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Economía

Paz en Gaza y negocio de la reconstrucción: quien ganará más

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el negocio de la reconstrucción en Gaza

Alto el fuego y reconstrucción en Gaza: quién capitaliza contratos, qué sectores mandan y por qué el margen real estará junto a la frontera.

La firma del alto el fuego entre Israel y Hamás, con canje escalonado y retirada parcial de tropas, abre una ventana concreta: por primera vez en mucho tiempo se puede organizar una entrada sostenida de materiales, máquinas y equipos para levantar viviendas, redes básicas y servicios públicos. ¿Quién gana más con ese giro? A corto plazo lo harán los actores con control sobre los cuellos de botella —logística, permisos, aduanas— y los que ya operan en el terreno o a pocos kilómetros: constructoras israelíes con músculo y relación con la administración, cementeras egipcias próximas a la frontera, distribuidores con almacenes y trazabilidad aprobada. El beneficio de las grandes multinacionales de materiales llegará, pero no será inmediato ni explosivo; dependerá de licitaciones de donantes, del calendario político y de la capacidad real de mover toneladas de cemento y acero por pasos que han estado cerrándose y abriéndose según la seguridad.

En Wall Street no hay “rally del cemento” atribuible a Gaza. La reacción clara se ha visto en Tel Aviv, donde el final de la guerra reduce la prima de riesgo y libera proyectos aplazados. En Estados Unidos, las cotizadas del sector —cemento, agregados, hormigón, asfalto— viven o mueren por el capex interno y por leyes de infraestructuras domésticas, no por un programa de reconstrucción a miles de kilómetros con cupos y controles. La reconstrucción es un negocio, sí, del tamaño de decenas de miles de millones a lo largo de una década, pero es lenta, politizada, intermitente. Aquí ganará quien resista los plazos, gestione el papeleo y entienda que cada camión cruzando un paso fronterizo vale más que cualquier titular.

Qué abre el alto el fuego y qué no

El acuerdo anunciado establece fases de cese de hostilidades, intercambio progresivo de rehenes y presos, y una reconfiguración de la presencia militar israelí dentro de la Franja. También marca una hoja de ruta para aumentar de forma significativa la entrada de ayuda y de suministros civiles. Con eso basta para que los organismos internacionales planifiquen una primera tanda de obras: retirada de escombros, rehabilitación urgente de redes de agua y saneamiento, generación eléctrica provisional, escuelas temporales y centros de salud modulares. Es la “Fase 1” de cualquier posguerra: estabilizar, hacer habitable lo básico, asegurar que la población no vive permanentemente en tiendas o edificios colapsados.

Lo que no abre —todavía— es un corredor ilimitado para camiones con varilla, clinker y hormigón premezclado. Los pasos seguirán bajo supervisión y con cupos; cada envío deberá documentarse para evitar usos duales. Los ritmos de entrada no los decide la demanda, sino la seguridad y la coordinación entre actores. Sucede algo parecido con la gobernanza: quién firma permisos, quién adjudica, quién certifica avances. La Autoridad Palestina aspira a tener un papel administrativo sustantivo; otros gobiernos empujan por fórmulas tecnocráticas con tutela internacional. Ese tira y afloja no es un detalle: condiciona a qué ventanilla presentan ofertas las constructoras y qué estándares de trazabilidad deben cumplir.

La novedad relevante del momento es el alineamiento de varios patrocinadores. Estados Unidos, países europeos y estados árabes con capacidad financiera coinciden en que la reconstrucción tiene que arrancar cuanto antes y que requiere garantías. El consenso no borra las diferencias, pero sí reduce la incertidumbre sobre el flujo de donaciones y préstamos blandos para los primeros proyectos. Con el mínimo de tranquilidad en el terreno, se puede pasar de repartir lonas a tender tuberías. Y ahí empieza el negocio real, menos vistoso que una gran carretera, pero imprescindible.

El tamaño y la forma del dinero

Las estimaciones más citadas sitúan el coste total de la reconstrucción en el entorno de 50.000 a 55.000 millones de dólares, desplegados durante al menos diez años. No es un cheque al portador ni un presupuesto anual concentrado, sino un río de fondos con varios cauces: ayudas bilaterales, proyectos financiados por la Unión Europea, programas del Banco Mundial, aportaciones del Golfo, agencias de Naciones Unidas con mandatos concretos. El flujo no es homogéneo y exige paciencia: cada organismo tiene su manual, su matriz de verificación, su auditoría. La entrega de fondos se produce por hitos, no por promesas.

Ese dinero, además, cambia de forma con el tiempo. En los primeros doce o dieciocho meses la mayor parte irá a estabilización: gestión de residuos y escombros, potabilización, saneamiento básico, centros de salud y educación de emergencia, generación eléctrica distribuida y microredes, pequeños arreglos urbanos para recuperar movilidad. Es un gasto intensivo en logística y servicios, no tanto en hormigón. A partir del segundo año, si los corredores operan, llegan las obras de vivienda masiva y de infraestructura pesada: rehabilitación y nueva planta, redes enterradas, subestaciones, plantas de tratamiento, carreteras y puentes. Esa transición es decisiva para el sector de materiales: es cuando el consumo de cemento, acero y agregados se dispara.

La financiación vendrá acompañada de condiciones. Trazabilidad, cumplimiento y sostenibilidad no son palabras vacías. Los donantes exigirán certificados de origen, controles de cadena de suministro, verificación in situ y estándares ambientales. Se favorecerán —si el precio encaja— cementos con menor huella de carbono, áridos reciclados hasta donde sea técnicamente viable, soluciones prefabricadas que acorten plazos y reduzcan costes de obra. Para las empresas, esto significa adaptar catálogos y documentación, y sobre todo demostrar que pueden entregar dentro del sistema. Un proveedor sin papeles en regla y sin experiencia con agencias multilaterales parte en desventaja, por muy competitiva que sea su fábrica.

Hay un componente político inevitable: la coordinación de los donantes. París ha asumido un papel de nodo europeo, Washington empuja por un diseño de posguerra que limite riesgos, El Cairo quiere garantías de seguridad en su frontera y un asiento en la mesa. El resultado es un tablero de decisiones repartidas. Conviene tenerlo claro: no habrá una “gran licitación única” que reparta la tarta; habrá decenas de concursos y contratos, pequeños y medianos, que se irán sumando. El negocio, por tanto, no se gana una vez, sino muchas veces, a base de ejecutar bien y de no fallar en la letra pequeña.

Dónde se decide el margen: permisos y cupos

En Gaza, el permiso es parte del producto. Entrar materiales de construcción requiere coordinaciones previas, cupos diarios y un sistema de control que ya funcionó —con más sombras que luces— tras la guerra de 2014. Ese mecanismo, pensado para evitar que cemento o acero terminen en fines militares, ralentiza cualquier obra, pero también define quién puede operar. Si la nueva etapa actualiza ese sistema, los actores con experiencia en trámites y trazabilidad tendrán ventaja. No basta con vender; hay que hacer pasar lo que se vende.

La geografía manda. A pocos kilómetros del paso de Rafah está El-Arish, puerto y polo logístico que durante la crisis humanitaria se convirtió en salida natural para convoyes y almacenes. Su proximidad lo sitúa como arteria para la reconstrucción si el cruce se estabiliza para tránsito comercial. Las plantas cementeras egipcias —de grupos locales y multinacionales— tienen capacidad, coste competitivo y rutas cortas. El transporte por carretera desde el norte del Sinaí, con seguridad coordinada, reduce tiempos y precios frente a cadenas más largas. Es literal: el camión que tarda menos es el que gana.

En el lado israelí, la experiencia acumulada tras años de control de entradas y el peso histórico de proveedores domésticos conforman la otra mitad del embudo. Nesher, la gran cementera local, ha dominado el mercado israelí durante décadas y ha sido un actor central en el suministro al territorio palestino. Eso, sumado a la red de constructoras que ya trabajan con ministerios y municipios, configura un ecosistema de adjudicación y ejecución con ventajas claras. Si el grueso de la trazabilidad vuelve a pivotar por pasos bajo control israelí, esos canales vuelven a ser decisivos.

El margen, en suma, se decide en tres capas: quién controla la molienda y el suministro (capacidad industrial cercana), quién gestiona el papeleo (permisos, auditorías, certificados) y quién asegura la última milla (transporte, almacén, distribución). Las compañías que puedan cubrir al menos dos de esas tres capas tendrán tarifas mejores, menos parones y menos pérdidas por costos financieros de mercancía parada.

Los candidatos a ganar de verdad

El primer grupo con papeletas son las constructoras e ingenierías israelíes de mayor tamaño y diversificación. Llevan décadas levantando vivienda, carreteras, plantas de tratamiento y redes, y conocen la contratación pública y los estándares técnicos locales. Pueden trabajar como contratistas principales o integrarse como socios de consorcios con financiación internacional. Tienen acceso a subcontratas, maquinaria, talleres y suministros que, en un entorno de cupos, marcan la diferencia. Su cercanía administrativa y la posibilidad de coordinar con ministerios y agencias les otorga un plus de previsibilidad. No es infalible, pero suma.

El segundo bloque probable está en Egipto. Cementeras con plantas en el valle del Nilo y en el Sinaí, productores de clínker, fabricantes de prefabricados, almacenes y operadores logísticos que han ganado experiencia en estos meses con el flujo humanitario. Si el paso de Rafah funciona para comercio y el de Kerem Shalom mantiene volúmenes, son candidatos naturales para surtir gran parte de los materiales pesados. Egipto, además, empuja su propio plan de reconstrucción simbolizando que la frontera puede ser una palanca de estabilidad. Quien ya está sobre el terreno no necesita inventar la rueda: solo escalar.

El tercer frente son las multinacionales de materiales con huella regional y catálogo “verde” listo para auditorías. Holcim (tras la escisión de su negocio norteamericano), Heidelberg Materials (con filiales en Egipto), CRH (líder en asfalto y agregados en América y presencia extendida), y Cemex (con operaciones en el Mediterráneo) tienen capacidad industrial, financiación barata y equipos acostumbrados a trabajar con agencias multilaterales. No entrarán con una sobredosis de márgenes —los donantes aprietan—, pero sí con volumen y repetición si el plan se estabiliza. Su exposición a Gaza, respecto a sus ventas globales, será modesta, aunque visible en divisiones regionales.

A esto se suma un ecosistema menos glamuroso que, paradójicamente, captura caja desde el primer día: empresas de gestión de residuos y escombros, operadores de maquinaria pesada (excavadoras, cargadoras, trituradoras móviles), compañías de agua y saneamiento con soluciones modulares, proveedores de generación eléctrica distribuida y microredes. También fabricantes de tubería, bombas, cableado y centros de transformación compactos. Este tejido, muchas veces local o regional, crece en los meses en que aún no circula el hormigón a gran escala. Y ahí también habrá márgenes, porque la urgencia paga.

Mercados y expectativas, sin espejismos

Los mercados financieros han sido menos románticos que los titulares. En Israel, la perspectiva de paz y normalización económica ha empujado los índices y ha apreciado la moneda. Es una reacción habitual cuando baja el riesgo país y vuelven los inversores a sectores castigados. En Estados Unidos, por el contrario, el comportamiento de las cementeras y agregadores no muestra una pauta clara vinculada a Gaza. El precio de estas compañías recoge el ciclo doméstico, las obras públicas aprobadas y el pulso de la vivienda, no un programa internacional con demasiadas incógnitas.

Lo que sí aparece es un cambio de discurso. Analistas sectoriales comienzan a preguntar por “exposición a Oriente Próximo” en las conferencias con directivos. También se reabren presentaciones comerciales que, durante meses, parecían ciencia ficción. El mercado descuenta poco a poco que habrá contratos, pero no transfiere euforia generalizada. Los gestores tienden a premiar a quien muestra cartera diversificada y baja volatilidad, más que a quien promete hacer fortuna en una zona que aún camina sobre hielo fino.

Conviene, además, recordar la experiencia posterior a 2014: hubo reconstrucción, sí, pero con una velocidad inferior a la esperada y con fases que se atascaban por permisos o por brotes de violencia. Esa memoria explica por qué los precios no se disparan ante la primera rueda de prensa. El capital ha aprendido que Gaza es, antes que nada, una prueba de resistencia.

Quién ganará al final, más allá del titular

La respuesta honesta es incómoda: ganará quien pueda aguantar. El negocio de la reconstrucción en Gaza no se parece a un contrato de autopista en un país estable. Requiere pie de obra durante años, caja para sobrevivir parones, capacidad de rehacer cronogramas y paciencia para lidiar con auditorías. Las compañías que sobrevivan a los primeros meses de logística dura y que cumplan especificaciones de los donantes quedarán bien posicionadas para las fases de vivienda y redes pesadas, donde el volumen sí mueve la aguja del beneficio.

En esa maratón, la ventaja inicial la tienen actores regionales. Los grupos constructores israelíes con track record en obra civil compleja, las cementeras egipcias con ruta corta a la frontera, los distribuidores que ya han demostrado trazabilidad durante la emergencia. El siguiente pelotón lo conforman las multinacionales con filial cerca o acuerdos industriales que permitan producir sin sobrecostes logísticos. Estados y agencias, por su parte, fijarán el campo de juego: estándares, financiación, calendarios, controles. De su coordinación dependerá que el dinero se convierta en edificaciones reales.

Hay un debate inevitable, también económico: la competencia. El mecanismo de control de materiales que se diseñe (o se actualice) determinará si el suministro se concentra en pocos actores con posición dominante o si se abre a más jugadores. Lo segundo suele abaratar costes y acelerar obras; lo primero, cuando se vigila bien, puede dar estabilidad y menos sorpresas. Las autoridades de competencia y los donantes tendrán que vigilar márgenes y tiempos para que la reconstrucción no derive en un oligopolio de facto. Es un asunto sensible: los precios del cemento y de la varilla impactan de forma directa en cuántas viviendas se levantan.

Otro capítulo crucial es el de la mano de obra. La prioridad será emplear personal local, por razones obvias. Eso exige programas de formación acelerada en seguridad, obra y oficios. Requiere, también, acuerdos claros con sindicatos y con autoridades para permitir la entrada de técnicos cuando haga falta. La obra pública, si se organiza, puede convertirse en una palanca de estabilización en sí misma. Pagar nóminas puntualmente y mantener proyectos en marcha reduce tensiones sociales. Las empresas que entiendan ese componente social tendrán menos fricciones.

A medida que se pase de la emergencia a la normalidad, la reconstrucción abrirá espacio a soluciones tecnológicas que ya han funcionado en otros países: prefabricados de alta calidad para vivienda social, hormigones de fraguado rápido para reparar calzadas, sensores para monitorizar redes de agua y detectar fugas, software de seguimiento de obra conectado a auditorías remotas. Son herramientas que ahorran tiempo, y tiempo —en Gaza— vale dinero y estabilidad. El incentivo para adoptar tecnología existe; habrá que ver cómo se encaja en el marco de seguridad.

Lo previsible para los próximos doce meses es una secuencia reconocible: primeras licitaciones para retirar escombros y estabilizar servicios, contratos de agua y saneamiento con entregables trimestrales, proyectos piloto de vivienda modular, expansión de almacenes en el norte del Sinaí y cerca de los pasos autorizados, y, si todo aguanta, el arranque de las grandes obras. Los cuellos de botella serán clamorosos al principio; con el tiempo se irán desatascando. Las empresas con más cintura para adaptarse a esos baches, con gerencias de proyecto disciplinadas y con equipos capaces de trabajar con varias monedas y normativas, serán las que mejor conviertan adjudicaciones en margen neto.

El balance final cambia el foco. Gaza no es un “boom” para el cemento estadounidense ni una mina de oro súbita para ningún gigante global. Es, sí, una oportunidad sostenida para quienes estén cerca, sepan operar bajo control y se coordinen con los donantes. Ganarán más los proveedores regionales de materiales y logística, seguidos por las constructoras e ingenierías que se queden en el terreno y encadenen contratos. Los grandes grupos internacionales obtendrán volumen, pero diluido en balances gigantes; visibilidad, más que euforia. Y, por encima de la contabilidad, pesará una verdad simple: la reconstrucción solo avanza cuando la política abre el paso. Ese, en realidad, es el socio silencioso con más poder en toda la ecuación.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: RTVE, La Moncloa, El País, ABC, eldiario.es, La Vanguardia.

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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