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Muere joven portero tras un golpe: ¿es hora de cambiar algo?

El golpe que costó la vida al portero de 19 años en Colindres abre un análisis: protocolos, DEA, cascos y datos en España para actuar ya hoy.
En Colindres, la tarde que debía ser rutina de Tercera RFEF terminó mal. Un portero de 19 años, Raúl Ramírez, cayó tras un choque en plena jugada y, pese a la asistencia sobre el césped y el traslado de urgencia, murió horas después. El club, los rivales, la grada: todos en silencio. Lo inmediato es comprensible y duro. Lo importante, también: sí hay margen de mejora. El fútbol español, incluso en categorías modestas, dispone de protocolos claros para conmociones, paradas cardiorrespiratorias y traumatismos; la clave es que se cumplan siempre, con recursos y personas preparadas en cada campo, y que se actualicen a la luz de lo ocurrido en Colindres.
No se trata de convertir el juego en un quirófano ni de buscar culpables antes de tiempo. El lance parece fortuito. Pero una tragedia así obliga a revisar la cadena completa de seguridad: detección del riesgo, respuesta inmediata, derivación y seguimiento. Si en ese eslabón falta algo —un desfibrilador accesible, una ambulancia con personal sanitario, formación en RCP, un protocolo de conmoción aplicado con rigor— las probabilidades de supervivencia caen. La pregunta que sobrevuela vestuarios y despachos federativos tiene respuesta operativa: unificar exigencias y elevar el mínimo común para que ningún equipo de base ni sénior en categorías no profesionales se quede por debajo de lo que ya considera estándar buena parte del fútbol europeo.
Lo que pasó en Colindres, lo que ya sabemos y lo que aún falta por aclarar
El CD Colindres disputaba su partido cuando Raúl Ramírez, portero del Colindres, salió a por un balón dividido. Choque. El guardameta se desplomó. Llegaron de inmediato compañeros, árbitro, personal del club; se avisó a emergencias. En el césped, maniobras de reanimación y medidas de estabilización. La ambulancia lo trasladó con urgencia. Horas después llegó la noticia que nadie quiere redactar: muere portero de 19 años. La tragedia en el fútbol español tenía ya nombre y apellido, una localidad y un vestuario enlutado.
Quedan por determinar los detalles clínicos —lo fijará la investigación médico-forense—, pero el patrón de incidentes en jugadas de este tipo acostumbra a moverse entre tres escenarios: traumatismo craneoencefálico grave, parada cardiaca precipitada por el estrés del choque (ya sea por una patología previa desconocida o por un golpe en el tórax que desencadena una arritmia letal) y lesiones cervicales con compromiso respiratorio. En términos operativos, la diferencia entre vida y muerte suele decidirse en minutos. Por eso el foco no es solo qué pasó, sino cómo respondió el sistema alrededor del jugador: quién inició la RCP, cuánto tardó en llegar un DEA (desfibrilador externo automático), si el equipo arbitral detuvo el juego de inmediato, si el acceso de la ambulancia fue rápido y despejado, si se aplicó un protocolo de conmoción antes del colapso para evitar que el jugador siguiera en el campo en caso de síntomas previos.
El fútbol de base y semiprofesional en España ha dado pasos en los últimos años. Hay clubes que forman a sus delegados y entrenadores en RCP básica, muchos campos cuentan con DESA/DEA, y federaciones autonómicas han emitido manuales y cursos recurrentes. Sin embargo, la desigualdad entre territorios y categorías persiste: no siempre hay personal sanitario titulado en banda, no todos los estadios tienen plan de evacuación con acceso sin obstáculos, y la densidad de desfibriladores —o su mantenimiento— no es homogénea. Colindres, por su impacto mediático y emocional, coloca un espejo delante de esa realidad.
De qué mueren los jóvenes en un campo
El fútbol es un deporte de colisiones moderadas, con carreras de alta intensidad, cambios de ritmo, saltos y contacto. El portero vive las acciones más expuestas: salidas en plancha, rodillas, caderas y botas a la altura de la cabeza, impactos contra el suelo. Cuando un jugador joven fallece tras un choque, los especialistas miran tres grandes vías de causalidad, que no se excluyen:
Traumatismo craneoencefálico (TCE)
Un golpe violento en la cabeza o contra el suelo puede provocar hemorragias intracraneales, daño axonal difuso o edema cerebral. En estas situaciones, la conmoción es solo la punta del iceberg. A veces el futbolista se levanta, parece “estar bien”, y cae minutos después por el deterioro neurológico. De ahí que los protocolos de conmoción obliguen a retirar de inmediato al jugador ante signos como desorientación, visión borrosa, inestabilidad, pérdida de memoria o dolor de cabeza intenso. En categorías modestas, el reto es que alguien detecte esos signos y tenga autoridad y formación para decir basta.
Parada cardiaca súbita
Es el gran fantasma del deporte de competición. En jóvenes, puede obedecer a miocardiopatías no diagnosticadas, canalopatías o infecciones recientes. El estrés físico del partido y el impacto pueden actuar de desencadenante. La supervivencia depende casi por completo de la RCP inmediata y de la desfibrilación en los tres a cinco primeros minutos. Por eso la presencia real —no teórica— de un DEA accesible y operativo es capital.
Commotio cordis
Menos frecuente en fútbol que en béisbol o hockey, pero posible: un impacto directo en el tórax, en el milisegundo exacto del ciclo cardiaco, puede desorganizar el ritmo y llevar a la fibrilación ventricular. De nuevo, solo el choque eléctrico precoz lo revierte.
¿Es el fútbol seguro?
En términos de incidencias, los estudios europeos de los últimos años sitúan la muerte súbita en deportistas jóvenes en el entorno de 1 por cada 40.000 a 80.000 deportistas/año, con variaciones por disciplina y por calidad del registro. En el fútbol base, la tasa exacta fluctúa por la enorme base practicante y por subregistro en categorías aficionadas, pero el patrón es claro: raro, sí; evitable muchas veces, también, si el eslabón de respuesta es sólido.
En España, los servicios de emergencias autonómicos reportan cada temporada decenas de paradas en instalaciones deportivas; no todas terminan mal cuando hay RCP de calidad y desfibrilación rápida. En Europa, la comparación muestra diferencias marcadas: países con cribado cardiológico sistemático y DEAs ampliamente desplegados reportan mayor supervivencia y mejor cultura de prevención.
¿Falló algo en Colindres?
Cómo analizar la cadena sin convertirla en una caza de brujas
Conviene separar los planos. En el personal: compañeros, técnicos y voluntarios suelen hacer lo indecible en escenarios de máxima tensión. En el estructural: normas, equipamiento, formación y supervisión. La pregunta que hay que responder a partir de ahora es técnica: ¿el campo contaba con DEA plenamente operativo, y se empleó? ¿Cuánto tardó en aplicarse la primera descarga, si era necesaria? ¿Quién lideró la RCP y durante cuánto tiempo? ¿La ambulancia que acudió estaba medicalizada y con qué tiempos de llegada? ¿Se había hecho simulación previa del plan de emergencia para garantizar accesos limpios y funciones claras? ¿Se retiró al guardameta al primer síntoma de conmoción o se produjo un colapso fulminante?
Las respuestas no buscan un titular fácil, sino mejorar el sistema. Si todo se hizo conforme a manual y aun así no se pudo revertir la situación, la conclusión no es resignarse, sino elevar el listón: más recursos, más práctica, más cultura sanitaria en el fútbol modesto. Si faltó algo, entonces toca corregir y extender la corrección a toda la categoría, a toda la Federación Cántabra y, si procede, al resto del país. No es deseable que la seguridad dependa del código postal del estadio o del presupuesto anual del club.
Hay, además, un factor humano que a menudo se obvia: la toma de decisiones en caliente. Un árbitro que para el juego sin dudar, un entrenador que no intenta que el jugador “pruebe” cinco minutos, un delegado que abre paso a la ambulancia y frena a curiosos, un compañero que coloca a la víctima en posición óptima y retira la lengua. Esa microgestión salva vidas. Pero solo ocurre si el procedimiento está interiorizado. Si se ha ensayado.
España y Europa: qué dicen los datos y qué hacen los que mejor sobreviven
Hay dos debates en paralelo en el fútbol europeo. Uno, el cribado cardiológico. Dos, la respuesta en campo. Italia lleva años con un sistema de aptitud deportiva obligatoria que incluye valoración cardiológica en deportes competitivos. Francia y Reino Unido han potenciado el acceso a desfibriladores en instalaciones y la formación masiva en RCP para técnicos y personal. UEFA y ligas profesionales fijan mínimos muy detallados para partidos de élite: presencia de médicos, ambulancia en estadio, material de soporte vital avanzado y protocolos de conmoción que obligan a sustituir al jugador ante la sospecha. El fútbol aficionado, no obstante, es otro mundo: no hay derechos televisivos que financien médicos de guardia, y la capilaridad de campos es inmensa.
En España, el mosaico autonómico hace que la obligatoriedad de los DEAs, su mantenimiento y la formación varíen. En muchas comunidades el desfibrilador es ya requisito para licencias y homologación de instalaciones deportivas; en otras, la obligación se matiza por aforo o tipo de actividad. La consecuencia práctica es evidente: desigualdad. En Colindres, la discusión ya no es teórica. Si el dispositivo estaba, debía estar visible, accesible, con batería cargada y con personal entrenado. Si no estaba, es un déficit que hay que subsanar de forma inmediata y extensiva.
Sobre cifras, el consenso técnico apunta a que la RCP iniciada por testigos duplica o triplica las probabilidades de supervivencia antes de la llegada de los servicios de emergencia. Con desfibrilación en los primeros minutos, la supervivencia puede saltar del 10% a rangos del 40–60% en paradas con ritmo desfibrilable. Son números que no admiten debate ideológico; se traducen en vidas concretas. Cuando se observa a Europa en conjunto, los sistemas que forman de manera obligatoria al entorno del deportista —entrenadores, monitores, árbitros— y que exigen un DEA por instalación deportiva, registran mejores resultados.
¿Cascos para porteros?
Lo que dice la evidencia y lo que permitiría el reglamento
La imagen de Petr Čech con casco protector tras su fractura de cráneo marcó época. Desde entonces, el debate sobre protecciones blandas para porteros aparece y desaparece. ¿Sirven? La literatura científica coincide en que los protectores de espuma pueden reducir la fuerza de impacto y, por tanto, la probabilidad de lesiones superficiales y quizá de algunas conmociones, pero no eliminan el riesgo. El problema no es solo el contacto con rivales, sino el choque contra el suelo, la rotación del cuello y el efecto latigazo. Además, hay factores prácticos: comodidad, campo visual, sudoración, ajuste y aceptación cultural.
¿Encajan en el reglamento? Sí: el equipamiento protector blando no peligroso está permitido. Sería posible promover un programa piloto en categorías formativas y en la portería —la posición más expuesta— para medir impacto real: cuántas conmociones se evitan, cuántas lesiones faciales disminuyen, si el uso sostenido afecta al rendimiento. La clave, otra vez, está en normalizar el recurso, no en estigmatizarlo. Hoy, quien lo usa en España aún llama la atención; mañana podría ser tan normal como las espinilleras.
Hay más protecciones que merecen estudio: collares cervicales deportivos de baja rigidez para entrenamientos de porteros, boquillas que redistribuyen cargas en impactos frontales y, sobre todo, técnica. Buena parte de las lesiones serias llegan en salidas aéreas mal perfiladas o sin comunicación con la defensa. Técnica y comunicación se entrenan. Conviene insistir.
10 decisiones concretas que el fútbol español puede aplicar mañana
Evitemos la lista hueca y bajemos al detalle operativo. Diez medidas claras, realistas y medibles que encajan en la estructura del fútbol español, desde Tercera RFEF hasta el fútbol base:
Uno, DEA obligatorio y operativo en cada instalación con competición federada, con mantenimiento registrado y responsable designado por escrito. Dos, formación anual y reciclaje en RCP y uso de DEA para delegados, entrenadores, fisios y árbitros de cada comité territorial, con simulacros en estadio. Tres, plan de emergencia visible en el túnel y junto al banquillo, con roles asignados: quién llama al 112, quién trae el DEA, quién despeja el acceso. Cuatro, ambulancia con personal sanitario obligatorio en partidos de categoría nacional y fases de ascenso en fútbol regional, y tiempo máximo de llegada registrado cuando no haya dotación fija.
Cinco, protocolo de conmoción unificado y vinculante: ante sospecha, el jugador no vuelve al campo; el árbitro tiene la potestad de detener el juego y exigir evaluación, y el acta debe reflejar la decisión médica. Seis, revisión médica precompetitiva con historia cardiológica y, cuando la edad y la carga competitiva lo aconsejen, ECG basal —la experiencia europea sugiere mejor detección con este filtro bien hecho, interpretado por especialistas. Siete, registro nacional de incidentes con acceso técnico para federaciones y servicios de salud, que permita aprender caso a caso y ajustar recursos con datos.
Ocho, comunicación crítica en entrenamientos y partidos: códigos simples —“sale portero”, “mía”, “hombre”— trabajados hasta la automatización; menos choques en el área a costa de renunciar a un balón imposible valen más que una salida heroica. Nueve, promoción de protecciones blandas en cantera y porteros con incentivos federativos: bonificaciones en licencias o kits facilitados por patrocinadores para proyectos piloto. Diez, supervisión federativa real: sin inspecciones y sin sanciones cuando falten requisitos básicos, las normas se quedan en papel.
El coste existe. Pero el impacto reputacional y humano de cada tragedia es mayor. En clubes humildes, la federación puede establecer un fondo solidario para adquirir DEAs, financiar cursos y simulacros y costear ambulancias en ventanas de alto riesgo (derbis, eliminatorias). Cuando todos se sienten parte de la solución, el sistema mejora de verdad.
“¿Fue mala suerte?” y otras frases que conviene matizar
En el fútbol se recurre a veces al comodín de la mala suerte. Y sí, hay golpes que, por física y por biología, resultan letales aunque todo se haga bien. Sin embargo, “mala suerte” no puede convertirse en paraguas para normalizar carencias. La suerte no carga baterías de desfibriladores, no enseña RCP, no abre puertas a las ambulancias ni sustituye a un médico en banda. Aceptar que el riesgo cero no existe es compatible con reducir ese riesgo a su mínimo.
Otra frase engañosa: “Aquí nunca pasa nada”. Pasa. Lo que ocurre es que pasa poco, y el sesgo de supervivencia nos engaña: recordamos los sucesos cercanos, olvidamos los que no tocan a nuestro equipo. La única manera de blindarse ante el olvido es la obligación, no la voluntariedad. Por eso un marco estatal mínimo —coordinado con las autonomías— ayudaría a que ningún campo quede rezagado. Si una selección autonómica exige RCP al cuerpo técnico, un juvenil de regional preferente no debería conformarse con menos.
También conviene revisar el lenguaje. La conmoción no es “un mareo”; la pérdida de conocimiento no es “quedarse grogui”; la parada no es “desfallecimiento”. Nombrar bien ayuda a actuar bien. Y comunicarlo con claridad a aficiones y familias reduce la presión para que un chaval vuelva “a ver si aguanta” cuando aún no está.
Colindres como punto de inflexión: del dolor a la política deportiva útil
Lo ocurrido en Colindres puede quedarse en un duelo respetuoso —minuto de silencio, brazalete negro— o convertirse en política deportiva útil. La diferencia está en si las instituciones —federaciones, direcciones generales de deporte, ayuntamientos— asumen que el mínimo actual ya no basta. Un estadio modesto puede ser seguro con pocos elementos bien instalados y bien usados: DEA visible, equipo formado, plan ensayado, accesos sin obstáculos. Lo demás —la investigación clínica, los detalles exactos de la causa de la muerte— ayudará a perfilar medidas finas, pero no es excusa para retrasar lo básico.
Hay un concepto que el fútbol español podría adoptar sin complejos: “cultura de seguridad”. Igual que se entrena la salida de balón o la presión tras pérdida, se entrena la emergencia. Dos veces por temporada, simulacro en el propio campo: se cronometra el tiempo en traer el DEA, se valida el turno de compresiones, se mide cuánto tarda en llegar la camilla. Se graba en vídeo y se corrige. Se nombra un responsable de seguridad por equipo y por instalación. Se integra a la afición: mensajes en megafonía, cartelería discreta, ubicación del DEA señalizada. Nada de alarmismo, solo madurez.
El propio colectivo arbitral merece apoyo. El árbitro, que está a metros de la jugada, es a menudo quien primero detecta que algo no cuadra. Debe sentirse respaldado para interrumpir el juego y exigir evaluación sanitaria, aunque eso levante protestas. Una circular clara a los comités puede marcar la diferencia: “Ante sospecha de compromiso vital, detenga el juego y facilite la asistencia. Punto.” No se pierde el espíritu del juego; se protege lo único que no es negociable.
¿Qué cambia a partir de hoy? Un compromiso verificable
A la distancia exacta en la que viven los clubes de Tercera RFEF y el fútbol base, las buenas intenciones se agradecen pero no bastan. Lo que cambia a partir de hoy debe poder medirse. ¿Cuántos campos de tu liga tienen DEA con mantenimiento al día? ¿Cuántos técnicos poseen certificado vigente de RCP y uso del desfibrilador? ¿Cuántos simulacros se han hecho en la temporada? ¿Hay informe de cada incidente con tiempos de respuesta y de descarga? ¿Cuántas conmociones se han identificado y cuántos jugadores fueron retirados por sospecha? Los números, y solo los números, dirán si el caso Colindres fue un estremecimiento estéril o el inicio de una etapa más segura.
La Federación Cántabra y el CD Colindres están llamados a liderar esta transición con gestos simples que pueden inspirar a otros. Publicar el plan de emergencia del campo, mostrar el punto exacto del DEA, comunicar la formación realizada por el cuerpo técnico, convertir un partido en jornada de sensibilización con una demostración de RCP en el descanso. Acciones visibles que convierten el discurso en práctica. No arreglan lo irreparable, pero evitan otras noticias que nadie quiere leer.
Mejorar para evitar más tragedias
Colindres ya forma parte de una lista que nunca debería crecer. La muerte de Raúl Ramírez, portero del Colindres con 19 años, fue el desenlace más duro de un golpe fortuito en un partido cualquiera. Y, sin embargo, de ese golpe sale una ruta de trabajo muy concreta: proteger la portería y a todos los que compiten con un estándar mínimo que no dependa de la categoría, el presupuesto o la comunidad. Desfibriladores operativos, formación periódica, protocolos de conmoción innegociables, ambulancia cuando el nivel de la competición lo exige, registros para aprender, ensayos para automatizar, cascos y otras protecciones en programas piloto donde tengan sentido.
La tragedia en el fútbol español no necesita más épica ni más titulares dolientes; necesita procedimientos que funcionen cuando los nervios aprietan. Cada club humilde que instala un DEA y lo mantiene, cada entrenador que renueva su RCP, cada árbitro que se planta y para un partido ante una sospecha, cada portero que entrena técnica de caída y salida con rigor, cada federación que audita y corrige, suma. Así, con trabajo pequeño y constante, con decisiones verificables, el nombre de Raúl Ramírez quedará asociado —además de a una pena inmensa— a un salto de seguridad que haga menos probable el siguiente susto. Es lo que toca. Y sí, se puede hacer desde hoy.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: El Confidencial, Europa Press, 20minutos, El Español, Revista Española de Cardiología, CERCP, Consejo Superior de Deportes.

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