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Economía

¿Por qué Cox compra Iberdrola México y qué cambia ahora?

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compra de Iberdrola México por Cox

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Los accionistas de Cox avalan la compra de Iberdrola México por 4.200 millones, con 2.600 MW y la mayor comercializadora eléctrica del país.

Cox ya tiene luz verde de sus accionistas para adquirir el 100 % de Iberdrola México. La junta extraordinaria celebrada el 4 de noviembre en Sevilla registró un quórum del 84,30 % y aprobó por unanimidad las propuestas que habilitan la operación. El precio pactado asciende a 4.200 millones de dólares —en torno a 3.653 millones de euros al cambio de estos días— y coloca de inmediato a la compañía española en el primer plano del sistema eléctrico mexicano, tanto por capacidad instalada como por peso comercial. No es una nota a pie de página: es una operación transformacional que mueve agujas en generación, suministro a grandes clientes y expectativas de inversión en un país que no deja de crecer.

¿Qué cambia desde ya? Cox incorpora 2.600 MW de potencia operativa y la mayor suministradora privada del país, con una cuota de mercado del 25 % en el segmento de grandes consumidores. Eso se traduce, en términos reales, en más de 20 TWh anuales comercializados a más de 500 clientes industriales y de servicios. También gana escala, masa crítica y una plataforma local con más de una década de oficio. En paralelo, acelera su hoja de ruta: la empresa ya había adelantado en julio que esta compra le permitiría “completar” su plan estratégico 2025–2028 con tres años de antelación, con una facturación proforma cercana a 3.000 millones de euros y un ebitda de 750 millones a cierre del ejercicio. El presidente ejecutivo, Enrique Riquelme, fue claro en la Junta: la absorción no es solo crecimiento; es posición en un mercado clave y un salto cualitativo en su aspiración de ser un actor global en agua y energía. Dicho de otra manera, entra a México por la puerta grande y con ambición de permanencia.

Qué incorpora Cox: activos, clientes y potencia

El perímetro que recibe Cox es, por sí mismo, un negocio integrado: centrales de generación con 2,6 GW de capacidad y una cartera comercial consolidada en los segmentos de mayor consumo. La combinación importa. La potencia instalada —que suma ciclos combinados, cogeneración y renovables eólicas y fotovoltaicas— aporta firmeza y flexibilidad operativa, dos palabras que en el sector eléctrico significan poder atender demanda en punta, gestionar riesgos de precio y mantener el servicio cuando el viento no sopla o el sol no acompaña. En México, donde la industria exportadora acelera al compás del nearshoring y la electrificación de procesos, esa flexibilidad se cotiza.

El negocio comercial es el segundo pilar. La principal suministradora privada en el segmento de usuarios calificados —empresas con potencias contratadas elevadas y consumo estable— no solo vende más de 20 TWh al año; diseña contratos PPA (acuerdos de compraventa de energía) a medida, coberturas de precio, indexaciones y productos de gestión de riesgos que estabilizan costes para corporaciones con márgenes estrechos y exposición a materias primas. Esos contratos, normalmente plurianuales, ofrecen visibilidad de ingresos y una barrera de entrada competitiva: replicarlos exige tiempo, relaciones y reputación. Para Cox, es una base de clientes “premium” que permite cross-selling —servicios de eficiencia, soluciones de agua, autoconsumo, almacenamiento— y, sobre todo, volumen para escalar nuevas inversiones renovables sin perder disciplina financiera.

El componente humano no es menor. La plataforma mexicana incluye equipos con experiencia local en operación, desarrollo, contratación y regulación. En mercados donde las reglas cambian por decreto o por circular, ese conocimiento reduce fricciones y acorta la curva de integración. Dicho en corto: no se compran solo megavatios; se compra saber hacer. Y eso, en energía, vale tanto como un buen parque eólico.

Por qué ahora: reglas del juego y economía mexicana

La operación se encuadra en un nuevo contexto regulatorio asociado al llamado Plan México, que —según ha explicado la propia compañía— refuerza la seguridad jurídica para la inversión extranjera. La señal es nítida: si el marco da previsibilidad, las inversiones llegan. México, además, vive un momento singular. La reconfiguración de cadenas de suministro hacia Norteamérica —yes, el famoso nearshoring— empuja nuevas plantas industriales, centros logísticos y polos de exportación que demandan electricidad firme, predecible y competitiva. No hay plan industrial sin un plan eléctrico a la altura.

Esa combinación —reglas más claras y demanda al alza— sostiene un caso industrial que encaja con el perfil de Cox. La compañía ya está presente en México desde hace más de una década, con negocios de agua y energía que comparten tecnología (bombas, redes, digitalización) y clientes (grandes industrias, municipios, consorcios). La compra de Iberdrola México no parece un salto al vacío, sino el movimiento lógico de quien conoce el terreno y decide ampliar escala cuando se abren ventanas de oportunidad. Conviene recordarlo: en este sector, tamaño y coste de capital están conectados. Más escala suele significar mejor financiación, y mejor financiación libera más proyectos. Es un círculo virtuoso si la integración sale bien.

También hay una lectura geográfica. Desde España, construir una plataforma en Norteamérica suma diversificación de divisa, exposición a mercados en crecimiento y cercanía a hubs tecnológicos que aceleran la transición energética: digitalización de redes, almacenamiento, hidrógeno renovable en versiones piloto. No todo llegará mañana, cierto, pero la licencia para operar en un mercado grande se obtiene con activos en el suelo, clientes que pagan y una marca reconocida. A partir de ahí, se expande.

Impacto previsto en el mercado eléctrico mexicano

La pregunta importante —más allá del titular— es qué efectos puede generar este cambio de manos. Hay tres vectores que asoman desde el primer día. El primero, continuidad del suministro a grandes consumidores. Cuando se reorganiza un actor con 25 % de cuota privada, lo esencial es que no haya saltos en la calidad del servicio ni en la gestión de contratos. La cartera heredada aporta inercia positiva, y la capacidad térmica disponible hace de colchón cuando la demanda se dispara o la generación renovable cae. En principio, no hay señales de disrupción: los clientes buscan estabilidad y Cox necesita reputación para desplegar inversión. Esa alineación de incentivos ayuda.

El segundo vector es competencia y precio. La presencia de una comercializadora privada fuerte introduce presión competitiva en ofertas, estructuración de PPAs y servicios adjuntos (medición avanzada, auditorías, eficiencia). ¿Abatará eso el coste de la electricidad para la industria? Dependerá del mix, del gas, del tipo de cambio y de la regulación tarifaria, pero un actor con escala y balance para asumir riesgos de precio puede empujar paquetes más atractivos. Donde ya existe presión competitiva, los márgenes tienden a comprimirse. Donde no, a igual riesgo, la financiación más barata gana. Cox, al salir reforzada, debería poder ofertar a gran volumen con herramientas de cobertura más finas.

El tercer vector es integración del mix. La red mexicana necesita firmeza —potencia disponible cuando hace falta— y energía barata —idealmente renovable— para contener costes y cumplir metas de descarbonización corporativa. La térmica eficiente aporta soporte al sistema; la eólica y la fotovoltaica bajan el coste marginal cuando hay viento y sol. Esa mezcla no es nueva, pero la gestión coordinada a escala de plataforma (comercial + generación) permite casar curvas de producción y consumo mejor que si cada parte va por su lado. Donde se ejecuta bien, el resultado es menor volatilidad para el cliente y más valor para el generador-comercializador.

Hay, además, una derivada regional. La demanda se está concentrando en corredores industriales concretos, con tensiones de capacidad de evacuación en subestaciones y líneas troncales. Contar con activos cercanos a los polos de consumo y con contratos firmes reduce pérdidas técnicas y baja la factura logística de la energía. Si a eso se suman nuevos proyectos situados donde la red puede absorberlos, el impacto en el mercado supera lo local y roza lo sistémico. Es la diferencia entre poner un parque donde hay “hueco” regulatorio y ubicarlo donde aporta equilibrio a toda la red.

No todo son vientos de cola. La volatilidad del gas —todavía clave para la generación en México— y el tipo de cambio pueden moverse. La tramitación de permisos para proyectos nuevos también marca el ritmo: si la burocracia se atasca, el pipeline tarda más en convertirse en megavatios reales. Por eso, que Cox integre rápido, mantenga disciplina en capex y priorice proyectos con retorno claro será tan decisivo como el propio cierre de la compra.

Lectura corporativa para Iberdrola y para Cox

La venta del 100 % de Iberdrola México es, para la multinacional vasca, una reordenación de cartera en toda regla. Concentra exposición, reduce complejidad y libera recursos para geografías o negocios donde ve ventaja comparativa sostenida. No es un gesto táctico, sino estratégico: simplificar para crecer en verticales con más visibilidad regulatoria o con retornos ajustados al riesgo que quiere asumir. En la jerga, rotación de activos. En términos de relato, foco.

Para Cox, la lectura es la opuesta y complementaria: crecimiento inorgánico para acelerar una estrategia que ya incluía a México como país clave. La cifra es elocuente: 4.200 millones de dólares por un paquete de activos y contratos que, además, trae un pipeline de proyectos en diferentes fases de maduración. Ese pipeline —que la antigua Iberdrola México venía desarrollando— es la palanca que permitirá a Cox mover el mix hacia más renovables sin perder fiabilidad. Se trata de agrandar la base, pero también de modular su composición: más eólica y solar donde cuadre la red, térmica de respaldo donde haga falta, almacenamiento cuando los números (y la regulación) cierren.

La gobernanza del proceso de integración será un test de madurez. Un traspaso de esta magnitud obliga a alinear sistemas de gestión, protocolos de mantenimiento, métricas de riesgo y una cultura corporativa compartida. El éxito, casi siempre, se juega en lo que no sale en los titulares: integraciones de ERP, migración de contratos, homologación de proveedores, planes de continuidad operativa, ciberseguridad. Todo eso debe suceder sin que el cliente lo note. Y con lógica financiera: sinergias donde las haya y gasto donde sea imprescindible para mantener estándares.

La dimensión financiera se evaluará con lupa. Aunque el detalle del desglose de financiación no se ha difundido en público, operaciones de este tamaño suelen combinar deuda a distintos plazos con recursos propios y, en su caso, instrumentos híbridos. La clave, aquí, es el coste medio ponderado de capital: cuanto más bajo, mayor capacidad para desarrollar proyectos nuevos sin tensionar precios. Si la integración reduce el coste de financiación, el círculo virtuoso se refuerza. Si lo eleva, la compañía tendrá que hilar fino en selección de inversiones.

Por último, la marca. En energía, la confianza pesa: en el regulador, en el sistema y en los clientes. Cox ya tenía presencia en México y referencias en agua y energía; con este movimiento, su nombre pasa a estar asociado a una de las plataformas privadas más grandes del país. Mantener y mejorar indicadores de calidad, índices de indisponibilidad y satisfacción de cliente se vuelve parte del balance reputacional. No es accesorio: abre puertas a contratos largos y a alianzas público-privadas.

Lo que viene en 2026: integración, precios y mapa

El calendario que se dibuja tras la aprobación de los accionistas es intenso. A corto plazo, cierre efectivo y traspaso ordenado de activos, contratos y personal. Después, una fase de integración operativa que debería durar lo suficiente para no romper nada y lo justo para capturar sinergias. En paralelo, la cartera de proyectos —los que ya tienen camino andado— empezará a moverse, con priorización de ubicaciones donde la red absorba nueva energía sin crear cuellos de botella.

En 2026, lo razonable es ver ya señales palpables de la nueva etapa. En precios, no cabe prometer milagros; la electricidad responde a variables globales y locales. Pero sí cabe esperar ofertas más sofisticadas a grandes consumidores, productos de cobertura más ajustados y, con ello, costes más predecibles para quienes firmen contratos largos. En mercados con más competencia —donde varios suministradores pelean megavatio a megavatio— el efecto es casi automático: el cliente gana capacidad de elección.

También debería notarse en el mapa de inversión. Proyectos eólicos y fotovoltaicos con buen recurso y punto de conexión viable, refuerzos en térmica eficiente donde se necesite firmeza, despliegue de digitalización en medición, balanceo de cargas, predicción de demanda y operación remota de activos. A medida que maduren los números, asomarán baterías en localizaciones concretas; no como panacea, sí como complemento para aplanar curvas. Cuando suman valor, se quedan.

Hay un elemento que no conviene perder de vista: la industria del agua. Cox opera en ese sector y, en México, agua y energía se miran al espejo. Bombear, potabilizar y depurar requiere megavatios regulares y baratos. Gestionar redes hídricas con sensores y telemetría, lo mismo. La integración de ambos negocios —con clientes que a menudo son los mismos— abre vías de eficiencia: contratos cruzados, paquetes integrados, soluciones llave en mano para parques industriales y municipios. Es un vector de crecimiento que la compañía ya explota en otras geografías y que México puede multiplicar.

¿Riesgos? Los obvios. Regulación: las reglas pueden cambiar y, cuando cambian, el excel salta. Permisos: sin licencias, no hay nuevos megavatios. Gas y divisa: volatilidad que hay que cubrir. Interconexión: sin red, la energía se atasca. La diferencia entre una operación buena y una extraordinaria es la ejecución frente a esos frentes. Si Cox mantiene el pulso regulatorio, protege sus contratos, es selectiva en capex y cuida la relación con comunidades y autoridades, México puede convertirse en una piedra angular de su historia empresarial.

La fotografía final, hoy, es nítida. Una empresa española aprueba la compra de una de las plataformas privadas más relevantes del sistema eléctrico mexicano, por 4.200 millones de dólares, con 2.600 MW bajo el brazo y una cuota del 25 % en el suministro a grandes consumidores. El mensaje es doble: confianza en el marco mexicano y apuesta por un mercado que está llamado a crecer. Lo demás —precios, proyectos, competencia— se jugará en los próximos doce a dieciocho meses, cuando la integración se asiente. Si todo cuadra, 2026 debería dejarnos un panorama distinto: más oferta, más sofisticación comercial y un actor, Cox, con voz propia en la conversación energética de Norteamérica.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Cinco Días, Agencia EFE, El Confidencial, Reuters.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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