Historia
Cuando se invento el desodorante roll on: no todos lo saben

1952 marcó un antes y un después: del primer roll on de Ban a su expansión global, con historia, ciencia y formatos que explican su vigencia.
La fecha está fijada con precisión: 1952. Ese año salió al mercado Ban Roll-On, el primer desodorante roll on comercial que popularizó el aplicador de bola en higiene personal. El formato lo lanzó Bristol-Myers en Estados Unidos y nació con una idea sencilla y eficaz: una pequeña esfera giratoria que deposita una película uniforme de líquido sobre la piel. Lo que hoy parece cotidiano fue entonces una novedad que cambió la forma de usar los productos contra el olor y el sudor.
El salto de 1952 se apoyó en el trabajo de la química Helen Barnett Diserens, integrante del equipo de Mum, marca pionera del sector desde finales del siglo XIX. Diserens adaptó a la cosmética el principio mecánico del bolígrafo moderno y lo llevó a un frasco compacto, cómodo, limpio. Desde ahí, el rodillo creció, viajó y se consolidó. A finales de la década ya se vendía en Europa —en Reino Unido se presentó como Mum Rollette en 1958— y quedó instalado en la cesta de la compra junto a sprays y barras. La pregunta por el “antes y el después” tiene, por tanto, una respuesta concreta: el formato con bola nace como producto masivo en 1952, con una autoría identificable y un proceso industrial que lo respalda.
De Mum a Ban: una línea temporal con nombres y decisiones
La historia del desodorante moderno no arranca con el rodillo, sino con la marca Mum, que apareció en Filadelfia en 1888 con una crema antibacteriana de óxido de zinc. Era otro mundo: presentación en lata, aplicación con los dedos, foco en neutralizar el olor y no en detener el sudor. Años después, en 1931, la empresa pasaría a manos de Bristol-Myers, que convirtió aquella idea primitiva en una plataforma de innovación, marketing y distribución. En esa casa —y en esa época— aparece Helen Barnett Diserens, que mira a una tecnología externa y la hace rodar sobre la piel: la bola que controla el flujo de un líquido y lo extiende de manera regular.
Antes de 1952 ya había ensayos de formatos. Existían polvos, existían cremas y, desde comienzos de los cuarenta, sprays presurizados como Stopette, apoyados en propelentes y en un discurso de modernidad radiofónica y televisiva. Ese contexto ayuda a entender el éxito del roll-on: el público ya había probado soluciones que resolvían parte del problema, pero ninguna combinaba tanto control, higiene de aplicación y dosificación precisa en un envase pequeño. La bola, al sellar la boca del frasco cuando no se usa, protege el producto, reduce evaporación y limita la contaminación ambiental. Cada gesto cerraba el círculo: se voltéa el frasco, se apoya la esfera, se desliza. Nada de manos impregnadas, nada de nubes de aerosol en el cuarto de baño.
Ban Roll-On puso nombre y forma a esa rutina. Durante la década siguiente el desodorante con bola se extendió, vivió variantes de fórmula y de diseño, y comenzó a convivir con otros formatos en lineal. Ya no se discutía su utilidad; se calibraban diferencias prácticas: tiempo de secado, perfume, residuo blanco en la ropa, compatibilidad con piel sensible. Ese debate técnico y de usuario —más que semántico— sigue hoy muy vivo.
Antes del rodillo: antitranspirantes, bacterias y el papel del marketing
Hacia 1903 aparece Everdry, uno de los primeros productos que no se limita a perfumar o a frenar bacterias, sino que busca reducir la transpiración mediante sales de aluminio. Esa bifurcación —desodorante frente a antitranspirante— es clave. El primero actúa sobre la microbiota responsable del mal olor (o la enmascara con fragancia); el segundo crea un tapón temporal en el conducto sudoríparo que disminuye la humedad. Son mecanismos distintos que a menudo conviven en el mismo envase y, por eso, generan confusión cuando se habla de “invento”, “fecha” u “origen”. El roll on no inventa el desodorante ni el antitranspirante, pero sí inventa —y fija— una manera de aplicación que condiciona la química y la experiencia de uso.
Los sprays vivieron su propia edad dorada en los cincuenta y los sesenta. Tenían potencia publicitaria: un gesto de nube fina, una sensación de frescor inmediato y mucha modernidad técnica. Su auge coincidió con la televisión y con el boom de los propelentes; también con la posterior preocupación por CFC y otros gases. Ese péndulo regulatorio y medioambiental reequilibró el mercado y mantuvo al roll-on en una posición sólida: sin nubes, con menos olor ambiental, con eficacia comparable cuando la formulación es buena.
Cómo funciona un roll on: mecánica simple, química precisa
Detrás del desodorante de bola hay una ingeniería humilde que resulta determinante. La esfera —plástico o acero, según época y marca— encaja en un asiento que sella el cuello del frasco. El producto, una emulsión hidroalcohólica o un gel acuoso, humedece la superficie de la bola por capilaridad y gravedad. Al deslizarse, la esfera gira y arrastra una película delgada hacia la piel. La cantidad que pasa depende de la viscosidad del líquido, del ajuste entre esfera y asiento, y de la presión de la mano. Esa arquitectura resuelve dos cosas a la vez: dosificación —ni mucha ni poca— e higiene —el depósito queda aislado y la apertura, cerrada por la propia bola—.
La química completa el cuadro. Si el producto es desodorante, suele incluir bacteriostáticos como el triclosán (hoy prácticamente retirado en cosmética europea), el clorhidrato de zinc, derivados de citrato o extractos con actividad antimicrobiana. Si es antitranspirante, la estrella son las sales de aluminio (clorhidrato o zirconio-aluminio en complejos glicinados), que precipitan proteínas y forman una oclusión reversible en los poros de las glándulas ecrinas. Hay además solventes (agua, etanol), agentes filmógenos para mejorar la fijación, neutralizadores de pH, perfumes y antioxidantes que protegen el conjunto. La fórmula se diseña para secar rápido, no dejar residuo y minimizar irritación. Y nada de esto es accesorio: el encanto del roll-on depende tanto del hardware (la bola) como del software (la emulsión).
Del bolígrafo al baño: la idea que cruzó de sector
La analogía es conocida y útil. László Bíró popularizó, a finales de los treinta, un bolígrafo cuyo corazón era una bola que dosificaba la tinta al rodar. La cosmética copió ese gesto y lo cambió de contexto. La innovación no fue un hallazgo casual, sino una transferencia tecnológica: si una bola podía entregar tinta de forma uniforme, también podía entregar una loción desodorante con control de caudal y cobertura homogénea. El aprendizaje industrial —materiales, tolerancias, sellados— ya estaba hecho y bastaba con adaptarlo a otro líquido, otro cuello de frasco, otro tamaño de esfera. Por eso, cuando Ban presentó su roll-on en 1952, el público comprendió el mecanismo antes incluso de probarlo.
Patentes, marcas y expansión: hitos que explican una cronología
Para fijar bien la cronología conviene distinguir cuatro piezas. Primero, Mum 1888 como primer desodorante comercial reconocido. Segundo, la adquisición de 1931 por Bristol-Myers, que aporta músculo a la marca y la empuja a experimentar. Tercero, el lanzamiento de Ban Roll-On en 1952, con Helen Barnett Diserens como responsable de trasladar el mecanismo de bola a la higiene personal. Cuarto, la llegada europea con Mum Rollette en 1958, que confirma que no se trata de un capricho local, sino de un formato llamado a integrarse en la rutina de aseo en mercados distintos.
Desde entonces, el nombre Ban ha cambiado de manos en la industria estadounidense y hoy está bajo el paraguas de una multinacional japonesa, lo que muestra la capacidad de los activos de gran consumo para viajar entre corporaciones sin perder reconocimiento. Ese vaivén corporativo no altera la fecha de invención ni el mérito técnico, pero sí explica por qué el mismo apellido comercial aparece asociado a compañías diferentes según la década o el país. En paralelo, otras marcas lanzaron sus propios roll-on con matices de diseño: diámetros de esfera cambiantes, frascos de vidrio o plástico, sistemas de cierre a rosca o de clip y un abanico de fragancias que siguió a la moda olfativa de cada época.
España y Europa: adopción, regulación y hábitos que han variado
El formato roll-on aterrizó en Europa occidental a finales de los cincuenta y, progresivamente, fue ocupando espacio en perfumerías y droguerías. En España, el consumo de desodorantes y antitranspirantes se disparó en los setenta y los ochenta con la llegada de grandes superficies y la apertura del mercado a multinacionales. Durante los ochenta, la explosión del aerosol —por estética y por experiencia sensorial— restó cuota al rodillo, que nunca llegó a desaparecer gracias a su precio competitivo y a la fidelidad de quienes valoraban una aplicación cercana, sin niebla en el baño y con menos impacto olfativo ambiental.
El marco regulatorio europeo ha sido exigente y ha ido evolucionando. Hoy, el Reglamento (CE) 1223/2009 establece la seguridad de los cosméticos con un enfoque de evaluación de riesgo. Los aluminios en antitranspirantes —un asunto recurrente en la conversación pública— cuentan con dictámenes científicos que acotan concentraciones seguras y condiciones de uso. En paralelo, la etiqueta se ha vuelto más clara: composiciones sin alcohol para pieles sensibles, fórmulas con aloe, con glicerina o con pantenol para mejorar la tolerancia, y una oferta de productos sin perfume que no interfieren con fragancias de uso personal. Este ecosistema regulado facilita que el roll-on compita en igualdad de condiciones con otras presentaciones.
En Europa, además, han pesado los cambios medioambientales. La prohibición de CFC por el Protocolo de Montreal empujó al aerosol hacia propelentes alternativos, y la conversación sobre huella de carbono y reciclabilidad ha dado aire al rodillo, cuyo envase —botella y tapón— se recicla con mayor facilidad cuando las piezas se separan y limpian. Tampoco hay que idealizar: los polímeros del aplicador y la bomba del spray tienen sus propios retos de residuos y mezcla de materiales. Aun así, en el roll-on la ingeniería de envase tiende a ser más simple, con menos componentes.
Los años del aerosol y el reequilibrio del lineal
Si se observan catálogos y publicidad de los ochenta y noventa, el aerosol domina por presencia visual. El mensaje era directo: frescor inmediato, cobertura amplia, secado muy rápido. Poco a poco, la dermatología cotidiana fue señalando algunos inconvenientes en pieles reactivas —alcoholes, perfumes, propelentes— y el mercado empezó a reequilibrarse. El roll-on tomó impulso apoyado en un discurso de cuidado: menos alcohol, pH ajustado, activos calmantes. La fórmula se volvió más acuosa, con polímeros filmógenos que mejoran el anclaje del activo sin dejar capa pegajosa. Ese giro, sumado a la constante búsqueda de fragancias limpias y a la incorporación de sales menos marcadoras sobre los tejidos, ha mantenido al rodillo en una segunda juventud.
¿Por qué sigue vigente? Ventajas prácticas y límites reales
Las razones son táctiles, no solo químicas. Un roll-on permite apuntar y cubrir exactamente la zona que interesa con un gasto de producto moderado. Hay control y economía. El tiempo de secado es el talón de Aquiles tradicional, pero las fórmulas actuales —con menos glicoles pesados, más solventes de evaporación media y tensioactivos ajustados— han reducido esa espera. El olor es menos invasivo para quienes comparten habitación o vestuario, porque la aplicación no atomiza el perfume. La mancha blanca en tejidos oscuros (los llamados white marks) se mitiga con ajustes en sales y con coformulantes que evitan la cristalización visible. En síntesis: cuando el roll-on está bien hecho, suma comodidad, precisión y eficacia de forma muy competitiva.
También tiene límites. En climas muy húmedos o en situaciones de actividad intensa, algunas personas prefieren un spray de secado ultrarrápido. O una barra de sensación seca que deje menos “film” táctil. Hay pieles que toleran mal ciertos perfumes o el alcohol de base. En esos casos, el mercado ofrece roll-on sin alcohol, fragancias hipoalergénicas o versiones sin perfume. El abanico de activos también ha crecido: clorhidrato de aluminio en concentraciones prudentes, aluminio-zirconio donde está permitido, complejos de citrato o gluconato, zinc ricinoleate como secuestrante de olores, y soluciones “minerales” a base de alumbre potásico para quienes optan por una aproximación distinta (aunque conviene recordar que el alumbre también aporta aluminio, en otra sal). El rodillo se ha hecho modular y ahí reside parte de su permanencia.
Formulaciones actuales: entre lo sensorial y lo dermatológico
La competencia ha llevado a los fabricantes a refinar la cosmetología del roll-on hasta puntos muy finos. Los polímeros acrílicos de nueva generación forman redes discretas que suspenden las sales de aluminio y ayudan a que el activo quede donde interesa con menos migración. Los humectantes ligeros (glicerina bien dosificada, propandiol de origen vegetal) suavizan sin dejar pegajosidad. Ingredientes como el pantenol o el alantoína suman calma tras la depilación. Las microemulsiones permiten dispersar aceites perfumantes de forma más estable, reduciendo el “hot spot” aromático. Y, para quienes buscan un discurso de naturalidad, aparecen roll-on con bicarbonato, hidróxido de magnesio, sacaratos o ferulatos que apuntan a la neutralización del olor en vez de la oclusión del sudor. Su eficacia es heterogénea, pero representan una corriente real de mercado.
El envase también ha cambiado. El vidrio sigue siendo bienvenido por su inercia química y su sensación de calidad, pero el plástico ha ganado por ligereza y resistencia. Se experimenta con bolas de acero inoxidable para mejorar la durabilidad y la limpieza, y con sellos que garantizan que la emulsión no se filtre en condiciones térmicas exigentes (coches al sol, gimnasios, viajes). Algunos fabricantes han probado formatos recargables para reducir residuos; no todos han arraigado, aunque el concepto vuelve cíclicamente y hoy encuentra un público más receptivo a la economía circular.
Curiosidades con rigor y contexto que enriquecen la historia
El término roll-on es un anglicismo que se integró sin mucha resistencia. En España convive sin fricción con “desodorante de bola” o “desodorante con bola”. La imagen de marca más duradera la ofrece Ban, que puso cara —y rodillo— al gesto de “pasar la bola”. En Reino Unido caló la denominación Rollette en el lanzamiento de 1958, probablemente buscando un nombre propio con sonido técnico y cercano. A nivel gráfico, los primeros anuncios insistían en el movimiento: flechas, rodillos, una línea continua que marcaba la trayectoria del producto sobre la piel. El diseño del frasco evolucionó con los tiempos: de silhuetas bulbosas muy cincuenteras a botellas estilizadas de los setenta, para volver luego a volúmenes ergonómicos que encajan en la mano.
Hay un dato curioso que ilustra la transferencia de tecnología. Igual que el bolígrafo trajo la bola a la papelería, otros sectores han tomado prestado el mecanismo del roll-on: aplicadores farmacéuticos tópicos, productos antipicaduras, serums faciales para el contorno de ojos, incluso algunos quitamanchas textiles. La lógica se repite: una loción que debe depositarse con precisión en una zona concreta, sin goteo y con mínima exposición al aire. El rodillo no es solo un gesto de tocador; es una microválvula mecánica barata y fiable, y por eso ha encontrado usos donde uno no pensaría.
En el terreno de los mitos, conviene separar conversación de evidencia. Ni el formato roll-on garantiza por sí mismo ser más o menos eficaz que una barra o un aerosol —manda la fórmula—, ni una marca histórica asegura automáticamente la mejor tolerancia cutánea. La química y la concentración de activos, el pH, la perfumería y la calidad del envase son los factores que inclinan la balanza. Lo que sí ofrece el roll-on es un estándar de aplicación extremadamente repetible, y ahí gana puntos: el usuario tiende a aplicar la misma cantidad día tras día, lo que facilita comparar resultados y elegir con criterio.
Un apunte sobre deporte, tejidos y la eterna batalla de las manchas
El diálogo entre moda deportiva y desodorantes ha sido intenso. Tejidos técnicos de poliéster y poliamida, tan presentes en ropa de entrenamiento, plantean retos específicos: acumulan compuestos volátiles y ácidos grasos que interaccionan con formulaciones y detergentes. El roll-on, al colocar la película de forma controlada y con menos polvo que una barra, puede reducir la migración de residuos hacia la prenda. Aun así, la aparición de auréolas y marcas depende de muchas variables: dureza del agua, cantidad de producto, tiempo hasta vestirse, tipo de tejido y lavado. Las formulaciones “invisible black & white” nacieron para responder a esa obsesión, y parte del mérito ha sido ajustar el tamaño de partícula y el tipo de sal para minimizar la cristalización visible.
España hoy: oferta amplia, etiquetas claras y consumidores exigentes
El lineal español refleja una oferta madura. Conviven marcas históricas, multinacionales con portafolios amplios y firmas de dermocosmética que ofrecen roll-on específicos para piel sensible, post-depilación o uso diario sin perfume. Las marcas blancas de cadenas de distribución han empujado precios a la baja sin renunciar a formulaciones sólidas y, en algunos casos, a activos equivalentes a los de la gran marca. Se ve también un auge de propuestas “naturales”: sin sales de aluminio, con bicarbonato o con magnesio, a menudo en envases reciclables y con claim de ingrediente de origen vegetal. El consumidor, cada vez más informado, alterna entre eficacia técnica y discurso de valores (sostenibilidad, vegano, cruelty-free), y el roll-on se adapta bien a ambas sensibilidades.
No faltan los packagings pensados para viaje —volúmenes que respetan las normas de seguridad en aeropuertos— ni los formatos mini para gimnasio o bolso. La logística del rodillo es agradecida: no hay presión interna que prohíba cambios de altura, no hay riesgo de fugas si el tapón está bien roscado, y el control de dosis evita que el frasco se vacíe en quince días. En términos de valor por uso, compite muy bien frente al aerosol, que tiende a gastarse a mayor ritmo.
Qué fecha conviene recordar y por qué aún importa
La fecha que hay que guardar es 1952, porque marca el inicio del desodorante roll on como producto definido, con nombre, fabricante y una tecnología de aplicación que transformó un gesto íntimo y repetido a diario. Ese año, con Ban Roll-On en la mano, el mercado entendió que el rodillo no era un capricho de laboratorio, sino un estándar con ventajas claras: dosificación precisa, higiene, portabilidad y una experiencia de uso coherente. Todo lo que vino después —europeización del formato, mejora de fórmulas, debates regulatorios, cambios de hábitos y de materiales— no hace sino confirmar que aquel lanzamiento fue algo más que un producto nuevo: fue el comienzo de una arquitectura de aplicación que hoy comparten desodorantes, antitranspirantes y media docena de categorías vecinas.
A la hora de ordenar la historia, conviene mantener dos ideas en el radar. Una, que el primer desodorante comercial es mucho anterior (1888, Mum, crema antibacteriana), lo que pone el foco en la diferencia entre producto y formato. Dos, que el mérito del roll-on está en la transposición de un mecanismo —la bola— y en su afinación cosmética hasta volverlo doméstico, fiable, cotidiano. Esa combinación técnica y cultural explica su persistencia. Pese al empuje de aerosoles y barras, el rodillo no ha perdido protagonismo porque ofrece una solución sencilla bien resuelta. Y en consumo masivo, lo sencillo que funciona suele ganar la partida con el tiempo.
Quien busque hoy un roll-on encontrará casi cualquier cosa: sin alcohol, sin perfume, con aloe o pantenol, “minerales”, vegano, recargable, “invisible” para prendas oscuras, 48 h o 72 h de promesa. Detrás de cada etiqueta hay una fórmula y detrás de cada fórmula, una pequeña historia de compromisos: secado versus confort, potencia versus tolerancia, perfume versus discreción. La fecha de 1952 no dice nada de eso de forma explícita, pero lo contiene en germen. Aquella primera bola multiplicó decisiones e impulsó una competencia que, siete décadas después, sigue perfeccionando un gesto tan elemental como inclinar un frasco y rodar sobre la piel. Esa es la invención que importa: un mecanismo humilde que, al pasar por la axila, se convirtió en estándar. Y que, todo indica, seguirá siéndolo.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: MUM, Público, AEMPS, ABC.

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