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Ciencia

Qué es Sentinel-1D: por qué cambia la vigilancia de la Tierra

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Qué es Sentinel-1D

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Sentinel-1D despega con Ariane 6 y refuerza la vigilancia por radar de Copernicus: frecuencia, continuidad y usos clave en España y gestión.

La nueva pieza clave de la observación europea ya está en el cielo. Sentinel-1D despegó desde el Puerto Espacial de Kourou a bordo de un Ariane 6 y se sumó a la constelación radar del programa Copernicus, reforzando una capacidad que Europa considera estratégica: mirar el planeta de día y de noche, con nubes o sin ellas, y entregar imágenes fiables con valor operativo. El satélite nace con un objetivo nítido: garantizar continuidad tras más de una década de servicio de Sentinel-1A y trabajar en tándem con Sentinel-1C, ya operativo, para recuperar la cadencia de observación que exigen emergencias, gestión costera, control marítimo, riesgos geológicos o agricultura de precisión.

El impacto es inmediato. Con 1D en órbita, la misión vuelve a una agilidad de revisita alta en amplias zonas del planeta, incluidas las costas y cuencas españolas más expuestas a inundaciones o vertidos. Significa más oportunidades de capturar el momento crítico de una riada, más ojos sobre rutas de pesca y tráfico marítimo, mejores series temporales para medir deformaciones del terreno por terremotos, minas o acuíferos y, en resumen, más datos públicos para decisiones públicas y privadas. No es una promesa abstracta: los productos de Copernicus son de acceso abierto, usados por administraciones, empresas y centros de investigación sin barreras de licencia. Que 1D haya despegado con Ariane 6, además, subraya la autonomía europea de acceso al espacio, valor sensible en tiempos de congestión orbital y cadenas de suministro tensas.

Qué cambia con Sentinel-1D en órbita

El lanzamiento de 1D reorganiza la familia Sentinel-1 y cierra el hueco que dejó la retirada de 1B hace unos años. 1A —el veterano que lleva más de once años vigilando la Tierra— continúa aportando datos, pero su relevo progresivo es imprescindible para que la serie histórica no se resienta. 1C, en servicio desde 2024, devolvió buena parte del pulso a la constelación. Ahora, 1D completa el esquema de doble satélite que siempre definió la misión: dos unidades en la misma órbita polar, separadas entre sí para repartir pasadas y reducir tiempos de espera entre adquisiciones sobre un mismo punto.

En términos prácticos, esa coreografía implica una cobertura más homogénea y menos lagunas en el archivo. Para quien trabaja con radar, las lagunas son un problema mayor de lo que parecen: un periodo sin datos rompe la coherencia temporal necesaria para técnicas de interferometría (medir desplazamientos milimétricos comparando la fase de dos imágenes SAR) o resta valor a los modelos hidrológicos que asimilan observaciones periódicas. Con 1D, se ensancha la “ventana de tiro” operativa: hay más posibilidades de disponer de una imagen reciente cuando sucede lo importante, sea un desbordamiento, un corrimiento de tierras, un incendio con humo denso o una marea negra iniciando su deriva.

Hay otro efecto menos visible y crucial: la resiliencia. En un entorno orbital cada vez más lleno, las maniobras de evasión contra basura espacial son más frecuentes. Cada maniobra puede forzar pausas en las adquisiciones o pequeños huecos temporales. Dos satélites mitigan el riesgo de que ese hueco coincida con el evento que interesa. Un archivo consistente vale oro para clima, costas, bosques o planificación urbana porque convierte cada píxel en una serie con memoria.

Cómo funciona su radar y por qué “ve” siempre

La fortaleza de Sentinel-1D es su radar de apertura sintética en banda C, una tecnología que no depende de la luz solar ni sufre con las nubes. El satélite emite pulsos de microondas y mide la energía reflejada por la superficie; el procesado combina lo recibido a lo largo de la órbita para reconstruir la escena con una resolución que permite distinguir estructuras, texturas y cambios sutiles. Ese “flash” invisible atraviesa nubosidad, humo e incluso lluvia intensa con una degradación moderada, y entrega una imagen con geometría y radiometría estables, ideal para análisis repetitivos.

La clave no es sólo la imagen del día. Es la capacidad de repetir la misma geometría de observación con fechas regulares y comparar fases. Ahí entra la interferometría SAR (InSAR), el método que detecta desplazamientos del terreno de milímetros a centímetros a partir de pares o pilas de escenas. La técnica ha transformado la vigilancia volcánica y la geotecnia urbana: asentamientos por extracción de agua, compactación en entornos mineros, hundimientos en obras subterráneas, deformaciones tras sismos. También en montaña: laderas inestables que se mueven lentamente hasta el día que fallan.

Otro rasgo distintivo es la polarización. El instrumento puede transmitir y recibir en diferentes combinaciones (VV, VH, HH, HV) que ayudan a separar tipos de superficie y mejorar tareas como detección de agua libre, discriminación de hielo marino o identificación de estructuras artificiales sobre el mar. En costa y en alta mar, esa riqueza polarimétrica, combinada con modelos de viento y oleaje, permite detectar manchas de hidrocarburos, identificar barcos y medir su estela. Cuando las embarcaciones apagan o manipulan su baliza, la firma radar permanece.

Resolución y cobertura equilibran la ecuación. Sentinel-1D puede adquirir franjas muy anchas —útiles para cartografiar cuencas enteras en pocas pasadas— o modos más detallados para zonas críticas. Ese catálogo de modos —probado durante una década por 1A— se ajusta a misiones distintas: inundaciones, hielo, urbanismo, agricultura. Y el esquema de adquisiciones preprogramadas garantiza que las series temporales no dependan del capricho del momento, sino de una planificación pensada para la continuidad de servicios.

Usos que importan aquí: emergencias, mar y suelo

El radar tiene fama de “especialista”, pero sus usos civiles son cada vez más transversales y cotidianos. España, con miles de kilómetros de costa, cuencas con crecidas súbitas y actividad volcánica en Canarias, está en la primera línea de beneficiarios. La llegada de 1D no inaugura nuevos mapas de la nada: multiplica la frecuencia, consolida la continuidad y baja la incertidumbre. A veces eso es la diferencia entre actuar a tiempo o tarde.

Inundaciones y temporales. Cuando una DANA descarga sobre el Mediterráneo o una serie de frentes encadenados anega la mitad norte, las imágenes ópticas suelen fallar por nubosidad persistente. El radar de Sentinel-1 cartografía en horas la lámina de agua, delimita zonas anegadas, localiza cortes de carretera y mide la evolución entre pasadas. Cruzado con modelos hidrológicos y el inventario de bienes expuestos, permite priorizar recursos, reforzar motas, levantar ataguías y evaluar daños con menos conjeturas. La regularidad que aporta 1D reduce el riesgo de “perder” el pico de una crecida por falta de adquisición en la ventana crítica.

Vigilancia marítima y pesca ilegal. El Mediterráneo occidental, el Estrecho y las aguas canarias son corredores densos, sensibles a pesca no declarada, trasbordos furtivos o vertidos. El radar detecta barcos aunque su AIS esté apagado o manipulado; la combinación con las balizas que sí emiten y con catálogos de características mejora la clasificación por tamaño y comportamiento. En puertos y fondeaderos, las series radar ayudan a vigilar áreas de servicio, detectar aparejos abandonados y documentar incidentes. La detección de hidrocarburos no sustituye a una inspección, pero permite dirigirla con mucha más eficacia.

Volcanes, sismos y subsidencia. La interferometría con Sentinel-1 se consolidó tras la erupción de La Palma: decenas de equipos reconstruyeron inflaciones y deflaciones del edificio volcánico y asentamientos posteriores. En entornos sísmicos, comparar pares antes y después de un terremoto revela patrones de deformación que ayudan a acotar fallas y priorizar inspecciones. En áreas urbanas y periurbanas, las series de radar detectan hundimientos por extracción de agua, compactaciones en suelos arcillosos o efectos de obras subterráneas con precisión que, bien interpretada, ahorra dinero y riesgos.

Agricultura y recursos hídricos. El radar “ve” humedad y estructura en la superficie del suelo. En campañas con meteo adversa o cuando interesa comprobar riego y encharcamientos, Sentinel-1 completa la foto óptica. Controlar regadíos, planificar turnos y localizar pérdidas en redes puede apoyarse en mapas derivados del C-SAR. En embalses y humedales, la detección de agua libre y la delimitación de márgenes son tareas en las que el radar brilla al no depender de cielos despejados. En bosques, la señal cambia con cambios estructurales (clareos, daños por viento) y contribuye al seguimiento.

Hielo, nieve y alta montaña. Aunque España no tenga banquisa, los servicios de Copernicus combinan las pasadas de Sentinel-1 para modelo de nieve en cordilleras y alerta de aludes. En latitudes altas, el mismo instrumento mide velocidades de glaciares y rastrea icebergs: una función crucial para rutas comerciales y seguridad de plataformas.

El denominador común de todos estos usos es operatividad. Se trata de imágenes que llegan a tiempo y en un formato que se puede integrar en flujos de trabajo ya establecidos, desde un centro de emergencias hasta una confederación hidrográfica o una empresa de servicios. 1D no transforma la ciencia del radar; transforma el ritmo al que esa ciencia se aplica.

Datos abiertos, dónde se descargan y cómo se usan

El programa Copernicus ha demostrado que abrir los datos multiplica el impacto. Los productos de Sentinel-1 —niveles básicos y derivados— están disponibles en portales de la Comisión Europea y de la Agencia Espacial Europea, con opciones de descarga directa y procesamiento en la nube. Eso permite que ayuntamientos, consorcios de emergencias, universidades o pymes trabajen sin necesidad de infraestructuras propias costosas, subiendo scripts o workflows que convierten escenas crudas en mapas listos para decisión.

Quien trabaja en emergencias suele apoyarse en los servicios cartográficos rápidos: activaciones que producen mapas de inundación, incendio o daños pocas horas después de adquirir las imágenes. Para vigilancia marítima, existen cadenas automáticas que detectan buques y marcas de vertidos y las cruzan con la información declarada por los barcos. En geotecnia, la tónica es explotar series largas con algoritmos de interferometría avanzada que aislan señales de deformación persistente incluso en entornos urbanos complejos.

El detalle técnico no es trivial: del tipo de polarización elegido a la geometría de observación, pasando por el ruido térmico o el efecto de la vegetación según estaciones. Pero buena parte de esa complejidad está encapsulada en productos estandarizados. La consistencia de la misión —misma instrumentación, mismas órbitas, misma lógica de adquisiciones— hace que una cooperativa agrícola de Cuenca o un instituto de geofísica en Tenerife puedan comparar años con garantías razonables.

España, además, participa de la industria y el segmento terreno que soportan Copernicus. Empresas con sede en el país desarrollan centros de recepción, software de procesado y servicios verticales para administraciones y compañías. Esa cadena tiene un efecto virtuoso: empleo cualificado, innovación que se exporta y capacidad de respuesta cuando algo ocurre aquí. Un archivo abierto y una cadena industrial cercana son una combinación rara y valiosa.

El cohete, la base y la autonomía europea

Que Sentinel-1D haya volado en Ariane 6 es más que una anécdota. Europa lleva décadas construyendo autonomía de acceso al espacio y el nuevo lanzador es la pieza que consolida esa ambición tras la retirada de Ariane 5. Kourou, en la Guayana Francesa, ofrece la ventaja geográfica de un puerto espacial cercano al ecuador y una infraestructura probado con misiones institucionales y comerciales. El desempeño reciente del cohete —misiones científicas, institucionales y comerciales— ha ido afinando la etapa superior que coloca satélites en órbitas polares o heliosíncronas, como la que requieren los Sentinel-1.

Para misiones públicas como Copernicus, esa capacidad propia reduce dependencias externas y demoras asociadas a las agendas de otros lanzadores. En un momento en que los calendarios están congestionados y los precios fluctúan según demanda, asegurar huecos de lanzamiento para satélites que sostienen servicios públicos es política industrial y política de datos a la vez. No hay mapas si no hay satélites; no hay satélites sin cohetes y centros de lanzamiento confiables.

El segmento terreno —red de antenas, centros de control, estaciones de recepción— completa el cuadro. Un lanzamiento impecable es sólo el comienzo. Lo que ocurre después, durante la puesta en servicio, la calibración y el régimen operativo marca la diferencia entre un satélite que “saca fotos” y uno que sostiene servicios. Sentinel-1D hereda procedimientos maduros y un equipo que acaba de comisionar 1C, una ventaja para acelerar plazos sin sacrificar calidad radiométrica ni geometría.

Un satélite con recorrido: de hoy a la siguiente década

La vida de diseño de los Sentinel-1 se cuenta en años, pero su huella se mide en series históricas que atraviesan gobiernos, planes hidrológicos y ciclos económicos. Con 1D en servicio, la continuidad queda garantizada a corto y medio plazo. A la vuelta de la esquina asoman misiones complementarias que ampliarán el espectro: nuevos radares con otras bandas para sensibilidad distinta a vegetación y suelos, y versiones de siguiente generación que mejoren prestaciones sin romper la compatibilidad con el archivo acumulado.

Ese equilibrio entre innovación y continuidad es delicado. Los usuarios piden más fechas, más estabilidad y más contraste temático; a la vez, no pueden permitirse saltos que invaliden comparativas de una década. La receta de Copernicus ha sido evolucionar sin discontinuidades: añadir, no sustituir de golpe; refinar modos y calibraciones, no reinventar la misión cada cinco años. 1D es un paso en esa evolución incremental.

En paralelo, el ecosistema de empresas y administraciones ha madurado. Ya no hablamos de “proyectos piloto” en los que se prueba el radar “por curiosidad”. Hablamos de contratos plurianuales de vigilancia de infraestructuras críticas, seguimiento sistemático de zonas de riesgo y protocolos que integran mapas de Copernicus en decisiones regladas. En costas y puertos, en protección civil, en fiscalización pesquera, en planificación urbana. La alfabetización geoespacial ha crecido y con ella la exigencia: más rapidez, más trazabilidad, mejor documentación de incertidumbre. La constelación responde reforzándose.

Queda, como siempre, el reto de la capacidad de procesado. El número de imágenes crecerá con 1D y las cadenas automáticas deberán escalar. La buena noticia es que la computación en la nube, cada vez más cerca de donde residen los datos, ha bajado barreras. Un servicio regional no necesita un clúster propio para producir mapas diarios; puede desplegar su pipeline donde ya están los datos y pagar por uso. Escalabilidad y previsibilidad de coste son palabras que suenan contables, pero detrás están decisiones más rápidas cuando el agua sube o la tierra se mueve.

La formación es otro frente. Saber leer una imagen radar, interpretar speckle, distinguir artefactos geométricos o entender los límites de la interferometría no se improvisa. Con 1D sumando pasadas, crece la demanda de técnicos y analistas formados. Universidades, centros tecnológicos y administraciones han ido ajustando planes y programas, y el mercado laboral se ha movido en consecuencia. A medio plazo, el déficit de perfiles especializados puede ser el cuello de botella real, más que la disponibilidad de datos.

El ciudadano percibe pocos de estos matices, lo cual es buena señal: significa que los mapas llegan cuando deben, que los modelos se actualizan sin sorpresas y que, si hay vertidos o barcos que no cuadran, alguien los detecta. Detrás hay una cadena compleja que arranca en una antena radiando microondas a cientos de kilómetros y termina en una sala de control que toma decisiones con ese pixel. 1D aprieta tornillos de esa cadena.

Un título que se gana desde el primer día

Sentinel-1D no inaugura la teledetección radar, pero eleva el listón en lo que de verdad importa: continuidad, frecuencia y confianza. Vuelve la cadencia que pone a salvo series históricas; mejora la resiliencia de la constelación ante maniobras y contingencias; sostiene servicios operativos que afectan a seguridad, economía y patrimonio natural. Si algo enseña la experiencia con Sentinel-1 es que los grandes titulares —un cohete que despega, una foto espectacular— se quedan cortos frente al valor del dato repetible, el que permite comparar y medir. Con 1D, Europa suma exactamente eso: más memoria del territorio y más margen de reacción cuando la geografía se vuelve noticia.

Nada de esto es retórica. Los usos son concretos: inundaciones cartografiadas con nubes, barcos detectados cuando no quieren ser vistos, deformaciones medidas antes de que un problema sea desastre, humedad del suelo estimada mientras el cielo persiste gris. Los datos son abiertos y el lanzador es propio. Y, aunque la tecnología sea sofisticada, la idea de fondo es simple: cuanto mejor mides, mejor gestionas. Con Sentinel-1D ya en órbita, esa máxima gana músculo y se traduce en decisiones más informadas sobre un terreno que cambia, a veces muy rápido, a veces a paso de hormiga, pero siempre ante nuestros ojos.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: ESA, EFE, ABC, El Independiente, Copernicus, Arianespace, Thales Alenia Space.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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