Síguenos

Cultura y sociedad

¿Por qué Eneko Goia dimite como alcalde de Donostia?

Publicado

el

Eneko Goia en 2014

Foto de EAJ-PNV Gipuzkoa, Wikimedia Commons, CC BY-SA 2.0.

Dimisión de Eneko Goia en Donostia tras diez años: claves del relevo, razones, mayoría para el relevo y qué cambia en la ciudad y su agenda.

Eneko Goia deja la Alcaldía de Donostia/San Sebastián el 2 de octubre de 2025 por una decisión política de renovación interna en el PNV, diseñada para cerrar un ciclo de diez años y abrir una etapa nueva en el ecuador de la legislatura. No responde a una crisis puntual ni a una derrota parlamentaria: el movimiento está pensado para oxigenar el liderazgo municipal, consolidar el proyecto que gobierna la ciudad desde 2015 y llegar con ventaja a las próximas municipales, con un relevo ordenado y sin sobresaltos. En la práctica, la dimisión activa el mecanismo institucional para elegir a un nuevo alcalde con la mayoría que suman PNV y PSE-EE, socios de gobierno desde el inicio del ciclo.

La lectura inmediata es doble: política y estratégica. Política, porque el PNV considera que diez años son un periodo redondo para quien ha sido tres veces alcalde y prefiere anticipar la transición; estratégica, porque el sustituto tendrá tiempo para coger el ritmo del cargo, culminar los principales expedientes y presentarse —si así se decide— con la ventaja de la gestión hecha. Se trata, dicho sin rodeos, de un relevo calculado. La primera tenencia de Alcaldía y el aparato municipal están preparados para mantener la actividad sin vacíos, con un pleno de elección que se convocará en los próximos días y un programa en marcha que no se detiene: presupuestos encarrilados para 2026, obras y contratos de ciudad en curso, y la estabilidad de un pacto que ha funcionado con método.

Un relevo pactado en el ecuador del mandato

La dimisión de Eneko Goia como alcalde de Donostia no cae del cielo. Es el punto de llegada de una conversación discreta en su partido y en el entorno institucional que lleva tiempo sobre la mesa: renovar sin arriesgar la gobernabilidad. El PNV, con una cultura organizativa muy asentada, ha recurrido otras veces a esta fórmula de recambio interno en mitad de mandato para refrescar liderazgos y evitar que el desgaste natural se traduzca en incertidumbre. En Donostia, ese esquema encaja: hay mayoría suficiente con el PSE-EE, el tablero municipal está claro, y la ciudad tiene hoja de ruta marcada. En lugar de esperar a última hora, se lanza la transición con margen.

El gesto, por tanto, no implica una ruptura de proyecto. La coalición municipal ha priorizado en estos años una agenda de ciudad reconocible: vivienda asequible en una plaza con presión inmobiliaria alta, gestión fina del turismo urbano y del calendario cultural, movilidad sostenible y mantenimiento de barrios, con una administración que se ha especializado en la ejecución de obra pública y el cuidado de servicios. La continuidad del pacto con los socialistas —que han sido partícipes de las principales decisiones— garantiza estabilidad en el día a día, mientras el PNV ordena su sucesión y la oposición reubica su estrategia.

No es irrelevante el calendario. Un recambio a dos años de las municipales permite a quien recoja el testigo gobernar la recta final de la legislatura, negociar y aprobar un presupuesto propio, y llegar a 2027 con narrativa y resultados. Evita el acelerón de última hora y rebaja el riesgo de que la campaña gire en torno al “cansancio” del equipo. Al mismo tiempo, protege el capital político de Goia, que sale por decisión propia, con balance y sin el desgaste que suele acompañar los finales abruptos.

Cómo se elige al nuevo alcalde y qué mayoría hay

La renuncia de un alcalde activa un procedimiento reglado: el pleno municipal toma conocimiento de la dimisión, se convoca una sesión de investidura y los grupos proponen candidatos. En la primera votación se exige mayoría absoluta; si no se alcanza, resulta elegido el cabeza de lista de la candidatura más votada en 2023. En Donostia la aritmética es cristalina: el PNV obtuvo nueve concejales, el PSE-EE cinco, EH Bildu ocho, el PP tres y Elkarrekin dos. La suma jeltzale–socialista alcanza catorce de veintisiete asientos, la mayoría necesaria para un relevo sin sobresaltos. La práctica parlamentaria donostiarra sugiere, además, una sesión tranquila: trámite, voto y nuevo alcalde.

Ese cinturón de seguridad parlamentaria no solo despeja el paso institucional. Permite mantener los tiempos de gestión: la junta de gobierno funciona, las áreas siguen trabajando con normalidad y la maquinaria administrativa no se resiente. En otras palabras, el Ayuntamiento no se para. Hubo una fase —muy corta— de rumorología y llamadas cruzadas; ahora se entra en la fase del papel timbrado, los decretos y las mayorías.

Una década que marcó la agenda urbana donostiarra

Quien piense en Donostia entre 2015 y 2025 verá una ciudad que ha cambiado sin dejar de ser ella misma. El ciclo de Eneko Goia ha pivotado sobre un objetivo práctico: gestionar una capital de tamaño medio con ambición internacional y calidad de vida local. No es un eslogan. Donostia ha reforzado su marca cultural con una programación estable y de prestigio —festivales, temporadas, equipamientos—, ha ordenado su modelo turístico en un contexto de alza constante de visitantes, y ha intentado responder a la tensión en la vivienda con herramientas fiscales y promoción pública. Movilidad, mantenimiento y espacio público completan el cuadro.

La cultura ha sido uno de los vectores más visibles. El Ayuntamiento ha hecho de Donostia Kultura el brazo operativo para una oferta que va de lo cotidiano al gran evento, con una política de equipamientos a plena carga y una sensibilidad clara por el equilibrio de barrios. No todo son carteles y alfombras: detrás hay licitaciones, programación de temporada, coordinación institucional y trabajo con el tejido creativo. La ciudad, además, ha profundizado su identidad bilingüe, con Euskara y castellano conviviendo en la administración, en la calle y en la obra pública.

El turismo urbano —tan discutido— exigía ordenar, no demonizar. Donostia ha establecido un marco de regulación de grupos para reducir impactos en la Parte Vieja y en los ejes más saturados, con límites de tamaño, horarios acotados y control de amplificación sonora. La discusión sobre una tasa turística dejó de ser tabú, con un consenso creciente para que los ingresos repercutan en servicios que usan residentes y visitantes. En paralelo, el Ayuntamiento ha perseguido alojamientos irregulares, impulsado campañas de sensibilización y puesto el foco en un turismo más cívico, que encaje con una ciudad de barrios, comercios de proximidad y ritmos propios.

La vivienda ha sido el frente más duro. Donostia es una plaza cara, tensionada, con escasez de parque en alquiler. El gobierno municipal ha navegado entre las competencias reales de un ayuntamiento —limitadas— y las expectativas de una ciudadanía que pide soluciones. Promoción pública, colaboración con Etxegintza, recargos a viviendas vacías y gestión de suelos han sido instrumentos habituales. ¿Ha bastado? Difícilmente en una década en la que casi todas las ciudades atlánticas han sufrido ese mismo tirón. Pero sí se aprecia un intento continuo de ampliar oferta y, sobre todo, de evitar que la presión turística se coma el stock residencial.

En movilidad, los pasos han ido en la dirección que marcan las ciudades que aspiran a ser más habitables: electrificación de flotas, prioridad del transporte público, bicicletas y bidegorris, y una atención especial al mantenimiento —asfaltados, accesibilidad, parques— que sostiene lo cotidiano. Donostia no compite por el titular más llamativo; prefiere el trabajo de taller, el expediente bien armado, la obra que llega a tiempo. Ese estilo, reconocible en el equipo de Goia, explica que el Ayuntamiento haya podido rematar presupuestos con adelanto, encajar grandes contratos y mantener una ejecución alta a lo largo del año.

Por supuesto, ha habido fricciones. El debate sobre el modelo turístico ha tensado posiciones cívicas y políticas, con episodios de saturación en picos del verano; la vivienda protegida nunca llega al ritmo soñado; y la convivencia en la Parte Vieja exige vigilancia constante. También el enlace ferroviario de alta velocidad y sus afecciones han sido fuente de controversia. Pero el balance del ciclo —con sus sombras— muestra una gestión estable y una ciudad funcional, lo que ayuda a que el relevo se perciba como una rotación en marcha y no como una ruptura.

Turismo, convivencia y eventos: una política de finura

El estilo de Donostia con el turismo ha marcado cierta vanguardia regulatoria en Euskadi. La ciudad ha pasado de asumir resignada las aglomeraciones a fijar reglas claras para los grupos, impulsar la calidad frente a la cantidad, y preparar la tasa turística con criterios finalistas: reforzar limpieza, transporte y cultura. La convivencia ha sido palabra clave: proteger el descanso en zonas calientes, distribuir flujos, animar a descubrir barrios más allá del circuito de postal. No es una guerra ni un abrazo incondicional: es papeleo, sanciones cuando toca y diálogo con el sector. Y resultados medibles que han animado a otras ciudades a copiar fórmulas.

El calendario cultural —de Jazzaldia al Zinemaldia, pasando por temporadas y programaciones de teatro, música y museos— no es un adorno. Es política pública que ancla identidad y derrama actividad económica. Donostia ha entendido esa ecuación y la ha convertido en planificación: equipos estables, financiación plurianual, promoción internacional. La marca funciona cuando la ciudad no se disfraza, cuando exhibe su normalidad: largas caminatas por la Concha, cenas en la Parte Vieja, paseos por barrios que cuentan historias. A eso se le llama gobernar la experiencia de ciudad con cabeza.

Vivienda y presión inmobiliaria: la cuadratura del círculo

El ayuntamiento lleva años dando vueltas a la misma pregunta: cómo ampliar la oferta de vivienda asequible sin capacidad para mover el mercado a gran escala. La respuesta ha sido un mix: promociones públicas, acuerdos en suelos con potencial, recargos fiscales a viviendas vacías, incentivos para poner pisos en alquiler y vigilancia contra usos turísticos irregulares. El resultado no es espectacular, porque no puede serlo con las competencias municipales que existen, pero sí hay una línea clara: proteger el derecho a vivir en Donostia y frenar la expulsión silenciosa de jóvenes y familias. El siguiente equipo tendrá que acelerar, porque el reto socioeconómico manda.

¿Quién puede coger el testigo?

Si hay un nombre que suena para suceder a Goia es Jon Insausti, concejal de Cultura, Euskara y Turismo, con peso específico en la política urbana de estos años y un perfil que combina gestión y didáctica pública. Su trayectoria —desde que asumió responsabilidades en 2018— lo ha situado en el corazón de asuntos que definen el carácter donostiarra: cómo se programa, cómo se regula, cómo se mide el impacto en la vida diaria. Se le atribuye un tono dialogante y cintura para aterrizar acuerdos con agentes culturales, hosteleros y comercio, sin perder de vista la identidad local.

Insausti representa un continuismo actualizado: conoce la casa, ha capitaneado políticas sensibles (la ordenación de grupos turísticos, la preparación de la tasa, la colaboración con la Diputación), y habla el idioma de una generación que llega a gobernar con otra pulsión tecnológica y climática. Su eventual llegada al despacho de la planta noble, si se confirma el acuerdo entre socios, no rompería la línea del gobierno municipal. Y aun así, marcaría estilo: más foco en políticas de destino, en experiencias que mezclan cultura, urbanismo y economía local. En un ayuntamiento real, eso se traduce en expedientes muy concretos, en plazos y en adjudicaciones.

No es el único activo de continuidad en el equipo. La tenencia de Alcaldía y las áreas clave —Hacienda, Urbanismo, Mantenimiento, Acción Social— están ocupadas por perfiles con oficio. Esa columna vertebral facilita la transición, porque una ciudad no se gobierna solo con titulares: se gobierna con cuadros que conocen la normativa, los tiempos de contratación y el tejido social. Por eso el relevo puede ser quirúrgico: cambias el rostro visible, mantienes el músculo administrativo y relanzas la narrativa.

Qué aporta un candidato continuista

Un relevo de continuidad aporta certeza a proveedores, barrios, entidades y a los propios servicios municipales. La maquinaria no se recalibra desde cero, no hay que volver a aprender cómo se hace un pliego, quiénes son los interlocutores, en qué fase van las obras ni qué subvenciones europeas hay que justificar. Al mismo tiempo, un rostro nuevo puede volver a ilusionar a franjas del electorado que pedían otro ritmo, otro acento, otro relato. En campañas reñidas —como lo fue la de 2023—, ese matiz de renovación conservando el proyecto puede decantar concejales.

La contrapartida existe: la atmósfera pública con frecuencia exige cambios drásticos aunque no sean aconsejables, y el continuismo, si no comunica bien, corre el riesgo de percibirse como inercia. Por eso un nuevo alcalde tendrá que explicar su plan con transparencia, marcar prioridades y dejar claro qué cambios concretos quiere introducir en los dos años que restan. No basta con “seguir”; hay que cuantificar logros, poner fechas y medir impactos. Esa es la diferencia entre un relevo técnico y un liderazgo que se gana la calle.

Fechas, procedimiento y lo que realmente cambia en el Ayuntamiento

Eneko Goia ha formalizado su renuncia y ha anunciado una comparecencia pública para explicar los motivos con sus propias palabras. A partir de ahí, se abre un minicalendario: registro de la dimisión, convocatoria del pleno de investidura en los próximos días y votación. Con la mayoría absoluta garantizada por la alianza PNV–PSE-EE, el trámite se resuelve sin bisagras. El nuevo alcalde toma posesión, nombra su junta de gobierno y reasigna delegaciones si lo estima oportuno. La oposición, por su parte, reajusta portavocías y estrategia para un escenario con rostro nuevo pero proyecto reconocible.

¿Qué cambia de verdad? Más de lo que parece y menos de lo que algunos dirán. Cambia el liderazgo: cada alcalde imprime carácter, ritmo, prioridades, lenguaje. Cambia el relato: una ciudad que lleva diez años gobernada por la misma figura pasa a contar con otra voz. Cambia cierta jerarquía interna: nadie llega a la Alcaldía sin ajustar equipos, sin reforzar áreas que considera estratégicas. Ahora bien, no cambia la geometría del pleno ni la hoja de ruta de las principales políticas ya en marcha. Las obras no se paran. Los contratos siguen. Las ordenanzas continúan su tramitación. El Ayuntamiento, en definitiva, sigue funcionando.

Hay un elemento importante para subrayar: la ciudad se planta en este relevo con los presupuestos de 2026 encarrilados y con un portafolio de proyectos de impacto: movilidad electrificada, reformas en mercados y equipamientos, mantenimiento de barrios y una agenda social que ha ido ganando peso. Eso da a la nueva Alcaldía un colchón de estabilidad para trabajar con menos sobresalto y más foco en ejecución y evaluación. En política municipal, eso cuenta.

La política detrás de la política: por qué ahora

El “por qué” de una dimisión así tiene varias capas. La primera es la gestión del desgaste. Diez años en primera línea municipal pasan factura y, aunque Donostia no vive una convulsión política, el PNV sabe que los relevos ordenados oxigenan la marca, dan aire a equipos y evitan que la oposición crezca a base de antagonizar con un nombre propio. La segunda capa es estratégica-electoral: coger la Alcaldía dos años antes de las municipales permite al sucesor acumular méritos, armar equipo, dar confianza a sectores clave de la ciudad y presentarse en 2027 con un balance defendible.

Hay una tercera capa, menos comentada y tan relevante como las anteriores: el momento de la agenda urbana. Donostia ha hecho en estos años un gran esfuerzo por ordenar el turismo sin renunciar a su alma local, por mantener servicios, por incentivar vivienda dentro de sus posibilidades. Queda camino: tasa turística, nuevas promociones, seguimiento del alquiler, protección del comercio de barrio, adaptación al cambio climático en una bahía preciosa pero vulnerable a temporales. Un relevo ahora puede reencuadrar prioridades y acelerar decisiones que requieren impulso político sostenido.

Por último, la simetría institucional cuenta. El PNV coordina tiempos entre ayuntamientos, diputaciones y Gobierno Vasco. No todo se anuncia a la vez, pero se planifica para que los movimientos no colisionen y, si es posible, se refuerzan mutuamente. Donostia es una plaza simbólica y práctica. Gestionar bien su transición ayuda a estabilizar el conjunto.

Lo que sí sabemos y lo que falta por escuchar de Goia

Lo cierto hoy es nítido: Eneko Goia dimite como alcalde de Donostia por una decisión pactada y planificada, con la que se cierra un ciclo y se abre otro. Sabemos que la mayoría municipal garantiza un relevo sin drama; que la gestión no se interrumpe; que hay nombres con peso para sucederle; que la agenda —turismo, vivienda, cultura, movilidad— seguirá siendo el eje de la gobernanza local. Falta por escuchar la voz del propio Goia con sus razones más personales —las que no caben en un comunicado—, su lectura del balance y su recomendación —si decide hacerla— sobre el rumbo a seguir.

Ese momento es relevante porque humaniza la política municipal. Goia ha sido alcalde en años de transformaciones globales —postpandemia, presión turística, debates sobre modelos de ciudad— y locales —reformas, prioridades de barrio, convivencia—. Su salida ordenada subraya una idea de servicio público que va más allá del nombre propio. Quien llegue al despacho tendrá que cuidar esa cultura: la de una ciudad que funciona, que atiende, que no se deja llevar por el ruido y que prefiere el trabajo serio al eslogan.

Preguntas clave para los próximos meses… y respuestas plausibles

¿Qué pasará con la tasa turística? Si se confirman los plazos forales y municipales, lo razonable es ver pasos formales en 2026, con destino finalista a servicios públicos que soportan el flujo de visitantes. ¿Y con la vivienda? El nuevo alcalde tendrá que intensificar la colaboración con el Gobierno Vasco para ampliar parque, acelerar promoción pública y vigilar usos irregulares. ¿Turismo y convivencia? Mantener el equilibrio será el mantra: reglas, sanción cuando toque y diálogo con el sector. ¿Cultura y marca ciudad? Consolidar lo que funciona y apostar por creatividad de base, esa que llena de vida los barrios sin necesidad de foco mediático.

La oposición juega sus cartas. EH Bildu seguirá apretando en vivienda y modelo turístico, reclamando más ambición; el PP insistirá en orden y fiscalidad; Elkarrekin pondrá el foco en servicios y acceso a la vivienda. Con una mayoría tan clara, el gobierno tiene margen, pero la calidad de los acuerdos marcará la diferencia entre una gestión que aprueba y una gestión que lidera. No bastará con sacar expedientes: habrá que contar mejor lo que se hace y medir con honestidad sus efectos.

El día después: prioridades realistas para una ciudad que no se detiene

Hay tres prioridades realistas que asoman con nitidez. La primera: ejecutar. Donostia tiene obra y servicio en marcha; la ciudadanía nota cuando la ciudad responde: aceras bien rematadas, limpieza, transporte que llega, equipamientos abiertos. Un nuevo alcalde inteligente sabrá que su primer capital político es hacer que todo siga funcionando. La segunda: explicar. En un contexto de saturación informativa, importa contar con claridad qué se hace, cuándo y para qué. Sin humo. Con cifras. Con plazos. La tercera: escuchar. El Ayuntamiento funciona cuando abarca la complejidad de barrios y sectores, cuando integra propuestas ajenas, cuando sabe rectificar sin convertirlo en drama.

La ciudad, por lo demás, no pierde el paso. Sigue siendo esa mezcla delicada de bahía célebre y barrio exigente, de gran evento y vida cotidiana. Y su política municipal —la de Goia primero, la de su sucesor a partir de ahora— se juzga por lo de siempre: cómo se vive en Donostia, cuánto cuesta quedarse, cuánta tranquilidad ofrece el día a día, cuánta seriedad hay detrás de cada expediente.

Un cambio en el nombre, el mismo contrato con la ciudad

La dimisión de Eneko Goia no es un salto al vacío sino un pase de testigo con red. Responde a una lógica política que busca renovar sin desarmar, y llega en un momento que favorece a quien herede la responsabilidad: presupuestos encarrilados, proyectos vivos, mayorías claras y un equipo que conoce los engranajes del Ayuntamiento.

Habrá matices, gestos nuevos, prioridades recalibradas. Pero el contrato entre el gobierno municipal y Donostia —servicios que funcionan, ciudad que cuida, identidad que no se vende— permanece. Al final, eso es lo que define a una capital bien gobernada: que cambie un nombre y no cambie la vida en lo esencial, salvo para mejorarla. Y ése es, en el fondo, el verdadero sentido de este relevo ordenado.


🔎​ Contenido Verificado ✔️

Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de medios e instituciones españolas contrastadas. Fuentes consultadas: elDiario.es, El Confidencial, El Independiente, The Objective, laSexta, Cadena SER, Diputación Foral de Gipuzkoa, San Sebastián Turismoa.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

Lo más leído