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Cuanto dura un colico nefritico: tiempos reales y qué influye

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cuanto dura un colico nefritico

Duración del cólico nefrítico, fases del dolor, señales de alarma y tiempos de tratamiento; alivio, fármacos y prevención con datos fiables.

Un ataque típico se mide en horas, no en días. La fase más intensa suele arrancar de golpe, con un dolor que sube a toda velocidad y se presenta en oleadas. Esas ráfagas, tan características, se encadenan durante entre 3 y 18 horas, y con frecuencia el primer día queda resuelto el tramo más feroz. Después puede quedar un arrastre molesto —pinchazos, presión, sensación de “latido” en el flanco— que aparece y desaparece hasta que el cálculo avanza. El reloj, aquí, lo dicta una sola cosa: cuándo se resuelve la obstrucción.

La película completa dura lo que tarde la piedra en pasar. Si el cálculo es pequeño (5–6 mm o menos) y está bajo, lo más probable es que salga solo en días o pocas semanas, con episodios intermitentes que pueden despertar de nuevo el dolor si el uréter se espasma. Si el dolor severo no cede en 48–72 horas, si hay fiebre, vómitos continuos, orina que se corta o un contexto delicado (embarazo, riñón único, personas frágiles), no se espera: toca atención hospitalaria. En manos expertas, con analgesia potente, hidratación guiada y, en casos seleccionados, terapia expulsiva médica, la evolución suele ser favorable y predecible.

Lo que dura de verdad: horas intensas, días de cola

El cólico renal no es un dolor lineal. Arranca con una punzada que enseguida crece y se convierte en un espasmo profundo en la zona lumbar o en el costado, que a veces irradia hacia ingle y genitales. Las oleadas duran 20–60 minutos y, en medio, el dolor baja uno o dos escalones. Rara vez desaparece del todo hasta que el cálculo gana terreno. El primer par de horas concentran la violencia del cuadro; luego es habitual que la intensidad descienda de forma irregular, con picos cada vez más llevaderos. Muchos episodios agudos se autolimitan antes de 24 horas, y ese es el dato práctico que ayuda a organizarse: día duro, noche complicada… y al día siguiente, otra cara.

Otra cosa es el total del proceso. Mientras la piedra no alcance la vejiga y termine expulsándose, el dolor puede volver. No necesariamente con la misma fuerza: a veces son pinchazos breves que sorprenden en plena reunión o al subir unas escaleras; otras, una nueva madrugada de retortijones cuando el cálculo intenta franquear un estrechamiento. De ahí esa sensación de “días normales con sobresaltos” que muchos pacientes describen. Lo esperable, si el tamaño acompaña, es que en 1–3 semanas todo termine. Si el cálculo mide más, o si se atasca alto en el uréter, el calendario se alarga y crece la probabilidad de necesitar ayuda instrumental.

Este perfil temporal no es un capricho. Responde a una mecánica precisa: cuando el uréter cede unos milímetros o la presión interna baja, las terminaciones nerviosas dejan de disparar como antes y el dolor cede. Si la piedra gira o desciende, puede desencadenar otro ciclo. La buena noticia es que el dolor más duro suele ser limitado en el tiempo; la incómoda es que la historia puede tener varios capítulos hasta el desenlace.

Qué está pasando en el uréter y por qué duele tanto

La fisiología explica la cronología. Una piedra (litiasis) se forma en el riñón y, al desprenderse, baja por el uréter, un conducto estrecho con curvas y estrechamientos naturales. Si el cálculo obstruye parcial o completamente, el flujo de orina choca con un cuello de botella. El uréter responde con contracciones vigorosas para expulsar el cuerpo extraño; la mucosa se inflama; la presión asciende hacia el riñón. Esa distensión súbita de las vías urinarias y la isquemia de tejidos por la presión son la base del dolor lacerante, que no mejora con el reposo ni con cambios de postura. Por eso resulta tan desesperante: nada parece aliviarlo de inmediato, salvo la analgesia adecuada y, en muchos casos, el paso de las horas mientras el sistema se adapta.

Un detalle relevante: el tamaño no siempre dicta la intensidad del dolor. Un cálculo pequeño, si se encaja en un punto estrecho, puede doler más que uno mayor en un tramo ancho. Tampoco la magnitud del dolor predice, por sí sola, si la piedra pasará sola. Lo que importa es la localización, el grado de obstrucción y la respuesta inflamatoria. Por eso dos personas con cálculos del mismo diámetro pueden tener evoluciones muy distintas.

Cuando la obstrucción es parcial, el uréter suele encontrar una vía de escape: el dolor baja tras el pico inicial y queda un fondo sordo. Si la obstrucción es completa, el cuadro puede ser más tozudo, con náuseas y sudoración fría. Aquí los tiempos cuentan: si esa situación se mantiene, el riñón sufre. De ahí que los protocolos fijen umbrales claros para no prolongar una espera que ya no aporta nada.

Tamaño y posición: el reloj que manda

El tamaño es el primer factor que acorta o alarga el proceso. Menos de 5–6 mm: alta probabilidad de expulsión espontánea. Entre 6 y 10 mm: terreno intermedio, decisiones individualizadas, paciencia con límite. Más de 10 mm: lo habitual es que haga falta intervención. La posición del cálculo también inclina la balanza. Si está distal (cerca de la vejiga), suele haber más espacio y mejor empuje; si es proximal (alto, cerca del riñón), la tendencia a pasar solo es menor. Además, la forma importa: bordes irregulares o cálculos “en balín” se comportan distinto.

Pongamos la escena en números de la vida real. Con una piedra de 3–4 mm, el dolor puede repetir en ráfagas durante varios días, pero en una o dos semanas lo normal es que haya caído a la vejiga. A veces, ni nos enteramos del momento exacto de la expulsión; otras, aparece un escozor leve al orinar y una miniatura de cristal en el colador. Con 8–9 mm, la cosa cambia: se intenta terapia expulsiva durante unas 4–6 semanas si la situación es estable, sabiendo que hay bastantes posibilidades de terminar en litotricia o ureteroscopia. Con 12–15 mm, la espera suele ser corta: el plan activo llega antes.

La infección altera cualquier guion. Fiebre, escalofríos, mal estado general, mal olor franco de la orina o dolor que no cede son señales de alarma. En esos casos, el objetivo inmediato es descomprimir el sistema (un catéter doble J o una nefrostomía según el caso) y administrar antibióticos. Ya se resolverá después el cálculo. La prioridad es proteger el riñón.

Las primeras 72 horas, minuto a minuto

Los tres primeros días concentran casi todas las decisiones clave. Primeras 6–12 horas: analgesia rápida y suficiente, preferiblemente con antiinflamatorios que reducen la presión intraluminal; reposo relativo, hidratación fraccionada, control de vómitos. Entre las 12 y 24 horas: si el dolor empieza a espaciarse, buena señal; puede quedar un fondo tolerable y náuseas residuales. Es el momento de iniciar, si procede, alfa-bloqueantes (tamsulosina) para facilitar el avance en cálculos distales de tamaño pequeño o intermedio. Entre 24 y 48 horas: si el dolor vuelve con fuerza pero responde al tratamiento y no hay fiebre, se puede mantener la estrategia expectante. A las 48–72 horas, la brújula cambia: si el dolor no cede pese a analgesia correcta, si hay fiebre o si las pruebas muestran empeoramiento renal, se considera intervención o derivación de la orina. Ese es el límite razonable para no convertir una espera prudente en un riesgo innecesario.

Cómo se calma: analgesia eficaz y fármacos que ayudan

La base del control del dolor es farmacológica y está bien definida. Los antiinflamatorios no esteroideos (ibuprofeno, dexketoprofeno, ketorolaco, diclofenaco) son la piedra angular: bajan la síntesis de prostaglandinas, reducen la presión en el sistema excretor y, con ello, el dolor. Bien administrados, suelen mejorar en la primera hora. En casos resistentes, se suman metamizol o paracetamol, y en escenarios de dolor incontrolable —con prudencia— opioides cortos. En urgencias se prioriza la vía intravenosa o intramuscular para un inicio más rápido.

Los alfa-bloqueantes —tamsulosina y parientes— han ganado espacio. No son una varita mágica, pero relajan el músculo liso del uréter y aumentan la tasa de expulsión en cálculos distales pequeños o medianos, además de acortar el tiempo hasta que caen en la vejiga. Se pautan una vez al día, durante hasta 4–6 semanas, con vigilancia médica. Si en ese horizonte no hay avances, se rediseña el plan.

La hidratación pide matiz. Beber agua, sí; tragar litros de golpe en medio de un cólico, no. Si el uréter está casi bloqueado, forzar el volumen puede aumentar la presión y el dolor. Mejor líquidos repartidos, orinar con frecuencia y, si el equipo médico lo indica, recoger la orina en un colador para capturar el cálculo cuando salga. Ese pequeño cristal, analizado, guía la prevención futura. El calor local en la zona lumbar a veces alivia; caminar suave puede “mover” la piedra en algunas personas; otras agradecen el reposo. No hay una receta única: lo que no duele y ayuda, vale.

Conviene evitar tres errores clásicos. Antibióticos sin indicación (“por si acaso”), automedicación con opioides sin haber probado antiinflamatorios en pauta correcta y demorar la revisión cuando el dolor no responde. Ninguna de esas decisiones mejora el pronóstico; sí pueden complicarlo.

Cuando toca intervenir: tratamientos y tiempos

Si la piedra no pasa o si aparecen complicaciones, la urología actual ofrece opciones eficaces y seguras. La litotricia extracorpórea por ondas de choque fragmenta el cálculo desde fuera; funciona mejor en piedras pequeñas o medianas y en localizaciones favorables. La recuperación es rápida y el dolor, generalmente, menor que en una ureteroscopia. Esta última —ureteroscopia con láser— introduce un endoscopio por la uretra hasta el uréter y fragmenta o extrae el cálculo; permite tratar piedras más grandes o difíciles, con tasas de éxito altas en una sola sesión. Para cálculos muy voluminosos o complejos, la nefrolitotomía percutánea abre una vía directa al riñón a través de una pequeña incisión en la espalda: es más invasiva, sí, pero también definitiva para escenarios que no admiten atajos.

El tiempo para pasar de “esperar” a “actuar” no es infinito. En general, si en 4–6 semanas de terapia expulsiva un cálculo no se ha movido y sigue dando guerra, se plantea tratamiento activo. La aparición de fiebre, de dolor intratable o de deterioro de la función renal baja el umbral de intervención de manera inmediata. A veces el primer paso es poner un stent (catéter doble J) que drena la orina y descomprime el sistema; con el dolor controlado y el riñón protegido, se programa la técnica definitiva con calma.

En cuanto a la recuperación, los plazos suelen ser cortos. Tras una litotricia, la actividad habitual puede retomarse en 1–3 días, sabiendo que saldrán fragmentos durante varias jornadas y que eso puede picar al orinar. Tras una ureteroscopia, la molestia del stent —si se deja— es el principal inconveniente: tirones, deseos repentinos de orinar, a veces dolor al final de la micción. Son efectos previsibles, temporales, que desaparecen al retirar el catéter.

Prevenir el siguiente episodio: hábitos, dieta y seguimiento

La prevención empieza el mismo día que el dolor deja de ser protagonista. Beber agua repartida a lo largo del día hasta conseguir una orina clara es un objetivo simple y eficaz. No se debe eliminar el calcio de la dieta sin indicación: paradójicamente, puede aumentar el riesgo de algunos cálculos. Reducir la sal y moderar las proteínas animales suele ayudar. Frutas y verduras aportan citrato, un inhibidor natural de la cristalización. En personas con tendencia a cálculos de oxalato cálcico, conviene no abusar de alimentos muy ricos en oxalato (espinacas, remolacha, frutos secos, cacao), aunque la recomendación final depende del análisis del cálculo y de la orina de 24 horas.

El seguimiento importa. Tras un primer episodio, una ecografía o un TAC de baja dosis confirman que no quedan cálculos significativos y revisan el estado del riñón. Si se ha recuperado la piedra, su composición orienta el plan: oxalato cálcico, ácido úrico, estruvita, cistina… cada tipo tiene matices. En casos de recurrencia, los equipos solicitan analítica sanguínea (calcio, ácido úrico, función renal) y orina de 24 horas para medir volúmenes y solutos. Con datos, el consejo deja de ser genérico y pasa a ser preciso.

También hay factores médicos que conviene vigilar: síndrome metabólico, hiperparatiroidismo, gota, cirugías digestivas previas o el uso de fármacos que favorecen la formación de cálculos. Tratarlos bien es, en sí mismo, una medida preventiva.

Guía práctica de tiempos para orientarse hoy

A modo de mapa, sin rodeos. El episodio agudo del cólico se mide en horas: las oleadas fuertes suelen concentrarse en las primeras 3–18 horas, y lo habitual es que el primer día quede atrás lo más duro. El proceso completo dura lo que tarde el cálculo en bajar: días o pocas semanas si mide menos de 5–6 mm y está distal; más tiempo y más probabilidad de intervención si es mayor o está alto. Umbral de seguridad: 48–72 horas de dolor sin respuesta adecuada, fiebre, vómitos que impiden hidratarse, orina que se corta o situaciones especiales (riñón único, embarazo, personas con enfermedades renales previas) exigen valoración hospitalaria. Con analgesia bien pautada, alfa-bloqueantes cuando proceden y seguimiento, la historia acaba bien en la inmensa mayoría de los casos.

El resto es método. Dolor controlado pronto, pruebas de imagen para ubicar el cálculo, una ventana razonable de espera cuando las condiciones son seguras y un plan claro si el reloj se agota. Capturar la piedra cuando se expulsa facilita un tratamiento preventivo a medida. Nada de heroísmos, tampoco de dramatismos: decisiones a tiempo que protegen el riñón y devuelven la normalidad. Porque, sí, duele como pocos, pero no se queda para siempre. Y esa certeza —con datos y plazos realistas— es a menudo el mejor analgésico.


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Este artículo se ha redactado con información contrastada y vigente procedente de instituciones sanitarias españolas. Fuentes consultadas: Asociación Española de Urología, Hospital Clínic Barcelona, Clínica Universidad de Navarra, Servicio Andaluz de Salud.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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