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Que grado de minusvalía tiene la fascitis plantar y por qué

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que grado de minusvalía tiene la fascitis plantar

Fascitis plantar y discapacidad en España: cómo se valora el porcentaje, cuándo se alcanza el 33% y qué papeles sostienen el reconocimiento.

La fascitis plantar, por sí sola, no tiene asignado un porcentaje fijo de discapacidad en España. El diagnóstico no determina el número: lo hace el impacto funcional medido con el baremo estatal vigente. En la práctica, muchos casos leves o bien controlados con tratamiento conservador no alcanzan el 33%, que es el umbral administrativo a partir del cual se considera reconocida una discapacidad. Cuando el dolor de talón es crónico, refractario y limita caminar, estar de pie o realizar tareas básicas con normalidad, sí puede reconocerse un porcentaje igual o superior al 33%, siempre con informes clínicos que documenten esa limitación.

El sistema funciona con un enfoque uniforme para todas las comunidades autónomas. Un equipo multiprofesional analiza pruebas e informes médicos y aplica tablas de valoración que ponderan deficiencias, limitaciones en la actividad y restricciones en la participación, además de barreras del entorno. El resultado es un porcentaje individualizado. Por eso, dos personas con “fascitis plantar” pueden recibir valoraciones distintas: una retoma su vida habitual tras fisioterapia y plantillas; otra, con talalgia persistente, marcha claramente antálgica y mala tolerancia a la bipedestación prolongada, suma puntos suficientes como para situarse en o por encima del 33%.

Lo que se reconoce hoy en España

El término coloquial “minusvalía” sigue en la calle, aunque la denominación legal y administrativa es “discapacidad”. El reconocimiento oficial no se concede por etiquetas diagnósticas, sino por lo que esa patología concreta provoca en la vida diaria. En fascitis plantar, el abanico es muy amplio: desde cuadros autolimitados que mejoran con estiramientos, calzado amortiguado y medidas de descarga, hasta dolor crónico que condiciona cada paso. El porcentaje de discapacidad refleja ese impacto real y se plasma en una resolución administrativa emitida por la comunidad autónoma correspondiente.

La cifra clave en la conversación pública es el 33%. A partir de ese umbral, se activa el reconocimiento administrativo de “persona con discapacidad”, con efectos sociales y económicos: acceso a medidas de empleo, adaptaciones de puestos y pruebas, prioridad en determinados recursos, descuentos y beneficios fiscales, además de posibles ayudas individuales. Conviene subrayarlo: que exista una fascitis plantar no significa tener, de entrada, ese 33%. El expediente debe acreditar limitaciones sostenidas y objetivas: tiempos de bipedestación muy reducidos, necesidad de pausas frecuentes, uso de férulas nocturnas o ayudas técnicas, dificultad para subir y bajar escaleras, incapacidad para cargar objetos o realizar desplazamientos cotidianos sin dolor incapacitante.

El baremo estatal —alineado con la Clasificación Internacional del Funcionamiento (CIF) de la OMS— ordena el análisis en dominios: funciones corporales, actividades, participación y factores contextuales. La exploración física del especialista, las pruebas de imagen cuando están indicadas (ecografía para valorar engrosamiento o cambios de la fascia, radiografía en caso de espolón calcáneo sintomático), la historia de tratamientos (fisioterapia, estiramientos, ortesis plantares, infiltraciones) y la evolución temporal son la base. La foto final no es la del primer día, sino la del trayecto clínico: qué se ha hecho, durante cuánto tiempo y con qué resultado.

En este marco, la frase que tanta gente busca en Internet —qué grado de minusvalía tiene la fascitis plantar— tiene una respuesta nítida y a la vez matizada: no hay una cifra predeterminada; sí hay casos que, por su intensidad y persistencia, alcanzan el 33% o lo superan, y hay otros muchos que no llegan porque el dolor cede y la funcionalidad se recupera.

Cómo se valora el porcentaje con el baremo actual

La valoración no es un examen teórico, sino una medición funcional estructurada. El equipo evalúa cómo camina la persona, cuánto tiempo tolera estar de pie sin que el dolor escale, si puede subir y bajar escalones de forma segura, si necesita apoyos (bastones, férulas) y en qué medida las tareas cotidianas —preparar la comida, asearse, desplazarse en transporte público, cumplir una jornada— se ven comprometidas. Cada una de estas capacidades se ubica en rangos con descriptores claros, que traducen el lenguaje clínico al lenguaje del baremo.

El dolor es central, pero no se toma de forma aislada. Se valora su intensidad, frecuencia, duración y respuesta a tratamientos razonables. Una talalgia que aparece al levantarse y se disipa con el movimiento, sin impedir la actividad laboral ni social, suele puntuar poco. Una talalgia que despierta por la noche, que obliga a parar cada pocos minutos, que impide completar una jornada de pie en oficios como la venta, la hostelería, la sanidad o la industria, y que no mejora tras meses de estiramientos guiados, ortesis y fisioterapia, puntúa más.

El contexto pesa. No es lo mismo una fascitis plantar en una persona con trabajo sedentario que en alguien que debe permanecer ocho horas de pie. Tampoco es igual en una persona joven, sin comorbilidades, que en otra con obesidad severa, rigidez del tobillo o pie cavo/pronato que agrava la mecánica de la fascia. El baremo permite integrar estos factores y ajustar la valoración a la realidad concreta.

Qué pesa más en la evaluación funcional

Hay ámbitos que, en la práctica, resultan decisivos:

La bipedestación. ¿Cuánto tiempo consecutivo puede mantenerse de pie antes de que el dolor se vuelva limitante? Si hablamos de minutos contados y necesidad de sentarse con frecuencia, la puntuación crece.

La marcha. Se mide la distancia que se recorre sin dolor incapacitante, la velocidad y la seguridad. Una marcha antálgica sostenida, con cambios en la pisada para evitar el apoyo del talón, indica afectación funcional relevante.

Las transferencias y cambios posturales. Ponerse de pie desde sentado, elevarse sobre la punta o el talón, agacharse y volver a subir. La fascitis plantar puede convertir estos gestos simples en maniobras dolorosas que ralentizan o impiden tareas.

La necesidad de ayudas. Férulas nocturnas, plantillas personalizadas de uso continuo, bastones en fases de reagudización. La dependencia de dispositivos añade puntos cuando la ayuda es estable y justificada.

La persistencia en el tiempo. Un cuadro que persiste más allá de 6 a 12 meses pese a tratamientos escalonados y bien pautados orienta a repercusión crónica. En esos casos, el baremo refleja la suma de limitaciones que no ceden.

El análisis no olvida el entorno. Pavimentos duros, puestos de trabajo sin posibilidad de sentarse, jornadas fragmentadas que no permiten descansos, escaleras sin ascensor, itinerarios largos para llegar al empleo. La discapacidad no es solo lo que ocurre en el cuerpo; también lo que pasa al interactuar con el entorno.

Cuándo la talalgia del talón suma hasta el 33% o más

En fascitis plantar, los cuadros más frecuentes son los que mejoran con medidas conservadoras. Estiramientos específicos de la fascia y del complejo gastrocnemio-sóleo, calzado con buena amortiguación, plantillas para descargar el arco, fisioterapia basada en carga progresiva, cambios temporales de actividad y, en casos seleccionados, infiltraciones corticoideas o con otros agentes. La cirugía —por ejemplo, la liberación parcial de la fascia— es la última estación, reservada a casos rebeldes.

Ese itinerario explica por qué no es habitual que la fascitis plantar “sume” porcentajes elevados de discapacidad. Pero los hay. ¿Dónde aparece ese 33%? En dolores bilaterales que dificultan caminar en cualquier superficie; en personas que no toleran la bipedestación más de unos minutos y necesitan paradas constantes; en trabajos cuya exigencia de pie no admite ajustes razonables; en cuadros con espolón calcáneo doloroso que no cede, rigidez del tobillo y alteraciones biomecánicas que perpetúan la inflamación. Si, además, el expediente documenta que se han seguido las pautas recomendadas durante meses sin mejora sostenida, el porcentaje tiende a elevarse.

La cronificación es el factor que más cambia la foto. Un dolor que dura más de un año, con altibajos pero sin una ventana de recuperación clara, condiciona el día a día. Se reflejan renuncias: se dejan de hacer compras a pie, se evitan trayectos medios, conducir más de cierto tiempo se vuelve una tortura por el apoyo en el pedal, subir escaleras es una traba diaria. Esta constelación de datos, cuando se acredita con informes de traumatología, rehabilitación y fisioterapia, suele sostener una valoración igual o superior al 33%.

Hay, además, situaciones mixtas. Personas con fascitis plantar y otras patologías del pie —tendinopatía de Aquiles, metatarsalgia, artrosis subastragalina— o comorbilidades musculoesqueléticas (lumbalgia crónica con irradiación, artrosis de rodilla) en las que el impacto combinado eleva el porcentaje. El baremo no prohíbe valorar conjuntamente cuando procede: el resultado final integra la afectación global.

La clave, insistamos, no es poner “nombre y apellido” a la lesión, sino cuánto limita. Hay expedientes de fascitis plantar unilateral que alcanzan el 33% por la magnitud de la limitación; y hay fascitis bilaterales que no llegan porque responden al tratamiento y la persona recupera una funcionalidad aceptable.

Discapacidad y incapacidad: figuras que no son iguales

Se confunden con frecuencia y conviene separarlas. La discapacidad es un reconocimiento administrativo que expresa en porcentajes el impacto de una condición de salud en la actividad y la participación. Lo emiten los órganos competentes de cada comunidad autónoma (los antiguos centros base) aplicando el baremo estatal. El porcentaje más referencial es el 33%. Ese certificado permite acceder a medidas de empleo, adaptaciones en procesos selectivos, ayudas individuales, productos de apoyo, recursos educativos y beneficios fiscales, entre otros efectos.

La incapacidad permanente, en cambio, es una prestación del sistema de Seguridad Social que evalúa si una persona puede o no desempeñar su profesión habitual (o cualquier profesión, según el grado). Tiene categorías como total, absoluta o gran invalidez y sus efectos son económicos (pensión). Las dos figuras pueden convivir: alguien puede tener reconocida una incapacidad permanente total para su oficio y, a la vez, un certificado de discapacidad con su propio porcentaje, tramitado por la comunidad autónoma. A efectos fiscales, cuando existe una incapacidad permanente total, absoluta o gran invalidez, se presume un grado de discapacidad de al menos el 33%, circunstancia que agiliza determinados beneficios tributarios. Pero para acceder a otros recursos sociales suele exigirse el certificado autonómico vigente.

¿Por qué importa esta distinción aquí? Porque muchas personas asocian la pregunta “qué grado de minusvalía tiene la fascitis plantar” con la expectativa de una pensión. Y no es el caso. La pensión depende de la incapacidad para el trabajo; la discapacidad depende de la limitación en la vida diaria. Son puertas distintas, con criterios y órganos distintos, aunque a veces una abra la otra en ámbitos concretos.

Documentación útil y pruebas que marcan la diferencia

Los expedientes sólidos no se sostienen en impresiones, sino en evidencia. ¿Qué conviene reunir cuando el dolor de talón no remite y se están valorando opciones de reconocimiento?

Informes de traumatología, medicina física y rehabilitación y podología que describan la exploración (puntos dolorosos en la inserción de la fascia, engrosamiento, pruebas de estiramiento de la fascia plantar, valoración de cadena posterior), la planificación terapéutica y la evolución. Importa que consten tiempos: semanas de estiramientos diarios, ciclos de fisioterapia, uso de plantillas personalizadas, descanso relativo, cambios de calzado. Mejor si cada informe sitúa una fecha de inicio y una de revisión, con resultados claros (por ejemplo, “tolera 20 minutos de bipedestación continua; marcha con dolor a partir del kilómetro; requiere sentarse cada 15 minutos” ).

Resultados de pruebas de imagen cuando están indicadas: ecografía para medir el engrosamiento de la fascia y detectar hipoecogenicidad o desgarros parciales, radiografía si se sospecha un espolón calcáneo con correlación clínica, resonancia magnética en cuadros atípicos. No porque una prueba “dé más puntos” por sí sola, sino porque ayuda a cerrar el diagnóstico y, sobre todo, a explicar la persistencia del dolor en casos rebeldes.

Informes de fisioterapia con objetivos y métricas: rango de flexión dorsal del tobillo, fuerza del tríceps sural, tolerancia a la carga progresiva, distancia caminada sin dolor relevante, respuesta a la terapia manual, a la electroterapia cuando se haya aplicado, y adhesión a programas de estiramientos. La fisioterapia no es solo tratamiento; también es documentación funcional de primera mano.

Constancia de ayudas técnicas: férula nocturna si se mantiene en el tiempo, plantillas hechas a medida con informe del profesional que las prescribe, bastones o muletas durante reagudizaciones. El uso esporádico tiene poco peso; el uso continuado, acreditado, sí cuenta.

Descripciones funcionales del día a día: “tolerancia de pie de 10 minutos”, “pausas necesarias cada 15-20 minutos”, “dolor al iniciar la marcha que obliga a cojear los primeros 200 metros”, “dificultad para subir un tramo de escalera sin agarrarse”. Son frases sencillas que traducen la clínica a vida real. En términos de baremo, marcan la diferencia.

A partir de ahí, el procedimiento administrativo siguen pasos conocidos: solicitud en la sede electrónica o registro de la comunidad autónoma, aporto de documentación clínica, citación para entrevista y exploración, y resolución con el porcentaje. En algunos casos, se añade un reconocimiento de movilidad reducida o necesidad de tercera persona, si procede. La revisión del grado puede fijarse con fecha o pedirse cuando cambian las condiciones de salud.

Por último, un detalle que genera dudas: trabajar con fascitis plantar no impide solicitar la valoración de discapacidad. De hecho, el baremo considera las barreras del entorno laboral (jornadas de pie, suelos duros, imposibilidad de sentarse, desplazamientos largos). Lo relevante es mostrar cómo esas condiciones interactúan con el dolor y limitan la actividad, pese a los tratamientos seguidos.

Dónde queda el listón y cómo moverse con seguridad

Si hubiera que condensar el asunto en pocas líneas —y a la vez mantener la precisión—, bastaría con esto: la fascitis plantar no tiene un porcentaje de discapacidad asignado; se valora caso a caso con el baremo estatal. La mayoría de cuadros no alcanza el 33% porque responde a medidas conservadoras y la funcionalidad se recupera. Los casos crónicos, refractarios y limitantes en bipedestación y marcha, sí pueden llegar al 33% o superarlo cuando se documenta con rigor. La distinción entre discapacidad e incapacidad permanente es clave: la primera mide la limitación en la vida diaria; la segunda evalúa la capacidad para trabajar y concede, o no, una prestación.

Más allá de las etiquetas, la ruta práctica es nítida. Ordenar la historia clínica con fechas y tratamientos, completar informes funcionales que citen tiempos, distancias y tareas específicas, incluir pruebas de imagen cuando estén indicadas y recoger el uso de ayudas técnicas si es estable. Con ese soporte, la solicitud gana tracción ante el equipo evaluador. Y si, en paralelo, existiera una incapacidad permanente reconocida por la Seguridad Social, no olvidemos el efecto fiscal: a ojos tributarios, se presume un 33% como mínimo, aunque para otros recursos sea necesario el certificado autonómico.

En el trasfondo, un dato que no conviene perder de vista: la fascitis plantar suele evolucionar bien. Ocho, diez, doce meses pueden parecer una eternidad cuando cada paso duele, pero la experiencia clínica y la práctica de consulta muestran que, con estiramientos dirigidos, calzado adecuado, plantillas y programas de carga progresiva, la curva desciende. Ese horizonte explica las decisiones de muchos equipos de valoración: si el cuadro mejora y la persona recupera margen para caminar, estar de pie o subir escaleras, el porcentaje no llegará a los tramos administrativos del 33%. Si, pese a todo, la talalgia no cede y las limitaciones persisten en la vida diaria, el sistema reconoce la discapacidad con el porcentaje que corresponda.

La respuesta a la gran duda —esa búsqueda recurrente sobre qué grado de minusvalía tiene la fascitis plantar— queda, así, bien acotada: no hay cifra prefijada por diagnóstico; sí hay un procedimiento común que traduce dolor y limitación en un porcentaje objetivo. En ese terreno, documentar vale tanto como tratar. Y cuando ambas cosas se hacen con método, el resultado —sea un porcentaje relevante o un informe que anima a mantener el plan terapéutico— encaja con la realidad clínica de cada caso.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: BOE, Imserso, Agencia Tributaria, Seguridad Social, Murciasalud.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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