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Cultura y sociedad

Hamás acepta el plan de Trump: rehenes libres y tregua

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Hamás acepta el plan de Trump

Hamás acepta el plan de Trump con alto el fuego inmediato, liberación de rehenes y gobierno técnico en Gaza, un giro que redefine el conflicto.

Hamás ha aceptado la propuesta promovida por Washington, abriendo la puerta a un alto el fuego inmediato, a la liberación de todos los rehenes israelíes —vivos y fallecidos— y a la cesión de la administración civil de Gaza a un gabinete de tecnócratas palestinos respaldado por un consenso interno y el apoyo de países árabes e islámicos. El anuncio llegó el viernes 3 de octubre de 2025, a pocas horas del ultimátum fijado por la Casa Blanca para el domingo (las 18:00 en Washington, medianoche en Madrid), y redefine el tablero tras dos años de guerra, trasladando el foco a plazos, verificaciones y garantías operativas.

Para el lector español, la novedad significa, de entrada, tregua comprobable sobre el terreno, intercambios sincronizados bajo supervisión internacional y una nueva gobernanza civil en Gaza desligada de las estructuras armadas del movimiento. El texto al que Hamás da su visto bueno —con condiciones y matices— contempla la liberación de los 48 rehenes aún retenidos (según estimaciones, una veintena seguirían con vida) en una ventana operativa de 72 horas vinculada al cese de hostilidades, el ingreso masivo de ayuda, un retirada gradual de fuerzas israelíes de áreas densamente pobladas y paquetes de seguridad transferidos a una fuerza internacional de estabilización. A cambio, Israel suspendería la ofensiva, liberaría a centenares de prisioneros palestinos y habilitaría carriles humanitarios continuos. Es el punto más cercano a la paz desde 2023, pero exige una ejecución rigurosa: cronograma, cadenas de mando, puntos de control, normas de enfrentamiento y mecanismos de arbitraje.

Lo que cambia de inmediato: alto el fuego, intercambios y tiempos

El primer efecto tangible del acuerdo es la paralización del fuego con monitorización en varios niveles. El plan marca 72 horas para completar la liberación de rehenes y el repliegue escalonado de unidades israelíes en zonas señaladas, con mapas y líneas de separación comunicadas a las partes y a los operadores humanitarios. Arranca una secuencia comprimida: identificación, asistencia y traslado de las personas secuestradas; sincronización con salidas de prisioneros palestinos conforme a cupos y categorías predefinidas; reactivación de servicios esenciales —agua, energía, salud—; protección de convoyes de ayuda; y retornos controlados de desplazados allí donde se den condiciones mínimas.

La prioridad clínica y legal en las primeras horas es el acceso médico a los rehenes, con triaje, apoyo psicológico, salvaguardas de privacidad y reconexión con familias. La entrega de restos tiene un peso simbólico y jurídico evidente: permite cerrar duelos en Israel y documentar con rigor cada expediente. Para evitar rupturas, el dispositivo incluye puntos de verificación con observadores que certifican cumplimientos y violaciones en tiempos de respuesta de horas, no de días. La amenaza de reescalada sigue presente como contención: el cronograma solo funcionará si se respetan los hitos y si los mediadores drenan tensiones antes de que contagien al conjunto.

Las condiciones de Hamás y el margen de negociación

En su comunicado, Hamás acepta el núcleo operativo de la propuesta —alto el fuego, rehenes, ayuda, administración interina—, pero remite los asuntos de fondo —derechos, estatus político de Gaza, arquitectura institucional— a un “marco nacional palestino unificado” y al respeto de resoluciones internacionales vigentes. Es un sí condicionado que separa lo urgente y verificable de lo estratégico y político. La cesión de la gestión civil a un gabinete técnico, inédita en casi dos décadas, llega con el compromiso de discutir la desmilitarización en fases verificadas y con garantías externas, sin convertirla —al menos de partida— en una renuncia incondicional.

Esa estructura permite a los mediadores amarrar resultados inmediatos sin exigir hoy una solución total al reparto de poder. Pero introduce zonas de ambigüedad: la distancia entre la “desmilitarización total” que figuran los borradores y la posible “remodelación” de capacidades que Hamás intente preservar será el campo de choque. El punto crítico será la entrega de armas a una fuerza internacional de estabilización: para ser creíble, requerirá inventarios auditables, inspecciones recurrentes y cláusulas automáticas en caso de incumplimiento. En paralelo, la recomposición institucional implicará líneas rojas claras para evitar que el tejido de bienestar —históricamente gestionado por redes ligadas al movimiento— capture la nueva administración técnica.

Compromisos de Israel y verificación independiente

Para Israel, el paquete exige detener la ofensiva, retirarse de amplias zonas de la Franja, liberar a centenares de detenidos y permitir acceso humanitario pleno. A cambio, obtiene alto el fuego verificable, liberación total de sus rehenes, desmantelamiento de estructuras armadas del rival y una arquitectura de seguridad que separa milicias de funciones civiles. La llave de este intercambio es la verificación: equipos técnicos y observadores deberán acreditar paso a paso que los repliegues no abren vacíos de poder aprovechables y que las cadenas de mando internacionales pueden prevenir reagrupaciones clandestinas.

La novedad también es política. Con la aceptación de Hamás, el Gobierno israelí puede reivindicar objetivos centrales —rehenes, reducción de amenaza, reconfiguración de la seguridad— sin imponer una presencia militar sostenida en Gaza con alto coste interno y externo. A la vez, asumirá riesgos domésticos: gestionar resistencias a los canjes, explicar la cesión de espacio a una gobernanza no controlada y convencer a su opinión pública de que la seguridad puede mejorar con verificaciones y disuasión focalizada, no solo con ocupación territorial.

La transición en Gaza: tecnócratas, seguridad y ayuda

El núcleo del “día después” es la gobernanza interina. El plan dibuja un gabinete de tecnócratas palestinos, independiente de brazos armados, con mandato limitado: relanzar servicios básicos, gestionar pasos y aduanas, coordinar la entrada de ayuda, poner en marcha obras de reconstrucción y preparar un itinerario electoral. En paralelo, una fuerza internacional de estabilización —integrada por países árabes y potencias occidentales— operará con mando unificado y reglas de enfrentamiento definidas. La desmilitarización no es un gesto retórico: implica destrucción de túneles, registro y retirada de arsenales, control de flujos financieros y materiales y supervisión continua para impedir reconstituciones.

En este esquema, Tony Blair aparece como coordinador operativo de capítulos civiles y financieros, con la tarea de apalancar capital para una reconstrucción condicionada a avances medibles en seguridad y servicios. La emergencia humanitaria manda la agenda: dos años de guerra han arrasado barrios y forzado fugas masivas. Las escuelas que reabren, el agua que llega, los hospitales que vuelven a operar y el suministro de medicamentos deben calendarizarse por semanas con indicadores claros. A la vez, el entramado de protección social tendrá que desvincularse de redes partidarias, con auditorías externas que blindan la transparencia y cortan circuitos clientelares.

La seguridad de fronteras y rutas marítimas es otro vector. Incidentes con flotillas y activistas, a menudo detenidos y deportados bajo acusaciones de seguridad, han tensionado la diplomacia. La nueva arquitectura debe fijar protocolos compartidos para inspecciones, detenciones, repatriaciones y protección de misiones civiles de ayuda, reduciendo fricciones y zonas grises que han incendiado la narrativa internacional en ciclos anteriores. Claridad en la cadena de mando y publicación de procedimientos son herramientas de descompresión.

Efectos regionales y lo que implica para España y la UE

La aceptación de Hamás rebaja el incentivo a escaladas y abre una ventana regional. Con Turquía, Arabia Saudí y vecinos de Israel alineados con la iniciativa, aumenta la probabilidad de encajar Gaza en un marco más amplio de normalización, en continuidad con dinámicas abiertas en los últimos años. La adhesión europea y el respaldo de capitales árabes suman legitimidad, recursos y capacidad disuasoria frente a actores “spoiler” que busquen reventar el calendario.

Para España, los efectos son tangibles. Un descenso de la tensión en el mar Rojo y en el Levant ayuda a estabilizar fletes y primas de seguros en la ruta de Suez, acortando plazos logísticos y conteniendo costes que han impactado importaciones y cadenas productivas. En energía, menos riesgo geopolítico suaviza la volatilidad del gas y del petróleo. En paralelo, la cooperación europea mobilizará fondos, personal y logística para sanidad, agua, escuelas e infraestructuras críticas en Gaza, ámbitos donde España y sus socios tienen capacidad técnica. En el frente interno, una desescalada suele reducir tensiones sociales y estrechar el margen de la desinformación, aunque no la elimine: seguirán siendo necesarias respuestas rápidas, transparentes y documentadas cuando aparezcan narrativas tóxicas.

El capítulo financiero se reordena, no desaparece. Los controles reforzados sobre flujos asociados a economías de guerra pasarán a integrarse en protocolos de cumplimiento ligados a la reconstrucción. Bancos e instituciones europeas activarán debida diligencia adicional para evitar triangulaciones opacas. Y los fondos de ayuda llegarán con condicionalidad clara: hitos trimestrales, auditorías, licitaciones abiertas y cláusulas ESG para blindar el gasto y entregar resultados visibles a la población.

De la amenaza a la oportunidad

El ultimátum de Washington ha producido lo que buscaba: una respuesta afirmativa con margen de negociación y un itinerario operativo capaz de convertir el anuncio en hechos. Hamás acepta un alto el fuego con liberación total de rehenes y traspaso de la gestión civil a un gabinete técnico; Israel se compromete a congelar la ofensiva, retirarse en fases, liberar a prisioneros y abrir el grifo humanitario; la comunidad internacional arma el puente de verificación y pone recursos condicionados. Es un punto de inflexión que no borra la devastación acumulada, pero que hace practicable una salida que parecía imposible hace apenas unos días.

La diferencia ahora la marcará la calidad de la ejecución. Horas, no meses: esa es la escala en la que se medirá la credibilidad del paquete. Si en las próximas 72 horas vemos reencuentros de rehenes, entrega de restos, convoyes entrando con seguridad, puestos de combate apagándose y oficinas civiles volviendo a funcionar, el expediente Gaza entrará en otra fase. No será una paz declamada, sino una paz administrada, sostenida por reglas, auditorías y consecuencias. Es la más difícil de mantener, pero también la única que puede resistir los imprevistos. Y hoy, por primera vez en mucho tiempo, el calendario indica que es posible.


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Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: ABC, El País, El Mundo, La Vanguardia, eldiario.es.

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