Naturaleza
¿Qué es Ragasa, el tifón que está arrasando en Asia?

Ragasa arrasa Asia: muertos y evacuados; Hong Kong paralizada, Maoming bajo alerta tras el golpe a Taiwán y Filipinas, vuelos cancelados hoy.
El supertifón Ragasa, el más potente del año, ha dejado una estela de destrucción desde el norte de Filipinas hasta Taiwán y Hong Kong, y mantiene bajo alta tensión al sur de China. A última hora del 24 de septiembre, el sistema tocó tierra en la zona de Yangjiang (Guangdong) y se desplazó hacia Maoming, uno de los grandes polos de refino del país, tras obligar a evacuar a más de dos millones de personas, paralizar un centro financiero como Hong Kong durante horas y causar decenas de víctimas en el arco occidental del Pacífico. Los daños, aún en evaluación, incluyen inundaciones súbitas, marejada ciclónica, cortes de energía, infraestructuras averiadas y cientos de vuelos cancelados en varios aeropuertos clave.
El impacto humano y material ya es severo, pero todavía evoluciona. En Taiwán, las lluvias extraordinarias asociadas al ciclón provocaron una riada devastadora en el condado de Hualien; en Filipinas, el paso por el extremo norte de Luzón dejó viviendas arrasadas y tramos costeros castigados; y en Hong Kong la señal máxima de alerta mantuvo a la ciudad en pausa, con oleaje capaz de romper cristaleras en primera línea de costa. En el continente, los planes de emergencia han desplazado a cientos de miles de vecinos hacia refugios temporales, con especial vigilancia sobre las zonas industriales del oeste de Guangdong, donde el viento y la marejada suponen un riesgo adicional para puertos, subestaciones y complejos petroquímicos.
Panorama general y zonas más afectadas
Ragasa ha seguido una ruta clásica —Filipinas norte, Estrecho de Luzón, Taiwán oriental, Mar de China Meridional—, pero con rasgos de excepcionalidad. Vientos sostenidos de categoría 4 durante su pico, bandas de lluvia muy anchas y una marejada que empujó el mar a niveles poco frecuentes en bahías y estuarios. El resultado: un golpe casi simultáneo a territorios densamente poblados y con infraestructuras críticas de transporte y energía. El ciclón entró en Yangjiang con intensidad todavía alta y, aunque el núcleo se fue debilitando lentamente al penetrar tierra adentro, el radio de vientos y las precipitaciones mantuvieron el peligro en una franja amplia del litoral, desde la isla de Hainan hasta el delta del río Perla.
En Hong Kong, el Observatorio elevó la señal de tifón hasta la T10, la máxima del sistema local. Ese aviso implicó cierre total de escuelas, oficinas y transporte de superficie, así como la suspensión generalizada de operaciones en el aeropuerto internacional. Las imágenes virales que recorrieron redes y medios —cristales del vestíbulo del Fullerton Ocean Park Hotel reventados por una ola— reflejan la energía del oleaje con rachas cercanas a los 200 km/h. La ciudad acumuló centenares de cancelaciones en dos jornadas, con aviones recolocados en bases alternativas para evitar daños y una reapertura por fases a medida que amainaba el viento y se retiraban árboles caídos y restos de fachada en avenidas costeras. La vida volvió, pero a trompicones: tranvías parados durante horas, líneas de autobús recortadas, ferris con limitaciones, una rutina conocida en cada tifón fuerte y, aun así, siempre sorprendente por la violencia puntual de algunas rachas.
En Taiwán, el episodio más cruel llegó por la hidrología, no por el viento. En el interior montañoso del condado de Hualien, un lago de barrera —formado por deslizamientos tras episodios sísmicos recientes— se desbordó tras jornadas de lluvia extrema. La presa natural cedió parcialmente y liberó una avenida de agua y sedimento que se precipitó hacia Guangfu, inundando barrios, arrancando puentes y arrastrando vehículos y maquinaria agrícola. Las autoridades insulares confirmaron un balance elevado de fallecidos y desaparecidos, junto a centenares de heridos en distintos condados. Equipos de bomberos, personal militar y voluntarios trabajan todavía con maquinaria pesada para despejar carreteras y estabilizar laderas empapadas. La orografía de la isla, con cordilleras pobladas de valles estrechos, amplifica el efecto de lluvias como las de Ragasa, que descargan con intensidades extremas en pendientes pronunciadas y colectores naturales sin margen para laminar caudales.
El primer golpe se dio en Filipinas, en el extremo norte de Luzón. Los vientos huracanados y el oleaje castigaron archipiélagos como Batanes, y provincias como Cagayán registraron daños en viviendas ligeras, muelles pesqueros y pequeñas infraestructuras de energía. Allí, el acumulado de tifones a lo largo de los años ha forjado una cultura de preparación, con centros de evacuación y protocolos comunitarios que se activan con rapidez. Aun así, el impacto fue notable: cortes de luz, carreteras rurales anegadas y pérdidas en el sector pesquero, especialmente en comunidades costeras expuestas sin diques naturales frente a la marejada.
Hong Kong y el delta del río Perla: cómo se sostuvo el embate
La secuencia de avisos —nº 8, nº 9 y finalmente T10— marcó el ritmo de una ciudad acostumbrada a convivir con el riesgo pero siempre alerta a pequeñas variaciones que lo cambian todo: trayectoria a decenas de kilómetros, ángulo de entrada, marea astronómica. Esta vez, el factor diferencial fue un campo de vientos amplio que combinó rachas feroces con oleadas largas. En las zonas marítimas expuestas, el spray cubría fachadas. En los paseos de Tsim Sha Tsui y Kennedy Town, el agua superó bordes y barandillas, anegando locales. Lo más sensible, como siempre, fue el aeropuerto: cuando T10 entra en escena y la visibilidad cae sobre una pista rodeada de mar, la seguridad manda y se suspenden operaciones. El parón duró lo suficiente para desajustar tripulaciones, slots y rotaciones. La normalidad, incluso en los mejores casos, tarda en reconstruirse: aviones fuera de posición, personal al límite de horas, cadenas de conexión reprogramadas. La limpieza urbana también pide su tiempo. Árboles tronchados, andamios bamboleantes, lonas arrancadas… y esa escena repetida de operarios con sierras y retroexcavadoras devolviendo la movilidad calle a calle.
En el delta del río Perla, con ciudades como Shenzhen, Zhuhai o Macao, el temporal se notó de forma desigual. Macao decidió limitar actividad —con casinos operando a medio gas— y reforzar drenajes en barrios cercanos al puerto interior. En el litoral de Guangdong, las capitanías amarraron decenas de miles de embarcaciones, cerraron playas y activaron alertas de marejada con olas de varios metros. La coordinación regional funcionó: sistemas de mensajería de emergencias, apertura de refugios temporales, órdenes claras a la industria para asegurar tanques, esferas de gas y subestaciones en zonas bajas. La experiencia acumulada tras otros tifones ha dejado protocolos más afinados; aun así, cada ciclón enseña algo nuevo, y Ragasa ha confirmado que la combinación de nivel del mar más alto y oleada coloca el agua donde antes no llegaba.
Taiwán: lluvia extrema, geología frágil
La montaña taiwanesa es hermosa e implacable. Tras el terremoto de 2024, muchas laderas quedaron inestables. En temporada de tifones, esos cicatrices se reactivan. Ragasa aportó el detonante: intensidades horarias altísimas, suelos saturados, deslizamientos que taponan cauces y forman embalses fugaces. Cuando el tapón cede, la avalancha baja como un ariete. Eso pasó en Hualien. La riada arrastró troncos, rocas, casetas, y dejó un paisaje de fango pegado a fachadas hasta media altura. Los equipos de rescate avanzan por tramos, instalan puentes provisionales y tratan de asegurar taludes para que no haya nuevos colapsos. La logística manda: combustible, agua potable, kits de bombeo, atención sanitaria. La isla, muy acostumbrada a la cultura sísmica y ciclónica, moviliza voluntariado y recursos con eficacia, pero la ruralidad de algunas zonas complica el acceso y alarga los tiempos de respuesta.
La enseñanza técnica vuelve a ser clara: la precipitación extrema está creciendo en frecuencia e intensidad en el Pacífico noroccidental, y eventos compuestos —lluvia + marejada, lluvia + deslizamiento— elevan la letalidad. El diseño de drenajes y alertas tempranas en valles encajados, la gestión de bosques y el mantenimiento de carreteras de montaña no son detalles menores, sino la diferencia entre un susto y una tragedia. Taiwán invierte y aprende, pero enfrenta un desafío estructural: orografía difícil, urbanización en espacios limitados y un clima que aprieta.
Filipinas: el primer aviso
En el norte de Luzón, el paso de Ragasa fue rápido y duro. Batanes y Cagayán volvieron a demostrar que la preparación comunitaria reduce daños: centros de evacuación listos, radios locales activos, embarcaciones subidas a terreno alto, cosechas protegidas cuando se puede. Aun con todo, techos volados, postes caídos y caminos convertidos en torrentes. La zona vive dedicada al mar y al campo, muy expuesta cuando el oleaje se mete en calas y rompeolas.
El balance provisional de víctimas habla de una decena de fallecidos y varios heridos en incidentes vinculados al viento y a las inundaciones repentinas. La economía local, basada en pesca artesanal y pequeña agricultura, sufrirá semanas: redes perdidas, motores averiados, suelos anegados con sal que hay que lavar antes de replantar.
Trayectoria, ventana de riesgo y focos sensibles en China continental
El aterrizaje en Yangjiang dio paso a un desplazamiento hacia el interior de Guangdong, con degradación progresiva del sistema pero bandas de lluvia aún capaces de causar crecidas en ríos y arroyos. El riesgo se concentró en Maoming, Zhanjiang y, hacia el norte, en áreas periurbanas donde la urbanización reciente ha reducido superficies de absorción. Los planes de emergencia incluyeron la apertura de compuertas de alivio controlado en presas menores, el cierre de escuelas y la suspensión de ferris interprovinciales. Pekín activó fondos de emergencia para Guangdong, Hainan y Fujian, junto a equipos técnicos que apoyan a gobiernos locales en la evaluación de diques, espolones y estaciones de bombeo.
El ojo informativo, con razón, se posó sobre Maoming, donde operan complejos de refino y petroquímica de primer nivel. Las paradas preventivas en unidades sensibles, la reducción de inventarios en tanques expuestos y la despresurización de líneas no críticas forman parte del manual para minimizar daños. En temporales anteriores, la marejada ha inundado subestaciones y ha afectado a bombas de drenaje; el viento ha golpeado tuberías aéreas y esferas de almacenamiento; la lluvia ha tensado diques de contención. La prioridad aquí es acortar el parón: días, no semanas. Si el puerto y la plataforma logística vuelven rápido, el impacto en precios de combustibles y química básica se diluye en cuestión de jornadas. Si se detectan daños estructurales, el mercado regional notará primas temporales en gasolinas y combustibles marítimos.
Cómo un tifón se hace “supertifón”
La meteorología de Ragasa cuenta una historia conocida en los últimos años. Océanos más cálidos almacenan más energía. Cuando aparece un entorno de cizalladura baja, con buena ventilación en altura y SST (temperatura de la superficie del mar) por encima de la media, un ciclón puede intensificarse con rapidez. El contenido de humedad se dispara, la convección es profunda y sostenida, y los núcleos de viento se consolidan. Ragasa reunió esos ingredientes y sumó persistencia: una circulación amplia que, incluso con un ojo algo irregular por momentos, mantuvo el paquete de tiempo severo vivo durante días y a escala regional. No es un monstruo aislado. Es el producto de una anomalía térmica persistente y de patrones que encadenan episodios extremos con cada vez menos margen entre ellos.
La lluvia es la reina del daño. La física es tozuda: por cada grado de calentamiento, la atmósfera puede contener aproximadamente 7% más vapor de agua. No se traduce linealmente en más precipitación siempre, pero cuando un ciclón como Ragasa descarga, lo hace a otra escala. Ahí entran conceptos como intensificación rápida, marejada canalizada por bahías y estuarios, persistencia de bandas de lluvia que giran horas sobre la misma zona. La estadística de los últimos años —en el Pacífico noroccidental, pero también en el Atlántico— apunta a más episodios con vientos muy fuertes y, sobre todo, a precipitaciones récord. En costa, donde vive cada vez más gente y donde está buena parte de la infraestructura crítica, eso multiplica el riesgo.
Transporte, seguros y la lenta vuelta a la normalidad
Los aeropuertos del entorno —Hong Kong, Guangzhou, Shenzhen, Macao— reanudan operaciones a distinta velocidad. La recuperación es un puzle: verificación de pistas y balizamiento, revisión de radar y localizadores, retorno de aviones y tripulaciones. Las aerolíneas activan políticas de cambio sin penalización y priorizan rutas troncales. En el ferrocarril de alta velocidad del delta del río Perla, la inspección de catenaria y plataformas marca el ritmo: primero pruebas, luego frecuencias reducidas, por último vuelta al horario habitual. En carreteras, cuadrillas de mantenimiento despejan deslizamientos y reparan cunetas para evitar nuevos anegamientos si la lluvia residual insiste un día más.
Los puertos —piedra angular del comercio regional— son sensibles a corrientes y resacas post-tifón. Mientras los prácticos no certifican condiciones seguras, el despacho de contenedores se ralentiza. Las terminales, además, revisan grúas y sistemas eléctricos, porque el rocío salino y los golpes de viento castigan equipos delicados. En logística, cada hora cuenta: contenedores que no salen, barcos que esperan fondeados, almacenes que se llenan. Todo ello tiene una traducción inmediata en costes para importadores y exportadores.
El capítulo de seguros y reaseguros tardará más en cerrarse. La factura total de un ciclón así no sale de una sola variable. A los daños directos —fachadas, cubiertas, motores inundados— se suman pérdidas indirectas: interrupción de negocio, productos perecederos desechados, retrasos contractuales. Las pólizas discuten detalles como franquicias, exclusiones por marejada o daños por agua frente a viento, y cada siniestro grande termina afinando un poco más el lenguaje de los contratos. En paralelo, los gobiernos despliegan ayudas con distintos formatos: créditos blandos, bonificaciones, fondos de emergencia. El objetivo es acelerar la vuelta a una actividad que, en regiones tan integradas en cadenas globales, no admite pausas largas.
Energía e industria: vigilancia máxima en Maoming
Maoming no es un nombre menor en los mapas industriales de China. Su complejo de refino y petroquímica procesa decenas de millones de toneladas de crudo al año en conjunto con plantas del entorno y alimenta una cadena que va desde combustibles hasta plásticos de uso masivo. Un parón prolongado tendría eco en precios regionales y en la disponibilidad de insumos para industrias que van del automóvil al textil. Por eso, ante un ciclón como Ragasa, se activan protocolos de contención milimétricos: bajar niveles en tanques expuestos, asegurar válvulas, apuntalar estructuras secundarias, evacuar personal no esencial y repartir equipos de emergencia por zonas altas y protegidas.
El riesgo no se limita al golpe directo. La marejada puede infiltrar sal en sistemas eléctricos, la lluvia saturar drenajes y el viento comprometer aislantes en líneas. En un hub energético, los colas del temporal —esas horas de lluvia residual y zarpazos de viento ya sin el glamour del ojo— son cuando más incidentes ocurren por cansancio y exceso de confianza. La cultura de seguridad se impone: listas de chequeo, doble verificación de operaciones, paradas controladas antes de reactivar unidades críticas. Si la reentrada en servicio se hace con prudencia y sin sobresaltos, el mercado absorberá el bache sin mayores dramas. Si aparecieran averías mayores en craqueo o hidrodesulfuración, el efecto se notará —aunque de forma transitoria— en el gasóleo y en los combustibles marítimos de la región.
Contexto climático y lecciones técnicas
El caso Ragasa vuelve a poner en primer plano una evidencia que ya no admite discusión operativa: con océanos más cálidos y niveles del mar más altos, el riesgo costero se amplifica. No se trata de discursos genéricos, sino de parámetros que entran en los modelos de los servicios meteorológicos y en los códigos de edificación. La precipitación acumulada de estos sistemas crece, con picos capaces de desbordar redes de drenaje urbanas dimensionadas para otro clima. Vidrios laminados más resistentes, umbrales de estanqueidad más altos, muros rompeolas renovados, parques inundables en riberas… todo suma. También la gestión forestal en cuencas de montaña, el mantenimiento de carreteras de altura y las vías de evacuación claras y viables bajo lluvia extrema.
La región golpeada por Ragasa —de Luzón a Guangdong, pasando por Taiwán— tiene capacidad técnica y recursos para adaptarse, pero enfrenta límites obvios: densidad urbana, escasez de suelo y exposición acumulada en áreas críticas como puertos, aeropuertos y plataformas industriales. El urbanismo costero del siglo XXI ya no puede ignorar que una marejada de retorno “cincuentenario” ahora asoma con otra frecuencia; que los eventos compuestos generan sorpresas —por ejemplo, una riada en un municipio de montaña al mismo tiempo que un rompiente anómalo a decenas de kilómetros—; que la comunicación de riesgo salva vidas cuando es clara, temprana y creíble.
Seguridad ciudadana: protocolos que funcionan
Un dato que conviene subrayar: los dispositivos de emergencia han funcionado razonablemente bien. La evacuación preventiva masiva en el sur de China redujo exposición humana donde la marejada y el viento podían ser letales; Hong Kong aplicó su manual de señales sin ambigüedades; Taiwán desplegó un esfuerzo de rescate notable en condiciones muy complejas; Filipinas coordina con gobiernos locales una recuperación centrada en vivienda y pesca. ¿Perfecto? No. Siempre hay brechas: barrios vulnerables, edificaciones antiguas, coberturas de seguro insuficientes, lenguas y dialectos que complican la llegada del mensaje. Pero, de nuevo, el contraste con episodios del pasado indica aprendizaje institucional y cultura de la emergencia en ascenso.
El papel de la información ha sido decisivo. Los avisos meteorológicos, la cartografía de zonas inundables, las apps que avisan de cierres y cancelaciones… herramientas que ya forman parte de la vida urbana en Asia oriental y que marcan la diferencia cuando cada minuto cuenta. El reto siguiente es homogeneizar estándares entre jurisdicciones vecinas, porque el clima no entiende de fronteras administrativas y la cadena de riesgos —del oleaje al desbordamiento de un río— salta de un lado a otro con facilidad.
Lecciones de un temporal descomunal
Ragasa deja un inventario duro: vidas perdidas, heridos, evacuados por cientos de miles, infraestructuras a reparar y economías locales que necesitarán semanas para levantar la persiana al ritmo habitual. Deja también certezas técnicas útiles. Una, que el agua —ya sea en forma de marejada o de precipitación— es hoy el principal multiplicador de daño en los grandes ciclones del Pacífico. Dos, que los protocolos de alerta y evacuación salvan vidas cuando se aplican con decisión y se explican sin rodeos. Tres, que el eslabón industrial del sur de China —refino, petroquímica, puertos— es resiliente si se prepara, pero vulnerable cuando coinciden viento fuerte, marejada y lluvia en ventanas cortas. Cuatro, que el aprendizaje de Filipinas y Taiwán en gestión de desastres ofrece referencias valiosas para cualquier litoral que sepa que tarde o temprano le tocará.
Quedarán preguntas por resolver en los próximos días: el cómputo final de víctimas, el coste económico, la huella en infraestructuras críticas. Llegarán peritajes y cifras, se escribirán informes con recomendaciones finas sobre drenaje urbano, protecciones en primera línea, mantenimiento de taludes y hábitos de edificación en zonas expuestas. Pero el relato central ya está: Ragasa no ha sido un capricho meteorológico, sino un evento mayor en un escenario que se repite con mayor intensidad. El Mar de China Meridional ha vivido un antes y un después en su temporada de tifones de 2025, con Hong Kong, Taiwán y la costa de Guangdong como protagonistas de una crónica difícil de olvidar. La región volverá a ponerse en marcha —lo hace siempre—, pero conviene no olvidar lo aprendido: planificación, infraestructuras adaptadas, comunicación efectiva y respuesta rápida. No hay fórmula perfecta. Sí un camino claro para que el próximo golpe encuentre a todos mejor preparados.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: RTVE, ABC, 20minutos, eldiario.es, Ministerio de Asuntos Exteriores.

- Cultura y sociedad
Huelga general 15 octubre 2025: todo lo que debes saber
- Cultura y sociedad
¿De qué ha muerto Pepe Soho? Quien era y cual es su legado
- Cultura y sociedad
Dana en México, más de 20 muertos en Poza Rica: ¿qué pasó?
- Cultura y sociedad
¿Cómo está David Galván tras la cogida en Las Ventas?
- Cultura y sociedad
¿De qué ha muerto Moncho Neira, el chef del Botafumeiro?
- Economía
¿Por qué partir del 2026 te quitarán 95 euros de tu nomina?
- Cultura y sociedad
¿Cuánto cuesta el desfile de la Fiesta Nacional en Madrid?
- Cultura y sociedad
¿Cuándo actuará Fred Again en Madrid? Fecha y detalles útiles