Cultura y sociedad
¿De qué murió Rafael de Paula? Adiós al torero jerezano

Rafael de Paula muere a los 85 por causas naturales en Jerez: vida y legado, faenas míticas, salud frágil y detalles del funeral en Santiago.
Rafael de Paula ha fallecido a los 85 años en su domicilio de Jerez de la Frontera por muerte natural. El entorno cercano y las crónicas locales precisan un cuadro de insuficiencia respiratoria que se había agravado en los últimos meses, con una salud frágil y movilidad muy limitada. El deceso se produjo el domingo 2 de noviembre de 2025, sin intervención hospitalaria. La ciudad ha decretado dos días de luto oficial.
El velatorio se celebra en el tanatorio Mémora, situado frente al cementerio municipal. El funeral será el martes 4 de noviembre, a las 12.00, en la Iglesia de Santiago, el templo de su barrio y de su biografía sentimental. La familia ha optado por una despedida sobria, cercana, sin grandes exhibiciones públicas, y ha rechazado instalar capilla ardiente en edificios emblemáticos. Quedan fijadas así las coordenadas esenciales del último adiós: lugar, hora, rito y el gesto municipal que subraya su dimensión simbólica en Jerez.
De qué murió Rafael de Paula: causas y hechos confirmados
La causa del fallecimiento encaja con lo que se sabía del estado de Paula en los últimos años: complicaciones respiratorias recurrentes, una condición cardiopulmonar debilitada y un desgaste físico que ya no admitía esfuerzos. Quienes lo frecuentaban describían jornadas discretas en casa, visitas contadas y poca exposición social. No hubo accidente ni intervención de urgencia; tampoco un proceso oncológico del que hubiera trascendido detalle alguno. El final fue natural y esperado, triste pero sin sobresaltos, coherente con la edad y con el deterioro progresivo. La insuficiencia respiratoria aparece como el término clínico más preciso para explicar el desenlace.
En lo práctico, Jerez activó con rapidez el protocolo de duelo: banderas a media asta en edificios municipales y un mensaje institucional que apela a la figura artística y al orgullo local que siempre encapsuló su nombre. La decisión de celebrar la misa en Santiago no es una anécdota: sitúa el adiós en la geografía emocional del torero, a dos pasos del territorio donde se formó y donde la gente lo reconocía por la calle como se sigue reconociendo a los vecinos ilustres. El dispositivo —tanatorio, funeral, luto— aporta certidumbre y permite a la afición ordenar la despedida sin ruido innecesario.
Biografía esencial de un torero irrepetible
Rafael Soto Moreno, Rafael de Paula, nació en Jerez de la Frontera el 11 de febrero de 1940, en la calle Cantarería, corazón del barrio de Santiago. Su apodo remite a su entorno familiar y a una forma antigua de bautizar a los toreros: de donde vienes, lo que fuiste, cómo te nombraron. Empezó a torear siendo apenas un chaval y, como tantos, se curtió en tentaderos, capeas y plazas de provincia antes de que la profesión lo mirara de frente. Debutó en público en Ronda en 1957; tomó la alternativa en esa misma plaza el 9 de septiembre de 1960, con Julio Aparicio como padrino y Antonio Ordóñez de testigo, lidiando reses de Atanasio Fernández. Confirmó en Madrid el 28 de mayo de 1974 con José Luis Galloso y Julio Robles, en una ceremonia que llegó tarde —sí— pero que encajó con su manera de ir y venir: a su compás.
Su trayectoria profesional se alargó hasta 2000, cuando anunció su retirada. No fue un camino regular. Hubo tardes sublimes y otras ásperas, silencios interminables y broncas. Pero en el conjunto se adivina un hilo conductor nítido: la búsqueda de una belleza lenta que, a veces, solo funcionaba con él. En 2002 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el reconocimiento institucional que certifica lo que la plaza, en realidad, ya sabía desde mucho antes.
Madrid, 1987: la faena que ordenó su mito
La tarde de Madrid, 28 de septiembre de 1987, es el capítulo que termina siempre por aparecer. Toros de procedencia remendada; un sobrero de Martínez Benavides con nombre propio, Corchero; y un torero que aquella vez sí estaba dentro de sí mismo. Quedó una faena de muleta y una lección de capote que sobrevivió décadas en la memoria, con calificativos que rara vez soporta el paso del tiempo. La media verónica de Paula, entonces y siempre, fue un dibujo antiguo, limpio, sin alardes ni espuma. Se dijo de aquella tarde que había sido la más bella que se había visto en la plaza en muchos años. Hay consenso al citarla como la piedra angular de su leyenda.
A partir de ese día, Las Ventas se convirtió en un espejo incómodo. Paula podía volver a ofrecer un momento así… o no. El público midió a partir de entonces su toreo con una vara imposible: el recuerdo de la perfección. Él, sin embargo, siguió a lo suyo: verónicas tembladas, muñecas con ese juego de bisagra que solo se aprende naciendo, y una economía de pasos que convertía cada movimiento en motivo.
La ciudad y el adiós: velatorio, funeral y luto
Jerez se reconoce en la manera de despedir a sus artistas. La capilla ardiente y el velatorio están montados en el tanatorio Mémora, a escasos metros del cementerio. El funeral será el martes 4 de noviembre a las 12.00 en la Iglesia de Santiago, con posterior sepultura. Se trata de un adiós a pie de barrio, discreto, sin grandes exposiciones públicas, pero con el peso simbólico suficiente para entender que no estamos ante un vecino cualquiera. La alcaldía ha decretado dos días de luto y ha definido a Paula como un símbolo cultural de la ciudad. Las peñas y tertulias taurinas preparan recordatorios y ofrendas. No habrá grandes discursos; habrá silencio, fotos en blanco y negro, y una fila de conocidos que irán entrando al templo a dar las gracias a su manera.
El mapa de la despedida tiene su propia lógica. Santiago es una elección natural; el tanatorio, una decisión de privacidad; el luto, una obligación pública. En paralelo, el mundo del toro —toreros en activo, veteranos, empresarios, cronistas— ha ido dejando mensajes de condolencia que repiten una constelación de palabras: arte, compás, misterio, genio, con su contrapeso: irregularidad. Es difícil encontrar hoy un aficionado mayor de cincuenta años que no guarde una escena mental con su capote. La ciudad, mientras tanto, hace lo que sabe: acompaña sin ruido.
Luces y sombras fuera del ruedo
También existen las aristas. En 1985, Paula fue procesado en una causa sonada por un intento de asesinato relacionado con un triángulo sentimental. Pasó por prisión preventiva y su vida personal quedó expuesta a una lectura pública que lo persiguió durante años. La hemeroteca conserva esos pliegues y sería ridículo ignorarlos. Es parte de quien fue: un hombre con temperamento y contradicciones. Años después, ya retirado, llegó otra sentencia por amenazas en un incidente con su abogado; hubo multa y orden de alejamiento. Eran etapas turbulentas que, sin embargo, no borraron su reconocimiento artístico ni su valor como referencia para varias generaciones de toreros.
El retrato completo combina esas zonas de sombra con un carácter que, cuando se ponía delante de un toro, parecía otro. Ahí, sin estridencias, sostenía el capote desde una quietud que muchas veces no se podía explicar con palabras. Se puede disentir sobre su lugar en la historia, pero es difícil negar que dotó al capote de una musicalidad propia, que transformó el lenguaje de la verónica en una estética reconocible y —esto sí es relevante para medir su legado— reproducible por otros solo a medias.
Una tauromaquia singular y su influencia
Con Rafael de Paula ocurre algo que no sucede con tantos: sus mejores tardes son menos que las de otros, pero dejan una huella más honda. La explicación no es romántica; es técnica. Parar, templar y mandar no son eslóganes, son acciones medibles. Paula fue un veroniqueador en el que el cuerpo acompañaba al toro sin violencia, con una cadencia que dependía de la colocación de las manos y del vuelo del percal. Lo suyo era economía gestual: un paso menos, una corrección sutil, una cintura que gira lo justo. Esa forma de bregar al toro —de llevarlo sin tirones— contagió a toreros posteriores que, incluso cuando buscan otra estética, citan al jerezano como alerta contra la precipitación.
Hay otro punto donde su influencia es nítida: la tolerancia del público hacia lo imperfecto cuando aparece la verdad. Paula enseñó que un pase lento y limpio puede ordenar una tarde; que una media puede salvar un relato. En un mundo profesional donde los números —orejas, puertas grandes, premios— construyen jerarquías, él impuso un criterio paralelo: la emoción como métrica. Desde ese lugar, su irregularidad se acepta casi como condición de posibilidad: si no aparece el estado de gracia, no hay milagro. Y cuando aparece, vale por una temporada.
Reconocimientos y memoria
Los reconocimientos más visibles están a la vista. La Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes de 2002 sitúa su nombre en una lista escasa de toreros con ese sello. La plaza de toros de Jerez luce una placa que recuerda una tarde legendaria en 1979. En la historia reciente, ejerció ocasionalmente como apoderado —hubo un tiempo de cercanía con Morante de la Puebla— y mantuvo, con altibajos, una presencia pública que iba de los homenajes a los plantones. En lo cultural, escritores y críticos fijaron sobre él una prosa que a ratos idealiza, pero que nace de hechos y de tardes concretas. No se trata solo de adjetivos: hay secuencias filmadas, fotografías y actas que acreditan que, cuando a Paula le brotaba la música callada, muy pocos podían seguirle el paso.
Salud quebrada y desenlace natural: contexto clínico
La insuficiencia respiratoria que se cita como causa del fallecimiento no es un misterio médico inscrutable. A esa edad y con antecedentes de movilidad reducida, el aparato respiratorio sufre y la capacidad de intercambio gaseoso desciende. Hay episodios de descompensación que se gestionan en casa si no alcanzan niveles críticos. En ese marco, los cuidadores ajustan tratamientos de soporte, oxigenoterapia domiciliaria si está indicada, y vigilan signos de alarma. El caso de Paula encaja en ese patrón: desgaste progresivo, síntomas que se controlan hasta que dejan de hacerlo, final en domicilio. No hay parte médico difundido, pero sí detalles coincidentes: no se trató de una infección aguda fulminante conocida en las últimas horas ni de una complicación quirúrgica. El énfasis, por tanto, está en la naturaleza no traumática del deceso.
Desde el punto de vista informativo, esto aporta un dato clave: despeja cualquier conjetura sobre accidentes o sucesos y permite centrar la mirada en la despedida y en el bagaje artístico. Para los suyos, la ubicación del velatorio y la hora del funeral ayudan a organizar el adiós. Para la afición, el luto oficial y los homenajes activan la maquinaria del recuerdo: la reproducción de aquella media imposible, el debate sobre su lugar en la tauromaquia moderna, la comparación con otros capoteros históricos.
Jerez, la pertenencia y una despedida con sentido
Jerez se entiende mejor si se entiende a Paula. El barrio de Santiago es paladar fino en muchas cosas —flamenco, rito, modos— y ha sido siempre su centro de gravedad. Que el funeral sea ahí resume medio siglo de pertenencia. No es un toro suelto en la historia de la ciudad; es vecino ilustre con derecho a duelo. La reacción municipal —dos días de luto— no es un automatismo: es una decisión que coloca su figura entre los símbolos locales. La familia, por su parte, ha protegido la intimidad sin cerrarse a la devoción popular. La empresa de la plaza y otras instituciones ofrecieron espacios para una capilla ardiente más solemne; la respuesta ha sido otra: un adiós a escala humana.
Mientras tanto, el mundo del toro ordena sus propias liturgias. Mensajes de compañeros de generación, recuerdos de peñas y apuntes de críticos dibujan el mismo perfil: un torero artista, irregular, misterioso y, a pesar de todo, fundamental. Se habla del mejor capote de su tiempo —algunos dicen de muchos tiempos—; de su verónica y de su media, que parecían alargar la mecánica del pase hasta volverla música. Se recuerda también el coste que ese toreo tenía: cuando no aparecía, no aparecía. Y la plaza castigaba. La leyenda se hizo así, con luz y contraluz.
El legado que queda en Jerez y en las plazas
Lo que queda, tras su muerte natural en casa y el adiós que se prepara, es un legado técnico y estético que todavía se enseña en las escuelas taurinas y se invoca en las charlas de barrera. Queda una lección sobre el tiempo y el silencio en la plaza. Queda la exigencia de una pureza que hoy, con las prisas y los algoritmos, parece más difícil de sostener. En lo tangible, queda una medalla de Estado, placas en plazas importantes, portadas guardadas en hemerotecas, fotografías de capote abierto en perfil clásico y un torrente de crónicas que intentaron, una y otra vez, explicar lo que a menudo no se puede explicar.
En Jerez, queda Santiago esperando el martes. Queda el tanatorio a rebosar de historias que empiezan por “yo lo vi” y siguen con un pase contado con precisión de relojero. Queda el duelo y después la costumbre de recordar. Y, sobre todo, queda la idea de que el arte —el de verdad, el que no da explicaciones— se cuela a veces en una verónica o en una media y ordena la vida de quienes lo contemplan. Por eso hay consenso en una cosa: más allá de las sombras y de los titulares de estos días, Rafael de Paula seguirá apareciendo en el ruedo cada vez que un torero pare al toro, temple la embestida y mande sin violencia. Entonces, durante unos segundos, en Jerez y en cualquier plaza de España, muchos pensarán lo mismo sin decirlo: ese es el rastro que dejó. Y por eso duele tanto despedirlo.
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Este artículo se ha elaborado con información contrastada y actualizada procedente de fuentes fiables. Fuentes consultadas: EL PAÍS, Diario de Jerez, ABC, Cadena SER, RTVE, El Confidencial, La Razón, La Voz Digital.

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