Salud
Porque pican las hemorroides por la noche: causas y solución

Por qué pican las hemorroides por la noche y cómo bajarlo hoy: causas reales, rutina de alivio en 10 minutos y señales claras para consultar.
La escena se repite con puntualidad molesta: llega la noche, el cuerpo afloja, la mente se queda sin ruido y el picor en la zona perianal gana volumen. Hay motivos claros. De madrugada desciende el cortisol —antiinflamatorio natural—, aumenta la vasodilatación, la piel se vuelve más sensible a la temperatura y a la humedad, y la postura en la cama favorece la congestión venosa de la pelvis. Si existe un problema hemorroidal de base, ese cóctel dispara el prurito hemorroidal. No es una rareza ni un castigo: es fisiología con hábitos cotidianos que a veces se cruzan. Y sí, se puede cortar.
La solución empieza por lo sencillo y medible. Una rutina de tarde-noche que combine baño de asiento tibio, secado cuidadoso sin frotar, una barrera protectora (vaselina blanca u óxido de zinc en capa fina), ropa interior de algodón holgada y una habitación ligeramente fresca suele apagar el escozor lo bastante como para dormir. El día siguiente se prepara a esa hora: fibra soluble y agua repartida durante la jornada, menos esfuerzo en el retrete, menos tiempo sentado sin moverse, cero perfumes o jabones agresivos en la zona. Si hay dolor fuerte, sangrado o un bulto duro y muy doloroso de aparición brusca, toca evaluación médica. Cuando se actúa con cabeza, la mayoría de episodios remite en días.
Lo esencial para entender el escozor nocturno
El tejido hemorroidal son cojinetes vasculares normales que colaboran en la continencia. El problema llega cuando se dilatan o se inflaman, descienden y se irritan. De noche, la temperatura bajo las sábanas aumenta ligeramente y la piel perianal —delicada, fina, con una flora propia— retiene más humedad. La mucosidad que pueden generar las hemorroides internas macera la piel, la deja expuesta a irritantes mínimos (restos de heces, sudor, detergentes) y el simple roce del tejido con la ropa o la propia piel desencadena el cosquilleo. Hay además un factor de atención: al no estar distraída, la mente amplifica señales que durante el día pasan desapercibidas. Cambia el umbral de percepción. El picor parece nuevo, pero en realidad se hace evidente.
Ese contexto explica por qué el picor anal nocturno empeora en ciclos. Unos días sí, otros no. Una cena picante, un par de copas, una ducha muy caliente antes de dormir, una limpieza demasiado vigorosa tras la deposición… Pequeños detalles. Si se encadenan, suman. La piel se irrita, se rasca, se inflama más y pica más: círculo vicioso en toda regla. La clave está en romper la cadena rascado–irritación–rascado y en poner orden al tránsito intestinal para que el recto no se convierta en una fuente de microtraumas diarios. Menos espectacular que una crema milagrosa, pero más eficaz.
El reloj biológico y el calor de la cama
Los ritmos circadianos son parte del guion. De noche baja la producción de cortisol, suben mediadores inflamatorios que también modulan el prurito y la vasodilatación cutánea hace que la zona esté más reactiva. Al mismo tiempo, el decúbito favorece un cierto estancamiento venoso en la pelvis; los plexos hemorroidales se congestionan y el tejido circundante se tensa. Nada dramático, pero suficiente para sentir hormigueo o escozor. Si la habitación es cálida o la ropa interior aprieta donde no debe, el efecto se multiplica. El calor actúa como un amplificador: dilata vasos, humedece el microambiente de la piel y reduce la resistencia de la barrera cutánea. La piel “bebe” más agua, se ablanda, se vuelve más propensa a irritarse con mínimas fricciones.
A ese escenario se suma la variable psicológica. La atención puesta en el cuerpo, sin tareas ni conversaciones que nos saquen del foco, vuelve enorme el estímulo. Se nota más todo. Un consejo práctico —parece menor— es preparar el descanso con cierta ceremonia: airear el dormitorio, bajar uno o dos grados la temperatura, evitar tejidos sintéticos pegados a la piel, cortar la cafeína de la tarde. No se trata de rituales místicos, sino de reducir la suma de pequeños empujones hacia el picor.
Hemorroides: congestión, humedad y rascado
Cuando las hemorroides están activas, la mucosa del canal anal puede filtrar mucosidad durante el día. No siempre se percibe, pero ese exudado humedece la piel perianal y la hace vulnerable. El sudor y los restos de papel o toallitas con fragancias rematan la ecuación. De ahí que tantas personas noten el problema a última hora, cuando se sientan y el calor de la ropa reblandece la zona. Si el hábito tras defecar consiste en restregar con papel áspero o en aplicar toallitas con alcohol, la barrera se rompe. Aparecen microfisuras, se libera histamina local y el prurito estalla. No hace falta una gran lesión para que el picor sea intenso; basta un derrame de humedad mantenido y un par de gestos agresivos.
También influyen los hábitos intestinales. El estreñimiento obliga a empujar, fuerza la musculatura y congestiona aún más el plexo hemorroidal. Cada empuje prolongado desenfoca la microcirculación, irrita las terminaciones nerviosas y deja una sensación residual que por la noche se hace evidente. En el extremo contrario, la diarrea repetida —aunque sea leve— regala un festival de enzimas y ácidos biliares que queman la piel como si fueran un exfoliante químico. La consistencia ideal es la intermedia: heces formadas, blandas, que salen sin esfuerzo y dejan poca huella.
Un último actor de reparto tiene más peso del que parece: la limpieza excesiva. Suena contraintuitivo, pero es habitual. El afán por “dejarlo impecable” empuja a usar geles antibacterianos, jabones perfumados o toallitas a discreción. Resultado: se arrasa el manto lipídico que protege la piel, se altera el pH y se rompe la capa córnea. A partir de ahí, cualquier roce pica. Aquí menos es más: agua tibia, papel blanco sin perfumes, toques suaves, nada de frotar. Como mucho, un limpiador suave sin fragancias si hay necesidad. Todo lo que lleve mentol, alcohol o esencias aromáticas multiplica el riesgo de dermatitis de contacto.
Qué hacer esta noche: rutina breve y eficaz
La prioridad es pasar la noche con el picor en mínimos. No hace falta una farmacia entera; con una secuencia sencilla de 10 minutos suele bastar. Primero, baño de asiento tibio (temperatura corporal) entre cinco y diez minutos. El agua alivia la inflamación local, relaja el esfínter y arrastra residuos que puedan estar irritando. Nada de agua muy caliente: empeora la vasodilatación y deja la piel más vulnerable. Al salir, secado sin fricción: toques con una toalla de algodón suave o con papel blanco, nunca arrastrando. Si cuesta llegar, una ráfaga breve de aire frío del secador, a distancia, seca las zonas más recónditas sin maltratar.
Segundo paso, barrera protectora. Una capa finísima de vaselina blanca o de óxido de zinc sella la piel y disminuye la fricción. No es cosmética; es mecánica. En rachas con escozor punzante, una crema con lidocaína al 2 % aplicada en una cantidad pequeña puede amortiguar el impulso de rascarse durante varias horas. Se usa durante días, no semanas; y es preferible hacerlo tras consultar con un profesional, sobre todo si se toman otros tratamientos. Evitar mezclas largas de ingredientes “milagrosos”: más componentes, más riesgo de alergia.
Tercer paso, ropa y cama. La ropa interior debe ser de algodón, amplia, sin costuras que aprieten la zona. En la cama, mejor dormir de lado que boca arriba o boca abajo; la presión sobre el periné o el coxis puede aumentar el cosquilleo. El dormitorio, fresco. Un par de grados menos cuentan. Si hay tendencia a sudar, cambiar la funda del colchón por una transpirable y usar sábana de algodón ayuda a evitar el microclima húmedo. No es obsesión, es estrategia.
Y, por último, el plan para la mañana. Un vaso de agua al levantarse, desayuno con fibra soluble (avena, kiwi, compota de manzana sin azúcar), paseo de 10–15 minutos y al baño cuando aparezca el deseo defecatorio, sin aplazar. Menos tiempo sentado en el inodoro, nada de leer el móvil. La hemorroide agradece la rutina. Si el estreñimiento se resiste, un osmótico suave pautado puede ser el empujón que hace falta durante unas semanas.
Tratamientos útiles y señales de alerta
Las medidas de cuidado son el pilar, pero hay tratamientos con respaldo clínico que mejoran los picores hemorroidales nocturnos cuando el cuadro aprieta. Un corticoide tópico de baja potencia (hidrocortisona al 1 %) durante pocos días reduce la inflamación cutánea que perpetúa el picor. No conviene prolongarlo por cuenta propia. Un anestésico local puntual, como la lidocaína, tiene su papel como “puente” en brotes intensos. En presencia de sobreinfección por hongos (piel enrojecida con bordes marcados, picor que arde, fisuritas) o de una dermatitis eccematosa, será el profesional quien ajuste un antifúngico o un inmunomodulador tópico. Si el dolor punzante al defecar apunta a fisura anal, el enfoque cambia: ablandar heces, controlar el espasmo y evitar el trauma es lo que más alivia.
Cuando las hemorroides internas son la fuente principal de síntomas y fallan las medidas conservadoras, existen técnicas ambulantes efectivas: ligadura con banda elástica, escleroterapia o, en situaciones concretas, cirugía. No conviene correr hacia el quirófano: la mayoría de episodios de prurito nocturno responden sin llegar a ese punto. Aun así, saber que hay opciones tranquiliza. Lo que sí debería evitarse son las cremas multicomponente con vasoconstrictores, corticoides potentes y anestésicos usadas durante semanas; adelgazan la piel, predisponen a alergias y crean dependencia.
Hay señales de alarma que recomiendan consulta sin demora: sangrado rojo vivo repetido, dolor intenso que despierta por la noche, aparición súbita de un bulto duro y muy doloroso (posible trombosis), fiebre o secreción purulenta, pérdida de peso, anemia, cambios persistentes del hábito intestinal o antecedentes familiares relevantes de cáncer colorrectal. A partir de los 50 años, toda rectorragia exige más prudencia diagnóstica. No se trata de asustar, sino de no banalizar lo que no toca.
Prevención realista para que no vuelva
Prevenir significa actuar en dos frentes: transito intestinal y cuidado cutáneo. En el primero, la combinación ganadora es tan aburrida como eficaz. Fibra dietética repartida (25–35 gramos al día entre comida y, si hace falta, suplementación), agua a sorbos durante la jornada —no toda de golpe—, actividad física moderada diaria y horarios regulares. El colon es animal de costumbres: desayunar con calma, caminar unos minutos y acudir al baño cuando aparece el deseo resetea el circuito. Eliminar el hábito de leer sentado en el inodoro reduce la congestión sostenida del plexo hemorroidal.
En el segundo frente, la higiene amable pone orden. Duchas templadas, geles sin perfume, secado con toques, ropa interior de algodón lavada con detergentes suaves y sin suavizante en esa zona. Si el trabajo implica sudor o muchas horas sentado, un recambio de ropa interior a media jornada evita la humedad crónica. Quien note que el escozor se dispara tras cenas con alcohol, especias intensas o chocolate tiene un mapa: basta con ajustar esos elementos en días clave. Un registro casero durante dos semanas —qué se comió, cómo fue el tránsito, cuánto picó por la noche— descubre patrones útiles sin obsesionarse.
Hay situaciones especiales. En el embarazo, la congestión venosa pélvica y el estreñimiento son frecuentes; las medidas conservadoras y el mimo cutáneo son el camino, con especial atención a la fibra y la hidratación. En personas con diarreas de repetición por intolerancias o enfermedades intestinales, es crucial ajustar el diagnóstico y el tratamiento de base, porque el mejor protector cutáneo no compensa una agresión química diaria. En usuarios de bicicleta o deportes con fricción prolongada en el periné, el sillín ergonómico, los culotes adecuados y las pausas marcan diferencia. Y en oficinas de silla eterna, una alarma cada hora para ponerse en pie tres minutos es un gesto pequeño, pero eficaz.
Conviene asumir además que la piel perianal tiene memoria. Tras una racha de prurito ani, tardará unos días en recuperar la normalidad plena. Si el episodio cede, mantener la rutina una o dos semanas más —baño tibio corto, barrera, algodón— reduce recaídas. También ayuda recordar un detalle técnico: la barrera funciona cuando es fina; si se aplica una capa gruesa, se macera. Y un apunte obvio, aunque no siempre fácil: no rascar. Si el impulso es incontrolable, presionar con la palma o dar pequeños toques rompe el circuito sin abrir heridas.
Causas que se confunden: no todo es hemorroidal
El prurito perianal comparte escenario con otras entidades. La fisura anal suele doler como un corte al defecar y deja un escozor posterior reconocible; suele asociarse a un pequeño sangrado y un espasmo que se nota como “latido”. La dermatitis de contacto aparece en usuarios de toallitas perfumadas, colonias, desodorantes o cremas “naturales” ricas en aceites esenciales; cursa con enrojecimiento, a veces pequeñísimas vesículas y mucha necesidad de rascar. Las infecciones por Candida ofrecen bordes bien definidos, placas blanquecinas y un escozor ardiente; el tratamiento difiere. La psoriasis y el lichen sclerosus también pueden afectar la zona y confundir, con placas blanquecinas o zonas hiperqueratósicas que requieren diagnóstico experto. En niños, los oxiuros explican picos de picor nocturno muy llamativos; el manejo es otro.
Hay causas sistémicas que amplifican el picor: diabetes mal controlada, alteraciones tiroideas, insuficiencia hepática o deficiencias nutricionales. No es lo más habitual, pero cuando el prurito perianal es rebelde o se acompaña de otros síntomas cutáneos y generales, conviene mirar más allá. La moraleja es sencilla: si el escozor no cede con medidas razonables en pocos días o reaparece con frecuencia, la evaluación profesional descarta piezas que faltan en el rompecabezas y afina el tratamiento.
Dormir sin escozor: hoja de ruta personal
Dormir bien con hemorroides activas es posible. Requiere método, no heroicidades. A corto plazo, el tridente que más se nota es baño tibio breve + secado sin fricción + barrera en capa fina, junto con ropa de algodón y un dormitorio algo más fresco. En paralelo, conviene preparar el tránsito del día siguiente con fibra soluble, hidratación continua y horarios fieles, evitando leer en el baño y reduciendo el esfuerzo. En rachas intensas, un anestésico local puntual y, si procede, un corticoide suave durante pocos días apagan la inflamación que perpetúa el picor. Cuando el cuadro no encaja, hay dolor severo, sangrado o bultos duros, la consulta aclara dudas y evita complicaciones.
El resto es constancia. Identificar y podar irritantes —toallitas con alcohol, perfumes, jabones fuertes, papel áspero—, ajustar la dieta en los días delicados, introducir pausas activas si el trabajo obliga a estar sentado y aceptar que la piel necesita tiempo para calmarse. En ese margen, los excesos no ayudan: ni la limpieza obsesiva, ni las cremas milagro con listas interminables de ingredientes, ni los remedios fragantes que prometen alivio instantáneo. La experiencia clínica es clara: con gesto técnico, rutina amable y vigilancia sensata, el picor hemorroidal nocturno pierde fuerza y deja de mandar sobre la madrugada. Y entonces el sueño vuelve a su sitio, sin épica, pero con una eficacia muy agradecida.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Hospital Clínic Barcelona, Asociación Española de Coloproctología, Institut Català de la Salut, Servicio Gallego de Salud.

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