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Por qué el huevo es el alimento que más se encarece en 2025

El huevo lidera las subidas de 2025: gripe aviar, costes y fin de la rebaja del IVA empujan su precio. Datos contrastados, contexto y claves.
El huevo sube con fuerza en 2025 por la coincidencia de varios factores que se alimentan entre sí: un shock de oferta por la reaparición de brotes de gripe aviar en mercados de referencia que ha reducido la cabaña de ponedoras y, a la vez, un tirón de la demanda que lo convierte en refugio proteico cuando otras proteínas frescas y procesadas también encarecen o fluctúan. Esa combinación ha trasladado tensión al mayorista, ha encarecido los ovoproductos industriales y, con poco retraso, ha empujado el precio final en el lineal del supermercado. En paralelo, el retorno del IVA superreducido al 4% tras el periodo de rebajas temporales suma un pequeño escalón fiscal justo cuando la cadena soporta costes altos en piensos, envases y energía. Resultado: la docena de huevos escala posiciones en la lista de productos con mayores incrementos del año y marca picos semanales de dos dígitos en momentos concretos.
La explicación no es abstracta ni coyuntural. La avicultura es un sector extremadamente sensible a la sanidad animal; cuando la gripe aviar obliga a sacrificios preventivos o a inmovilizar lotes, la oferta cae y el mercado se estrecha de inmediato. Si, además, la reposición de gallinas tarda meses y se complica por bioseguridad, la tensión se prolonga. Y como el huevo no es un artículo marginal, sino un ingrediente clave en cocina doméstica, repostería y hostelería, la demanda apenas cede. Se sostiene incluso cuando el precio sube, porque se percibe como un alimento nutritivo, versátil y relativamente asequible frente a alternativas más caras. Ese “doble tirón” explica por qué el precio del huevo ha escalado más deprisa que otros básicos en 2025 y por qué no ha bastado con que baje la inflación general para verlo ceder con claridad.
Un shock de oferta que no da tregua
El eje central del encarecimiento está en la oferta. La alta patogenicidad de los últimos brotes de influenza aviar en 2024 y 2025 ha golpeado a grandes productores internacionales y ha tenido eco en Europa. Menos gallinas ponedoras significan menos huevos disponibles en el circuito alimentario y, lo que es igual de importante, una alteración de la curva de tamaños (S, M, L) y de los flujos de ovoproductos para industria y restauración. Cuando se obliga a vaciar granjas o a adelantar renovaciones de lotes, no solo disminuye el número total de huevos: se pierde regularidad, se estropean programaciones de clasificación y se generan cuellos de botella en centros que no pueden ajustar de la noche a la mañana.
El huevo, además, tiene una particularidad: una parte relevante de su mercado mundial se procesa. De cada huevo líquido que se seca para huevo en polvo, cada yema pasteurizada que entra en obradores, cada clara destinada a formulaciones industriales, depende una red de precios que influye en el huevo fresco que se compra en tienda. Si la industria paga más por asegurar suministro, el mayorista de fresco encuentra menos margen para mantener tarifas, y el eco llega al consumidor final. Ese contagio entre el canal industrial y el doméstico ha sido nítido en 2025.
Hay, además, un coste que no suele verse y que esta vez pesa: la bioseguridad. Refuerzo de cerramientos, desinfecciones, controles de entrada, tiempos de vacío sanitario entre lotes, protocolos más estrictos en transporte. Son medidas que protegen a las granjas, pero que encarecen la producción por unidad. Aun cuando el precio de los cereales se suaviza por periodos, ese “suelo” de costes sanitarios no baja de un día para otro. Y mientras el riesgo sanitario siga presente, la cadena traslada una prima de riesgo a lo que cobra.
La geografía también importa. Estados Unidos y varios países europeos funcionan como marcadores en ovoproductos. Si allí escasea o sube, aquí se nota. Y aunque España es un productor relevante, el mercado está entrelazado: las importaciones de procesados, los contratos trimestrales, las coberturas de precios. No hace falta que falten huevos en España para que suba el precio en el supermercado español; basta con que el punto de referencia internacional se dispare y que el abastecimiento alternativo resulte más caro o menos fiable.
Del mayorista al supermercado: el pico de 2025
El salto de este año no ha sido una escalada lenta y sostenida, sino una subida acelerada en tramos muy concretos, con especial protagonismo en las semanas centrales de marzo. Las alertas de asociaciones de consumidores y los seguimientos de cadenas de distribución dibujaron, en cuestión de días, alzas del 20% al 25% en la docena de tamaño M, con comportamientos algo distintos según enseña y formato. No todas las tiendas subieron a la vez ni en la misma magnitud, pero la curva fue clara: primero el mayorista, luego el lineal; primero los formatos más demandados (M), después los L y las especialidades (camperos, ecológicos).
Ese pico se explica por la coincidencia de dos dinámicas. Por un lado, las alarmas sanitarias internacionales que tensaron el precio de origen, especialmente en ovoproductos. Por otro, la reacción comercial de distribuidores que ajustaron promociones, segundas unidades y marcas propias para proteger márgenes y garantizar disponibilidad. En el entorno del gran consumo, cuando un artículo esencial “salta”, grandes cadenas optan por reordenar surtidos (más referencias de marca propia, menos secundarios), y los precios de referencia cambian rápido. El resultado fue visible: la docena estándar —esa que se mete de forma rutinaria en la cesta— se convirtió en epicentro del encarecimiento.
El termómetro de la hostelería fue igual de elocuente. La tortilla de patata, símbolo nacional y producto de altísima rotación, notó la subida en el coste por ración. Muchos bares y cafeterías ajustaron precios en tapas y pinchos o modificaron gramajes para conservar el margen. Desayunos, brunch y repostería se encarecieron por acumulación de factores: café, cacao y, ahora sí, el huevo. Lo singular de 2025 es que, a diferencia de episodios anteriores, el huevo no fue “amortiguador” de otras subidas, sino parte central de la presión sobre la factura del bar y del hogar.
El verano no apagó del todo la tensión. Hubo semanas de estabilidad y algún descenso puntual, pero el balance de los primeros nueve meses del año dejó al huevo en el grupo de cabeza de los productos más encarecidos, en compañía de artículos que sufrieron shocks propios (café por condiciones en origen, frutas muy dependientes de meteorología). A pesar de que la inflación general se moderó durante parte del año, el precio del huevo mantuvo un diferencial alto, típico de bienes volátiles cuya oferta tarda en normalizarse.
Costes, IVA y márgenes: el resto de la ecuación
La sanidad animal explica mucho, pero no lo explica todo. Los costes de piensos, los envases, la energía y la logística han dibujado un suelo más elevado de lo habitual. En piensos, aunque el maíz, el trigo o la soja han experimentado ventanas de respiro en mercados internacionales, los compuestos para ponedoras continúan por encima de los niveles prepandemia. Materias primas con vaivenes modestos, sumadas a gastos fijos reforzados por la bioseguridad, terminan elevando el coste por huevo. En envase, la pulpa moldeada y el cartón también padecieron tensiones de precio y disponibilidad, y no ha desaparecido del todo la inercia que se instaló desde 2022. Y en energía, pese a etapas de alivio, la factura eléctrica de granjas y centros de clasificación no ha vuelto a la “normalidad” de entonces.
La estructura de contratos añade otra capa. El abastecimiento de ovoproductos pasteurizados para industria y colectividades suele pactarse por trimestres o semestres. Si el ciclo se renueva en un momento de precios altos, esa tarifa queda fijada y se traslada a escalones posteriores. Por eso, aunque a mitad de año bajen ciertos insumos, el precio del huevo fresco no reacciona de inmediato: hay un decalaje entre costes, contratos y etiquetas que hace que los ajustes lleguen con retraso.
El retorno del IVA superreducido
En 2025, el IVA superreducido del 4% volvió a su casilla tras la etapa de rebajas temporales sobre algunos básicos. Para los huevos, que habían pasado por tipos transitorios, el regreso al 4% no explica el pico de marzo, pero sí suma en la percepción y en el ticket final. Un punto o dos porcentuales no impiden una bajada si el mercado lo permite, pero en un contexto de tensión de oferta actúan como palanca: pequeña, pero visible cuando el producto ya venía subiendo por motivos de fondo. Es un escalón adicional que, en épocas normales, pasaría desapercibido; en un año como este, se nota.
La conversación sobre márgenes siempre aparece en ciclos alcistas. En 2025, distribuidores y productores han defendido la traslación de costes y riesgos, y organizaciones de consumidores han reclamado seguimiento fino para evitar subidas exageradas o que perduren cuando los costes aflojan. Lo objetivamente medible es que, en semanas muy concretas, el precio minorista se movió a velocidad poco común. Y que las promociones —docenas bonificadas, segundas unidades al 50%— desaparecieron o se redujeron en ese tramo, lo que reforzó la sensación de encarecimiento súbito.
Un alimento refugio: por qué la demanda no cede
El huevo resiste en ventas porque combina densidad nutricional, versatilidad y precio por ración competitivo. Cuando la carne fresca o el pescado oscilan y el aceite ha tenido su propio ciclo, muchas familias recalibran el menú con más tortilla, huevos al plato o repostería casera. En periodos de inflación alimentaria, se repite una pauta: los productos que concentran proteínas, sacian y sirven para muchas recetas tienden a mantener el volumen, incluso si el precio sube. Y el huevo tiene, además, un punto emocional. Forma parte del recetario cotidiano, no requiere habilidad especial, no se desperdicia con facilidad y permite “alargar” platos con patata, verduras o pan.
La elasticidad-precio del huevo es menor que la de otros frescos. Se observa en hábitos simples: cuando la docena se encarece, se puede pasar de talla M a S si el precio por kilo acompaña, o alternar con tallas L si la oferta lo permite. Quien hace mucha repostería descubre que el huevo líquido pasteurizado ofrece coste por unidad competitivo y seguridad alimentaria. En hogares con mucho consumo, los packs grandes de 18 o 24 unidades reducen el precio por pieza siempre que se gestione bien la caducidad. Pequeños ajustes que, sumados, amortiguan la subida.
La hostelería juega un papel singular. España es país de bar, y la tortilla de patata es rito compartido. El encarecimiento del huevo se nota en la barra, porque el insumo pesa en el coste del pincho y porque el gasto energético de planchas, hornos y cámaras completa la ecuación. Muchos negocios han optado por subir entre 10 y 20 céntimos el pincho o por ofrecer alternativas en el menú del día que dependan menos de un insumo tensionado. No hay dramatismo, pero sí realismo: una materia prima con tanta rotación se traslada a carta con rapidez, sin margen para “aguantar” semanas.
En la industria alimentaria, el impacto es doble. El aumento de precio del huevo en polvo —clave en galletas, bollería, salsas— obliga a reformulaciones, a buscar sustitutos parciales o a renegociar contratos. Cuando varios insumos suben a la vez (huevo, cacao, azúcar), el resultado es un cambio en calibres, tamaños de envase o políticas de promoción. Ese patrón se ha visto en 2025 y ayuda a entender por qué los precios minoristas, aun con alivios en algunas materias primas, no han regresado a los niveles de 2021.
Qué puede pasar de aquí a Navidad
El tramo final del año queda marcado por tres variables: salud animal, costes de alimentación y estacionalidad. Si el otoño avanza sin incidencias severas de gripe aviar en granjas europeas ni sobresaltos en América del Norte, la oferta debería estabilizarse. La reposición de ponedoras lleva su tiempo, pero a partir de cierto umbral la curva de precios pierde tensión, se normaliza la mezcla de tamaños y reaparecen las promociones en docenas. En costes, unas semanas de estabilidad en cereales y soja se traducen en piensos más previsibles; no significa que bajen de golpe, pero sí que desaparecen picos que obligan a precaución en granjas y centrales de compra. Y la energía, con menos volatilidad, da un respiro a las naves y a los centros de clasificación.
El tercer factor es estacional. Navidad multiplica la demanda de repostería y de preparaciones saladas donde el huevo es pieza clave. Si la oferta llega justa, ese repunte de consumo añade presión. Si, en cambio, hay señales claras de normalización en origen, el mercado absorberá el pico navideño sin sobresaltos. Un elemento a vigilar son los ovoproductos para obradores y colectividades: si el precio de la yema pasteurizada y del huevo en polvo afloja, es una pista sólida de que lo hará también el fresco, con unas semanas de decalaje.
No conviene perder de vista los riesgos. Un rebrote de aviar, una ola de calor que reduzca postura o un repunte de cartón y logística podrían sumar fricción en un trimestre con consumo alto. Del lado opuesto, una aceleración en la recuperación de cabaña en países de referencia o una demanda internacional más templanza en ovoproductos liberarían presión. Entre ambos extremos, el escenario central para los próximos meses habla de menos sobresaltos y de un precio que deja de subir al ritmo de marzo, aunque todavía lejos de los promedios de 2021–2022.
La lectura de 2026 se hará con tres indicadores fáciles de seguir. Primero, las notificaciones sanitarias: cuantos menos focos y menos sacrificios, menor prima de riesgo. Segundo, los informes de piensos: si maíz y soja se mantienen contenidos, el coste de alimentación dejará de ser obstáculo. Tercero, la vuelta de las ofertas visibles en lineal: cuando reaparecen docenas bonificadas y formatos “valor”, la señal es que el canal se siente cómodo para competir por precio.
Lo que explica el año del huevo caro
El año 2025 deja un patrón claro y reconocible. La gripe aviar tensó la oferta global, obligó a sacrificar gallinas y encareció los ovoproductos, lo que estrechó los márgenes del fresco y elevó el precio en origen. En España, ese impacto se trasladó con rapidez al supermercado por la propia naturaleza del producto —altísima rotación y presencia diaria en la cesta— y por la forma en que se negocian los contratos entre industria y distribución. Sobre ese terreno llegaron el retorno del IVA al tipo superreducido habitual y la persistencia de costes no del todo normalizados en piensos, envases y energía. Y, en paralelo, la demanda apenas cedió, porque el huevo es un alimento refugio: llena, nutre y resuelve una comida sin esfuerzo.
No ha sido el único artículo con problemas, pero sí uno de los más visibles. Lo es por su peso cultural —la tortilla, los huevos fritos, la repostería casera— y por el lugar que ocupa en la hostelería. Un incremento de 10 o 20 céntimos en el pincho de tortilla se percibe de inmediato. Y un salto de 20% en la docena de tamaño M, aunque se produzca en pocas semanas, se fija en la memoria. Esa visibilidad explica por qué el encarecimiento del huevo ha dominado el debate sobre la cesta de la compra en 2025 aun cuando otros productos, como el café o algunas frutas, también han escalado con fuerza.
De aquí en adelante, el foco está bien definido. Si la sanidad animal da tregua y la factura de pienso se asienta, el huevo debería abandonar la primera línea de subidas. No será un retroceso exprés: la reposición de ponedoras tarda, los contratos necesitan renovarse y el comercio recupera ofertas con prudencia. Pero el camino de normalización existe y se mide en señales muy concretas: precios mayoristas más estables, promociones de vuelta, ovoproductos abaratándose en la industria. Cuando esas tres piezas encajen, el huevo dejará de ser noticia por su precio y volverá a serlo por lo de siempre: por lo que hace cada día en la cocina y en la barra.
Queda una enseñanza útil de 2025. Las cadenas alimentarias que dependen de la sanidad animal —huevos, aves, porcino— son vulnerables a shocks que no se solucionan en semanas. La infraestructura de bioseguridad es tan decisiva como la del pienso o la energía. Y la transparencia en las etiquetas —precio por unidad, por kilo, caducidad— mejora decisiones cuando un producto aprieta. No se trata de resignación, sino de resiliencia: ajustar tamaños, alternar formatos, planificar compras para evitar merma y, cuando interese, acudir a huevo pasteurizado en repostería o colectividades. Pequeños desplazamientos que, sumados, amortiguan el golpe.
2025 ha sido, en suma, el año del huevo caro por razones identificables y medibles: menos oferta, más demanda en un bien resiliente, costes todavía altos y fiscalidad normalizada. No hay misterio. Hay una cadena agroalimentaria que, tras años de sobresaltos, sigue buscando su punto de equilibrio. Si la salud de las aves acompaña y los costes dejan de empujar, ese equilibrio está más cerca. Y sí, cuando eso ocurra, la tortilla recuperará su precio razonable sin necesidad de grandes titulares.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se ha elaborado con información de fuentes oficiales y medios españoles reconocidos, contrastando datos de precios, fiscalidad y sanidad animal. Fuentes consultadas: OCU, FACUA, RTVE, INE, Ministerio de Agricultura, La Moncloa, BOE.

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