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Naturaleza

Que comen los cerdos: viaje curioso en la alimentación porcina

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que comen los cerdos

Qué come un cerdo sano piensos con cereales y proteínas vegetales, fibra y minerales más, montanera en ibérico y lo que la ley prohíbe.

Los cerdos son omnívoros, pero en la ganadería actual se alimentan principalmente con piensos completos formulados con cereales como maíz, cebada y trigo, junto a fuentes proteicas vegetales —soja, guisante, colza—, más una premezcla de vitaminas, minerales y aminoácidos esenciales. Esa base, ajustada por edad, genética y sistema de producción, asegura energía suficiente, crecimiento magro, salud intestinal y una carne de calidad. En extensivo o semiextensivo se suman pastos, raíces, frutos del campo y, en el caso del ibérico, bellota y hierba durante la montanera, que marcan el perfil lipídico del jamón y la paleta. Agua limpia y fresca a libre disposición: innegociable.

La pauta técnica es nítida: almidón para energía, proteína bien equilibrada en lisina, metionina y treonina, fibra funcional que sostenga el tránsito y la saciedad, más microminerales (zinc, cobre, selenio) y vitaminas A, D, E y grupo B. Los aditivos se eligen con criterio: fitasas que liberan fósforo, enzimas que mejoran la digestibilidad de las paredes vegetales, acidificantes que estabilizan el pH posdestete, probióticos que ayudan en el momento más delicado del lechón. Lo que se descarta por sanidad y por ley: sobras de cocina con carne o lácteos, carnes crudas, alimentos enmohecidos, aceites usados o residuos sin trazabilidad. La respuesta a qué comen los cerdos es moderna, precisa y, sobre todo, segura.

Toda la información sobre lo que comen los cerdos

Una base nutricional que funciona

En España, el pienso para cerdos se construye sobre tres pilares. Primero, cereales que aportan energía metabolizable: el maíz eleva densidad energética y estabilidad de la ración; la cebada añade fibra soluble, muy interesante para comportamiento y fermentación colónica; el trigo mejora la palatabilidad y la textura del pellet, aunque se regula su porcentaje para evitar heces demasiado blandas. También se utilizan, cuando compensa por precio y logística, sorgo y pequeñas fracciones de avena. Segundo, la proteína vegetal. La harina de soja continúa siendo la referencia por su digestibilidad y perfil de aminoácidos, pero cada vez entra más guisante y haba como alternativa local, y colza desnaturalizada con un perfil equilibrado si se maneja bien el nivel de glucosinolatos. Tercero, la premezcla vitamínico-mineral, que no “adereza” el pienso: lo define. Sin equilibrio de calcio y fósforo disponible no hay esqueleto ni rendimiento, y sin vitamina D o E no hay inmunocompetencia suficiente.

La fibra merece una mirada propia. El cerdo no es rumiante, pero responde bien a fracciones insolubles (salvado de trigo, cáscaras de soja) que regulan el tránsito, reducen el estrés por hambre y mejoran la consistencia de la deyección. En cerdas gestantes, la fibra “funcional” —pulpa de remolacha, paja micronizada— ayuda a controlar el apetito y previene problemas de comportamiento. La grasa (aceites vegetales limpios y estables; grasa animal autorizada y trazable) ajusta la energía cuando la temperatura cae o cuando el cereal encarece. Con poco se consigue mucho: mejora la compactación del pellet, baja el polvo, sube la energía neta.

Dentro de la proteína, lo decisivo es ajustar aminoácidos esenciales. El cerdo deposita proteína magra según su “techo” genético, y el limitante casi siempre es la lisina digestible. Se corrige al miligramo, igual que la metionina, la treonina y la triptófano, gracias a aminoácidos industriales que permiten bajar la proteína bruta total. Resultado: menos coste, menos nitrógeno excretado, menos olor en nave, menos amoníaco ambiental. El balance electrolítico (sodio, potasio, cloro) y el pH de la ración aportan estabilidad digestiva, especialmente en el posdestete. Se nota en la cama, se nota en la báscula.

Las enzimas cambiaron el juego. La fitasa libera fósforo ligado al fitato vegetal y reduce la necesidad de fosfatos inorgánicos, un recurso finito y caro. Las xilanasas y beta-glucanasas rompen paredes celulares de cereales y mejoran la digestibilidad de fracciones que el cerdo, por sí solo, aprovecha peor. En los piensos de lechones entran acidificantes orgánicos (fórmico, láctico, cítrico) que bajan el pH gástrico y frenan patógenos oportunistas; en fases posteriores se valoran probióticos y prebióticos que estabilizan microbiota bajo estrés térmico o de manejo. No son milagros, son herramientas científicas ya corrientes en la nutrición porcina.

Etapas de vida y necesidades reales

La dieta del cerdo cambia con la edad, el estado fisiológico y la genética. Del mismo modo que un atleta no come como un niño, un lechón posdestetado no puede digerir lo mismo que un cebo de 90 kilos.

El reto es simple de enunciar y complejo de ejecutar: máxima digestibilidad en el arranque, regularidad en crecimiento y precisión en el cebo.

Del destete al cebo

El lechón vive su prueba de fuego al destetarse, habitualmente entre las 3 y 4 semanas. Pasa de la leche materna —altamente digestible— a una ración sólida que debe “según su panza”, no según conveniencia humana. En esa fase, el preiniciador prioriza materias primas tratadas para arrancar con seguridad: concentrados lácteos, proteínas vegetales con baja tasa de antinutrientes, almidones de fácil acceso, fracciones de fibra muy fina y un paquete de aminoácidos que mantenga la ganancia sin disparar la diarrea. La palatabilidad importa. El lechón que come pronto, come más y enferma menos.

Tras dos o tres semanas, entra el iniciador: baja la proporción de ingredientes lácteos y sube el cereal. El sistema enzimático del lechón ha madurado algo; tolera mejor la fibra y aprovecha almidones más complejos. Al pasar a crecimiento, el objetivo se define con números: ganancia diaria constante, índice de conversión ajustado y mortalidad controlada. Se incrementa la densidad energética y se ajusta la lisina digestible. La textura del pienso —harina fina frente a pellet o migaja— condiciona consumo y conversión; el pellet bien hecho reduce pérdidas y uniformiza tomas, aunque conviene vigilar el tamaño para no penalizar el desgaste dental ni la ulceración gástrica en animales sensibles.

En cebo, el equilibrio manda. Demasiada energía en una línea genética menos magra se traduce en cobertura grasa excesiva; poca energía hunde la conversión y alarga los días a matadero, encareciendo la plaza. En sistemas con objetivos de calidad diferenciada, se modulan las grasas de la ración para influir en el perfil de ácidos grasos del tocino: más monoinsaturados y menos poliinsaturados inestables, buscando dureza de grasa y rendimiento en sala de despiece. Todo eso, sin descuidar la fibra que estabiliza el comportamiento en corrales de gran tamaño.

Madres y reposición

Las cerdas gestantes viven mejor con una ración controlada en energía, moderada en proteína y rica en fibra funcional que aporte saciedad. Menos ansiedad, menos mordisqueo de colas, mejores partos. El calcio y el fósforo disponible se miden con lupa por la demanda fetal y la preparación de la lactación. Ya en lactación, el guion cambia: apetito máximo. Una cerda con camada numerosa necesita energía densa, proteína en equilibrio fino de aminoácidos esenciales, suficiente agua y una salinidad que sobre todo sostenga el consumo. Los picos de calor veraniegos tumban el apetito; un ajuste de energía vía grasa, más ventilación y raciones frescas ayudan a no perder producción láctea. En reposición —las futuras madres— interesa una curva de crecimiento que construya estructura ósea y condición corporal sin excesos, porque una hembra demasiado grasa entra peor en ciclo y rinde menos en su vida productiva.

Lo que entra y lo que no

En explotaciones intensivas se vive del pienso compuesto. En granjas pequeñas o sistemas familiares, surge la tentación de añadir frutas y verduras frescas, pan seco, raíces, calabazas, granos enteros o forrajes. Puede hacerse, pero con condiciones claras: materias limpias, sin mohos, sin contaminación, y en proporciones que no desequilibren la ración. La pulpa de manzana aporta fibra soluble; la calabaza hidrata y sacia; la remolacha forrajera se aprovecha bien con molienda adecuada; el suero de leche puede usarse si está higienizado y trazado. No todo sirve ni en cualquier cantidad.

Qué no debe entrar nunca: residuos de cocina con carne o lácteos, carnes crudas, huesos, aceites usados, alimentos con moho visible o con olor a rancio. Más allá de los riesgos digestivos, está la bioseguridad: la alimentación es puerta de entrada de patógenos de alto impacto. Muchos países europeos prohíben el uso de restos de cocina para cerdos por el riesgo de enfermedades animales, y la práctica profesional se alinea con esa restricción. Un brote cuesta mucho más que cualquier ahorro. También merece atención la micotoxina: maíces y cebadas mal conservados pueden acumular aflatoxinas, zearalenona o DON. La industria utiliza secuestrantes y controles analíticos; en ámbitos pequeños, la regla es clara: si huele mal o está enmohecido, se descarta.

Otro punto sensible es el tamaño de partícula y la forma física. La harina fina aumenta la superficie de ataque enzimático y mejora digestibilidad, pero puede elevar el riesgo de úlcera gástrica en animales predispuestos. El pellet suele mejorar la conversión y reducir desperdicio; bien fabricado, con una dureza suficiente y un porcentaje bajo de finos, aporta uniformidad. La migaja es un compromiso útil para lechones. El agua, tantas veces olvidada, determina el consumo: temperatura por debajo de 20 °C, caudal suficiente por chupete y limpieza diaria previenen caídas de consumo de pienso.

Se habla poco del balance sodio-potasio-cloro y de la sal. Un exceso de sal en verano sube la sed, pero si falta sodio baja la ingesta. El potasio de ciertas materias fibrosas altera el equilibrio. La formulación corrige, el manejo comprueba. Lo mismo con el hierro en lechones: se suplementa en los primeros días de vida para evitar anemia, pero no tiene sentido abusar de fuentes minerales que no aportan nada extra si la ración ya está equilibrada.

Calidad de la carne, bienestar y rendimiento

La comida para cerdos deja su huella en la canal. La energía y el perfil de grasas de la ración construyen el tocino: más aceite rico en poliinsaturados blandos puede traducirse en una grasa más reblandecida y peor comportamiento tecnológico en la industria. En cambio, una ración ajustada en energía y con grasas estables favorece la consistencia del tejido adiposo. La fibra y el manejo del estrés impactan en el pH de la carne post mortem: animales tranquilos, sin peleas ni calor extremo, con tránsito intestinal estable, llegan mejor al matadero. El resultado se mide en pérdidas por goteo, color y terneza.

En el ibérico de bellota, el argumento alimentario es decisivo. La bellota aporta una fracción alta de ácido oleico, que se integra en la grasa del animal y es parte de la explicación del sabor y la textura final. La hierba de otoño e invierno añade antioxidantes naturales, vitamina E y compuestos vegetales que también juegan su papel. No es magia ni romanticismo, es nutrición aplicada al paisaje de dehesa y a un calendario concreto: montanera con entrada en peso adecuado, tiempo de estancia suficiente y una condición corporal que evite excesos.

El bienestar animal enlaza con la ración porcina. Una dieta que sacia y reduce comportamientos estereotipados, junto con un plan de enriquecimiento ambiental, baja el corte de colas y el canibalismo. La fibra opera como herramienta de bienestar; también lo hace un perfil de aminoácidos que sostenga el sistema inmune sin inflamar en exceso. Cuando la dieta se desequilibra, suben las diarreas, el consumo de antibióticos y las pérdidas. Cuando se afina, el dato que manda —índice de conversión— mejora y se mantiene, y la mortalidad se contiene. Más eficiencia, menos coste por kilo de ganancia, menos huella ambiental.

El agua vuelve a escena: calidad microbiológica y mineralización razonable. Aguas muy duras complican la disolución de ciertos aditivos y dejan biofilm en tuberías. Los bebederos mal calibrados generan charcos y una humedad relativa que es enemiga de la salud respiratoria. Una ración impecable muere si el agua falla; es un hecho recurrente en granja y, por rutina, se olvida.

Sostenibilidad y bioseguridad en la dieta porcina

La alimentación porcina ha avanzado hacia fórmulas que reducen el impacto ambiental sin perder rendimiento. Bajar proteína bruta gracias a aminoácidos libres recorta la excreción de nitrógeno; ajustar el fósforo digestible con ayuda de fitasas reduce la necesidad de fosfatos minerales y la carga de fósforo en purines. Controlar la fibra y usar subproductos agroindustriales bien caracterizados —salvado de trigo, pulpa de remolacha, cascarilla de soja— mejora el aprovechamiento de recursos locales. El eje es la digestibilidad: si el animal aprovecha mejor, el estiércol huele menos, la nave ventila mejor y el entorno lo agradece.

En bioseguridad, la ración es un vector de riesgo o una barrera. El aprovisionamiento debe asegurar trazabilidad, análisis de micotoxinas y correcto almacenaje. Silos secos, aireados, sin entrada de aves ni roedores. Sondas de temperatura y humedad; purgas programadas; limpieza de sinfines. La descarga de pienso es un punto crítico: vehículo limpio, protocolo de acceso, rodadura en zonas designadas. En explotaciones de menor escala, el enfoque es práctico: cubrir las materias, separar el alimento del suelo, vigilar las bolsas de humedad y las grietas donde aparecen hongos o insectos. Y un recordatorio obvio: nunca mezclar lotes viejos con nuevos sin control, porque el problema se arrastra.

Se mira cada vez más la huella de carbono del pienso. Elegir materias primas cercanas reduce transporte; diversificar fuentes proteicas —más leguminosas locales, menos dependencia exclusiva de soja importada— es una línea de trabajo. La receta final, con energía neta bien calculada, tiende a ahorrar un puñado de euros por tonelada y a la vez baja el impacto. Pequeños pasos, efectos visibles.

En época de calor, la nutrición también se adapta. Subir la energía con grasa (menos incremento calórico que el almidón), añadir electrolitos, repartir las tomas en horas frescas. A veces basta con esos ajustes para que el consumo no caiga tanto. En frío, subir densidad energética ayuda a mantener la temperatura corporal sin sacrificar crecimiento. El manejo se hace visible en la báscula semanal y en la uniformidad del lote.

La formulación de precisión se apoya ya en datos de análisis NIRS de materias primas en tiempo real, que corrigen sobre la marcha variaciones de proteína, fibra o humedad. Con eso, la ración “promedio” se convierte en una ración a medida de cada fábrica, de cada cosecha, a veces de cada semana. Desarrollo técnico, beneficio tangible.

Ración fiable, resultados medibles

La respuesta completa a qué comen los cerdos se puede resumir en un triángulo práctico: energía limpia y estable, proteína afinada por aminoácidos y fibra que cuida el intestino, todo ello con un esqueleto de vitaminas y minerales ajustado a la fase. Pienso compuesto en intensivo; campo, bellota y hierba donde toca en extensivo; frutas y forrajes muy medidos en sistemas mixtos. Lo que no entra —sobras de cocina con carne, alimentos enmohecidos, aceites usados— no se discute. La razón es sanitaria, legal y económica.

Una explotación que acierta con la ración ve consumos regulares, ganancias diarias previsibles, índices de conversión estables y una mortalidad baja. Se traduce en canales homogéneas, tocinos consistentes y calidad tecnológica en sala. En cerdas, una gestación tranquila y una lactación con leche suficiente marcan la viabilidad de las camadas; ahí la fibra funcional, la densidad energética y el agua hacen equipo. En ibérico, la elección de materias primas y, cuando procede, la montanera explican una parte del reconocimiento de la carne y de su grasa. No es un detalle romántico: es nutrición convertida en sabor.

La sostenibilidad no compite con la eficiencia; se alimentan mutuamente cuando la ración baja proteína bruta sin perder lisina digestible, cuando una fitasa libera fósforo y ahorra minerales, cuando una fracción de subproductos bien caracterizados sustituye imports lejanos. Menos nitrógeno, menos olores, menos gasto. Y, de paso, mejor atmósfera en nave y menos estrés para los animales y para quien trabaja con ellos.

El capítulo de la bioseguridad se escribe día a día desde el silo. Materia prima limpia, almacenamiento correcto, control de humedad, rotación de lotes, acceso de transportes vigilado. La alimentación es una barrera central —o una grieta— frente a los riesgos sanitarios. El coste de un fallo multiplica el de cualquier ahorro mal entendido. Que comen los cerdos no es una curiosidad: es una decisión productiva con impacto en la cuenta de resultados y en la salud pública veterinaria.

Queda una idea sencilla. Independientemente del tamaño de la explotación, de si la nave es moderna o el sistema es mixto, la regularidad gana la liga. Regularidad en el suministro, en la calidad del pienso para cerdos, en el agua, en el manejo térmico. Regularidad que evita picos de hambre, peleas en comedero, digestiones turbulentas. Y una última precisión casi doméstica: la vista y el olfato en el silo siguen valiendo. El pienso fresco huele a cereal y a aceite limpio. El que falla, no. Entre ambos extremos se juega mucho más que una ración: se juega la salud del animal, el rendimiento de la granja y la calidad de una carne que luego defiende el nombre de una región entera.


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Este artículo se apoya en normativas, tablas y documentos técnicos de referencia en España. Fuentes consultadas: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, AESAN, BOE, Fundación FEDNA, IRTA, INTERPORC.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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