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Consejos para pasar tribunal médico por depresión: qué hacer

Más que pautas, este artículo te acompaña paso a paso para preparar tu caso ante el tribunal médico, con honestidad, rigor y humanidad.
Lo que marca la diferencia al enfrentarse a la inspección o al equipo de valoración no es hablar bonito ni aparentar fortaleza. Lo que de verdad aumenta las posibilidades es llegar con un expediente ordenado, coherente y vivo, que muestre, con hechos y fechas, cómo la depresión limita la capacidad para trabajar ahora mismo. Informes recientes de psiquiatría y psicología, historial de medicación con dosis y efectos adversos, partes de baja y revisiones, intentos de adaptación en el puesto y resultados. Todo, limpio y legible. La segunda clave es contar de forma concreta las repercusiones funcionales: cuánto tiempo se sostiene la atención, qué tareas se bloquean, qué errores se repiten, qué ocurre una mañana cualquiera en la que no se duerme o el ánimo se hunde. Sin dramatizar ni edulcorar.
El proceso no consiste en “convencer” con palabras, sino en acreditar con documentos y una narración consistente que encaje con la clínica. En España, a los 12 meses de incapacidad temporal la gestión pasa al INSS, que puede prorrogar hasta 180 días, dar el alta o abrir expediente de incapacidad permanente. En ese último supuesto interviene el Equipo de Valoración de Incapacidades (EVI). Conocer esa secuencia ayuda a preparar mejor cada cita: qué llevar, cómo explicarlo, qué esperar de cada fase y cómo reaccionar si llega un alta y el estado anímico sigue mal. Hasta aquí, lo esencial. Ahora, a fondo.
Los mejores consejos para pasar tribunal médico por depresión
Qué evalúa de verdad el llamado tribunal médico
Se le llama “tribunal médico”, pero conviene precisar. Durante la incapacidad temporal, la inspección del INSS revisa el proceso y decide prórrogas o alta; si se inicia la incapacidad permanente, entra el EVI, un órgano colegiado que emite un dictamen-propuesta. El examen no mide simpatía ni retórica; valora capacidad funcional. En depresión, eso se traduce en atención sostenida, velocidad de procesamiento, memoria de trabajo, toma de decisiones bajo presión, regularidad del sueño, energía, tolerancia al estrés y, por supuesto, presencia de síntomas mayores (ánimo deprimido, anhedonia, ideación de muerte) y comorbilidades como ansiedad o trastorno de pánico. También pesa la adherencia terapéutica: si se acude a psicoterapia, si se toma la medicación según pauta, si se han probado ajustes razonables y con qué resultados.
El expediente profesional también importa. El equipo evaluador situará los síntomas en el contexto del puesto: turnos, carga de trabajo, demanda emocional, plazos, exposición al público, tareas que exigen precisión o manejo de riesgos. No es lo mismo una jornada con alto componente relacional que un trabajo de concentración fina frente a pantallas o maquinaria. Por eso conviene describir con detalle la realidad laboral: horarios, objetivos, picos, herramientas, supervisión. Si existen informes de prevención de riesgos o de salud laboral que reconozcan factores psicosociales (sobrecarga, falta de control sobre el tiempo, ambigüedad de rol), aportan un marco objetivo que ayuda al evaluador a entender por qué la depresión se agrava en ese entorno.
Hay otro criterio de fondo que suele pasar desapercibido: evolución y consistencia temporal. Un cuadro depresivo con documentación de meses —o años— tiene un peso distinto al de dos informes sueltos. Cuando la cronología encaja con la clínica y con intentos de intervención (cambios de fármaco, intensificación de terapia, baja y readaptación fallida), el expediente gana credibilidad. Si el proceso incluye episodios previos, recaídas vinculadas al trabajo o respuestas adversas que obligaron a suspender medicación, todo eso debe figurar con fechas, dosis y consecuencias.
Preparación práctica para llegar con opciones
La semana anterior a la cita conviene poner orden. Un archivador físico o una carpeta digital con índice simple facilita la lectura: diagnóstico y evolución, psicoterapia, medicación, informes complementarios, partes de baja y revisiones, documentos del puesto (descripciones de tareas, advertencias por errores, planes de adaptación). Al inicio, un resumen de una página con los hitos clave: fecha de inicio de la baja, tratamientos probados, crisis relevantes, respuesta a cada ajuste, límites funcionales que impiden trabajar con seguridad o eficacia. Ese folio abre puertas porque sitúa a quien evalúa.
Dossier clínico que despeja dudas. Lo idóneo es un informe de psiquiatría reciente, de no más de dos o tres páginas, con diagnóstico, gravedad, tratamiento en curso, efectos adversos relevantes y evolución. Si hay psicoterapia, un documento breve que señale número de sesiones, enfoque (activación conductual, reestructuración cognitiva, manejo de rumiación), objetivos y avances o estancamientos. No hace falta retórica: fechas, datos y observaciones claras. La coherencia entre informes es decisiva; si la medicación cambió, que ambos lo reflejen.
Relato funcional que pesa en la balanza. Cambiar afirmaciones vagas por ejemplos verificables. En vez de “me bloqueo”, explicar: “una reunión de 30 minutos me agota; pierdo el hilo, necesito que me repitan decisiones; anoto y luego no entiendo lo escrito”. En lugar de “no descanso”, anotar: “después de tres semanas durmiendo menos de cuatro horas, cometo errores al redactar informes; tengo que releer tres veces para detectar fallos”. Más que decir “me cuesta conducir”, describir: “tras la nueva pauta, somnolencia matinal persistente; evito el coche por miedo a microsueños”. El evaluador no necesita una catarsis, sino evidencia narrativa útil para su decisión.
Cronología terapéutica y adherencia: credibilidad. Indicar qué se tomó, cuándo y por qué se cambió. Si un antidepresivo generó inquietud motora o náuseas que impidieron continuar, explicarlo. Si una psicoterapia semanal resulta inabordable en crisis, contar que se reajustó a sesiones quincenales o a formato telefónico. La adherencia no es perfección; es responsabilidad documentada. Si hay lagunas (por ejemplo, interrupciones por recaídas), se indica y se contextualiza. Un expediente sincero convence más que otro “perfecto” a costa de omitir tropezones.
Diario de síntomas y herramientas de seguimiento. No hace falta un cuaderno literario. Bastan cuatro columnas simples para las últimas cuatro a seis semanas: horas de sueño, nivel de energía de 1 a 10, episodios de llanto o bloqueo, tareas críticas fallidas, días con ataque de pánico, consumo de fármacos de rescate. Algunas consultas emplean escalas de cribado y monitorización (por ejemplo, cuestionarios breves sobre depresión). Si forman parte de la historia clínica, ayudan a mostrar tendencia y gravedad. Si no, el propio registro diario aporta una línea de tiempo que ilumina.
Puesto de trabajo y adaptaciones intentadas. Incluir descripciones breves de tareas, carga habitual y picos, y si se ensayaron ajustes razonables: teletrabajo parcial, reducción temporal de objetivos, tareas menos reactivas, más tiempo para revisiones, pausas programadas, acompañamiento en tareas complejas. Si aun con esas medidas se mantuvieron los fallos o reapareció la crisis, se documenta. El mensaje de fondo es nítido: se probó a volver y no fue posible, o se prevé que una vuelta ahora mismo sería insegura o ineficaz.
El día de la evaluación: cómo comportarse sin teatralidad
La cita dura poco y pasa deprisa. Llegar con margen evita entrar acelerado y perder el hilo. Lo primero, entregar el expediente ordenado y ofrecer el resumen de una página. Después, responder con frases sencillas y ejemplos de trabajo real. Nada de discursos memorizados: cantan a la legua y no ayudan. Es normal bloquearse; tener a mano el folio con palabras clave (sueño, energía, atención, errores, crisis, medicación, efectos adversos) permite retomar.
Un punto delicado: vergüenza y miedo a “quedar mal”. Ocultar ideación de muerte o ataques de pánico por pudor resta calidad clínica al expediente y puede conducir a decisiones erróneas. Nombrarlo, con el mismo tono que los demás datos, es un acto de responsabilidad. Si cuesta hablarlo, puede señalarse que consta en informe y explicar cómo se aborda (plan de seguridad, contacto de urgencias, ajuste de medicación).
La conversación va a girar sobre tareas concretas: redactar informes extensos, atender al público, conducir, trabajar con plazos estrechos, manejar cajas o pantallas durante horas, cambiar de foco cada cinco minutos. Si la depresión impide cumplir esos requisitos con seguridad y calidad, se explica con ejemplos y consecuencias (errores, advertencias, llamadas de atención, baja productividad). También preguntarán por el afuera del trabajo: autocuidado, rutinas, vida social, economía. La idea es evaluar el impacto global y, con eso, proyectar una expectativa de recuperación en semanas o meses.
Si surge la hipótesis de una vuelta gradual, conviene responder sin miedo. Hay procesos de baja larga en los que se estudian regresos con red de seguridad —jornada reducida temporal, objetivos acotados, seguimiento sanitario—, y en los últimos meses incluso se ha debatido una modalidad de “alta progresiva” que combine tiempo parcial y prestación. No es una obligación universal ni encaja en todos los casos, pero conocer el enfoque ayuda a valorar si tiene sentido más adelante y bajo qué condiciones. Si ahora mismo no es viable, se argumenta: insomnio severo, anergia persistente, crisis de ansiedad ante tareas de contacto, falta de atención sostenida para trabajos de precisión.
Si llega un alta y la depresión sigue: cómo reaccionar
Ocurre: se notifica un alta y, en realidad, el cuadro depresivo no ha remontado lo suficiente. La primera decisión es mirar el calendario. Existen vías breves para manifestar disconformidad con altas del INSS, especialmente tras el día 365 de baja, con plazos que pueden ser de cuatro días naturales desde la notificación. Ese trámite exige actuar rápido y volver a documentar: informes actualizados, plan terapéutico vigente, hechos relevantes posteriores a la última revisión (recaída, efectos adversos, empeoramiento del sueño o de la ansiedad). En muchos casos, la presentación de disconformidad suspende los efectos del alta hasta resolución; en otros, la persona puede verse obligada a reincorporarse mientras se decide. Por eso es tan importante preparar en paralelo un plan con el equipo clínico y, si toca volver provisionalmente, hablar con la empresa para activar adaptaciones inmediatas.
Si, por el contrario, el INSS entiende que la recuperación no será suficiente a corto plazo, puede abrir expediente de incapacidad permanente. Ahí entra el EVI, que analiza clínica, tratamientos y trayectoria profesional y emite un dictamen-propuesta. Es una cita distinta, más enfocada a limitaciones estables y no a un bache coyuntural. La preparación es parecida, pero conviene reforzar lo que demuestra persistencia y refractariedad: recaídas, respuestas parciales o adversas, adaptaciones fallidas, historial de episodios con impacto laboral grave, informes de prevención o inspección de trabajo si existieran. También suma cualquier comorbilidad (p. ej., trastornos de ansiedad, dolor crónico, TDAH en adulto) que empeore el pronóstico funcional.
Una idea práctica: mantener copias digitales de todo en una nube y compartir el acceso con el profesional de referencia evita carreras de última hora. Si surge una nueva citación, el expediente está a un clic y la narrativa, entrenada.
Vuelta gradual y adaptaciones que funcionan
La depresión no siempre exige bajas interminables; a veces la vuelta con red marca el cambio. No hay recetas universales, pero funcionan patrones conocidos cuando el estado clínico lo permite. Reducción temporal de objetivos en semanas iniciales; tareas menos reactivas mientras se estabiliza el sueño; pausas pautadas para cortar rumiación o fatiga; bloques de concentración sin interrupciones para trabajos de detalle; teletrabajo parcial si el traslado multiplica la ansiedad; acompañamiento en tareas complejas o en atención directa al público. No se trata de “privilegios”, sino de ajustes razonables que evitan recaídas y sostienen la productividad a medio plazo.
La empresa y el servicio de prevención juegan un papel decisivo. Protocolizar la vuelta tras ausencias largas con un plan de reincorporación y seguimiento quincenal suele anticipar problemas. Si aparece somnolencia por un ajuste de medicación, se reprograman horarios críticos. Si la persona evita llamadas porque teme quedarse en blanco, se ensaya un guion de apoyo y se escala la dificultad. Si la multitarea dispara errores, se protege el foco con ventanas de trabajo sin avisos. Importa medir y dejar constancia escrita: qué se intenta, cuánto tiempo se prueba, qué resultados arroja. Si, a pesar de todo, fracasa la adaptación, ese registro reforzará el expediente en una eventual revisión o en una valoración de incapacidad permanente.
Conviene también alinear expectativas. Hay semanas que parecen “normales” y, de pronto, una mala noche rompe la racha. La depresión fluctúa. Por eso la vuelta exige flexibilidad. No es un cheque en blanco: se define un horizonte temporal (un mes, seis semanas), indicadores sencillos (cumplimiento de entregas, errores detectados, manejo de reuniones) y una revisión formal al cierre del periodo para reenganchar, ampliar o dar marcha atrás sin culpa.
Cuidar el andamiaje: red, autocuidado y logística
El proceso administrativo desgasta. Preparar papeles, hablar de síntomas, aguantar la incertidumbre. Conviene blindar lo básico para que la valoración no se lleve por delante lo demás. Rutinas de sueño mínimamente estables (hora de acostarse y levantarse, exposición a luz por la mañana, evitar pantallas tarde), actividad física moderada unos días por semana, alimentación sencilla que no requiera decisiones complejas cuando la energía cae. Un apoyo cercano —familiar, amistad— que acompañe a la cita, o que quede a tiro de llamada, baja el nivel de estrés y ayuda a ordenar las impresiones después.
La logística también importa. Tener el expediente en una carpeta y en la nube, preparar transporte que no dependa de última hora, llevar una botella de agua, un ansiolítico de rescate si está pautado, y el teléfono del profesional de referencia. Pequeños detalles que no “curan” nada, pero evitan que una mañana complicada se convierta en una bola de nieve. Y un consejo más: reservar una hora tras la cita para anotar lo que se ha dicho y lo que se ha entregado, porque a veces llegan solicitudes de información adicional y la memoria, en pleno estrés, juega malas pasadas.
Por último, hablar de dinero y de trámites sin tabúes. Revisar nómina y prestación con tiempo evita sustos; comprobar cómo queda la base reguladora en prórroga, si hay complementos de empresa, si un cambio de banco afecta al cobro. Cuando la mente está saturada, un checklist sencillo en el móvil —cobro, citas, medicación, documentos entregados— actúa como red secundaria.
Orden, honestidad y papeles: lo que decide
Todo el proceso gira en torno a la coherencia. No se exige heroísmo, ni una exposición pública de intimidades; se pide evidencia suficiente de que, por ahora, no se puede trabajar con seguridad o eficacia en el puesto habitual, o de que el regreso necesita adaptaciones para no volver a caer. Lo nuclear: orden en la documentación, honestidad al describir límites y recaídas, y un relato funcional que aterrice los síntomas en tareas concretas. Quien evalúa no castiga debilidades, compara escenarios: con esta clínica, con estos tratamientos, con estos intentos de vuelta y estos resultados, ¿qué es razonable decidir hoy?
Llegar preparado cambia ese contexto. Un expediente limpio, actualizado y consistente en el tiempo, más una explicación clara y sin teatrales, suele ofrecer el cuadro más justo. Si el INSS propone prórroga, no será por casualidad; si plantea un alta, habrá margen para revisarla cuando existan datos sólidos; si se abre una incapacidad permanente, el historial bien armado reforzará cualquier dictamen. Entre tanto, cuidar el andamiaje personal y trabajar con la empresa en ajustes razonables permite que el día a día no se rompa de nuevo por el mismo sitio.
No es un camino agradable. Es técnico, a veces frío, e injusto cuando el ánimo está en el suelo. Pero hay una forma de transitarlo con serenidad: papeles en orden, historia clínica viva, límites explicados con precisión y una mirada práctica sobre el trabajo real. Justo eso —ni más ni menos— es lo que, en la mayoría de los casos, aumenta las posibilidades delante de un tribunal médico cuando la depresión está mandando.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Seguridad Social, Seguridad Social (alta y recursos), BOE – normativa EVI, Cadena SER .

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