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Economía

¿Por qué Estados Unidos está comprando pesos en Argentina?

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Estados Unidos compra pesos y activa un swap de 20.000 millones para estabilizar el peso argentino; claves y efectos de una jugada inédita.

Washington ha decidido intervenir de forma directa en el mercado cambiario argentino con dos movimientos coordinados: compras puntuales de pesos en la plaza oficial y la formalización de un “swap” de divisas por 20.000 millones de dólares con el Banco Central de la República Argentina. El objetivo inmediato es estabilizar el tipo de cambio y cortar una secuencia de volatilidad que drenaba reservas, encarecía la cobertura y amenazaba con trasladarse, otra vez, a precios y expectativas. La señal funcionó a corto plazo: el peso encontró un suelo, la deuda soberana en dólares repuntó y las acciones argentinas respiraron tras una semana áspera.

El trasfondo es político y económico a la vez. Estados Unidos apuesta por anclar el proceso de reformas del Gobierno de Javier Milei y evitar que una crisis cambiaria de octubre condicione el clima de las elecciones legislativas del 26 de octubre. En paralelo, envía un mensaje al resto de la región: cuando un aliado adopta un rumbo de estabilización con disciplina fiscal y apertura, habrá apoyo de liquidez para atravesar baches de corto plazo. La herramienta elegida, el histórico Exchange Stabilization Fund (ESF) del Tesoro, permite actuar con rapidez en los mercados de divisas sin necesidad de un programa nuevo con organismos multilaterales. En jerga financiera: potencia de fuego suficiente y, sobre todo, creíble.

Qué ha hecho exactamente Washington y con qué herramientas

El movimiento operativo consta de dos piezas que se complementan. Por un lado, compras de pesos por parte del Tesoro de Estados Unidos en el Mercado Libre de Cambios (MLC) argentino, es decir, la rueda oficial donde se cursan las operaciones autorizadas. No se trata de montos desmesurados ni de una presencia permanente, sino de intervenciones quirúrgicas en momentos de tensión para absorber pesos y vender dólares, desplazando el punto de equilibrio y enviando una señal clara: hay un comprador con espalda dispuesto a sostener el precio de la moneda argentina cuando la presión acelera. Por otro lado, la línea de “swap” entre el Tesoro estadounidense y el BCRA por 20.000 millones de dólares: no es un desembolso al contado, sino un marco para canjes de divisas a muy corto plazo que pueden activarse y renovarse según la necesidad diaria de liquidez. Es un seguro de emergencia que amplía el margen de maniobra del Banco Central ante picos de demanda de dólares.

Este andamiaje no aparece de la nada. El ESF, creado en 1934, autoriza al Secretario del Tesoro a intervenir en mercados de divisas y a celebrar acuerdos de crédito o intercambio para estabilizar monedas cuando la volatilidad amenaza con impactos sistémicos. Sus precedentes son conocidos: México en 1995 tras el “efecto Tequila”, y la coordinación del G7 sobre el yen en 2011 después del terremoto de Tōhoku, entre otros episodios. Lo novedoso aquí no es la existencia de la herramienta, sino su uso explícito para sostener al peso argentino con compras directas y una línea de canje a gran escala. La jugada, rara en la relación bilateral, sugiere una lectura estratégica de riesgo hemisférico si la economía argentina vuelve a desordenarse a las puertas de una elección clave.

Compras puntuales de pesos: táctica de impacto rápido

¿Cómo se plasma una orden así? El Tesoro coloca dólares en la rueda oficial y toma pesos, elevando la demanda de la moneda local justo cuando flaquea. En jornadas de baja liquidez, una orden con billetera grande inclina el mercado, frena la escalada de la paridad y desactiva la profecía autocumplida de que “si todos compran dólares, el tipo de cambio se dispara”. El efecto no es solo contable; es psicológico. Si los operadores leen que ese comprador de última instancia puede volver cuando haga falta, la demanda defensiva se modera, cae el volumen en los alternativos, y la cobertura en futuros se abarata. El alivio no es eterno, pero gana tiempo y reordena el libro de órdenes, que es donde empiezan casi todas las crisis.

El marco de “swap” por 20.000 millones: seguro de liquidez

La pata estructural es el swap de divisas. En la práctica, el BCRA puede entregar pesos y recibir dólares por un período muy corto —días o semanas— a cambio de un costo financiero acotado. Al vencimiento, revierte el canje. Esto suaviza los picos de demanda y reduce la tentación de vender reservas genuinas cada vez que el mercado aprieta. Es una válvula de alivio que evita la sensación de “quedarse sin munición” en un mal día. No es un préstamo clásico con condicionalidad macro y metas trimestrales; es una línea flexible cuyo éxito depende de un equilibrio delicado: que la economía real empiece a generar dólares —vía exportaciones, turismo o inversión— antes de que se agote la paciencia de los inversores.

El contexto económico y político en Buenos Aires

Para entender por qué se activó esta intervención hay que mirar el tablero local. El Banco Central venía de vender divisas para sostener el tipo de cambio de la banda y ordenar una rueda que se había vuelto áspera. La inflación, aún elevada, respondía con sensibilidad a cada sobresalto del dólar. La brecha con los tipos alternativos se ensanchó de golpe y el costo de cobertura en futuros subió, un clásico de la microeconomía argentina cuando la confianza se resquebraja. Con reservas netas frágiles y un calendario político exigente, la dinámica era peligrosa: más presión cambiaria, más ventas del BCRA, más dudas, y vuelta a empezar.

En paralelo, la política sumaba ruido. La elección legislativa del 26 de octubre funciona como un plebiscito de medio término para el oficialismo. El programa de reformas, centrado en achicar el déficit, desregular y reponer incentivos a la inversión, necesita mayorías operativas en el Congreso para despejar incertidumbres regulatorias. Cada punto de prima de riesgo afecta el costo de capital de empresas que dudan si pisar el acelerador o esperar. Con un mercado que no concede treguas, cualquier episodio cambiario a tres semanas de votar crea un problema mayor que el puramente financiero.

Reservas, banda cambiaria y nervios en la plaza

La defensa del tipo de cambio por parte del BCRA había venido acompañada de ventas sostenidas y de mensajes sobre el uso flexible de la banda. Ese esquema, sin reservas robustas detrás, es una invitación a que el mercado ponga a prueba la cota superior. Cuando el libro se vacía del lado vendedor y los importadores adelantan pagos, el precio se mueve rápido. Una presencia externa con capacidad de marcar precio rompe esa dinámica. De ahí la eficacia de una compra de pesos bien cronometrada: infunde la idea de que hay capacidad y voluntad para evitar una escalada desordenada.

Un calendario que pesa y mercados que miran el Congreso

El calendario electoral agrega un vector de urgencia. Un resultado favorable al oficialismo podría acelerar el trámite legislativo de reformas fiscal y laboral, y abrir la compuerta a inversiones que hoy se demoran por incertidumbre. Un revés, al contrario, elevaría la percepción de riesgo político y estresaría el esquema cambiario. Washington lo sabe y actúa en consecuencia: estabilizar hoy para no condicionar mañana. La lectura es nítida: la estabilidad de Argentina importa por su tamaño, su rol agroindustrial y energético, y su peso simbólico en el Cono Sur.

Qué persigue Estados Unidos: estabilización y geopolítica

La intervención no es solo contable. Apunta a dos objetivos. Uno, evitar un episodio de inestabilidad argentino con posible contagio regional en un momento de desaceleración global. Dos, respaldar la agenda de apertura comercial y disciplina fiscal de un aliado. Hay, además, una nota geopolítica: Argentina había ampliado en los últimos años su relación financiera con China a través de un swap de yuanes que ofrecía aire de corto plazo. En Washington prefieren que el oxígeno —si hay que darlo— lleve sello estadounidense, con reglas y transparencia. Eso no implica un cheque en blanco. Significa que, si se cumplen ciertas condiciones de orden macro, la potencia de fuego aparecerá en momentos clave para calmar el agua.

En ese marco, el ESF da una flexibilidad que un programa con el FMI no siempre ofrece. El Fondo sigue en el tablero, por supuesto, con 41.800 millones de dólares pendientes y metas técnicas sobre déficit, emisión y acumulación de reservas. Pero el tiempo político corre a otra velocidad y el Tesoro puede actuar con horas de diferencia. La combinación de señal (compras de pesos) y línea (swap) es, por tanto, una apuesta táctica para atravesar una ventana vulnerable sin pedir a la economía real lo que todavía no puede dar.

Efectos en los mercados: peso, bonos y acciones

La reacción fue inmediata. El peso se apreció en el margen y, lo más importante, se estabilizó. Los bonos con vencimientos medios, como los 2035, registraron subidas significativas, con un descenso en los rendimientos que alivió la curva soberana en dólares. La demanda de cobertura en futuros cayó un escalón y la brecha cambiaria se estrechó, dos pistas de que la presión de corto plazo aflojó. En la bolsa, las compañías argentinas que cotizan en Buenos Aires y en Wall Street acompañaron con avances, una respuesta habitual cuando baja la percepción de eventos extremos (devaluación brusca, controles adicionales, default técnico).

Conviene subrayar un matiz: este rally inicial responde tanto a flujos —compradores reales— como a expectativas. En mercados delgados, como el argentino en días de estrés, la presencia de un comprador grande puede ampliar el libro y empujar al alza a quienes habían vendido por pánico. La sostenibilidad del rebote dependerá de que el BCRA recupere capacidad para comprar dólares netos, de que la inflación afloje su inercia y de que el flujo comercial (agro, energía) vuelva a engrasar las reservas. Si eso ocurre, la intervención de Washington quedará como chispa que ayudó a reencender un motor gripado; si no, la cautela volverá a imponerse.

Críticas, riesgos y preguntas incómodas

No hay intervención sin debate. En Estados Unidos, un grupo de senadores demócratas presentó un proyecto para bloquear lo que describen como un rescate a un gobierno extranjero con dinero del contribuyente. En el sector agro estadounidense, hay preocupación por apoyar a un competidor directo en soja, maíz y carne en plena campaña. En el Partido Republicano, conviven los que apoyan por realpolitik —evitar un incendio en el patio trasero— con los que recelan de cualquier apoyo financiero que no traiga condiciones más duras. La polémica, inevitable, se alimenta de un dato obvio: el timing político.

Desde el ángulo financiero, el ESF es potente, pero no es infinito. Una porción relevante de sus activos está en oro, DEG y títulos del Tesoro; la liquidez inmediata es menor que el titular. La simple aritmética sugiere que un apoyo sostenido durante semanas sería costoso y políticamente más difícil de explicar que una intervención puntual con impacto psicológico. De ahí que el éxito no dependa de que el Tesoro compre pesos todos los días, sino de que el mercado crea que podría hacerlo si hiciera falta. Cuando existe esa opción latente, muchas corridas se desinflan sin necesidad de usar toda la munición.

Otro riesgo se conoce de memoria: el moral hazard. Si los agentes internalizan que, ante cada tensión, habrá respaldo externo, podrían relajar su disciplina. Para evitarlo, la política económica doméstica tiene que sostener el ancla fiscal, normalizar el esquema cambiario con señales creíbles y permitir que los precios relativos se reacomoden sin brusquedades. En esa línea, los próximos presupuestos, la señal de tasas y la regla de intervención del BCRA serán claves para distinguir entre un paréntesis de volatilidad y un episodio que exige más rondas de apoyo.

Qué vigilar en las próximas semanas

Hay termómetros que permiten evaluar si la jugada cuaja. El primero es la dinámica del MLC: días de compras netas del BCRA son un síntoma de normalización. El segundo, el comportamiento de los alternativos y de la curva de futuros: una brecha en descenso y primas de cobertura más baratas indican que los operadores salen del modo pánico. El tercero, la inflación de corto plazo y las expectativas: si el traspaso del dólar a precios se modera, el alivio se vuelve tangible en la calle y refuerza el círculo de confianza. Un cuarto foco, la balanza comercial: con cosecha tardía, liquidación del agro y envíos energéticos (gas y derivados), los dólares genuinos deberían empezar a aparecer si el clima y los precios acompañan.

El frente político se medirá el 26 de octubre. Un Congreso más amigable con la agenda oficial podría destrabar proyectos regulatorios en energía, infraestructura y telecomunicaciones, y acelerar inversiones hoy detenidas a la espera de un marco más previsible. Si el resultado es adverso, la lectura de mercado será más cautelosa y el Tesoro de Estados Unidos, que ya dio un paso inusual, tendrá que calibrar cuánto capital político está dispuesto a gastar para repetir la dosis.

Un último indicador, menos visible pero igual de importante, será la relación con los organismos y con otros proveedores de liquidez. El FMI mantiene su programa con metas que se recalibran según la realidad; China tiene un swap activo con el BCRA que en ocasiones recientes funcionó como buffer. La intervención de Washington reordena el tablero y podría, incluso, mejorar la posición negociadora de Argentina cuando toque revisar condiciones y calendarios de pagos. Si la cadena de confianza se recompone, tal vez no haga falta tocar la línea de 20.000 millones con frecuencia; bastará con que exista.

Precedentes, límites y algo de memoria: el papel del ESF

Vale una mirada fría a los antecedentes. En 1995, el paquete de apoyo a México combinó líneas del ESF, garantías y coordinación con el FMI. Fue polémico, sí, pero acabó con repago y hasta ganancias para el Tesoro estadounidense. En 2011, la coordinación del G7 sobre el yen buscó estabilizar una paridad desbocada tras un shock real —el terremoto— y mostró que, cuando hay voluntad política y coherencia técnica, las intervenciones funcionan como anclas temporales. Con Argentina el caso es distinto: no hay shock puntual, sino una fragilidad crónica que requiere tiempo y consistencia para ordenarse. Por eso, nadie serio promete milagros; lo que ofrece Washington es un puente.

Los límites son evidentes. El ESF puede proveer liquidez y contener corridas, pero no puede sustituir a una economía real que genere divisas. Si el sector externo no suma, la intervención deviene en sostener un precio que no cierra, y el mercado termina por probarlo de nuevo. La diferencia, ahora, es que el marco de swap y la presencia en el MLC compran semanas valiosas para que empiecen a notarse las correcciones en cuentas fiscales, importaciones, subsidios y precios relativos. Ese tiempo extra —en economía y en política— es el producto más escaso del momento.

¿Qué cambia para empresas y finanzas de Argentina?

Aunque la intervención tenga una cara macro, sus efectos bajan al día a día. Una brecha más corta y un tipo de cambio más previsible reducen el riesgo de paralización en importaciones clave, sobre todo de insumos intermedios. Empresas expuestas al crédito externo, como energéticas y exportadoras, pueden reabrir conversaciones de financiamiento si los spreads soberanos ceden algunos escalones. Los bancos locales, muy vigilantes del riesgo cambiario, ganan aire para recomponer carteras y plazos. Y el Tesoro argentino encuentra un escenario menos hostil para rollear vencimientos y reabrir mercados en dólares si la curva acompaña.

En consumo, el impacto es más lento. La inflación no cae por decreto; necesita meses de consistencia nominal. Pero un dólar más quieto, con menos pasadas a precios, ayuda a bajar la temperatura. Si además el BCRA puede dejar de vender dólares todos los días, la expectativa de devaluación pierde tracción y se normalizan decisiones que hoy permanecen en pausa: desde remarcaciones hasta inversiones en stock. No es euforia; es mínima previsibilidad, ese bien escaso que permite organizar la vida económica.

Lo que significa esta intervención para la economía argentina

El escenario es claro: Estados Unidos compra pesos y habilita un swap por 20.000 millones para estabilizar un tramo difícil del calendario. Es una intervención excepcional que encadena técnica financiera con lectura política. A corto plazo, la jugada ordenó la pantalla, bajó el pulso a la corrida y alineó expectativas. Funciona si gana tiempo para que entren dólares comerciales, el BCRA recupere reservas y la inflación ceda. Falla si se confunde señal con sustituto de una macro que todavía ajusta. En ese equilibrio se moverán, día a día, el peso, los bonos y la voluntad de los inversores de volver a mirar a Argentina sin el dedo permanente en el botón de pánico.

La historia reciente sugiere que no hay atajos. El ESF aporta credibilidad cuando el mercado solo entiende hechos. El FMI seguirá como árbitro de las metas de fondo. La política pondrá la legitimidad para sostener un rumbo que cuesta. Si esa triple alianza —finanzas, técnica y votos— encaja, el recuerdo de octubre será el de un incendio contenido. Si no, volverán los titulares de urgencia y la pregunta será si el Tesoro estadounidense está dispuesto a redoblar la apuesta. Por ahora, la única certeza es que Washington ya se metió en la cancha y que la pelota, como casi siempre en Argentina, pica más en la economía real que en los despachos.


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Este artículo se ha elaborado con información contrastada y procedente de medios españoles de referencia. Fuentes consultadas: El País, ABC, La Vanguardia, Cinco Días, Datosmacro (Expansión).

Periodista con más de 20 años de experiencia, comprometido con la creación de contenidos de calidad y alto valor informativo. Su trabajo se basa en el rigor, la veracidad y el uso de fuentes siempre fiables y contrastadas.

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