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¿Por qué Pokrovsk puede decidir la guerra en Donbás?

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Pokrovsk arde en Donbás: combate urbano, corredor al límite y el invierno cerca. Claves y contexto de una batalla que puede decidir Donetsk.
La batalla por Pokrovsk, en el oeste de la región de Donetsk, atraviesa su momento más crudo. Hay combates dentro de la ciudad, con incursiones rusas por barrios del norte, este y sur, además de choques alrededor de la estación de ferrocarril, situada en el corazón urbano. Moscú proclama un cerco en marcha; Kiev lo desmiente y sostiene que mantiene un corredor logístico aún operativo —estrecho, castigado, pero vivo— por el que se reabastece, rota unidades y evacúa heridos. Esa franja, de unos cinco kilómetros en su punto más angosto, separa hoy la resistencia de una retirada forzada.
Lo determinante a corto plazo es sencillo de enunciar y difícil de ejecutar: Rusia intenta cortar las líneas de suministro para imponer un “caldero” a la vieja usanza; Ucrania busca evitar el cierre con ataques a infiltraciones, empleo masivo de drones y golpes de precisión contra los ejes de avance. Si Pokrovsk aguanta, el cinturón defensivo de Sloviansk y Kramatorsk mantiene su coherencia. Si cae, Moscú gana un trampolín hacia las dos plazas fuertes del norte de Donetsk y amarra un título simbólico en plena campaña invernal. El tiempo —y el clima— juegan su propia partida.
Un punto del mapa que multiplica su peso
Antes de la invasión a gran escala, Pokrovsk sumaba en torno a 60.000 habitantes y un tejido minero e industrial que vertebraba el oeste de Donetsk. Myrnohrad (Mirnograd), la ciudad satélite, funciona como puerta de entrada al casco urbano y como bisagra con la red de carreteras que conducen hacia Kostiantynivka y, más allá, hasta Dnipropetrovsk. El nudo ferroviario y la planta de coque adyacente explican que ambos bandos hayan elevado el pulso aquí: por estas vías entra y sale la logística que sostiene posiciones, y alrededor se reparten yacimientos estratégicos —con el litio como palabra clave— cuyo control pesa en la economía de guerra y en la reconstrucción futura.
Ese valor logístico e industrial no es un detalle accesorio. La siderurgia ucraniana se apoya en el coque que sale de este distrito; su deterioro encarece la cadena, obliga a importar y erosiona márgenes en plena guerra. A su vez, el ferrocarril es una arteria que la artillería y los drones intentan desangrar a diario. Cada composición reparada, cada traviesa sustituida, cada subestación que se vuelve a encender, es un objetivo en potencia. Por eso, cuando se habla de “corredores humanitarios” o “corredores logísticos”, no se alude a una autopista despejada, sino a pasos nocturnos que se abren y cierran con rapidez, bajo un cielo lleno de ojos electrónicos.
Lo que sucede hoy dentro y alrededor de la ciudad
En el terreno urbano se libra una guerra paciente, de desgaste. Pequeñas escuadras rusas —tres, cinco, diez hombres— buscan encadenar incursiones casa por casa, medir respuestas y fijar a las unidades defensoras. Ucrania responde con fuerzas de asalto y equipos de drones que tratan de desarticular esos grupos antes de que se afiancen. Se combate en altura y a ras de suelo: desde áticos con visión a las avenidas hasta sótanos tapiados con sacos de arena. La estación y su entorno —talleres, playas de maniobras, viejas naves— han pasado a ser piezas codiciadas para cualquiera que quiera proyectar vigilancia y fuego.
El frente es líquido. Lo que por la mañana queda marcado como “zona gris” —áreas disputadas donde nadie controla con claridad— por la tarde puede amanecer con banderas diferentes. En los barrios del norte y del este, esa oscilación se ha vuelto rutina. Myrnohrad, a su vez, soporta una presión constante: se la considera la “puerta” de Pokrovsk y, como toda puerta, se intenta forzar. El mayor riesgo para Kiev no son tanto los asaltos frontales como el corte definitivo del pasillo hacia la retaguardia. El cálculo es quirúrgico: mantenerlo abierto sin quemar las reservas que, quizá, se necesiten mañana.
El presidente Volodímir Zelenski se dejó ver esta semana en posiciones del sector, un gesto con doble objetivo: cohesionar a las unidades y mostrar que el mando político pisa el barro. Su mensaje fue que no hay cerco y que los grupos rusos infiltrados dentro de la urbe se neutralizan con regularidad. Las cifras que ofreció —entre 200 y 300 soldados enemigos operando en células pequeñas— encajan con la táctica de goteo que Moscú ha refinado desde hace meses, un tipo de presión que no busca romper de una vez, sino doblegar despacio.
Cerco proclamado, corredor real
La retórica del cerco opera en paralelo a la geografía. Moscú insiste en que avanza “desde todos los flancos” y muestra mapas donde los salientes se tocan. Kiev se agarra a la realidad del corredor: unos cinco kilómetros, a veces menos, sometidos a fuego de artillería, drones FPV y aviación puntual. En ese cuello, cada camión que entra o sale viaja de noche, en dispersión y con señuelos. Cortar la ruta abriría dos opciones: retirada escalonada a líneas más preparadas o resistencia en bolsas que, tarde o temprano, agotan munición y personal. De momento, la primera hipótesis sigue sobre la mesa y es la que manda en los partes del día.
La llegada del invierno complica la ecuación. El barro frena, pero no congela del todo; el hielo estabiliza posiciones, pero rompe y aísla caminos. En campañas pasadas, la temporada fría ha beneficiado al defensor: cavar, minar, cablear y observar. Sin embargo, si el atacante ha conseguido cercanías urbanas y líneas de tiro a las rutas, la rasante invernal no le es del todo hostil. Lo que decidan el clima, la ingeniería de combate y la capacidad de reparar bajo fuego inclinará la balanza.
Mandos, propaganda y operaciones de golpe y fuga
Justo después de la cancelación de la cumbre con Estados Unidos en Budapest, Vladímir Putin anunció el 26 de octubre que su ejército había “rodeado” a medio centenar de batallones ucranianos —unos 10.500 hombres— tanto en Pokrovsk como en Kupiansk. El mensaje iba más allá del parte: exigió la rendición para minimizar bajas y pidió a Kiev que permitiera la entrada de prensa internacional en ambas urbes, un movimiento de relaciones públicas que buscaba moldear el relato global. Desde el otro lado, Kiev negó el cerco, mostró a Zelenski en el frente y redobló una idea: “se resiste conservando fuerzas”.
La memoria de Mariúpol atraviesa cada frase. En mayo de 2022, el último cuadro de la Acería Azovstal se rindió tras semanas de sitio, túneles y heridas. Moscú evoca ese precedente para presionar; Ucrania para vacunar a la sociedad contra la posibilidad de otra “heroica pero inútil” defensa urbana si el anillo se cierra. El debate no es teórico. Una voz con peso, el exviceministro de Defensa Vitali Deinega, ha dado por perdida de facto Pokrovsk y defendido una retirada ordenada antes de que sea tarde, acusando al Estado Mayor de retrasar decisiones. Su postura no marca la línea oficial, pero ilustra la tensión de una guerra donde cada brigada veterana es capital irrecuperable.
En paralelo, la inteligencia militar ucraniana (GUR) publicitó una operación especial con helicóptero Black Hawk para retomar bloques de viviendas y aliviar la presión sobre las rutas. La presencia de Kyrylo Budánov en el sector subrayó la pugna soterrada entre servicios, mientras el SBU difundía sus propias imágenes de acciones “quirúrgicas” contra posiciones rusas dentro de la ciudad. Rusia contestó con su catálogo habitual: videos de grupos de asalto y capturas de trincheras, más mapas donde los “colores” avanzan. Nadie renuncia al frente informativo, con la mirada puesta en el ánimo interno y en los socios externos.
Drones, guerra electrónica y el control del “cielo bajo”
La innovación más visible —y letal— en Pokrovsk no son los grandes carros ni los misiles de crucero, sino el dominio del “cielo bajo”. Drones FPV cargados con granadas termobáricas, municiones merodeadoras, aeromodelos reconvertidos y, en el otro lado, guerra electrónica para cegar al adversario. La secuencia se repite: primero, interferir; después, detectar; por último, golpear. Las unidades de drones ucranianas, entre ellas brigadas especializadas como “Predator”, buscan cazar los equipos de guerra electrónica rusos y abrir ventanas para sus propias municiones. Cuando la señal manda, la artillería se convierte en un recurso quirúrgico que castiga entradas, garajes y patios donde descansan los grupos de asalto.
La mecánica urbana estrecha la distancia entre enemigo y enemigo. Una cocina puede ser un puesto de mando, un portal el punto de quiebre de una manzana. El ruido y la polvareda exigen disciplina de emisiones: radios cortas, mensajes cifrados, rutas que cambian cada día. Por eso cada edificio que se “limpia” debe asegurarse con rapidez, alambrarse y conectarse a observadores. Si no, vuelve a caer en la zona gris. Ese vaivén explica que los mapas —bonitos y coloridos— no siempre capten el tempo real de la batalla.
Qué supondría la caída de Pokrovsk
Si Rusia tomase Pokrovsk, firmaría su mayor avance desde Avdiivka en 2024 y podría empujar hacia Kostiantynivka, Sloviansk y Kramatorsk. El impacto político y propagandístico sería inmediato: bandera en una ciudad con peso industrial y titular de calado internacional. También liberaría parte de la presión operativa sobre otros ejes, permitiendo reagrupar y rotar unidades. Sin embargo, no hay garantía de un desplome ucraniano por esa sola pieza. Por delante se alzan líneas fortificadas, cinturones de minas y terrenos batidos que han frenado a Moscú con un coste humano alto.
En el plano económico, el golpe sería contundente. El complejo de coque quedaría fuera de juego o bajo un riesgo permanente, con efectos en costes y volúmenes de la siderurgia. La explotación y control del litio —todavía una apuesta en construcción para Ucrania— cambiaría de signo, y con ello proyectos de inversión y divisas futuras. Además, reparar bajo ocupación, proteger trabajadores y asegurar suministros se convierten en tareas hercúleas donde Rusia ha mostrado, en distintos territorios, rendimientos irregulares.
En lo humanitario, Pokrovsk ya casi no tiene civiles. Las evacuaciones han vaciado barrios enteros y todos los menores han sido trasladados. Unidades como “Ángel Blanco” rastrean sótanos para encontrar a los últimos rezagados. La toma no traería paz inmediata, sino administración bajo fuego, con riesgo de bombardeos de contrabatería y sabotajes en una retaguardia que no se estabiliza de un día para otro.
El espejo del norte: Kupiansk y la presión en dos direcciones
Kupiansk, en la región de Járkov, funciona como espejo estratégico. Allí, Moscú también reclama avances y “cerco”, tratando de extender una franja de seguridad y forzar a Kiev a repartir reservas entre dos fuegos. El objetivo es evidente: diluir la masa de maniobra ucraniana y encarecer cualquier refuerzo hacia Pokrovsk. La simultaneidad no es casualidad, sino metodología: empujar en dos vértices para que el tercero ceda por falta de manos. De nuevo, las rutas y los puentes son los lugares donde se decide qué brigada llega entera y cuál se desangra en el trayecto.
Para Ucrania, equilibrar Kupiansk y Pokrovsk exige una contabilidad fría. Blindar demasiado el norte puede dejar descubiertos los accesos a Kramatorsk; descuidarlo puede abrir una vía hacia Járkov que reordene todo el frente. Ese es el juego de reservas escalonadas, relieves cortos y rotaciones que se está viendo desde finales de octubre y que marcará la agenda de las próximas semanas.
Variables que decidirán el desenlace
Hay cuatro planos que, combinados, dibujan el diagrama de lo que viene. El primero es la logística: si el corredor respira, hay rotación, medicina y munición; si se asfixia, toca romper contacto o asumir bolsas. El segundo es el cielo bajo: quien detecta y niega señal al otro decide qué columna llega y cuál explota a dos kilómetros de la línea. El tercero es el fondo de armario: reservas y capacidad de regeneración de batallones con mandos experimentados, que no se improvisan. El cuarto es el clima: barro, hielo, vientos y visibilidad; no ganan batallas ellos solos, pero sí inclinan maniobras.
A eso se suma el factor humano. La fatiga tras meses de asaltos, el relevo de cuadros y la motivación importan tanto como la munición. Y queda el pulso interno en Kiev: Budánov en el sector, comunicaciones del SBU, debates públicos sobre retirada a tiempo o defensa prolongada. No es ruido: son dilemas reales de una guerra larga donde preservar fuerzas a veces vale más que preservar calles.
Cronología mínima para entender el punto de hoy
26 de octubre: tras la cancelación de la cumbre con Estados Unidos en Budapest, Putin anuncia el cerco en Pokrovsk y Kupiansk, habla de decenas de batallones atrapados y pide rendición.
Finales de octubre – principios de noviembre: combates urbanos dentro de la ciudad, con incursiones por barrios clave y fuego sostenido sobre Myrnohrad. Zelenski visita el sector y niega el cerco, cifra 200–300 infiltrados rusos.
Primera semana de noviembre: GUR publicita una operación con helicóptero Black Hawk para recuperar bloques y aliviar la presión sobre rutas; el SBU difunde videos de golpes selectivos. Rusia intensifica los ataques a la logística y vende progresos desde varios flancos.
La foto actual que se desprende de esa secuencia es nítida: Pokrovsk no ha caído, no está completamente cercada, y la batalla se libra ya dentro de la ciudad y en su cinturón inmediato. Moscú empuja para cerrar; Kiev para mantener un pasillo que, aun frágil, sigue operativo.
Lo que marcará las próximas semanas en Pokrovsk
El tablero no admite triunfalismo ni derrotismo. Rusia ha concentrado hombres y fuego para forzar una decisión; Ucrania intenta convertir la defensa en tiempo y cansancio para el atacante. Si el corredor resiste, veremos defensa elástica y contraataques limitados; si se rompe, habrá que leer en qué línea fija Kiev su nuevo punto de apoyo. Entre tanto, el invierno dictará su ritmo y el cielo de drones seguirá marcando, metro a metro, quién ve y quién golpea.
En el fondo, todo se reduce a una cadena de decisiones tácticas con efecto estratégico. Pokrovsk pesa por lo que es —nudo, industria, símbolo— y por lo que abre hacia Kramatorsk y Sloviansk. El resultado no resolverá la guerra, pero sí condicionará el norte de Donetsk durante meses. Aquí se mide la capacidad rusa de cerrar y explotar un cerco en ciudad grande, y la capacidad ucraniana de sostener el combate urbano sin quedarse sin aire. Eso —y no otra cosa— es lo que convierte a Pokrovsk en el punto de gravedad del Donbás ahora mismo.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo se apoya en publicaciones contrastadas y recientes, con cobertura en terreno y análisis técnico. Fuentes consultadas: EFE, Reuters, El País, RTVE, The Guardian, Institute for the Study of War, France 24, ABC.

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