Salud
Hombre gravemente herido tras caer desde acantilado en Lanzarote

Rescate en Los Hervideros: un hombre sufre heridas graves tras caer por un acantilado; helicóptero del GES y SUC lo evacúan al Molina Orosa.
Un hombre gravemente herido tras caer desde acantilado en Lanzarote fue rescatado en una operación compleja que implicó a un helicóptero del Grupo de Emergencias y Salvamento (GES), efectivos del Consorcio de Seguridad y Emergencias de Lanzarote, personal sanitario del Servicio de Urgencias Canario (SUC) y agentes de seguridad. La caída se produjo en una zona rocosa de Los Hervideros, en el término municipal de Yaiza, un enclave tan espectacular como exigente por su orografía de lava y la incidencia del oleaje. El afectado, con traumatismo craneoencefálico y otras lesiones compatibles con impacto contra roca, fue estabilizado e evacuado al Hospital Doctor José Molina Orosa en estado grave.
El aviso movilizó a todos los recursos disponibles para rescates en costa de difícil acceso. El helicóptero se posicionó sobre el acantilado, los rescatadores descendieron con grúa, inmovilizaron al herido en camilla y lo izaron hasta la aeronave para un traslado rápido a un punto seguro donde aguardaba la ambulancia medicalizada. En tierra, el equipo sanitario completó el manejo avanzado, con protección de vía aérea, control de constantes y analgesia. La coordinación funcionó con precisión: cada minuto cuenta cuando se trata de una caída en acantilado, más aún si el viento rachea y el mar rompe de lado.
Rescate en una costa volcánica de difícil acceso
El operativo combinó búsqueda aérea, maniobra de grúa e intervención sanitaria avanzada. En estas orillas de lava, el terreno manda: aristas cortantes, plataformas irregulares, grietas, salpicaduras de salitre que vuelven resbaladizo cualquier apoyo. En superficie, los bomberos aseguraron los accesos superiores, delimitaron un perímetro para evitar nuevas caídas y se coordinaron por radio con la tripulación aérea. Mientras, el equipo del SUC preparó un área de recepción asistida con material para trauma, collarines y monitorización, porque cualquier rescate desde altura exige pensar en lesiones vertebrales antes de mover un solo centímetro al paciente.
La grúa del helicóptero fue determinante. En un acantilado sin acceso rodado, o con senderos erosionados, bajar a pie hasta la repisa del herido consume tiempo y añade riesgo. Por eso se optó por una extracción vertical: permite sacarlo del punto de peligro, vencer la barrera del oleaje que golpea por sorpresa —los bufaderos lanzan columnas de agua con fuerza— y evitar que la fatiga de los intervinientes acabe abriendo una cadena de problemas. No hubo margen para dudas: asegurar, inmovilizar, izar y evacuar. La secuencia estándar, entrenada una y otra vez, reduce errores y abrevia la exposición en un entorno que no perdona. El CECOES 1-1-2 dirigió la gestión de recursos y la comunicación entre cuerpos, pieza clave cuando confluyen viento, ruido de rotor y visibilidad irregular por espuma y rociones.
En la camilla nido, con sujeción de cabeza a pelvis, el paciente fue elevado y trasladado hasta un punto de toma donde esperaba la ambulancia. Ese breve cambio de escenario —del borde del acantilado a una explanada— lo es todo: allí la medicina avanza a otro ritmo, se revisa el estado neurológico, se buscan signos de sangrado interno y se decide la ruta hospitalaria. En el Molina Orosa, los equipos de urgencias y de neurocirugía disponen de los circuitos para trauma craneoencefálico grave, lo cual mejora los tiempos de imagen y de intervención si hiciera falta. El pronóstico inicial reclama prudencia, porque estas lesiones evolucionan en horas; lo relevante, a esta altura, es que el sistema respondió.
Qué se sabe del punto exacto y de las condiciones del mar
El accidente se localizó en el entorno de Los Hervideros, una franja de costa modelada por coladas volcánicas que al solidificarse dejaron tubos, arcos y balcones naturales sobre el Atlántico. Es un tramo visitado a diario por turistas y residentes, con aparcamientos cercanos y senderos que llevan a miradores tallados en la propia lava. Las condiciones del mar cambian con rapidez: con mar de fondo o vientos del noroeste, el oleaje entra con ángulo, comprime el agua en cavidades subterráneas y la escupe por bufaderos con violencia. En el borde, el suelo es una mezcla de basalto poroso y costras de sal; la adherencia engaña. Quien avanza un metro más para “ver mejor” la rompiente puede encontrarse, sin aviso, con una salpicadura que desestabiliza, un resbalón o una pérdida de equilibrio por una ráfaga lateral.
La señalización advierte de no superar barandillas ni aproximarse a zonas sin protección. Es una advertencia basada en riesgos reales: grietas camufladas por la rugosidad, huecos que se abren bajo la espuma, cornisas con subcavitaciones que ceden después de un invierno de mareas vivas. La belleza —imposible negarlo— tira hacia delante, invita a acercarse al filo del hueco para grabar el “hervidero” en toda su fuerza. De ahí la insistencia en mantener distancia de seguridad y evitar dar la espalda al mar. Un golpe de ola no necesita dimensiones gigantescas para empujar a un adulto; basta el ángulo y el momento. Las estadísticas de rescates en Lanzarote repiten el patrón: exceso de confianza y dos pasos de más.
Conviene subrayar que el dispositivo insular cierra accesos cuando existe riesgo por desprendimientos en los senderos o por inestabilidad en plataformas próximas al borde. No es un capricho: la erosión es viva, la costa está en permanente ajuste, y la temporada turística eleva la presión sobre puntos fotogénicos. En jornadas de viento fuerte, el silencio en los miradores se rompe con rachas cruzadas que sorprenden incluso a quien conoce la zona. Y, por si faltaban variables, la roca volcánica corta: una caída con arrastre deja laceraciones profundas que complican la atención a pie de litoral. Todo suma.
Los Hervideros: belleza contundente y riesgos que no se ven
La postal es conocida: negros acantilados de lava agujereados por tubos, agua turquesa que estalla en blanco, la línea rojiza de Montaña Bermeja al fondo y, más allá, el perfil dentado del Parque Nacional de Timanfaya. La geología explica el paisaje sin necesidad de adjetivos: coladas que encontraron el mar, enfriamiento rápido, fracturas de contracción, redes de cavidades que conectan con el oleaje. La erosión marina, a fuego lento, remata la obra y abre ventanales. El resultado es un anfiteatro natural que funciona como imán: excursiones organizadas, familias que se detienen camino de El Golfo, viajeros en coche de alquiler que encadenan Salinas de Janubio, Charco de los Clicos y este balcón sobre el Atlántico.
Pero esa belleza tiene condiciones. Las plataformas más tentadoras —las que ceden la impresión de estar “dentro” del espectáculo— suelen ser también las más expuestas al rompiente. Con marea alta, algunas repisas quedan barridas a intervalos irregulares, lo que descoloca el cálculo de seguridad. No es raro que alguien confíe en un ritmo de olas y, de pronto, llegue una serie mayor que cubre más altura. Quienes trabajan en emergencias repiten el mismo consejo: observar un par de minutos el comportamiento del mar antes de aproximarse, identificar por dónde entran las series largas, fijar puntos de escape posibles y no improvisar en solitario. La fotografía se consigue también desde la distancia, y el rugido del agua —ese “hervir” que da nombre al lugar— se escucha perfecto desde el camino.
El clima añade su parte. Días de calima dejan una capa de polvo que reduce adherencia; jornadas de rocío temprano en otoño y primavera convierten la lava en una pista de patinaje. Luego están los microgestos que marcan la diferencia: calzado con suela de buen agarre, mochilas bien cerradas para evitar que una correa golpee y descompense, los teléfonos sujetos con cordón si uno va a asomarse para grabar. Y si hay niños, siempre del lado contrario al filo, con un adulto entre ellos y el borde. Son pautas de prevención que reducen el riesgo sin desnaturalizar la visita.
Hay, además, una cuestión de fatiga y calor. A mediodía, el basalto irradia temperatura acumulada y el viento engaña. Se suda sin darse cuenta, disminuye la concentración, se multiplican los pasos en falso. La hidratación parece un consejo menor hasta que falta, y justo entonces la reacción a un sobresalto se ralentiza. En rescates previos se ha observado esa combinación: trayecto corto, poca agua, cámara en mano y un “solo un poco más”. El accidente no suele ser un salto, sino un resbalón, un pequeño giro del pie que falla y empuja el cuerpo al vacío en diagonal. La roca no negocia.
Actuación de 1-1-2 Canarias, GES, SUC y bomberos
Ante un accidente en acantilado, la arquitectura de respuesta en Canarias es conocida y, sobre todo, probada. El Centro Coordinador de Emergencias y Seguridad (CECOES) 1-1-2 recibe la alerta, asigna prioridad y moviliza recursos. Si la víctima está en repisa o zona batida por olas, se activa el helicóptero del GES por su capacidad de grúa y su maniobrabilidad en costa. En tierra, el Consorcio de Seguridad y Emergencias de Lanzarote despliega bomberos para asegurar accesos, establecer un punto de encuentro y guiar a los equipos en función del relieve. Paralelamente, el SUC envía ambulancias —de soporte vital básico o medicalizadas, según el aviso— y, en su caso, personal de atención primaria de los centros sanitarios más próximos.
Durante la maniobra aérea, el piloto coloca el helicóptero atendiendo a la dirección de viento y a las corrientes ascendentes que provoca el encuentro del aire con el acantilado. El rescatador desciende con arnés, valora en segundos la mecánica lesional y decide la vía más segura para inmovilizar. Si hay sospecha de daño medular, el movimiento se limita a lo imprescindible; si el mar trepa por la repisa, se prioriza un izado rápido y se completa la inmovilización en cubierta o, ya en tierra, junto a la ambulancia. El personal sanitario busca signos de compromiso neurológico, controla sangrados, protege del frío o del golpe de calor —según la estación— y administra oxígeno si la saturación cae.
La triangulación entre radio de cabina, canal de mando y frecuencia sanitaria evita solapamientos y acelera la toma de decisiones. Si el estado del paciente lo requiere, el helicóptero puede evacuar directo al hospital. En otras ocasiones, por seguridad de vuelo o por logística, la aeronave deposita a la víctima en un punto tierra donde una ambulancia medicalizada toma el relevo. La ventaja es clara: tiempo corto desde el accidente hasta la valoración hospitalaria, con la imagen diagnóstica lista en minutos. En lesiones craneoencefálicas, ese tiempo es oro.
La Policía Local y la Guardia Civil completan el dispositivo con el control de accesos y la protección de la zona para peritajes si hiciera falta. No suele haber misterio en este tipo de siniestros: gravedad y altura mandan. Aun así, levantar un croquis de lo ocurrido ayuda a mejorar la prevención en puntos concretos donde, por experiencia, los percances se repiten. Los mensajes posteriores en canales oficiales —comunicados, redes institucionales— insisten, sí, en esa palabra que a veces cuesta: prudencia.
Otros incidentes similares y lecciones que se repiten
Lanzarote suma cada año rescates en costa, algunos con desenlace leve, otros con lesiones severas. El patrón se repite en enclaves muy visitados: Los Hervideros, Los Charcones, tramos del Risco de Famara, senderos sobre El Golfo. Lo habitual es la caída desde pocos metros que, por la dureza de la lava, deja fracturas y contusiones importantes. En ocasiones, el viento empuja; en otras, la mar llega más arriba de lo previsto. También hay casos de bañistas sorprendidos por corrientes en piscinas naturales y plataformas, con evacuaciones aéreas cuando la mar cierra la ruta de salida.
Cada intervención deja tres enseñanzas que los equipos recalcan. Uno: la distancia a la arista marca la diferencia. Dos: nunca dar la espalda al mar en zonas de bufaderos o salpicón. Tres: si alguien cae a una repisa y queda consciente y estable, moverse por su cuenta suele agravar el problema. Es mejor pedir ayuda, buscar apoyo visual, cubrirse del sol y esperar a los equipos. La tentación de “salir como sea” ha terminado, demasiadas veces, en una segunda caída o en lesiones de columna por movimientos bruscos.
En la isla se han adoptado cierres temporales cuando la erosión ha comprometido tramos de sendero, y se han reforzado paneles donde el flujo de visitantes supera con creces la capacidad del enclave. Los guías locales —ojos siempre atentos— suelen ser los primeros en advertir comportamientos de riesgo: gente que trepa a salientes, drones volando demasiado bajos con viento racheado, calzado impropio para roca volcánica. La formación en rescate vertical de los bomberos y el adiestramiento de las tripulaciones del GES han elevado el listón técnico, pero la mejor intervención siempre es la que no llega a ocurrir.
A veces se plantea si conviene acotar aún más ciertas plataformas o rediseñar barandillas con materiales menos “invitantes” al salto. La respuesta suele pasar por equilibrar conservación, seguridad y experiencia del visitante. Los Hervideros no son un balcón urbano; es lava viva, modelada por un océano que cambia de humor. Al final, la responsabilidad compartida —instituciones que cuidan y señalizan, y ciudadanos que interiorizan el riesgo— mantiene el balance.
Lanzarote pide respeto: seguridad sin renunciar al paisaje
El hombre herido grave en Los Hervideros, evacuado en helicóptero y atendido en el Molina Orosa, vuelve a poner el foco en un mensaje sencillo y, a la vez, esencial para convivir con una costa volcánica tan espectacular: respeto. Respeto a la señalización, a las barreras físicas que indican el punto a partir del cual el terreno deja de ser amigable; respeto a un mar que, sin previo aviso, crece un metro y sorprende; respeto al viento que cambia en un giro de segundos. No es renunciar a disfrutar de uno de los paisajes más rotundos de España, al contrario: es garantizar que ese disfrute no se transforma en accidente.
La noticia dibuja con claridad cómo funciona la isla cuando suena el teléfono de emergencias: 1-1-2 Canarias coordinando, GES en el aire, bomberos y SUC en tierra, policías asegurando accesos y, en minutos, el paciente donde debe estar, en un hospital con recursos. La cadena funcionó. Pero ningún sistema compensa un paso imprudente, un “me acerco un poco más” o un “solo será un segundo”. El paisaje de Lanzarote —lava, viento, sales, tubos volcánicos— pide justamente lo contrario: bajar una marcha, observar la mar un par de minutos, elegir el punto de vista con margen, no pisar donde la intuición dice que no.
Que un visitante acabe grave tras un resbalón duele por lo evitable que suele ser. La isla ha aprendido a convivir con su geología y a hacerla accesible sin domesticarla del todo; ahí está su encanto. La invitación, vista la crónica de este rescate, es clara: disfrutar del espectáculo natural con cabeza, asumir que hay lugares que reclaman distancia y aceptar que el mejor recuerdo —más que una foto desde el borde— es regresar sin incidentes. Hoy tocó demostrar que el sistema de emergencias funciona. Ojalá mañana no tenga que probarlo de nuevo en el mismo sitio.
La urgencia pasó, pero la lección permanece. Lanzarote seguirá enseñando su paisaje como lo ha hecho siempre: con hervideros que rugen, acantilados que proyectan sombras rectas al mar y una orilla que se abre en mosaicos de lava. Basta con mirarla desde donde corresponde. Y volver a casa con la tarjeta llena y los músculos intactos. Porque —y esto también conviene recordarlo— la isla no necesita que nadie se acerque un metro más para ser fotogénica. Ya lo es.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y medios locales, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Gobierno de Canarias, La Voz de Lanzarote, Diario de Lanzarote, RTVC.

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