasta la pasarela de acceso. En la cápsula, cada asiento tiene su panel. El strap-in es doble: cinturón de cintura y arneses de hombros y entrepierna. Para Benthaus, el equipo habrá integrado una solución de anclaje de tronco y, probablemente, tiradores accesibles desde posición sentada para liberar con un par de gestos.
El cohete enciende su motor BE-3 de hidrógeno y oxígeno líquidos, acelera hasta velocidades supersónicas y, poco después, se produce la separación. La cápsula sigue inercial más allá de los 100 km. Microgravedad. Ahí empieza una coreografía distinta: moverse por la cabina solo con brazos, orientarse con referencias visuales claras, mantener una rutina para volver al asiento a la orden. Los minutos pasan rápido. Vuelve la alarma de strap-in, se cierran arneses, reentrada con cargas g suaves, paracaídas, amortiguación final. Desde el primer tornillo hasta el último tirador, el vuelo es procedimiento.
Impacto educativo y vocacional: referentes que cambian la foto
El caso Benthaus tiene un componente educativo incuestionable. Colegios, institutos, universidades encuentran ahora un referente europeo que trabaja ciencia y, a la vez, vuela con discapacidad motora. Esa doble condición es poderosa. Muestra que la excelencia técnica y la accesibilidad no solo conviven, sino que se potencian. El efecto derrame no se mide en un trimestre; se ve en vocaciones STEM, en proyectos fin de carrera que abordan problemas reales de accesibilidad en aeronáutica y espacio, en startups que empiezan a pensar productos y servicios para microgravedad con diversidad funcional en mente.
A nivel de industria, este tipo de vuelos genera demanda. Lo que hoy es una excepción puede convertirse en requisito de mercado: si hay clientela con discapacidad y capacidad económica (o patrocinio), habrá vehículos y servicios ajustados a sus necesidades. Se crearán sellos de accesibilidad, auditorías y estándares. Y todo ello tendrá retorno en aviación comercial, transporte y arquitectura. El espacio, paradójicamente, es un banco de pruebas que termina mejorando la vida en Tierra.
Lo que vendrá después del salto: de la microgravedad a la norma
¿Qué sucede después de que una persona en silla de ruedas cruce la línea de Kármán? Primero, documentación. Cada ajuste —asidero, arnés, procedimiento— deja traza: tiempos medidos, incidencias, propuestas de mejora. Segundo, transferencia. Esas lecciones se llevan a programas formativos de tripulaciones comerciales y a requisitos de vehículos. Tercero, ampliación. Se explora compatibilidad con otras discapacidades (sensoriales, neurológicas) y se prueba en vuelos parabólicos adicionales. Cuarto, escala. Cuando la actividad comercial suba un peldaño —estancias en órbita baja de varios días— habrá que replantear dormitorios, aseos, instrumentos y rutas internas pensando en movilidad sin bipedestación. Lo aprendido en suborbital es la base.
La otra consecuencia es cultural pero medible: fotografías y retransmisiones de un vuelo como este cambian la imagen estándar del “astronauta”. A partir de ahí, medios, libros de texto y campañas públicas incorporan esa diversidad como normalidad. No se trata de “inspirar por inspirar”. Se trata de mover instrumentos, reuniones y presupuestos hacia un diseño inclusivo con retorno en seguridad y mercado.
Un paso que normaliza el espacio
Michaela Benthaus no aparece de la nada. Llega con años de estudio, trabajo en la ESA, vuelos parabólicos, documentos técnicos y una discapacidad gestionada con criterio para convertirla, precisamente, en información útil. Su próximo vuelo en New Shepard cristaliza ese recorrido en un hito operativo: demostrar que una usuaria de silla de ruedas puede entrenar, subir, flotar, operar y volver con los mismos estándares de seguridad y procedimiento que el resto. Siendo estrictos, la novedad no es solo “quién” se sube, sino cómo se adapta la cabina y se documenta para que vuelva a ocurrir con naturalidad.
En un calendario que todavía reserva fecha y manifiesto, lo sólido ya está encima de la mesa: capacidad técnica, entorno comercial activo y voluntad explícita de convertir la accesibilidad en procedimiento. Es la fórmula que hace que un titular no se quede en anécdota. Si el espacio quiere ser industria y no solo hazaña, tiene que parecerse más a esto: datos, ensayo, ajuste y vuelo. Y aquí, con nombre y apellidos, Michaela Benthaus está a punto de demostrarlo.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: RTVE, El Confidencial, El País, ABC.

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