Más preguntas
Que es el TMO: ¿por qué puede salvar vidas hoy?

El trasplante de médula ósea sustituye células enfermas por sanas y ofrece esperanza real en leucemias, linfomas y otras patologías graves.
El TMO es el trasplante de médula ósea, también llamado trasplante de progenitores hematopoyéticos. Consiste en sustituir la “fábrica” de la sangre cuando está enferma o dañada por células madre sanas capaces de volver a producir glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas con normalidad. En clínica se utiliza para tratar leucemias, linfomas, mieloma múltiple, síndromes mielodisplásicos, aplasia medular y otras enfermedades sanguíneas que comprometen la vida. El objetivo es claro: restablecer una hematopoyesis funcional y, en muchos casos, curar o lograr remisiones profundas y duraderas.
Se lleva a cabo de dos formas. Autólogo cuando las células madre proceden del propio paciente (se recogen antes, se congelan y se reinfunden tras la quimioterapia intensiva). Alogénico cuando las células provienen de un donante compatible —familiar o no emparentado— y, además de repoblar la médula, aportan el efecto injerto contra leucemia, una vigilancia inmunológica del donante que ayuda a evitar recaídas. La indicación, el momento y el tipo se deciden en comités expertos, ponderando biología del tumor, edad biológica, estado general, respuesta a tratamientos previos y riesgos.
Significado real y usos clínicos
En el lenguaje cotidiano conviene despejar una confusión clásica: la médula ósea no es la médula espinal. La primera es un tejido esponjoso dentro de los huesos largos y planos, donde residen las células madre hematopoyéticas; la segunda, parte del sistema nervioso central. El TMO no implica operar la columna, sino infundir células que, tras viajar por el torrente sanguíneo, se alojan en la médula de los huesos para reconstruir el sistema sanguíneo. La precisión del término importa porque reduce temores y alinea expectativas.
¿Para qué se usa? En cánceres de la sangre (leucemias agudas y crónicas, linfomas, mieloma), el TMO permite erradicar la enfermedad residual resistente a quimioterapias convencionales o consolidar respuestas logradas. En patologías no malignas, como la aplasia medular severa o determinadas inmunodeficiencias y hemoglobinopatías, el trasplante alogénico puede ser la única opción curativa. Hay escenarios muy definidos: pacientes con leucemia mieloide aguda de riesgo intermedio-alto, con leucemia linfoblástica aguda según marcadores de riesgo y respuesta mínima residual, con síndromes mielodisplásicos de alto riesgo, con linfomas agresivos que recaen tras quimioterapia de primera línea, o con mieloma múltiple en los que el autotrasplante sigue siendo parte del estándar en candidatos idóneos.
Cómo se realiza, paso a paso
El TMO es un procedimiento secuencial que se planea con semanas (a veces meses) de antelación. Todo empieza con la valoración integral: historia clínica, evaluación del corazón y los pulmones, situación nutricional, infecciones latentes, estado dental, apoyo social. Si el trasplante es autólogo, el equipo moviliza las células madre desde la médula a la sangre con factores de crecimiento y, en algunos casos, con fármacos que facilitan su salida; después se recogen por aféresis, un procedimiento ambulatorio que separa las células madre del resto de la sangre. Esas células se congelan hasta el momento de la reinfusión.
Si el trasplante es alogénico, la pieza crítica es la compatibilidad HLA. Se busca primero en la familia (hermanos, hermanas) y, si no hay un “match” completo, se consulta el registro de donantes voluntarios y, cuando procede, también los bancos públicos de sangre de cordón umbilical. La compatibilidad no es un capricho: reduce la posibilidad de complicaciones y mejora el injerto. Si no aparece un donante completamente compatible, se contemplan opciones haploidénticas (mitad de compatibilidad, a menudo un progenitor o un hijo), que han ganado solidez gracias a nuevas estrategias de profilaxis.
Llegado el día, antes de la infusión, el paciente recibe el acondicionamiento: combinaciones de quimioterapia —y a veces radioterapia— que eliminan células malignas residuales, “huecan” espacio en la médula y suprimen temporalmente el sistema inmunitario para permitir que el injerto prenda. Ese día se llama “día 0”. La infusión en sí se parece a una transfusión: las células madre viajan por una vía venosa central. No hay cirugía abierta. Tras la infusión, se inicia la fase de aplasia, cuando las defensas están en mínimos y el riesgo de infección es más alto. El equipo monitoriza a diario analíticas, temperatura, mucosas, piel, función hepática y renal, control del dolor, hidratación, nutrición y apoyo psicológico. La “recuperación” hematológica —el injerto— suele confirmarse cuando neutrófilos y plaquetas superan determinados umbrales durante varios días consecutivos.
Las fuentes de células marcan matices. La sangre periférica injerta más rápido, lo que acorta la fase de aplasia; la médula ósea extraída en quirófano del hueso ilíaco se asocia, en algunos contextos, a menor riesgo de enfermedad injerto contra huésped (EICH); la sangre de cordón umbilical permite más flexibilidad de compatibilidad, aunque su recuperación hematológica es más lenta. La selección se decide caso a caso, equilibrando tiempos, riesgos y objetivos.
Riesgos que se controlan y cómo se afrontan
El TMO no es una operación menor. Sus riesgos están bien descritos y, lo importante, cada vez mejor controlados. En el trasplante alogénico, la complicación emblema es la EICH. Ocurre cuando el nuevo sistema inmunitario del donante reconoce como extraños los tejidos del receptor y los ataca. Puede ser aguda (más temprana, con afectación de piel, hígado, tubo digestivo) o crónica (más tardía, con manifestaciones como ojo seco, rigidez articular, afectación cutánea con áreas que se vuelven rígidas). Para prevenirla, se emplean inmunosupresores desde el inicio —combinaciones de fármacos que “educan” al injerto— y, en determinados protocolos, manipulación del injerto para reducir las células con más potencial de causar EICH. Si aparece, los esteroides siguen siendo la primera línea, con opciones crecientes de terapias dirigidas cuando no responden.
En ambos tipos de trasplante, la infección es el riesgo que centra la vigilancia durante semanas. Con profilaxis antibiótica, antiviral y antifúngica, aislamiento protector, higiene extrema y monitorización viral en sangre, se han reducido complicaciones graves que hace años eran frecuentes. Existen protocolos de vacunación para reiniciar el calendario de vacunas una vez el sistema inmune se ha reconstituido. Un punto sensible, a veces pasado por alto, es la fertilidad: la quimioterapia del acondicionamiento puede dañarla, por lo que los equipos ofrecen preservación de gametos antes del procedimiento. También se vigilan problemas metabólicos, cardiovasculares y óseos que pueden aparecer a medio plazo. No se ocultan las aristas, pero se gestiona el riesgo con medicina de detalle.
Cuando el trasplante es autólogo, no hay EICH porque las células son propias. Persisten, eso sí, las toxicidades derivadas del acondicionamiento: mucositis, náuseas, diarrea, cansancio profundo, pérdida de apetito. La diferencia práctica, más allá de las matizaciones técnicas, es que la recuperación funcional suele ser más rápida que en el alogénico y la vuelta a la rutina llega antes. Aun así, cada persona es un caso y la curva de energía sube a trompicones, con días muy buenos y otros más planos.
Quién es candidato y cómo se decide
El TMO no es la última bala ni una decisión automática. Es el resultado de estratificar riesgos y beneficios con datos. Se tiene en cuenta la biología de la enfermedad (citogenética, marcadores moleculares, carga tumoral), la respuesta a tratamientos previos (quimioterapia, anticuerpos, terapias dirigidas), la edad biológica (que no siempre coincide con la cronológica), las comorbilidades (corazón, pulmones, hígado, riñón), el estado funcional y el soporte familiar y social. La fotografía completa la analiza un comité multidisciplinar en el que hay hematología, enfermería experta, farmacia hospitalaria, microbiología, nutrición, psicología clínica y, si hace falta, otras especialidades.
Hay perfiles relativamente claros. En leucemia mieloide aguda, el alogénico se plantea en riesgo intermedio y alto o cuando persiste enfermedad mínima residual; en leucemia linfoblástica aguda, depende de subtipos genéticos y respuesta; en linfomas agresivos que recaen tras la primera línea, el autotrasplante sigue siendo piedra angular; en mieloma múltiple de nuevo diagnóstico, el autólogo aporta profundidad de respuesta y supervivencia libre de progresión en candidatos idóneos; en aplasia medular severa, el alogénico es la vía curativa prioritaria cuando hay un donante compatible. No es matemático: el itinerario se ajusta a medida que llegan nuevos datos del propio paciente.
España: donación, registros y realidad asistencial
España ha construido en la última década un ecosistema robusto que sostiene estos procedimientos. La coordinación entre hospitales de referencia, la Organización Nacional de Trasplantes, los servicios regionales de salud y el Registro de Donantes de Médula Ósea gestionado por la Fundación Josep Carreras permite algo esencial: encontrar donantes a tiempo y movilizar injertos con seguridad. El banco público de sangre de cordón umbilical aporta otra vía cuando no existe un donante adulto completamente compatible.
La donación es más sencilla de lo que muchos imaginan. Tras un tipaje HLA y una revisión médica, el donante suele movilizar sus células con fármacos durante unos días y acude al hospital para una aféresis que dura varias horas. En la mayoría de los casos se va a casa el mismo día con una sensación de cansancio y mialgias leves que ceden en 24-48 horas. Existe también la extracción en quirófano de médula ósea del hueso ilíaco bajo anestesia, menos habitual en la actualidad. Ser donante no deja secuelas relevantes y su impacto en el receptor es, a menudo, la diferencia entre tener opción y no tenerla. Un detalle que repiten los equipos: se necesitan más varones jóvenes porque, de media, proporcionan injertos con más carga celular y con un perfil inmunológico que en ciertos contextos reduce complicaciones.
En lo asistencial, los resultados han mejorado gracias a centros con alto volumen, circuitos estandarizados, monitorización molecular de la enfermedad, mejores profilaxis de EICH e infecciones y una enfermería altamente especializada que detecta complicaciones antes de que den la cara. No es casualidad que cada año se hable de récords de actividad y que aumente el número de pacientes que vuelven al trabajo, con una calidad de vida percibida mejor que hace apenas una década. La clave de fondo: una cadena logística que va desde una campaña de captación en un campus universitario hasta un envío criogénico que cruza fronteras en cuestión de horas.
La vida después del trasplante
El primer año tras un TMO, sobre todo si es alogénico, es como instalar un nuevo sistema operativo. Hay que reiniciar el calendario vacunal, mantener hábitos de protección en ambientes de riesgo mientras las defensas se estabilizan, vigilar la dieta (alimentos bien lavados y cocinados), evitar aglomeraciones durante los primeros meses y acudir a controles frecuentes que, con el tiempo, se espacian. El cansancio va y viene, las papilas gustativas tardan en bajar del carrusel, la piel pide hidratación y sombra, el ojo seco necesita lágrimas artificiales en algunos casos. A cambio, aparecen hitos que la gente recuerda con emoción: el día que subes sin pararte una cuesta que tenías atravesada, el primer viaje para ver a la familia, un analítico que confirma que la quimera del donante supera umbrales estables.
La salud mental es parte del tratamiento. Normalizar la alternancia entre esperanza y miedo, aceptar que hay días flojos, aprender a pedir ayuda y a gestionar el regreso a la rutina. Muchas unidades cuentan con psicooncología y rehabilitación integradas, además de trabajo social para resolver cuestiones laborales y de dependencia temporal. En el autotrasplante, la marcha suele ser más rápida: la mayoría de pacientes retoma su actividad laboral en un marco de semanas a pocos meses, aunque los plazos se individualizan. Lo esencial es no competir con el calendario y pactar con el equipo objetivos alcanzables.
A medio y largo plazo, la vigilancia se centra en infecciones tardías, revacunación completa, toxicidades crónicas y enfermedad mínima residual en quienes trasplantaron por patología maligna. Los tratamientos de soporte —desde fisioterapia hasta suplencia de hormonas si ha habido afectación gonadal— ayudan a que la recuperación no sea solo “hematológica”, sino funcional y vital.
Lo que se mueve ahora: terapias celulares y precisión
El TMO convive hoy con las terapias celulares CAR-T y con una farmacología dirigida que ha cambiado los mapas terapéuticos. No compiten; se complementan. En algunos linfomas y leucemias, los CAR-T permiten evitar un alogénico o posponerlo; en otros escenarios, se usan antes del trasplante para limpiar enfermedad y llegar en mejores condiciones. El resultado final es una medicina más personalizada, con itinerarios que se modifican según la respuesta biológica real y no solo por protocolos fijos.
Paralelamente, la prevención y el tratamiento de la EICH han avanzado con inhibidores específicos, anticuerpos y estrategias de depleción selectiva, lo que se traduce en menos ingresos y mejor funcionalidad en la vida diaria. La monitorización molecular de la enfermedad mínima residual permite intervenir antes —con infusiones de linfocitos del donante, ajustes de inmunosupresión o nuevas líneas de tratamiento— y reducir recaídas que antes se escapaban. No es magia; es medicina de precisión aplicada a un campo que, durante años, se apoyó más en la fisiología que en los biomarcadores finos.
Un apunte de lenguaje que ayuda a orientarse en la literatura: TMO, TPH (trasplante de progenitores hematopoyéticos) y HSCT (hematopoietic stem cell transplantation) son sinónimos prácticos en casi todos los textos. En España es muy común TMO en ámbitos no estrictamente académicos. Lo relevante no es la sigla, sino entender el proceso y sus implicaciones.
Una respuesta clara que sostiene la esperanza
Si hubiera que quedarnos con una idea nítida, sería esta: el TMO es el procedimiento que reemplaza una médula ósea enferma por células madre sanas para curar o controlar enfermedades graves de la sangre. Puede realizarse con tus propias células —cuando conviene un autotrasplante como parte del estándar— o gracias a un donante compatible que aporta, además, un sistema inmunitario nuevo capaz de vigilar y, llegado el caso, barrer células malignas rezagadas. No es un camino cómodo; exige tiempo, controles, paciencia y una red clínica y social que sostenga. Pero es un camino que cada año recorren más personas con éxito, recuperando proyectos, trabajo y vida cotidiana.
Detrás hay equipos especializados, donantes anónimos que cambian pronósticos y una infraestructura que ha aprendido a hacer fácil lo difícil. Eso, en definitiva, responde a la duda que suele asomar cuando alguien oye por primera vez esas tres letras: hay una razón de peso para tomárselas muy en serio, porque cuando el TMO está bien indicado, puede cambiar el desenlace. Y lo hace.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Fundación Josep Carreras, ConSalud, RTVE, 20 Minutos, EFE Salud.

Cultura y sociedadDe qué murió José Manuel Ochotorena ex portero del Valencia
Cultura y sociedadDe qué murió Jorge Casado, joven promesa del Real Zaragoza
Tecnología¿Cómo es RedSec, el battle royale gratis de Battlefield 6?
Cultura y sociedad¿Qué pueblos compiten en Ferrero Rocher 2025 y cómo votar?
Cultura y sociedad¿De qué murió Oti Cabadas? Adiós a la camionera influencer
Cultura y sociedad¿De qué murió Jairo Corbacho, joven futbolista de 20 años?
Cultura y sociedad¿De qué ha muerto Anna Balletbò? Fallece la pionera del PSC
Cultura y sociedad¿Qué gafas lleva Sánchez en el Senado y dónde comprarlas?












