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Cultura y sociedad

El sumo llega a Europa: ¿qué es el deporte milenario japonés?

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El sumo llega a Europa

Foto de Lars Heineken vía Wikimedia Commons bajo CC BY-SA 4.0

¡Sumo en Londres en el Royal Albert Hall! Historia, reglas, campeones, rituales y curiosidades de un deporte milenario que conquista Europa.

Londres ha convertido esta semana el Royal Albert Hall en un dohyō auténtico. Cuarenta luchadores de élite —rikishi— han viajado desde Japón para disputar un torneo completo de cinco días que recupera una estampa casi inédita fuera de su país: es la segunda vez que un basho de varias jornadas sale al extranjero y, como en 1991, el escenario es la sala victoriana bajo su cúpula majestuosa. No es postureo ni postal exótica: el recinto ha reforzado baños, ha adquirido sillas capaces de soportar 200 kilos y ha levantado un círculo de arcilla de cinco metros con su tejadillo ceremonial de madera. Todo a escala real. Todo bajo protocolo japonés.

El sumo, en esencia, es un deporte directo, limpio en sus reglas y envolvente en su liturgia. Se vence cuando el adversario pisa fuera del círculo o toca el suelo con cualquier parte del cuerpo que no sean las plantas de los pies. No hay cronómetro, no hay puntos. El árbitro —gyōji— inicia el combate cuando ambos puños tocan la tierra y canta la victoria con el nombre de la técnica (kimarite). Lo que Londres ve estos días no es solo choque de masas: es ritual, respeto al espacio sagrado del ring, gesto heredado de templos y santuarios, economía de movimientos y una concentración que se corta con cuchillo. Quien busca comprender de qué va el sumo lo tiene fácil en el Albert Hall: reglas claras, ceremonia intacta y el pulso competitivo en primera fila.

Royal Albert Hall, de auditorio victoriano a dohyō consagrado

El montaje del torneo en Londres va mucho más allá del decorado. La tarima de arcilla apisonada, elevada sobre el escenario, está ceñida por un círculo marcado con balas de paja, como en los torneos oficiales. Encima, un techo de madera de varias toneladas que remite a los santuarios sintoístas; no es un adorno, es el símbolo del carácter sagrado del espacio. El teatro ha tomado medidas inusuales para su repertorio habitual: sillas reforzadas para soportar grandes pesos, aseos adaptados y un seguro especial para las primeras filas, donde los cuerpos pueden volar fuera del círculo en una embestida. La intendencia también se ha notado: arroz, noodles, horarios milimétricos, camerinos configurados como vestuarios de contacto. Todo ello para que el público europeo vea un torneo de verdad, no una exhibición.

Esta visita cierra un círculo histórico. El sumo ya aterrizó en el Albert Hall en 1991 durante un festival cultural y dejó un recuerdo indeleble. La idea de repetir en 2021, coincidiendo con el 150.º aniversario de la sala, quedó en suspenso por la pandemia. El impulso ha vuelto ahora, empujado por la colaboración entre el promotor británico Martin Campbell-White y Hakkaku Rijichō —vencedor en 1991 y hoy presidente de la Asociación Japonesa—, que han trabajado durante años para cuadrar agendas, logística y exigencias técnicas. El resultado está a la vista: cinco jornadas con los rituales intactos, desde el desfile de luchadores hasta la ceremonia final del campeón.

¿Qué es el sumo?

Reglas que se entienden a la primera y un vocabulario propio

La belleza del sumo reside en su claridad. Pierde quien sale del círculo o toca el suelo con rodilla, codo, mano o cualquier otra parte que no sean las plantas. No hay categorías de peso, de modo que la masa corporal, el equilibrio y el control del centro de gravedad forman parte del juego. El combate arranca cuando ambos luchadores, en cuclillas, colocan los puños sobre la arcilla a la vez; no vale anticiparse y, si alguno se precipita, el árbitro detiene la acción y se reanuda. El gyōji, revestido con seda y sandalias, canta el veredicto y señala al vencedor con su abanico. Junto a él, cinco jueces —shimpan— observan desde los laterales y, si hay duda, se convoca un mono-ii: deliberación al borde del ring y, si procede, repetición del combate (torinaoshi).

El catálogo de kimarite supera las ochenta técnicas reconocidas. Las más habituales son fáciles de identificar y pronto se convierten en parte del vocabulario del espectador: oshidashi (empujar fuera sin agarre), yorikiri (forzar hacia afuera agarrando el mawashi), hatakikomi (abatimiento por palmada descendente), uwatenage (proyección con agarre exterior del cinturón). En paralelo, hay infracciones claras: no se permite golpear con puño cerrado, tirar del pelo, agarrar la parte del mawashi que cubre los genitales, meter dedos en ojos u orificios ni aplicar técnicas peligrosas como luxaciones directas. Las palmadas y los empujes con la mano abierta sí están admitidos, y hay maniobras que rozan el límite —el empuje al cuello, por ejemplo— pero se toleran bajo control.

El escenario y los símbolos: cuando el deporte pisa tierra sagrada

El dohyō no es un ring cualquiera. Es arcilla viva, apisonada y renovada durante el torneo. En su centro, dos líneas blancas —shikiri-sen— marcan el arranque del duelo y obligan a los luchadores a una coreografía precisa: respiraciones, miradas, avances y retrocesos, sal al aire para purificar, golpes suaves con la planta del pie para despertar el cuerpo.

Antes del primer combate, se consagra el círculo con ofrendas enterradas —arroz, sal, castañas—, un gesto que recuerda el origen religioso del sumo. En Londres, ese lenguaje se ha respetado milímetro a milímetro, con el añadido icónico del dosel de madera que corona la tarima, pesado, sobrio, inconfundible. La puesta en escena importa porque protege el sentido del deporte.

De la ofrenda agrícola al deporte nacional de Japón

El sumo nace como rito: una ofrenda a los kami para asegurar cosechas y buscar protección. Con siglos de práctica, se convierte en espectáculo popular y, ya durante el periodo Edo, se profesionaliza. Surgen las primeras clasificaciones, los carteles con los nombres de los luchadores —banzuke— y una economía artesanal alrededor de las exhibiciones. La era moderna fija el calendario en seis torneos oficiales al año (honbasho) y organiza la pirámide de divisiones que culmina en la makuuchi, la categoría reina. La televisión, los patrocinios y la internacionalización del talento empujan el sumo al siglo XXI sin desnaturalizarlo: el rito sigue en pie, la liturgia sostiene el espectáculo.

La jerarquía es su columna vertebral. Por encima de todos está el yokozuna, gran campeón y figura moral del deporte; no puede ser degradado, pero si no rinde o no compite, la expectativa es que se retire con dignidad. Debajo llegan los ōzeki, sekiwake, komusubi y los maegashira, además del resto de divisiones inferiores. Cada torneo reordena el mapa con ascensos y descensos según el balance de victorias y derrotas. No hay sorpresas administrativas: la arcilla decide. Las carreras se construyen con paciencia, constancia y salud. Una lesión a destiempo pesa más que un mal día porque en el sumo el cuerpo es herramienta y, también, biografía.

Técnica, fuerza y control: por qué un combate dura segundos… o no

El tópico dice que un combate de sumo dura un suspiro. Muchas veces es cierto: potencia y timing bastan para desalojar a un rival mal colocado. Pero en la élite el duelo también puede convertirse en una partida de ajedrez a fuerza de agarres, cambios de dirección y microajustes en el borde del círculo. La clave está en el centro de gravedad: quien lo mantiene bajo y estable, manda. A partir de ahí, manda el repertorio. Un especialista en empuje buscará líneas rectas, manos al pecho y pasos cortos; un luchador de mawashi intentará cerrar la distancia, asegurar el agarre y trabajar en diagonal hasta colocar una proyección. El borde de paja —tawara— añade dramatismo: medio pie dentro, medio fuera, y la lona no existe para salvarte. Es tierra, y se hunde.

Hay también psicología. Los rituales previos no son teatro: sirven para romper la tensión, medir al contrario, hacer dudar. Un combate puede decidirse mucho antes del impacto, en esos segundos en los que dos cuerpos se miran, aparentan calma y calculan cómo explotar el primer error. El público lo percibe, aunque sea la primera vez que ve sumo. Lo percibe y lo comparte: se hace silencio y, de repente, estalla un rugido cuando una cadera entra bien y el adversario se queda sin suelo.

Vida dentro de una heya: disciplina, cocina y jerarquías férreas

Fuera del foco, el sumo se organiza en heya (establos o cuadras), casas de entrenamiento donde conviven deportistas de distintas edades y rangos. La disciplina manda. Los jóvenes se levantan temprano, limpian, cocinan, entrenan antes del amanecer y aprenden a vivir el oficio. Los veteranos marcan el ritmo, corrigen posturas, exigen hábitos. La alimentación es parte del trabajo: el chanko nabe, guiso rico en proteína y verduras, se cocina en ollas enormes y se adapta a la temporada. El descanso se respeta y la cultura de cuadra —cortes de pelo, vestimenta tradicional, normas de conducta— fortalece una identidad que a veces choca con la vida moderna, pero resiste. No hay categorías de peso, así que ganar masa y mantenerla es táctica: más inercia, más empuje, más control si la técnica acompaña. La imagen del rikishi como gigante inmóvil se deshace en el primer entrenamiento serio: flexibilidad, movilidad de cadera, fuerza en el tronco y una resistencia que sorprende.

El mawashi, el cinturón de combate, es herramienta, escudo y, en ocasiones, trampa. Se anuda con precisión para evitar que se deshaga en plena acción y se protege bajo reglas estrictas. La higiene de competición es meticulosa: baños de agua caliente, vendajes, tratamiento de golpes. Las manos aprenden a golpear sin cerrar el puño, la mirada aprende a leer el peso del rival en el primer contacto. Detrás de cada combate breve hay horas de repetición.

Nombres que han marcado época y un legado que sostiene la fiebre actual

El sumo ha construido su memoria colectiva con campeones que trascienden a su generación. Taihō, Chiyonofuji, Kitanoumi, Asashōryū o Hakuhō no son solo estadísticas o fotos en blanco y negro: son estilos, escuelas de combate y símbolos de épocas concretas. Taihō representa la elegancia del dominio técnico; Chiyonofuji, la musculatura fibrosa que ganó donde nadie lo esperaba; Kitanoumi, la precocidad; Asashōryū, el volcán; Hakuhō, la era del récord absoluto de títulos en la máxima división. Su legado condiciona a los que llegan después: cada nueva estrella se mide (y se medirá siempre) con esa barra de acero.

Esa genealogía explica por qué un torneo fuera de Japón despierta tanta atención. El espectador europeo, al ver la entrada del yokozuna con la cuerda sagrada de cáñamo, reconoce una figura que actúa como puente entre el rito y la competición. El grito del yobidashi que llama a los luchadores, el golpe seco de pies en la madera, la sal que vuela… todo comunica identidad. No hace falta hablar japonés para entenderlo.

Europa ante un rito que no se disfraza

El Grand Sumo Tournament en Londres es, sobre todo, una prueba de que el sumo se puede exportar sin diluirse. Cuando se replican los elementos esenciales —dohyō de arcilla, tejadillo, jueces en su sitio, horarios, vestimenta—, el resultado es genuino. No se trata de adaptar el sumo a un formato extranjero; se trata de respetar el formato original y presentarlo en un contexto distinto, con públicos nuevos y códigos culturales distintos. La organización británica ha entendido el mensaje y ha hecho los deberes: seguridad a pie de tarima, camerinos a la altura del esfuerzo físico, provisiones generosas y comunicación que explica qué se está viendo y por qué se hace así.

Para el tejido deportivo europeo, acostumbrado a ligas y copas, un torneo con rituales tan marcados es una rareza. Pero funciona. Funciona porque el sumo ofrece algo que no abunda: claridad. Se entiende en cinco minutos y admite una segunda lectura para el que quiera profundizar. Se puede mirar como combate puro o como tradición codificada. Y, por encima de cualquier interpretación, es espectáculo. Un espectáculo que no necesita fuegos artificiales porque los golpes de realidad —un empuje bien medido, un giro de cadera imposible, una salvada a milímetros del borde— ya son fuegos.

Londres, arcilla y futuro próximo

Que esta cita vuelva a la capital británica tres décadas después importa por lo que abre. No es descabellado pensar en nuevas paradas europeas si el formato funciona en taquilla, si el público entiende el código y si los equipos técnicos son capaces de reproducir el dohyō con garantías. La Asociación Japonesa es prudente con las giras; prefiere una puesta en escena impecable a multiplicar fechas sin control. Si Londres deja un aprendizaje —y lo dejará— será que se puede viajar con el rito sin folclorizarlo. Y eso vale oro para el futuro del sumo fuera de casa.

Mientras, la vida en Japón sigue su curso con el calendario de seis torneos oficiales. Cada uno recoloca jerarquías y llena páginas de resultados, técnicas y narrativas. Europa observa desde la distancia, y cuando toca, asoma la cabeza en primera fila. La corriente es de ida y vuelta: Londres presta un escenario mágico y el sumo ofrece una gramática que aúna deporte, cultura y disciplina. A partir de ahí, el tiempo dirá si la relación crece.

Bajo la cúpula, un idioma común

El Royal Albert Hall ha visto óperas, veladas de boxeo, pop, ballet y hasta competiciones de fuerza. Hoy, con el sumo, añade un idioma distinto a su historial: un idioma que se habla con el cuerpo, el silencio y la arena. A fuerza de ser distinto, el sumo engancha. Tiene el poder de explicar Japón sin una sola palabra y, a la vez, de competir al nivel más alto sin adornos. Londres ha entendido el guion y lo ha representado sin atajos.

Ahí está la clave: respetar el rito para que el deporte brille. Cuando el último puñado de sal caiga sobre la arcilla y el campeón reciba su trofeo, a nadie le hará falta subtítulo. Se habrá visto, en directo, cómo un rito milenario cabe —y respira— bajo una cúpula victoriana. Y eso, sencillamente, se queda.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada y reciente, procedente de medios españoles y piezas concretas relacionadas con el torneo de Londres, las reglas y la tradición del sumo. Fuentes consultadas: ABC, AS, El País, La Vanguardia, RTVE.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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