Naturaleza
¿Qué deja el tifón Kalmaegi en Filipinas y hacia dónde va?

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Kalmaegi arrasa Filipinas: víctimas, 1,1 millones de afectados y Cebú en calamidad; el tifón gana fuerza rumbo a Vietnam y tensa respuestas.
Kalmaegi, conocido localmente como Tino, ha cruzado de este a oeste el corazón de Filipinas dejando inundaciones severas, barrios enteros anegados, cortes de luz e internet y un balance de víctimas que crece con el paso de las horas. Las autoridades hablan de más de medio centenar de fallecidos y decenas de desaparecidos; recuentos provinciales y municipales elevan esa cifra. El número de personas afectadas supera 1,1 millones, con familias que han tenido que abandonar sus casas a toda prisa por la subida súbita del agua o por deslizamientos en laderas inestables. Cebú, una de las provincias más pobladas del país, ha declarado el estado de calamidad para agilizar fondos y acelerar contrataciones de emergencia ante los daños extendidos en infraestructuras, edificios y servicios básicos.
El ciclón ha salido al mar de China Meridional y recupera fuerza con dirección al centro de Vietnam. Los servicios meteorológicos prevén vientos muy intensos —con rachas huracanadas— y lluvias persistentes a partir de la noche del jueves y la madrugada del viernes, con riesgo de marejada ciclónica en la franja costera y crecidas rápidas tierra adentro. Mientras Filipinas despliega tareas de rescate y limpieza, Vietnam se prepara para movilizar evacuaciones, asegurar puertos y vigilar ríos y presas. En paralelo, el norte de Luzón, donde se ubica Manila, observa la evolución de otra perturbación tropical que podría ganar fuerza y tocar tierra el lunes si se cumplen los escenarios más agresivos.
Cifras que elevan la alarma
Los desastres de origen meteorológico suelen presentar balances cambiantes en las primeras 24–48 horas, y Kalmaegi no es la excepción. El conteo oficial ha confirmado decenas de muertos, con heridos atendidos en hospitales saturados por cortes de luz y carreteras parcialmente bloqueadas por árboles, postes y escombros. Al cierre de la jornada, más de 1,1 millones de personas figuran como afectadas en diferentes grados: desde quienes han perdido enseres y parte de la vivienda hasta familias evacuadas en centros temporales. Es un registro que ayuda a dimensionar la magnitud del impacto: no es solo agua, son escuelas cerradas, negocios detenidos, clínicas sin suministro eléctrico estable y barrios intransitables por el fango.
La mortalidad se concentra en ahogamientos, derrumbes y accidentes asociados a la crecida súbita de ríos y canales urbanos. En el municipio de Liloan, al norte de la isla de Cebú, el alcalde informó que internet, luz y agua quedaron fuera de servicio durante horas, lo que dificultó la coordinación de rescates y el reparto de asistencia. En el recuento de incidentes destaca, además, la muerte de seis militares tras el accidente de un helicóptero que colaboraba en operaciones de socorro en la isla de Mindanao. Ese golpe a la logística aérea —clave para llevar alimentos, medicinas y pastillas potabilizadoras a comunidades aisladas— agrava la presión sobre las rutas marítimas y terrestres, ya de por sí saturadas.
La temporada suele dejar una veintena de ciclones en el archipiélago, pero la concatenación de fenómenos recientes ha fatigado la capacidad de respuesta de gobiernos locales y familias. En septiembre, un supertifón ya obligó a evacuaciones masivas en varias provincias; en octubre, Cebú sufrió un terremoto de magnitud 6,9 con decenas de víctimas. Ese estrés acumulado explica por qué tantas infraestructuras han cedido con rapidez: taludes inestables, drenajes colapsados, edificaciones dañadas que han recibido ahora el golpe de gracia con la lluvia extrema de Kalmaegi.
Cebú, provincia exhausta por el agua y el lodo
Las imágenes de Cebú City, Mandaue, Talisay y Liloan resumen el paso del tifón: coches amontonados contra muros, calles convertidas en ríos de agua chocolate, viviendas anegadas hasta el pecho y transformadores chisporroteando bajo la lluvia. Decretar el estado de calamidad ha sido decisivo para agilizar compras de emergencia, contratar personal de limpieza y redirigir fondos hacia lo urgente: albergue, agua potable, alimentos, cloro para potabilización, grupos electrógenos y carpas. Se han abierto centros de evacuación en escuelas y polideportivos; la estampa más repetida, filas de familias con toallas en la cabeza y bolsas de ropa esperando su turno para recibir kits de ayuda.
La recuperación inicial se calcula en una a dos semanas para restablecer circulación básica, retirar lodo y reconectar servicios en las zonas menos dañadas. En barrios con plano urbano denso, pluviales saturados y cables a baja altura, el regreso a cierta normalidad tardará más. El agua retrocede, sí, pero deja fangos gruesos en viviendas, comercios y centros de salud que hay que remover a pala. En esa coreografía de posdesastre, la comunidad —vecinos, asociaciones, parroquias— trabaja codo con codo con policía, ejército y bomberos. Cada calle despejada acelera el reparto de alimentos y el despliegue de técnicos eléctricos; cada colegio limpio permite retomar clases y vacunaciones pendientes.
No todo es logística o maquinaria pesada. Hay un plano íntimo que no entra en los balances: archivos personales perdidos, electrodomésticos arruinados, libros pegados por el barro, recuerdos que no vuelven. En la práctica, las familias más golpeadas deben elegir entre reparar lo reparable o empezar de cero. Las autoridades locales están ofreciendo microayudas para material de limpieza, madera y láminas de reparación, junto a bonos de alimentos y exenciones temporales de tasas municipales para pequeños comerciantes que se han quedado sin inventario.
El día después: barro, limpieza y servicios básicos
Una secuencia relativamente constante se repite en los barrios inundados: bombeo y achique en sótanos y bajos, lavado de calles con agua a presión y desinfección con hipoclorito en centros comunitarios y escuelas. Cortes planificados de electricidad —para evitar accidentes por cables pelados en zonas húmedas— preceden a la reconexión segmentada por sectores. La prioridad son los hospitales y plantas de agua, después mercados y frigoríficos industriales, y por último viviendas. En los evacuation centers, la lista de necesidades inmediatas incluye potabilización, higiene femenina, pañales, fórmula infantil, antibióticos de amplio espectro (para infecciones cutáneas) y vacunas antitetánicas para quienes se han herido retirando escombros.
En Liloan, uno de los puntos calientes del desastre, las cuadrillas municipales han dividido el mapa en sectores para retirar muebles empapados, colchones y escombros que obstruyen el paso de ambulancias y camiones cisterna. Se han instalado puntos de recarga alimentados por generadores para teléfonos móviles; mantener comunicaciones básicas es clave para localizar a familiares, coordinar ayuda y reportar necesidades urgentes. La seguridad en zonas anegadas incorpora cintas y vallas para evitar caídas en zanjas o alcantarillas abiertas que el lodo oculta.
Cómo un ciclón de “escala media” causó daños extremos
Kalmaegi no ha sido —en términos estrictamente de viento sostenido— el ciclón más violento de la temporada en el Pacífico occidental. Entonces, ¿qué lo ha hecho tan dañino? Varias piezas encajan.
La primera, la lluvia. El sistema llegó con núcleos convectivos muy activos y realizó varios toques de tierra al cruzar el archipiélago. Ese patrón, sumado a la orografía de Visayas, multiplica la precipitación cuando bandas de lluvia se reorganizan sobre cordilleras y valles urbanos. En términos hidrológicos, el resultado es una escorrentía explosiva: ríos cortos y cuencas pequeñas responden con crecidas súbitas, y la capacidad instalada de drenaje —a menudo obstruida por residuos— no da abasto.
La segunda, la exposición. Filipinas es un país costero y urbano. En Cebú y su área metropolitana, calles estrechas, zonas bajas y nivel freático alto forman una combinación muy sensible a lluvias intensas. Muchos asentamientos se han expandido sobre planicies de inundación sin dejar corredores hidráulicos ni lagunas de laminación suficientes. El agua, cuando llega muy rápido, ocupa garajes, bajos comerciales, rotondas y pasos inferiores; luego arrastra coches, motocicletas y parte del mobiliario urbano.
La tercera, una ventana de intensificación. Tras emerger al mar de China Meridional, Kalmaegi encontró aguas cálidas y una cizalladura vertical relativamente favorable. Eso le ha permitido reorganizar su núcleo y ganar energía antes de acercarse a la costa vietnamita. El riesgo ahora no es solo el golpe del viento en primera línea de costa, sino la lluvia persistente que suele desplazarse cientos de kilómetros hacia el interior, con deslizamientos en laderas inestables y crecidas en cuencas medianas.
Lluvias concentradas y toques de tierra múltiples
El multitouch de Kalmaegi —al menos cinco entradas sobre territorio filipino— explica la sensación de temporal interminable. Cada nuevo toque de tierra dispara alertas locales, cierra carreteras y complica la logística de socorro. Además, cuando el núcleo vuelve al mar, se reactivan bandas de alimentación que giran y castigan una y otra vez las mismas zonas. En Guimaras e Iloílo, por ejemplo, se han reportado calles con tres picos de inundación en menos de 24 horas: cada pico empuja más barro y más residuos hacia el centro urbano.
Exposición urbana y drenajes saturados
El drenaje urbano es el gran “talón de Aquiles” en ciudades tropicales. Canalizaciones colmatas por sedimentos y residuos plásticos convierten una lluvia intensa en un tsunami marrón. Las bocas de tormenta actúan como cuellos de botella y los pasos deprimidos se transforman en piscinas que atrapan vehículos. En Cebú, operarios municipales y voluntarios han tenido que levantar rejillas a mano para liberar el flujo; esas horas ganadas pueden marcar la diferencia entre daños materiales y tragedias.
Rumbo al centro de Vietnam: escenarios probables
La trayectoria actual sitúa a Kalmaegi avanzando hacia la franja central de Vietnam, con posible impacto entre Quang Ngai y Khanh Hoa, y un abanico de efectos que trasciende la costa. Los pronósticos apuntan a vientos sostenidos muy fuertes y rachas capaces de derribar árboles y tejas, combinados con oleaje significativo y marejada en bahías y deltas. El temporal podría debilitarse al penetrar tierra adentro, pero la lluvia residual sobre mesetas y valles del interior puede detonar desbordamientos y deslizamientos en zonas deforestadas o previamente saturadas por episodios de monzón.
El Gobierno vietnamita ha ordenado preposicionar ayuda: sacos de arena, kits de higiene, equipos de rescate acuático y bombas de alto caudal. Se estudian cierres puntuales de puertos pesqueros, suspensión temporal de la enseñanza en distritos costeros y desplazamiento preventivo de familias de barrios bajos y áreas ribereñas. Las presas de cuencas medianas están bajo monitoreo continuo: abrir compuertas antes de tiempo reduce el estrés estructural, pero exige coordinar con municipios de aguas abajo para evitar picos peligrosos.
El impacto no se circunscribe a Vietnam. Las bandas exteriores de Kalmaegi pueden dejar franjas de lluvia en el sur de Laos y el este de Tailandia, especialmente si el sistema mantiene organización y alimentación húmeda desde el mar. Los ministerios de transporte revisan taludes en carreteras de montaña y preparan desvíos si se registran derrumbes.
Lo que funciona: alertas tempranas, evacuaciones, logística
La cadena de aviso ha demostrado ser determinante en la reducción de víctimas. En Filipinas, los boletines de PAGASA activaron con antelación señales de viento y alertas por marejada, lo que facilitó evacuaciones en barrios costeros y en zonas con historial de inundaciones. Donde esos avisos llegaron con claridad y hubo confianza en las autoridades, el retiro preventivo se hizo a tiempo. En otras áreas, el recelo o la falsa sensación de seguridad tras episodios anteriores retrasó el movimiento y complicó los rescates.
La logística posterior marca el ritmo de la recuperación. Sin agua potable y electricidad, aumenta la probabilidad de diarreas, infecciones cutáneas y brotes de enfermedades respiratorias. Por eso, la llegada de potabilizadoras móviles, cloro, tanques y generadores es tan importante como el reparto de arroz, fideos o conservas. Los equipos de salud organizan jornadas de vacunación y atención psicosocial; la salud mental suele quedar en segundo plano, pero es clave en comunidades que han encadenado terremoto y tifón en pocas semanas.
Otro factor sensible es la información. Las autoridades locales han habilitado puntos de anuncio con altavoces y paneles en mercados y plazas para comunicar horarios de distribución, zonas de limpieza y rutas seguras. En contextos con internet inestable, esos canales “analógicos” vuelven a ser vitales.
Señales del clima y ciudad: más agua en menos tiempo
Sin atribuir un episodio concreto a una sola causa, la evidencia científica señala con alto grado de confianza que el calentamiento global está intensificando las lluvias extremas asociadas a ciclones tropicales. Una atmósfera más cálida puede retener más vapor de agua, y, cuando se dan las condiciones dinámicas, descargarlo en poco tiempo sobre superficies urbanas cada vez más impermeables. El resultado: picos de caudal más altos, tiempos de respuesta más cortos y daños que se multiplican si el drenaje no está preparado.
Para ciudades como Cebú, la agenda de adaptación no es un debate abstracto. Significa limpiar con regularidad canales y bocas de tormenta, prohibir vertidos, proteger humedales que actúan como esponjas y reservar suelo para parques inundables. En barrios ya consolidados, la respuesta pasa por obras pequeñas pero continuas: rejillas nuevas, válvulas antirretorno, sumideros ampliados, calles permeables. No evita el agua, pero reduce su altura y velocidad, y con ello baja la mortalidad.
Los próximos días: vigilancia en Filipinas, máxima alerta en Vietnam
En Filipinas, el foco inmediato está en rescatar a quienes aún se encuentran en zonas aisladas, restaurar servicios esenciales y levantar un censo fino de daños para canalizar ayudas. Las escuelas que han operado como centros de evacuación necesitan limpieza profunda, agua segura, duchas y electricidad antes de retomar actividades. La prioridad es que niñas y niños vuelvan al aula y que los centros de salud funcionen a plena capacidad; la normalidad de base es un antídoto potente frente a la desesperanza.
En Luzón, la vigilancia meteorológica se centra en la mencionada perturbación tropical que podría intensificarse en los próximos días. Una respuesta eficaz exige aprovechar las lecciones de Kalmaegi: evacuaciones preventivas en barrios con historial de inundaciones, rutas claras para el transporte de oxígeno, diálisis y medicinas y planes de corte eléctrico planificado que eviten accidentes.
En Vietnam, la jornada previa al impacto servirá para cerrar puertos, retirar embarcaciones, asegurar techos en instalaciones sensibles y desplegar equipos de rescate acuático en puntos estratégicos. Si el ciclón toca tierra con la fuerza prevista, la comunicación entre gobernaciones, defensa civil y servicios de salud marcará la diferencia entre un episodio incómodo y un desastre. La experiencia regional, tras episodios similares, sugiere cortes preventivos en carreteras de montaña propensas a derrumbes y cierres de escuelas en franjas costeras expuestas.
Kalmaegi pone a prueba la resiliencia: prioridades inmediatas
Kalmaegi deja vidas truncadas, negocios detenidos y una geografía extenuada pero activa. Filipinas ha evitado lo peor en muchas áreas gracias a evacuaciones rápidas y a redes comunitarias que funcionan. Falta lo más laborioso: limpiar, reparar, volver a arrancar. Cebú encara una recuperación que pide dinero flexible, compra ágil de materiales y obras de drenaje que no se vean, pero que salvan. La muerte de seis militares en Mindanao recuerda que el socorro también implica riesgo y sacrificio.
En el mapa, el foco se desplaza a Vietnam. Si el impacto llega con la intensidad prevista, será otro examen a la gestión del riesgo en la región: avisos claros, evacuaciones a tiempo, apoyo a los más vulnerables y una recuperación que priorice agua, salud y escuela. La temporada de tifones no ha terminado; vendrán más. Lo que sí puede cambiar —y rápido— es la capacidad de que cada episodio sea menos letal. Esa es la tarea inmediata, práctica y medible que deja Kalmaegi en su estela de agua y barro.
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Este artículo se sustenta en información contrastada y de acceso público. Fuentes consultadas: El País, Agencia EFE, AP News, PAGASA, VietnamPlus, ABS-CBN News.

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