Salud
Verrugas genitales que no son VPH: qué revelan en la piel

Guía clara y útil para reconocer bultos íntimos que parecen verrugas sin ser VPH, con claves visuales, señales de alarma y opciones fiables.
No todo lo que se asemeja a una verruga en la zona genital está causado por el virus del papiloma humano. Hay protuberancias, granitos y placas que imitan a primera vista el aspecto de una verruga sin tener ninguna relación con una infección de transmisión sexual. Reconocerlas a tiempo evita tratamientos innecesarios, consultas desesperadas de madrugada y, sobre todo, esa inquietud que crece cuando uno imagina lo peor. Las verrugas genitales que no son VPH existen, son frecuentes y, en muchos casos, forman parte de la anatomía normal o responden a causas banales como irritaciones por depilación o pequeñas dilataciones vasculares.
La orientación inicial es clara: si aparece un bulto en vulva, pene, escroto, periné o región perianal que parece una verruga pero mantiene un patrón simétrico, es liso al tacto, no duele y no cambia rápido de tamaño, probablemente no sea VPH. Muchas veces se trata de pápulas perladas del glande, puntos de Fordyce, papilomatosis vestibular o angiokeratomas, entre otras entidades benignas. Cuando hay prurito intenso, sangrado al mínimo roce, ulceración o crecimiento acelerado, entonces conviene una valoración clínica. Ahí está el equilibrio: ni caer en la alarma, ni infravalorar señales de alerta. Con este reportaje ponemos orden —y calma— en el paisaje de las lesiones que parecen verrugas sin serlo, con descripciones visuales, diferencias clave y tratamientos que sí tienen sentido.
Verrugas genitales que no son VPH: guía clara y útil
Lesiones normales que simulan verrugas
La piel genital es un ecosistema peculiar. Más humedad, más fricción, folículos pilosos concentrados y glándulas sebáceas prominentes. Todo conspira para que estructuras fisiológicas sobresalgan un poco más que en otras zonas del cuerpo y llamen la atención. De ahí que variaciones anatómicas corrientes se etiqueten a la ligera como “verrugas” cuando no lo son. La alta carga emocional de la zona añade ruido: cualquier relieve se interpreta como infección, y la mente completa el diagnóstico incluso antes de mirarse bien al espejo. Conviene detenerse.
Las pápulas perladas del glande (también llamadas pearly penile papules) son un ejemplo clásico. Se observan como una o varias hileras de pequeñas pápulas —de 1 a 3 milímetros— alrededor de la corona del glande. Superficie lisa, color carne o blanquecino, disposición en anillo y tamaño homogéneo. No duelen ni pican, no sangran, no cambian de lugar y no se transmiten. No son un signo de actividad sexual reciente ni de higiene descuidada; aparecen en la adolescencia o adultez temprana y, sencillamente, forman parte de la variación normal. El motivo de consulta suele ser el susto inicial y el miedo al rechazo. Cuando se explican bien, se vuelven invisibles. Solo en casos por motivos estéticos —no médicos— se propone su eliminación con técnicas como láser ablativo, siempre realizadas por profesionales y tras una explicación honesta de expectativas y posibles marcas residuales.
Una situación parecida ocurre con la papilomatosis vestibular, una variante anatómica en el vestíbulo vulvar que muestra pequeñas proyecciones rosadas, blandas, simétricas y ordenadas, con superficie brillante. Pueden parecer verrugas, sí, pero no lo son. No se relacionan con el VPH ni con ninguna otra infección, no implican contagio y no requieren tratamiento. Suelen hacerse más visibles con la piel hidratada y, a veces, fluctúan con el ciclo. La gran pista: su simetría y la uniformidad del relieve, ajenas al aspecto “desordenado” de los condilomas verdaderos.
También están los puntos de Fordyce, glándulas sebáceas visibles que se muestran como puntitos amarillos o blanquecinos, lisos, a menudo alineados. Se notan más al estirar suavemente la piel, cuando adquieren un tono amarillento plano. No producen dolor ni prurito y no cambian bruscamente. Son tan frecuentes que, si uno mira con lupa, casi siempre aparecen en labios, mucosa oral o genitales externos. El error habitual es tratar de “reventarlos” como si fueran comedones: mala idea. Se inflaman y duelen. Mejor identificarlos, explicar su benignidad y dejar que hagan su vida.
Este capítulo de “falsas verrugas” incluye además acrocordones (pequeños colgajos blandos en ingles o raíz de muslo), hiperplasias sebáceas (sobresalidos amarillentos blandos), e incluso folículos prominentes que, al tacto, se notan como bolitas regulares bajo la piel. No contagian. No tienen que ver con prácticas sexuales. No exigen fármacos. Y desaparece el problema cuando desaparece la duda.
Infecciones que no son VPH pero engañan
Existen infecciones cutáneas que, a primera vista, recuerdan una verruga. No lo son. Y, sin embargo, el parecido alimenta confusiones, sobre todo cuando la lesión es pequeña y la iluminación casera no ayuda. Saber qué detalles mirar cambia el guion.
El molusco contagioso se presenta como pápulas brillantes, de superficie lisa, color perlado, con una depresión central casi microscópica (el famoso “umbón”). Pueden ser solitarias o aparecer en grupos, especialmente en pubis, ingles y parte interna de los muslos. En adultos, se transmite por contacto piel con piel —el sexual es uno de ellos— y también por depilación o compartir toallas. Aunque recuerda a una verruga, el brillo nacarado y ese hoyuelo central son característicos. Suele resolverse espontáneamente en meses, pero a veces se tratan lesiones seleccionadas por razones estéticas, por roce persistente o para cortar la cadena de contagio. Las opciones incluyen curetaje, crioterapia, ácido salicílico o cremas inmunomoduladoras. La decisión no es universal: se valora el número de lesiones, la tolerancia al procedimiento y el impacto en la vida diaria.
El herpes genital casi nunca forma verrugas. Lo suyo son vesículas agrupadas que se rompen y dejan pequeñas úlceras dolorosas, con hormigueo previo. Sin embargo, cuando la vesícula ya ha colapsado y la piel está engrosada por la inflamación, el relieve puede engañar. Duele, y ese detalle diferencial es crucial. Dolor al tacto, escozor al orinar, repetición en la misma zona con los brotes: la clínica cuenta más que la foto fija. En sospechas tempranas, una muestra del exudado confirma el diagnóstico. El tratamiento con antivirales recorta la duración del episodio y ayuda a manejar recidivas.
La sífilis secundaria merece párrafo aparte. En esta fase, puede aparecer el condiloma plano (condylomata lata): placas húmedas, anchas y aplanadas, de aspecto verrugoso pero más liso que los condilomas por VPH. Se ubican en pliegues y zonas húmedas: periné, región perianal, ingles. Son altamente contagiosas y se acompañan a menudo de adenopatías y erupción en palmas y plantas. La diferencia con el VPH no es un matiz estético: el tratamiento con penicilina corta la progresión de la infección y previene complicaciones. Cuando una lesión “parece verruga” pero es plana, blanda y húmeda, con contexto de síntomas sistémicos, la balanza se inclina hacia sífilis y el abordaje cambia por completo.
En el cajón de sastre de “imitadores” caben también molluscum en ramillete con microerosiones, condiciones inflamatorias crónicas y candidiasis irritativa en pliegues, que a fuerza de rascado generan pápulas y placas sobreelevadas. De nuevo, la textura y la disposición de las lesiones ayudan. Las infecciones que no son VPH tienden a la homogeneidad o a patrones lineales por rascado o depilación; el VPH, en cambio, se expresa en proyecciones irregulares, aspecto “coliflor” y agrupaciones caóticas.
Lesiones vasculares y tumores benignos
Hay bultos que sangran al mínimo roce y, al ver sangre, la imaginación enciende todas las alarmas. La realidad: muchas de esas lesiones son malformaciones vasculares benignas.
Los angiokeratomas son pequeñas dilataciones de capilares en la dermis superficial. En genitales, se ven como pápulas rojo vino, azuladas o violáceas, con superficie algo áspera. Les gusta el escroto y los labios mayores. No duelen, pero pueden sangrar si se traumatizan, por ejemplo, con el afeitado o al rascar con uñas secas. No son contagiosos ni tienen relación con el VPH. El manejo es sencillo: explicar qué son, cuándo vigilar y, si molestan por sangrado repetido o estética, láser vascular o electrocoagulación en manos expertas.
Entre los tumores cutáneos benignos que confunden están las queratosis seborreicas, más típicas del tronco pero que a veces asoman cerca del pubis. Tienen superficie verrugosa o “empastada”, color variable del marrón claro al casi negro. No son malignas, aunque su aspecto rugoso asusta. Se tratan por motivos cosméticos o si se irritan con la ropa. Los nevus (lunares) genitales, por su parte, suelen ser estables en tamaño y color. Si aparece asimetría marcada, borde dentado, cambio rápido o sangrado espontáneo, la indicación es valoración dermatológica sin rodeos. Lo raro existe —melanoma o carcinoma escamoso—, pero es raro; de ahí la importancia de no normalizar cambios bruscos.
En el terreno de los acrocordones (skin tags), pequeños colgajos blandos en ingles y pliegues, la confusión nace de su forma pediculada. Su superficie es lisa, su color coincide con la piel o es levemente más oscuro, y no proliferan caóticamente como los condilomas. A veces crecen al embarazo o con rozaduras crónicas. Una tijera quirúrgica, anestesia local y listo. O ni eso, si no molestan.
Irritaciones, depilación y otras causas mecánicas
Hay días en que el problema no es un virus sino el afeitado. La depilación con cuchilla, cera o máquinas eléctricas deja microcortes y altera el folículo piloso. Resultado: foliculitis (granitos enrojecidos, sensibles) o pseudofoliculitis (pelos que, al rebrotar, se curvan y penetran de nuevo la piel). En el pubis, el exceso de sudor, la ropa ajustada y la fricción del deporte favorecen el cuadro. A simple vista, esos granitos pueden parecer verrugas incipientes. No lo son. Responden a medidas simples: descanso de la depilación, compresas tibias, higiene suave, ropa no oclusiva y, si hay infección bacteriana, antibiótico tópico pautado. Cuando los nódulos son grandes, dolorosos y recurrentes, entra en juego la hidradenitis supurativa, una inflamación crónica de folículos y glándulas apocrinas que forma nódulos y fístulas en ingles y axilas. No es una ITS, no es VPH y requiere manejo dermatológico específico.
Otro actor discreto es la dermatitis por contacto. Jabones agresivos, perfumes, cremas depilatorias o preservativos con espermicidas pueden irritar y desencadenar pápulas, placas y descamación. La piel reacciona, se enrojece y el relieve engaña. La solución empieza por identificar y retirar el irritante, usar limpiadores sin fragancias, secar con toques (no frotando) y aplicar emolientes que restauren la barrera cutánea. Con la piel calmada, los “bultos” que parecían verrugas se desinflan a la misma velocidad con la que apareció la ansiedad.
Se suman fenómenos menores pero muy comunes: granulomas por afeitado, hiperqueratosis por roce de costuras, microtraumatismos en el frenillo. Son pequeñas historias clínicas que se resuelven ajustando hábitos: elegir métodos de depilación más respetuosos (maquinilla limpia, pasadas cortas a favor del pelo), espaciar la depilación en brotes de irritación, hidratar a diario y, sí, evitar manipular las lesiones. Pellizcar, rascar o intentar “arrancar” una supuesta verruga casi siempre empeora el cuadro y abre la puerta a infecciones reales.
Diferencias prácticas y señales de alarma
Distinguir lesiones genitales que parecen verrugas pero no lo son se vuelve más sencillo con un puñado de criterios prácticos. Sin tecnicismos excesivos, funcionan como un semáforo.
La simetría es amiga de la benignidad. Las pápulas perladas del glande forman coronas regulares, del mismo tamaño y con separación uniforme. La papilomatosis vestibular dibuja crestas ordenadas y bilaterales. Los puntos de Fordyce aparecen como puntitos alineados que se aplanan al estirar la piel. Nada de eso es típico del VPH, que suele expresarse como crecimientos irregulares, ásperos, con proyecciones y distribución caprichosa.
La textura también habla. Lo que brilla y es liso (molusco) poco tiene que ver con la rugosidad de una verruga. Lo que sangra con facilidad y tiene tonalidad vino (angiokeratoma) no es contagioso ni vírico, aunque la sangre impresione. Lo que duele intensamente y deja úlcera (herpes) no encaja con la típica verruga indolora. Y lo que se presenta como placa plana, blanda y húmeda en pliegues (condiloma plano de sífilis secundaria) exige pensar en sífilis y no en VPH.
El tiempo importa. Una lesión estable durante meses suele ser una variante anatómica. Una lesión que crece rápido, cambia de color, sangra sin trauma o ulcera debe valorarse. Las recurrencias en el mismo sitio con hormigueo previo apuntan a herpes. Los brotes tras depilación señalan foliculitis o pseudofoliculitis. Y si, además, aparecen síntomas generales (fiebre, malestar, erupción en palmas y plantas, adenopatías), el guion cambia: toca estudio específico.
Hay otro truco visual sencillo: tensar la piel. Al estirar suavemente, los puntos de Fordyce se perciben más planos y amarillentos; las verrugas por VPH mantienen su relieve verrugoso. Mirar con buena luz, incluso con el flash del móvil a unos centímetros, ayuda a revelar el patrón. Con sentido común, sin obsesión.
Las señales de alarma se resumen en cuatro verbos: crece, duele, sangra, ulcera. Si una lesión hace una de esas cosas sin explicación clara, conviene una evaluación clínica. No para salir con un tratamiento agresivo sí o sí, sino para poner nombre y, si procede, actuar a tiempo.
Diagnóstico y tratamientos con sentido común
Cuando la lesión no está clara o existen signos de alarma, la consulta aporta metodología. Una historia clínica bien hecha —inicio, evolución, dolor, prurito, relaciones recientes, depilación, productos nuevos— ya recorta posibilidades. La exploración con buena luz, y, cuando está disponible, la dermatoscopia, añade pistas: vasos, patrones de superficie, umbón central, queratina. Las pruebas se seleccionan según sospecha: PCR de lesiones para herpes, serología si hay indicios de sífilis, incluso biopsia si persisten dudas o se sospecha una neoplasia.
El tratamiento nace del diagnóstico, no al revés. Variantes anatómicas (pápulas perladas, papilomatosis vestibular, puntos de Fordyce) no requieren nada. Si la estética pesa, se explican opciones cosméticas con sus pros y contras: láser, electrocirugía, microcuretaje. Los angiokeratomas se abordan solo si sangran o molestan: láser vascular o electrocoagulación. El molusco contagioso permite estrategias expectantes —vigilar y dejar que resuelva— o activas: curetaje, crioterapia, queratolíticos, inmunomoduladores. El herpes se maneja con antivirales orales ajustados al episodio (primoinfección, recurrencias frecuentes, supresión). La sífilis secundaria requiere penicilina benzatina pautada y seguimiento serológico.
Con foliculitis y pseudofoliculitis, el núcleo del tratamiento es cambiar la depilación y calmar la piel. Agua tibia, geles suaves, evitar ropa oclusiva, compresas templadas. Si hay componente bacteriano, antisépticos o antibióticos tópicos según criterio médico. La hidradenitis —cuando es eso— se trata con escalas crecientes: higiene de fricción, reducción de peso en caso de sobrecarga mecánica, antibióticos, biológicos en fases avanzadas. Siempre, educación y realismo: no es una infección de transmisión sexual, y explicarlo reduce el estigma, que duele casi tanto como el brote.
Conviene hablar también de lo que no ayuda. Autotratamientos con ácidos caseros, recetas de internet, intentar cortar con tijeras domésticas una lesión vascular o “quemar” una supuesta verruga con remedios improvisados. Riesgos reales: infecciones secundarias, cicatrices, pigmentaciones posinflamatorias difíciles de revertir y, a veces, confundir aún más el cuadro. La consigna es sencilla: identificar, confirmar y, si toca, tratar con base.
Cuidado íntimo y prevención en la vida real
La prevención no es una lista rígida; es una suma de pequeños hábitos. En la zona genital, menos suele ser más. Limpieza suave, agua tibia, jabones sin fragancias, aclarado generoso. Secar con toques, sin frotar. Hidratar con cremas o bálsamos sin perfumes cuando la piel se nota tirante. Para depilar, maquinillas limpias, pasadas cortas a favor del pelo, evitar repasar en seco, espaciar sesiones si hubo irritación, valorar métodos alternativos —láser médico en pieles y fototipos adecuados— cuando la pseudofoliculitis es persistente.
En relaciones sexuales, el preservativo reduce el riesgo de múltiples ITS, aunque no cubre el 100% de la superficie de contacto. Para las lesiones que no son VPH, no hay medidas “mágicas” porque, sencillamente, no son infecciosas (pápulas perladas, puntos de Fordyce, papilomatosis vestibular, angiokeratomas). Y, aun así, mantener una comunicación franca con la pareja ayuda: explicar qué es una variante anatómica, mostrar un informe de la consulta si lo hay, evitar suposiciones. El alivio que da la información compartida se nota en la piel.
La vacunación frente al VPH sigue siendo una herramienta de salud pública fundamental, aunque este texto trate, precisamente, de lesiones que no están causadas por el VPH. Vacunarse protege frente a cepas oncogénicas y reduce la carga de enfermedad. Y, claro, revisiones ginecológicas o urológicas en los intervalos recomendados, cribados cuando tocan y autovigilancia sensata, sin zozobra. Mirar, comparar con fotos de referencia fiables, anotar cambios si aparecen. Sin lupa obsesiva, con criterio.
Por último, una idea que alivia mucho: en dermatología —y más en dermatología genital— la incertidumbre breve es normal. Una valoración clínica resuelve dudas que una búsqueda interminable no despeja. El objetivo es vivir con la piel, no vivir pendiente de la piel.
Para orientarse sin alarmas innecesarias
Las verrugas genitales que no son VPH son, en realidad, un cajón amplio de hallazgos que comparten una cosa: a simple vista confunden. Por eso conviene quedarse con una secuencia mental muy concreta. Ante un bulto nuevo, primero mirar bien con buena luz. Si el relieve es liso, simétrico y estable, piensa en variantes anatómicas: pápulas perladas, papilomatosis vestibular, puntos de Fordyce. Si brilla y tiene hoyuelo central, suena a molusco. Si duele y deja úlcera, el herpes asoma. Si es plano, húmedo y aparecen otros signos sistémicos, la sífilis entra en la ecuación. Si el punto es vino oscuro y sangra al roce, un angiokeratoma encaja. En paralelo, repasa hábitos de depilación, ropa, jabones y fricción: muchas historias se explican ahí.
Cuando algo crece, duele, sangra o ulcera, la consulta es el siguiente paso. No para medicalizar cada granito, sino para acertar el diagnóstico y escoger tratamientos que de verdad sirven. La mayor parte de estas lesiones no requieren fármacos, ni cirugías, ni prisas. Requieren información clara, decisiones compartidas y, a veces, pequeños ajustes de rutina. La piel, al final, es un archivo de lo que hacemos con ella. Y en la zona íntima —más sensible, más emocional— entender ese archivo vale más que cualquier pomada milagrosa.
Cuando suena el término “verruga” es fácil imaginar VPH, contagio, culpa. El periodismo sanitario tiene la obligación de matizar: verruga es una palabra de apariencia simple para realidades distintas. No todo bulto es una infección, no todo relieve contagia, no todo exige tratamiento. Saberlo cambia la conversación con uno mismo y con quien se comparte la intimidad. Con un puñado de pistas clínicas, hábitos prudentes y la tranquilidad de consultar cuando toca, el tema deja de ser un tabú y se convierte en lo que debe ser: un asunto de salud cotidiana, tratable, comprensible y manejable.
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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Fundación Piel Sana, SEIMC, Ministerio de Sanidad, Clínica Universidad de Navarra.

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