Actualidad y cultura
De qué murió Amaia Arrazola: adiós a la ilustradora vitoriana

Foto de Alavense, Wikimedia Commons, licenciada bajo CC BY-SA 4.0.
Muere Amaia Arrazola a los 41 por causas naturales; su legado en Vitoria y Barcelona, murales icónicos y libros clave que quedan, y pervive.
Amaia Arrazola ha fallecido en Barcelona a los 41 años por causas naturales el miércoles 5 de noviembre de 2025. La despedida se celebra en el tanatorio de Sancho de Ávila, en la capital catalana, donde residía y trabajaba desde hace más de una década. La noticia, confirmada por su entorno y medios locales, ha sacudido a Vitoria-Gasteiz y a la escena del muralismo y la ilustración en España: una trayectoria en pleno estado creativo, de las que marcan época, se detiene de forma inesperada.
El impacto es doble. Por lo que hizo y por lo que estaba haciendo. Arrazola llevaba años encadenando proyectos de gran formato, libros de referencia y colaboraciones institucionales. En los últimos meses había rematado trabajos en Barcelona y seguía vinculada a su ciudad natal, donde su nombre sonaba con admiración y cercanía. Queda claro —sin florituras—: la artista vitoriana muere por causas naturales y deja obra pública, libros y un legado profesional que seguirá circulando en calles, bibliotecas y colegios. No hay misterio, hay duelo, hay memoria.
Una noticia confirmada: fechas, lugar y despedida
La información de su fallecimiento llegó a primera hora del jueves 6, con fecha de defunción anotada el día anterior. Familiares, colegas y responsables culturales activaron el protocolo en Barcelona, con velatorio y sepelio en el tanatorio de Sancho de Ávila. En Vitoria, a lo largo de la mañana comenzaron los mensajes de pésame procedentes de instituciones culturales y agentes locales que habían trabajado con ella en los últimos años. No trascienden patologías ni detalles médicos, más allá de la referencia inequívoca a “causas naturales”. Una fórmula habitual, sí, pero que en este caso encaja con el tono discreto que siempre mantuvo su entorno en lo personal.
A partir de ahí, el foco se desplaza a lo que deja. Su nombre circula por barrios y estaciones donde pintó, por librerías que aún colocan sus títulos en cabecera y por talleres de dibujo que citan su trazo como ejemplo. Barcelona la adoptó como una voz reconocible; Vitoria-Gasteiz la señala desde la emoción: la autora que firmó el cartel de La Blanca 2024 y coloreó paredes, patios y escaparates es ahora una ausencia ruidosa.
Un lenguaje propio en los muros
Su obra mural se entiende a simple vista: color limpio, línea decidida, personajes con gesto amable y contundencia gráfica. Una narrativa directa que no necesita subtítulos. Arrazola concebía el mural como conversación con el lugar, no como pegatina gigante. Por eso sus piezas encajan en contextos tan dispares: un paso subterráneo en Matsudo (Japón), una fachada en Rabat, medianeras europeas, bibliotecas de barrio en Madrid, estaciones de tranvía en Barcelona. La constante es la misma: la paleta vitalista, figuras femeninas que sostienen la escena, flora, fauna y una cadeneta de símbolos que el público reconoce sin instrucciones.
En Barcelona firmó una de sus intervenciones más celebradas: Art al TRAM (Besòs). Centenares de metros cuadrados transformados en la estación del Trambesòs con escenas de diversidad cotidiana y aves locales —abubillas, tórtolas— que oxigenan el andén. El proyecto resumía bien su programa: hacer amable un espacio de paso, dar un golpe de color que mejora el día a quien cruza corriendo entre dos transbordos.
El diálogo con las ciudades
Madrid le reservó un lugar especial en la Biblioteca del Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) con el mural Contra el olvido, homenaje a Las Sinsombrero, mujeres fundamentales de la cultura del 27 apartadas de los manuales durante décadas. La pieza, construida como un puzle de rostros, se gestó dentro de un proyecto municipal y se ejecutó con participación vecinal, algo que la autora defendía siempre que había ocasión: compartir proceso, no solo resultado.
Vitoria-Gasteiz es otra historia, más íntima. En el trinkete de Los Astrónomos dejó una intervención de memoria pelotari con mujeres en juego, un retrato del deporte tradicional desde la mirada de ahora. En 2025, además, participó en el programa de activación artística de escaparates vacíos del Ensanche —esas cápsulas visuales en calles como Florida, Dato o San Prudencio—, donde un grupo de autores con vínculo gasteiztarra trabajó en vivo ante peatones curiosos. Allí estaba su nombre, de nuevo, como puente entre ciudad y creadora.
Fuera, mucho fuera. Timișoara (Rumanía) le dio pared y festival; Rabat (Marruecos), una medianera compartida junto a Txemy en Jidar; Matsudo (Chiba, Japón), un pasaje entero fruto de su residencia en Paradise Air; Pamplona, Milán, París… La lista no es lo importante, sino la fidelidad del estilo. En cada sitio, la misma sensación: optimismo visual sin ingenuidad, símbolos claros sin simplificar el mensaje.
Libros que se leen y se subrayan
El trabajo editorial de Arrazola tiene entidad propia. Tres títulos destacan por su impacto y recorrido.
Wabi Sabi (2018) es una libreta de viaje convertida en libro. Nació de su estancia en Japón y captura la idea de belleza de lo imperfecto con apuntes, escenas y reflexiones desde una ciudad que le cambió la manera de mirar. No es guía turística ni álbum de postales: es diario ilustrado donde conviven lo íntimo y lo cultural. Funciona como catalejo a su método: observar, dibujar, dejar que el trazo piense.
El meteorito (2020) se ha convertido en referencia sobre la maternidad contada en primera persona. No glamuriza ni dramatiza: relata. Embarazo, parto, dudas, culpas, alegría feroz. El libro —lectura habitual en clubes y grupos de crianza— se cita a menudo por su capacidad de bajar a tierra lo que suele contarse en abstracto. Con humor y crudeza, asume algo que muchas madres reconocen: la vida anterior estalla y hay que reordenar planetas.
Totoro y yo (2022) es carta de amor informada al universo de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli. Biografía ilustrada y ensayo ligero —sin solemnidad— que recorre personajes, dirección artística y música con tono de fan que sabe de lo que habla. Es libro de consulta —por la cantidad de datos bien seleccionados— y de compañía, de los que se dejan a mano en la mesa del salón.
En 2025 había vuelto al territorio japonés con un proyecto editorial centrado en leyendas y mitologías del archipiélago —Bajo un cielo estrellado—, siguiendo esa vena nipona que le sentaba tan bien: mezcla de curiosidad, respeto y descaro creativo.
Vitoria-Gasteiz, identidad compartida
Hay ciudades que te educan y te nombran. Vitoria-Gasteiz hizo las dos cosas con Arrazola. En 2024, ganó el concurso del cartel de La Blanca, con una imagen de “La bajada del Celedón” que capturaba el espíritu de la fiesta sin caer en lo obvio. Era un regreso simbólico: la autora que pintó media Europa ponía imagen a su semana grande.
Ese mismo vínculo aparece en colaboraciones históricas de la ciudad: Naipes Fournier. Arrazola creó para la mítica casa vitoriana una baraja de tarot contemporáneo —The Magic Tarot—, 78 ilustraciones con acento feminista y símbolos relectos que conectó con públicos muy distintos. No es una anécdota. La combinación Vitoria–Fournier–ilustración es parte del ADN cultural local, y en ella su trabajo encaja como un guante.
Su nombre también ha pasado por iniciativas que entienden el arte como activación urbana. El verano de 2025, la ciudad llenó de obras efímeras los escaparates sin uso del Ensanche, con una decena de artistas trabajando en directo. Allí, la mezcla de historia local —calles con nombre propio: Dato, Iradier, Amárica— y capacidad gráfica funcionó como una mini exposición al aire libre. Arrazola se movía cómoda en ese formato: a pie de calle, con los curiosos mirando por encima del hombro, con el spray y la brocha resolviendo in situ.
Un oficio llevadero y sólido: del estudio a la pared
Su carrera arranca en la creatividad publicitaria y asciende sin prisa. Estudió Publicidad y Relaciones Públicas y comenzó como directora de arte en Madrid. Pronto decidió que el dibujo tenía que ser el centro, se mudó a Barcelona en 2010 y levantó una carrera freelance con una mezcla difícil: portfolio variado —muros, cerámica, editorial— y voz reconocible que no se diluye por el camino.
En la carpeta de clientes aparecen marcas internacionales como Coca-Cola, Vans o Uniqlo y trabajos para universidades, editoriales y centros culturales. No se trata de hacer inventario; se trata de entender la amplitud de un perfil que pasa de una campaña gráfica a un libro de largo aliento y vuelve a un mural participativo sin perder coherencia. El trazo manda. La línea —rápida, limpia—, ese humor serio que aflora en los detalles y una paleta que no teme el rosa ni el azul eléctrico hacen el resto.
Hablar de estilo en Arrazola es hablar de lectura inmediata. Sus piezas se entienden a distancia y agradecen la mirada de cerca, donde aparecen mini escenas, textos breves, guiños. Esa doble distancia —impacto y detalle— explica por qué sus obras funcionan bien en espacios de tránsito: pasillos, estaciones, plazas nerviosas. El público no necesita un cartel explicativo: lo lee en marcha.
Lo que significa decir adiós a una autora en plena forma
La muerte en la madurez creativa deja siempre un regusto agrio: no solo faltan obras, falta tiempo. En su caso, había proyectos abiertos, colaboraciones previstas y un calendario que combinaba estudio y viaje. Barcelona era su base, Vitoria-Gasteiz su plaza sentimental, y el mapa se completaba con habitualidades —Japón, Madrid— donde su nombre ya era referencia.
El vacío también es operativo. Programas que cuentan con su firma —rutas de murales en centros educativos, bibliotecas que programan encuentros con autoras, talleres de iniciación al mural— tendrán que reconfigurarse. Queda obra reciente, visible y utilizable, y queda un relato profesional que serán otros quienes expliquen a nuevas generaciones: cómo se negocia un muro, cómo se prepara una intervención a 30 metros de altura, cómo se edita un libro para que no sea solo bonito, sino sólido.
La influencia es el capítulo más difícil de medir y el más evidente de ver. Ilustradoras jóvenes citan su manera de ordenar el color, muralistas reclaman su forma de construir escenas sin perder frescura, profesorado de escuelas de arte toma El meteorito como lectura útil para hablar de narrativa gráfica en primera persona. Los museos de arte urbano y rutas de murales en barrios han utilizado durante años imágenes suyas como reclamo. Está por todas partes, y eso no se borra de un día para otro.
Hechos y contexto: lo que se sabe, lo que no sobra contar
— Fecha y lugar del fallecimiento: miércoles, 5 de noviembre de 2025, en Barcelona.
— Causa: naturales. No hay comunicación oficial de patología concreta.
— Despedida: tanatorio de Sancho de Ávila (Barcelona).
— Edad: 41 años (Vitoria-Gasteiz, 1984).
— Residencia y trabajo: con base en Barcelona desde 2010; vínculos constantes con País Vasco.
— Obra destacada: murales en Art al TRAM (Besòs), Pozo del Tío Raimundo (Contra el olvido), proyectos en Matsudo, Timișoara, Rabat; libros Wabi Sabi, El meteorito, Totoro y yo; baraja The Magic Tarot con Fournier; cartel de La Blanca 2024 en Vitoria-Gasteiz.
No son viñetas para decorar, son datos de una biografía pública imprescindible para entender por qué su muerte ocupa espacio en los informativos locales y en las conversaciones del sector. La artista manejaba escala urbana y edición cuidada con la misma solvencia: dos territorios que rara vez se juntan con éxito.
El color que se queda
Quedan paredes y páginas. Quedan también procesos participativos, equipos que aprendieron con ella a trabajar un muro como si fuera un pequeño festival —andariveles, andamios, horas de calor y decisión—, editoras que seguirán moviendo sus libros y escuelas que la enseñarán como caso práctico. En Vitoria, el cartel de La Blanca 2024 ganará una lectura distinta; en Barcelona, la estación del Besòs seguirá sirviendo de ejemplo de cómo el arte público cambia de verdad un espacio. En Madrid, el mural de Las Sinsombrero seguirá explicando por qué un homenaje, si es claro y está bien hecho, funciona como clase de historia a cielo abierto.
En el ámbito editorial, El meteorito continuará circulando como testimonio sin edulcorante; Wabi Sabi seguirá trayendo Japón a casa sin exotismo; Totoro y yo mantendrá encendida la lámpara Ghibli para quien se asome por primera vez al universo Miyazaki. Y la baraja de Fournier, con su simbolismo de hoy, seguirá moviéndose entre manos en cafés y salones, uniendo tradición vitoriana y autoría contemporánea.
La pregunta del titular se responde arriba, de forma simple, como merecía la urgencia informativa. El resto —lo que de verdad queda— está en la calle y en las estanterías. Amaia Arrazola no se desvaneció: se quedó en sus muros y en sus libros. Y ahí, sí, no hay prisa. El color, cuando se coloca en el sitio justo, tarda mucho en irse.
🔎 Contenido Verificado ✔️
Este artículo ha sido redactado basándose en información procedente de fuentes oficiales y confiables, garantizando su precisión y actualidad. Fuentes consultadas: Gasteiz Hoy, Ayuntamiento de Madrid, Turisme de Barcelona, TRAM, Planeta de Libros, Planeta de Libros, Casa del Libro, The Mushroom Company.

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